Etienne de Negri (1657-1741)

Mitxel OlabuénagaBiografías de Misioneros PaúlesLeave a Comment

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Author: Desconocido · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1903 · Source: Notices, IV.
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Fue una fiebre maligna la que se llevó el 12 del mes de octubre de 1741,  en nuestra casa de Génova, al Sr. Etienne de Negri, al séptimo día de su enfermedad. Nacido en Cotola, diócesis de Tortone,  el 23 de diciembre de 1657, había sido recibido en el seminario de Génova el 10 de febrero de 1680. Su vocación había tenido origen con ocasión de una gracia singular obtenida por la intercesión de María Madre de Dios. Al borde de un precipicio espantoso, y a punto de caer en el abismo, recurrió a esta poderosa protectora. Su liberación otorgada a sus deseos fue el resto de su vida el objeto de su más viva gratitud.

En los comienzos, sus padres venían a darle visitas inoportunas para separarle  de la santa resolución que había tomado de servir a Dios. La inutitlidad de su insistencia los llevó a dejarle en reposo. Nunca se dispensó de la observancia común, ni se permitió la menor singularidad, tanto en el vivir como en el vestir. Su celo le había hecho  capaz incluso de exponer  su vida por su prójimo; se le vio en efecto un día, para impedir un homicidio, arrojarse de lo alto de los muros de Bastia en Córcega, gracias a una brecha que se había abierto, pero fue con tanto peligro que se quedó lisiado por el resto de su vida. Se estima que la dulzura, fruto de su caridad, fue en él la virtud que coronó todas las demás. Superior de Córcega, estaba siempre y en todo a la cabeza de sus cohermanos. Director por dos veces del seminario interno de Génova, casa donde ha pasado la mayor parte de su vida, se llenó perfectamente en esta función santificante, del primer espíritu de su estado. En misión, aunque director, el lecho más duro, la habitación más expuesta a las inclemencias del tiempo, el confesionario menos cómodo eran para él. Lejos de apegarse a la superioridad y al imperio sobre los demás, observaba una conducta tan humilde y tan modesta que los externos que necesitaban acudir a los misioneros, se dirigía a cualquier otro de sus compañeros, no viendo en él nada que le anunciara para prefecto de los ejercicios. Además de los equipos de misiones en forma de los que él llevaba a menudo la dirección, se le ha visto durante varios años, a su regreso de la misión encargarse de buen grado de los ejercitantes que se presentaban  seis u ocho; lo que hacía un flujo y reflujo continuo. No contento con visitarlos en sus habitaciones, según la costumbre, los reunía a menudo en una esquina de la capilla, y hacía junto a ellos todas las funciones, como si hubieran sido cincuenta.

Hacía algún tiempo que había perdido la memoria del todo, pero Dios, por un efecto de su gran bondad, le ha dejado hasta el final el uso del entendimiento, a fin de poder poner el colmo a sus méritos. – Anciennes Relations, p. 385.

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