Federico Ozanam (1813-1853) (I)

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Autor: Bernardo Cattanéo · Traductor: Máximo Agustín. .
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Federico Ozanam-1PREFACIO

El señor Bertrand Cattanéo dirige con competencia un semanario católico, el Courrier Franqaís. Un semanario de acercamiento. Cuando aborda el siglo XIX, su siglo predilecto, el historiador reacciona como el informador. Montalembert, un católico en política, Breve vida de Lacordaíre, hoy Federico Ozanam, el bienaventurado nos familiarizan, nos acercan a una época, a sus aspiraciones, a sus combates. Cerca de los hombres que le caracterizaron, tanto que los acontecimientos, los interrogantes a los que se enfrentaron, sus esperanzas, sus decepciones, se hacen nuestros.

En vísperas de la beatificación de Federico Ozanam por Juan Pablo II, el sr. Cattanéo ha sabido responder a las exigencias legítimas de numerosos fieles que quieren conocer a este Francés a quien el papa presenta como ejemplo a la Iglesia universal. Un profesor, titular de la cátedra de literatura extranjera en la Sorbona, un esposo amante de su mujer Amelia, extasiado ante el nacimiento de su hija María, un observador avispado de los acontecimientos de su tiempo y en particular de las consecuencias de la revolución industrial que tiene lugar a sus ojos, un periodista, un militante, un fundador de sociedad de «caridad» y un político que tuvo la audacia de presentarse a las elecciones legislativas bajo la 2° República (y de ser derrotado!)… Este es el «santo»: el personaje destacado, que vivió con tal intensidad los cuarenta breves años de su existencia…

Desde el comienzo de sus estudios, con apenas dieciocho años, Ozanam descubrió la hostilidad de que eran objeto la Iglesia y la misma fe. Fue por lo demás el mismo descubrimiento que influyó en Lamennais. ¿Qué se podía hacer para encontrar una reconciliación de las inteligencias, de las voluntades? Federico, adolescente aún, se hace apologista y «recuerda que la religión cristiana reúne el amor de Dios y el amor del hombre, garantiza la autoridad y la libertad e impone a todo el mundo los principios de base humanos sin verse encadenado a ningún régimen político o social». Lo más urgente es presentar a la juventud estudiantil que se puede ser «católico y tener sentido común y que se puede amar la religión y la libertad». Para Marcel Vincent, uno de sus biógrafos, su programa será: «reconciliar la Fe y la Razón, la Verdad y la Ciencia, la Iglesia y la Libertad».

En la línea recta de sus intuiciones de juventud, Ozanam estará siempre preocupado por la evolución de la sociedad: el trabajo, el salario, la industria, la economía (1848). Desde 1836, emitía un juicio severo sobre su tiempo: «Lo que divide a los hombres en nuestros días no es ya una cuestión de formas políticas, es una cuestión social… de saber si la sociedad no será más que una gran explotación en beneficio de los más fuertes. Hay muchos hombres que poseen demasiado y que quieren más todavía. Existen otros muchos más que no tienen lo suficiente, que no tienen nada y que quieren tomar si no se les da. Entre estas dos clases se prepara una lucha y esta lucha amenaza con ser terrible; por un lado, el poder del oro y por el otro el poder de la desesperación». Estas palabras son en adelante las palabras de un «santo»; son el acento vigoroso de Juan Crisóstomo. Se escribieron para una época en que la fractura social se parecía tanto a la que conocemos hoy.

¿Demasiados discursos, conversaciones interminables, para qué ese continuo tintineo de palabras, dicen algunos amigos de Ozanam? Es cierto que éste no rehuía la polémica ni tampoco renunciaba con facilidad a las discusiones filosóficas. Pero ¿no valdría más suscitar una «reunión de caridad» en la que se hallara el grupo de los católicos? Tendría el doble mérito de conservar en el grupo el espíritu de fe y de hacer resplandecer a los ojos de los indiferentes la persistencia y la bienhechora vitalidad del cristianismo.

No es tan importante saber quién es el verdadero fundador de las «Conferencias» como subrayar que fue Ozanam quien, sin demora, elaboró en su cabeza «un proyecto de futuro destinado a instalarse en el tiempo y a predicar con el ejemplo». Yo sugeriría con todo interés a los colegas de San Vicente de Paúl que leyeran vuestro libro, que vivieran las palabras y escritos del beato y se cuestionaran con toda humildad —deber es éste de los verdaderos discípulos- sobre su fidelidad redoblada al contacto con los orígenes.

Federico Ozanam vivió un período sobresaliente de nuestra historia, sensible a la elocuencia y a veces extraviado por su «romanticismo». Por su estilo, algunos escritos no son ya   transmisibles. Entre ellos, ¿ha sido acertada la selección que ha hecho el sr. Cattanéo? Ozanam, citado en su libro, resulta moderno y casi contemporáneo. En verdad, su mensaje es para nuestro tiempo.

Añadiré a la intención del sr. Cattanéo, periodista, que todos estos nombres, Ozanam, Lamennais, Lacordaire, Montalembret, creyeron en la comunicación. Ellos crearon los periódicos, hojas humildes, como L’ Ere nouvelle, que salía con 4000 ejemplares. Favorecieron el debate público… aunque conocieron desapariciones o absorciones; contribuyeron a limpiar a la Iglesia de una imagen heredada de los siglos recientes y de su choque con el trono.

Cuántas gracias le debemos al sr. Cattanéo por su conocimiento del siglo XIX y por facilitarnos, por su pasión de historiador, una mejor comprensión de nuestro tiempo y, en Federico Ozanam, un compañero luminoso.

CARDENAL PIERRE EYT,

Arzobispo de Burdeos.

A mi padre.

 

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