Estudio sociológico de la C.M. a partir del material Data

Francisco Javier Fernández ChentoCongregación de la MisiónLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Juan González-Anleo, C.M. · Año publicación original: 1972 · Fuente: I Semana de estudios Vicencianos, Salamanca, del 4 al 8 de abril de 1972.

Este estudio no es más que la transcripción magnetofónica de la conferencia pronunciada por el autor en la I Semana de estudios Vicencianos, el 6 de abril de 1972. Conserva deli­beradamente, pues, el caracter oral de la misma.


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Mi conferencia tiene como título «Estudio sociológico de la C.M. en España a partir del material de Data». Hay que hacer, naturalmente, una primera advertencia que mi presentador ya ha realizado. El estudio es del año 1969 y la colección de datos es incluso anterior. Lo cual quiere decir que, dado el ritmo del cambio de nuestra sociedad y de la Iglesia en los cinco últimos años, hay seguramente una buena cantidad de datos que la misma realidad de vuestra Congregación ya ha dejado atrás. Esta sería una advertencia válida para todas las interpretaciones y para las posibles conclusiones que voy a extraer de este estudio. Una segunda advertencia: se me pidió inicialmente que hiciera o que enfocara el estudio sobre la capacidad o el potencial evan­gelizador y apostólico de la C.M. a partir de los datos del estudio sociológico de la misma. Esto quiere decir que hay una serie de aspectos en los dos volú­menes que DATA entregó el año 1969 a la C.M., lo referente a la vida espi­ritual, a la vida de comunidad, a la vida de autoridad y a la formación, etc., que voy a dejar de lado. A parte de que un estudio de más de quinientas pá­ginas como fue aquél, sería iluso, sería incluso desconcertador para nosotros intentar resumirlo ahora en una conferencia. Por una serie de razones pre­fiero ceñirme ahora al tema inicial, es decir, al potencial evangelizador, mi­sionero, apostólico de la C.M. a partir de los datos del estudio sociológico de la misma. Voy a dividir mi conferencia en dos partes. La primera intenta ser un enfoque histórico de lo que sería, en una Congregación religiosa cual­quiera, la institución, la estructura, la ideología de las personas. La segun­da explora una serie de datos y de tablas en el estudio sociológico.

En la primera parte como principio metodológico yo diría que la capacidad o el potencial evangelizador o apostólico de un grupo religioso depende fun­damentalmente de las siguientes causas: su estructura general y vigor, actua­lidad, eficacia de las instituciones; la ideología, y, si queréis, los valores que dicha Congregación o grupo religioso intenta comunicar, y fundamental­mente las personas.

No disponemos en el estudio de la C.M. de datos suficientes para lograr estos cuatro puntos, sí algunos, y los veremos en la segunda parte de mi con­ferencia.

Hay una primera distinción que quisiera que quedara muy clara al em­pezar. Es la distinción entre estructuras e instituciones. Se habla hoy día de reforma de estructuras. Es casi una obsesión entre la gente joven y también entre la mayor. Se habla, por otra parte, del rechazo que la gente joven hace de las estructuras actuales y frecuentemente se confunden estructuras e ins­tituciones. En el campo económico —y tomo el ejemplo de la economía, porque es un terreno bastante familiar para todos nosotros— la estructura general es el sistema capitalista o el sistema socialista de producción y de con­sumo de bienes. Las estructuras, lo véis por la historia de nuestro mundo actual, cambian muy lentamente, cambian con gran dificultad y habitualmente están acompañados los cambios de grandes, profundos transtornos, o por lo menos del alteraciones de tipo social, politico.

El mundo lleva viviendo en el sistema capitalista, por lo menos, desde el año 1773, cuando empieza la industrialización y la acumulación de capitales en Inglaterra y, a pesar de todos los agoreros, todavía el capitalismo, aunque haya experimentado tal o cual evolución, sigue siendo la estructura econó­mica fundamental del mundo occidental y de una manera o de otra, más o menos disimulada, tiene también vigencia en otros países, incluso en el tercer mundo, y en los países socialistas. Sabéis lo que es el montaje de la estructura económica que llamamos capitalismo: el capital por una parte, el trabajo por otra, el trabajo subordinado al capital. Y, naturalmente, lo que es la producción y la distribución de bienes; todo ello sometido a la ganancia, al lucro.

