El 8 de diciembre de 1965, el Papa Pablo VI declaraba clausurado el Concilio. En la historia de la Iglesia, parece que se puede comparar la trascendencia histórica del Vaticano II con la del Concilio de Trento, en el siglo XVI, y con la del Vaticano I, realizado en 1870, pero que quedó inacabado. El Vaticano II ha empezado el proceso de aggiornamento de la Iglesia de cara no sólo al final del siglo XX, sino ante el siglo XXI.
Poco a poco se fue viendo la oportunidad de un nuevo Concilio. Ya en el pontificado del Papa Pío XII se empezaron a dar los primeros pasos para su convocatoria. Luego el asunto quedó tranquilo, hasta que accedió al solio pontificio Juan XXIII. En aquel entonces anunció la realización de un nuevo Concilio, relanzando con nuevo brío el proyecto de su ilustre predecesor.
Años después, la historia ofrecería al segundo Papa del Concilio, S.S. Pablo VI, la ocasión de preparar un documento que resulta fundamental de cara al peregrinar del Pueblo de Dios. Eran los tiempos del Año Santo de 1975, en los que la Iglesia había intensificado el anuncio de la Buena Nueva y se había centrado, al decir del Papa, en dos grandes mensajes: «Vestíos del hombre nuevo» y «Reconciliaos con Dios». Por ese entonces se había reunido la III Asamblea General del Sínodo de los Obispos, abocada al tema de la evangelización. Al concluir, los Obispos no publicaron un documento propio, sino que iniciaron la costumbre de confiar al Pastor Universal los documentos de sus reflexiones para que éste redactase una exhortación apostólica. Así pues, al final del Año Santo y al cumplirse el X aniversario de la Clausura del Concilio Vaticano II, el Papa Pablo VI promulgó una exhortación apostólica dedicada «al anuncio del Evangelio».
La Asamblea del Sínodo de los Obispos se había realizado del 27 de setiembre al 26 de octubre de 1974. Su gestación se había iniciado dos años antes, en 1972. Entre los que participaron en dicha preparación estuvo el Cardenal Karol Wojtyla, después Papa Juan Pablo II. Entre los temas propuestos el Papa Pablo VI eligió el de la evangelización del mundo. La razón fue explicitada en la circular que informaba de la realización del Sínodo: «el tema de la evangelización toca de cerca las graves dificultades con las que se topa la Iglesia en el cumplimiento de su propia misión, debido a la multiplicidad y rapidez de los cambios que se difunden en la sociedad civil y la misma Iglesia, por lo que se hace oportuna la necesidad de la consulta para ver cómo, en este nuevo mundo en transformación y en las presentes circunstancias, ella debe realizar su misión salvífica de anunciar el Evangelio».
La evangelización era para el Santo Padre un asunto de prioridad, como él mismo lo señala: «Las condiciones de la sociedad nos obligan, por tanto, a revisar métodos, a buscar por todos los medios el modo de llevar al hombre moderno el mensaje cristiano, en el cual únicamente podrá hallar la respuesta a sus interrogantes y la fuerza para su empeño de solidaridad humana». Con ese trasfondo tan claro, que es como una prolongación del aggiornamento que signó el Concilio, se prepararon dos Lineamenta, siendo el texto final el de mayo de 1973. Finalmente fue enviado a los Obispos del mundo el Instrumento de trabajo.
El 27 de setiembre de 1974 se realizó en la Capilla Sixtina la solemne Misa de apertura de la Asamblea Sinodal orientada a la evangelización en el mundo contemporáneo. El Papa en su homilía hizo una oración al Divino Maestro. Empezó diciendo: «¡Señor Jesús! Sólo en forma de plegaria sabemos expresar el tema de esta reflexión previa al Sínodo Episcopal». Añadió luego, dirigiéndose al Señor: «el hecho mismo de la evangelización nace de Ti, Señor, como un río; un río que tiene su fuente, y Tú, Cristo Jesús, eres precisamente esa fuente. Tú eres la causa histórica; Tú eres la causa eficiente y trascendente de este prodigioso fenómeno: de Ti, Maestro, ha nacido el apostolado; de Ti, Salvador; de Ti, principio y modelo». La Asamblea misma fue inaugurada poco más tarde, en el Aula Sinodal. Es en esa ocasión que el Papa lanzó aquellas tres preguntas famosas: «¿Quiénes somos nosotros? ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué debemos hacer?». El Papa pasó revista en su discurso inaugural a la naturaleza y finalidad de la evangelización, a los medios y métodos armónicos con el anuncio de la Buena Nueva.
En dos ocasiones más se dirigió el Papa a los integrantes de la Asamblea Sinodal, antes de pronunciar el 26 de octubre de 1974 el discurso de clausura titulado «Aclaraciones y orientaciones sobre la evangelización». Allí el Santo Padre hizo un balance de los desarrollos de la Asamblea Sinodal, destacando entre otros puntos el esclarecimiento entre evangelización y promoción humana que andaba algo confuso para algunos. También destacó la responsabilidad de la evangelización, y de cómo la Iglesia de Cristo es objeto y sujeto de evangelización, ahondando en temas que veremos reiterarse en los años siguientes y hacerse explícitos en documentos de la mayor importancia como la reciente declaración Dominus Iesus.
Ese mismo día, el Papa Pablo VI resaltaba como aspectos positivos de la Asamblea el haber «confirmado la prioridad del deber de comunicar a los hombres la Palabra de Dios, el anuncio gozoso de la vida eterna, que introduce en el misterio pascual», y el que «existe hoy en la Iglesia una conciencia, un fino y agudo sentido del deber de emplear todos los medios externos que el arte, la vida y la técnica ponen hoy a nuestro alcance, para difundir el gozoso anuncio».
Finalmente, el Papa fue muy enérgico en relación a algunos puntos «sobre los que de ninguna manera podemos guardar silencio». Habló con claridad sobre una eclesiología deficiente, sobre un particularismo opuesto a la universalidad, sobre el posible exceso al entender la liberación, y sobre «el contenido de la fe (que) o es católico o ya no es tal», destacando que «todos nosotros hemos recibido la fe a través de una tradición ininterrumpida y siempre constante». Pablo VI fue muy claro al ejercer su ministerio petrino y la energía de lo que afirmaba se mostraba siempre impregnada por el impulso de la caridad.
En la celebración de la Inmaculada Concepción de 1975, poco más de un año después de la clausura del Sínodo, el Papa promulga la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi. Lo hace explícitamente como Sucesor de Pedro, buscando «confirmar a los hermanos», lo que para él es «un programa de vida y de acción» cotidiano. La lectura de la exhortación impresiona intensamente pues su lozanía y actualidad permanecen y se abren hacia el mañana.
Consciente de lo que significa la evangelización como deber para la Iglesia y sus hijos, el Papa Pablo VI resume así lo que irá a desarrollar en la exhortación: «Después del Concilio y gracias al Concilio que ha constituido para ella una hora de Dios en este ciclo de la historia, la Iglesia ¿es más o menos apta para anunciar el Evangelio y para inserirlo en el corazón del hombre con convicción, libertad de espíritu y eficacia?». La bella respuesta afirmativa la va haciendo explícita el Papa a lo largo de las páginas siguientes, mostrando cómo la evangelización es la vocación propia de la Iglesia.
Luis Fernando Figari
Publicado originalmente en el semanario Fe y Familia, 3 de diciembre de 2000