Las instituciones son algo completamente distinto. En ellas es más fácil el cambio, mucho más sencillo y elemental. Dentro del mundo económico se puede pasar de un tipo de empresa a otro, de los grupos a las corporaciones, los bancos pueden hacerse multinacionales. Estamos ante un cambio de ins­tituciones y la estructura sigue siendo idéntica.

Vamos entonces a ceñirnos a este primer punto, porque creo que nos puede servir de contexto histórico y sociológico de la problemática apostólica y misionera de cualquier congregación religiosa y también de la vuestra. No creo que haga falta decirlo: no soy marxista, soy ferviente anticomunista, aunque hay muchos valores, muchos rasgos del marxismo que me convencen plenamente como cristiano. Sin embargo, voy a aceptar el punto de partida de Marx, cuando dice que la organización de nuestra vida, de nuestras estruc­turas depende fundamentalmente del modo de producción. Una visión his­tórica muy sencilla va a desembocar en nuestra época actual. Los grandes cambios, dentro de la vida religiosa, dentro de las congregaciones religiosas, se puede decir «grosso modo» ciñéndonos a ese principio que acabo de anun­ciar, se deben a los cambios de tipo social y económico. La vida monástica, en primer lugar, la vida mendicante, la vida que inauguran en la historia de la Iglesia los jesuitas, la vida religiosa que empieza a partir de la revolución francesa, incluso la vida de los mismos institutos seculares, van correspon­diendo a los grandes cambios de tipo económico, social y político de la his­toria de Europa. Sabéis perfectamente cómo se parece, en el fondo, la vida monástica a la feudal. El abad era un gran señor con derecho, no diré de vida o muerte, como los señores feudales, sobre los monjes, pero, hasta cierto punto, con derechos muy completos dentro del ámbito de su monasterio; la división entre los padres, los monjes y los siervos; los monjes que trabajan la tierra carecen de una serie de derechos, etc. La misma restauración del monaquismo en el siglo pasado es, en el fondo, una restauración de tipo ro­mántico. Obedece también a un romanticismo en el arte, literatura, hasta en la política que estuvo en vigor en la segunda mitad del siglo XDC. Cuando poco a poco se va agotando el monaquismo aparecen en la Iglesia las Ordenes Mendicantes. Estas responden perfectamente al mundo artesanal y comercial que sucede al mundo feudal y rural que fue el mundo de la Edad Media. Los franciscanos y en gran parte los dominicos, en general las órdenes men­dicantes no pueden tener vigencia y ni siquiera existencía sino en la sociedad en la que nacen, una sociedad en la que la abundancia de bienes empieza a ser general, por lo menos en ciertas zonas de Europa. El mendigo romántico, el mendigo vagabundo puede ser mantenido por la sociedad. El monje que no posee tierras y que no trabaja puede tener sentido. La estructura de las órdenes mendicantes corresponde, en gran parte, a las estructuras que se inician en el mundo de los siglos xiv, xv.

Me interesa más el tercer cambio, porque tiene incluso vigencia en nues­tros días, el que introduce la Compañía de Jesús. Se ha dicho que la Compañía de Jesús se organiza como un ejército. El ejército nacional aparece en el si­glo xvi. Hasta entonces no existían más que bandas de guerreros al servicio de un señor feudal. La Compañía de Jesús, en su estructura general —deje­mos de nuevo las instituciones—, responde perfectamente a un mundo lan­zado a la conquista, a un mundo emprendedor que inicia obras por todas las partes con cierto maquiavelismo, con cierta manipulación de los hombres. Un mundo del siglo xvi cuyo carácter principal es conquistar. Es, en este momento, cuando la Iglesia católica, debido a la influencia sobre todo de la Compañía de Jesús, pone como meta fundamental o como fondo principal de su actuación el conquistar. Será conquistar el mundo de la inteligencia, el mundo obrero, será conquistar a la aristocracia. La palabra conquista, —palabra nueva hasta este momento— no va a abandonar el apostolado y la acción misionera de la Iglesia hasta nuestra época. Y todavía hoy la palabra conquistar, aunque naturalmente más desprestigiada, sigue todavía latiendo en la mayor parte de las obras que la Iglesia, a través de sus congregaciones religiosas y misioneras, viene realizando. No hay que decir que las congrega­ciones religiosas estrictamente misioneras en países del tercer mundo, como decimos ahora, responden también a una estructura colonialista que se inicia en Europa en el siglo pasado. Es casi una exigencia el que sea ese el momento en el que nacen las congregaciones estrictamente misioneras, lo cual no quiere decir que antes del siglo xIx no hubiera habido congregaciones que se dedi­caran a las misiones.

Las congregaciones que nacen después de la Revolución francesa son unas congregaciones de restauración, son congregaciones de defensa, defensa de la herencia cristiana. Exactamente igual que la sociedad de la restauración en Francia es una sociedad que intenta conservar, que intenta defenderse del rápido cambio que se va produciendo en Europa, a partir del primer tercio del siglo xix.

Con esto yo quería desembocar en nuestra época, y ver qué estructura tiene nuestra sociedad y cómo esa estructura repercute en las estructuras de las congregaciones religiosas. Dejaría, puesto que la organización de estas jornadas es a base de grupos de trabajo, que pensarais vosotros mismos, si el cambio que se va operando en vuestra Congregación es un cambio estruc­tural o es únicamente un cambio de instituciones, como creo que está ocu­rriendo en la mayor parte de las congregaciones religiosas. Los signos de los tiempos, de nuestra época, sabéis perfectamente cuáles son. Enumero sola­mente unos pocos para que penséis en este posible cambio de estructura de vuestra Congregación. Los que más nos atañen son los siguientes:

En primer lugar el pluralismo. El pluralismo ideológico, ético, religio­so. Pluralismo que hace infinitamente más difícil que en el pasado el tipo de Iglesia o de congregación religiosa que intenta imponer de manera masiva o masificadora una moral, una ética, una religión, un tipo de costumbres, una forma de vida, etc.

En segundo lugar la secularización. La secularización desde el punto de vista de la sociología, significa sencillamente la lenta desaparición y la pér­dida de vigencia de todo lo que son signos sagrados en la sociedad. Signos, desde nuestro punto de vista, pueden ser las personas, las instituciones, las obras, y pueden ser otras cosas, más pequeñas, más cotidianas, como los hábitos, etc.

En tercer lugar una realidad muy importante desde el punto de vista del potencial evangelizador y misionero de vuestra Congregación. Estamos iniciando un mundo en el que el trabajo especializado, la especialización, la profesionalización es algo completamente masivo. Hace 50 ó 100 años el número de los profesionales quizá fuera el uno por ciento o el dos por ciento de toda la sociedad. El ideal es que todos los que son personal activo en una población sean gente especializada, profesionalizada, gente, además, que a partir de su profesión, y por medio de la misma, se inserte, de una manera móvil, de una manera muy dinámica y ágil en todo tipo de instituciones. Na­turalmente esto va a marcar lo que puede ser la estructura de las congregacio­nes religiosas. Juntamente con esta profesionalización del hombre actual, una cosa muy importante es la separación de profesión y vida familiar, vida de ocio, etc…

Esto significa la desaparición, a nivel mundial — sobre todo en los países occidentales— de lo que se ha llamado las instituciones totales, las institucio­ciones que regulaban la vida de trabajo, la vida familiar, la vida de amistad, la vida cultural.

Quiere decir que la misma estructura de la sociedad actual está absoluta­mente en contra, condiciona de una manera negativa este tipo de institucio­nes. Pensad en los antiguos monasterios, en los campos de concentración, en los conventos muy cerrados, en las academias militares o de comandos en las que una serie de mujeres o de hombres están juntos durante un tiempo, a ve­ces durante toda la vida. Pensad en las prisiones perpetuas en las que toda la vida transcurre bajo el mismo ambiente, bajo las mismas reglas y la misma autoridad. Nuestro mundo ha roto todo eso o está en trance de romperlo. Tan sólo encontraréis este tipo de instituciones cerradas en países como en la China continental o en ciertas organizaciones tribales, especialmente de Africa. Las comunidades religiosas, como una unidad de producción, que esto es lo que han sido hasta ahora, las religiosas o religiosos en una abadía, en un convento, en un colegio o en un hospital que producían bienes, —en los ca­sos más raros las abadías que producían chocolate, licores…— o producían servicios —el tipo de servicios que queráis— semejante tipo de comunidad reli­giosa o de grupos religiosos, como unidad de producción, no va a ser en gran parte compatible con lo que ha de ser la estructura general de la sociedad. Debido naturalmente al rasgo de pluralismo ideológico, profesional al que aludía antes.

La gente tendrá que vivir de su trabajo, de forma salarial, como viven la mayor parte de las personas. No será el trabajo de estos servicios que ya no podrán llevar, como en el pasado, el signo de conquista, ni directa ni in­directamente. Tendrá que ser un instrumento de construcción de la sociedad y de un testimonio cristiano auténtico, sincero. Y, además, tal como se va estructurando la sociedad actual, ya no será un trabajo de tipo institucional, para hacer medrar a la institución, etc. Una cosa aparece en el estudio sobre los paúles : la importancia que en la mentalidad de todos —incluso en los for­mandos de aquella época—, tenían el cuidado de los colegios apostólicos, es decir, los viveros. En la Iglesia, en cualquier grupo religioso o institución humana, se puede producir lo que la sociología denomina un desplazamiento de funciones; cuando esto sucede hay que estar vigilantes, porque, a veces, tal desplazamiento no es advertido por los miembros de la institución, secta, Iglesia o Congregación religiosa, y empieza a señalar, si no una decadencia, sí un cambio muy importante.

Una institución, en una organización humana, suele aparecer y suele cre­cer habitualmente para introducir unos valores en la sociedad, para producir unos bienes, unos servicios como ya indiqué anteriormente. Hay un momento en el que, no se sabe por qué, la institución empieza a perder de vista esa fun­ción que se asignó en su nacimiento y empieza a preocuparse por tener mucha gente o por tener mucho dinero. Es el caso clásico de las parroquias —lo han denunciado sobre todo los sociólogos norteamericanos—, que se preocupan sobre todo de tener mucho dinero, de tener muchas cosas o de tener muchos miembros. Puede ser el mismo caso de la Iglesia católica que, en un momento dado, concentra todas sus fuerzas —podemos de esto hablar largo y tendido—en preservar la ortodoxia, en que todos estén muy unidos, y quizás el infundir valores sagrados en el mundo profano deja de ser lo importante. Lo principal es la defensa de la fe, la ortodoxia. Conocemos todos la obsesión de la Iglesia, a lo largo de bastantes siglos, por mantener la fe, la ortodoxia, independiente­mente de que la vivencia de los valores evangélicos fuera patrimonio de la sociedad cristiana. Puede haber un momento en que lo más importante de una institución sea tener miembros por encima de todo. Precisamente a esto me refería al deciros que hay indicios en el estudio sociológico de vuestra congregación, y me imagino que esto ha ocurrido en todas las congregaciones, de este desplazamiento de funciones, en cuanto que ha parecido, en un mo­mento, que lo importante era tener mucha gente.

Y esto obedecía a la configuración especial de las congregaciones reli­giosas por influencia del mundo burgués, un poco obligadas —en plan de defensa contra el avance del proletariado— a ser muy vigorosas, ser muy fuer­tes, a estar siempre a la defensiva, a florecer mucho. Esto puede indudable­mente significar que las instituciones, en el plano más superficial —la estruc­tura siempre es más profunda—, se iban adecuando sobre todo a esta función que estaba desplazando quizás la función fundamental.

Para empezar a examinar el potencial misionero de vuestra congregación, voy a tener que limitarme, como decía antes, exclusivamente a las institucio­nes y en parte a las personas.

La estructura, si pudiéramos estudiarla, nos diría únicamente una cosa: una congregación que intenta prestar un servicio directo a la sociedad —sigo empleando términos sociológicos— como sería el de la palabra, o el de pro­pagar valores cristianos, o si queréis el de los sacramentos, y que no responda, en su estructura general, a la estructura de la sociedad actual, va a encontrar continuamente contradicciones, obstáculos, dificultades para realizar esta función. Yo brindo el estudio, el análisis a algún grupo de trabajo, que vaya pensando si la estructura general de la C.M. se va adecuando, poco a poco, a la estructura general de nuestra sociedad pluralista, secularizada, profe­sionalizada, enemiga de las instituciones totales.

En cambio, sí podemos hablar de instituciones. Las instituciones —tal como he explicado el concepto al principio de mi charla— serían la autoridad, la vida comunitaria, o si queréis, en vuestro caso concreto: Iglesias de culto, parroquias, escuelas apostólicas, ministerio de la palabra, atención a las Hijas de la Cari­dad, que son obras o instituciones de tipo eminentemente apostólico, activo. Quedan al margen y fuera de examen, por falta de tiempo, el resto de las institu­ciones, vida de comunidad, autoridad, etc. Dentro de las instituciones, ciñén­dome al estudio, el primer punto es la tensión que se observó en lo que lla­maríamos reforma de las actuales instituciones —que eran fundamental­mente la postura de los religiosos un poco mayores— frente a la creación de nuevas obras, obras principalmente marcadas por el carácter de lo social,

Existía la obsesión por las obras, obsesión que todavía sigue en la menta­lidad de los que respondieron a la encuesta. Unos pocos piden que se reformen las antiguas, pero que se mantengan éstas. Otros piden la creación de obras nuevas de tipo social, fundamentalmente para los pobres, obreros, proleta­rios, en el mundo rural… Pero todavía sigue dominando, en la mentalidad general la obsesión por las obras. Es decir, en el plano de las atribuciones caben reformas (lo aceptan los padres mayores), caben incluso creaciones de instituciones nuevas (lo piden los religiosos más jóvenes, ‘fundamentalmente los formandos). En este plano de las obras no tengo posibilidad de deciros si tales obras están marcadas por la conquista o por el signo de la defensa que ha sido la característica de la Iglesia o de las congregaciones religiosas de este siglo y en parte del anterior. Los hombres maduros de la C.M. no son pro­picios a la aventura de obras nuevas. Un dato mínimo • las dos terceras partes de estos religiosos ya maduros piensan que no se debe crear ninguna obra nueva y se debe ir a la adaptación y a la reforma de las clásicas de la C.M. Los formandos tan sólo aludían en un 16 % —una parte mínima del grupo total— a la reforma de obras antiguas y pedían la creación de otras nuevas: emigrantes, suburbios, obras para el mundo obrero…

En lo que respecta a la valoración en este campo, no haré más que de­ciros: esto es positivo, esto me parece potencial para la evangelización, esto me parece dudoso o neutro, esto me parece negativo. El que los dos factores que vosotros mismos mencionásteis para la eficacia de las obras, sea en primer lugar, una formación espiritual más profunda, y en segundo lugar una prepa­ración especializada para todos, me parece un signo resueltamente positivo, es decir, vais configurándoos en este rasgo a la sociedad actual, que es pro­fesionalización, profundización de la especialización, formación continua, etcétera. El 22 % aludían a una formación espiritual más profunda, personal y de grupo, y el 18 % aludían a una mayor preparación especializada para todo. Naturalmente en estas preguntas —perdónenme este detalle metodo­lógico —, había que elegir entre siete posibilidades y entonces ya un 22 % y un 18 % resultan porcentajes bastante abultados. Un 14 % hablaba de una mayor colaboración con las Hijas de la Caridad y con los seglares, no sé si esto es mucho o poco. A los que abogaban por la inserción del religioso en todo tipo de obras y por un no corparativismo de las mismas hacia donde camina el mundo actual, sobre todo el mundo de la Iglesia católica, quizás les parezca poco este 14 % que hablaba de colaboración con las Hijas de la Caridad y con seglares. Todavía en España la colaboración con los seglares, colaboración sincera de tú a tú, dándoles responsabilidades de tipo económico es prácticamente inexistente y sigue siendo uno de los puntos más negros de nuestro catolicismo. Quizás en un futuro tengamos que lamentarnos de esto, y os lo digo, porque, como comentaba antes con vuestro superior, en los caminos de la enseñanza vamos por donde comenzó Francia a principios de siglo. Van perdiendo vigor todas las obras de ense­ñanza y en general todas las obras de servicio, de asistencia social… y quizás no hemos conseguido ir despertando la conciencia y la colaboración de los seglares y la aparición de seglares eminentes como ha sido, en cambio, un rasgo casi constante, a partir del siglo pasado, del catolicismo francés.

Hay un tercer punto importante en este tema de las instituciones que es la misma valoración de las obras, tal como las véis vosotros mismos. En pri­mer lugar, en lo referente a la preparación del personal. Las obras tal como se presentaron a los respondentes fueron las parroquias, las casas de forma­ción, las misiones, los colegios, las iglesias de culto y la atención pastoral a los distintos grupos de movimientos apostólicos que dependen de vuestra congregación. El porcentaje mayor, un 38 % de los que respondían, pensaban que las obras mejor atendidas, desde el punto de vista de la preparación de la gente que a ellas se dedicaban, eran las parroquias. La valoración de las parroquias en el mundo católico actual es objeto de una discusión que nunca acaba. Pero creo que, desde el punto de vista sociológico, de todas las obras que aquí se señalan, quizá todavía la más perenne, la de más raices en la Igle­sia —a pesar de todos los defectos de perentoriedad— sigue siendo la parro­quia. El hecho de que el 38 % le señale como la mejor cuidada es un dato fran­camente positivo. Me parece, en cambio, más negativo, la cantidad de gente que hablaba de las casas de formación que ya hemos visto anteriormente que obedece a un desplazamiento de funciones. Los pocos Paúles que pensaban que el personal de las casas de formación estaban bien preparado es un signo negativo, además del signo de interrogación que tenemos que poner en la obsesión por tener mucha gente en las casas de formación: tan sólo el 6 % de los Paúles pensaban que las casas de formación tenían el personal bien pre­parado, frente a un 75 % que pensaban que las casas de formación se llevaba la gente peor preparada. Si queréis se da aquí una contradición. Por una parte, hay obsesión por las casas de formación y se ve después por los datos que el tanto por ciento de los Paúles que pensaban que estas casas se llevaban lo me­jor, es mínimo. Creo que es hasta una reacción por parte de la Congregación y además es una constante en todas las congregaciones religiosas. El hecho de que la gente no se quiere dedicar a las casas de formación no hay que atri­buirlo, —a veces se ha hecho—, al egoísmo de los que están allí, al aburri­miento, al aspecto gris, a la falta de dinamismo que puedan tener estas obras, sino a que la gente percibe —si queréis de una manera subterránea—, que a estas obras les falta algo, que no respondan a lo que la Iglesia necesita, que no tienen total sentido etc., etc. No puedo creer que en todas las congrega­ciones religiosas, los religiosos mejor preparados no quieran atender las casas de formación si realmente por dentro sienten que ellas responden a una autén­tica necesidad de la Iglesia. Quizá, si queréis, estoy exagerando un poco en este punto, porque me temo, no sé si por suerte o por desgracia, que las casas de formación, en los últimos cuatro años, en todas las congregaciones reli­giosas, también en la vuestra, han dejado de tener la importancia y el vo­lumen que tenían anteriormente. De todas las formas trabajo con datos de hace tres años.

En cuanto a la dedicación del personal atendiendo a tres factores con­cretos:

— más gente dedicada a las distintas obras,

— más gente preparada,

— y más recursos de la C.M. volcados en tales tipos de obras, habría que decir: las casas de formación según la encuesta se llevaban mucha gente, pero mal preparada. Esta era la visión más peyorativa de todas las obras que vues­tra congregación tenía emprendidas. Las parroquias ocupan el extremo opues­to, es decir, llevaban prácticamente, según parece, la mejor gente, —por lo me­nos desde el punto de vista cualitativo e incluso desde el punto de vista cuantita­tivo— ya que vuestras declaraciones ocupan el segundo puesto en la cantidad de gente dedicada a las mismas. Los colegios ocupan un lugar parecido a las casas de formación. De nuevo habría que pensar que la gente, tanto en vuestra Congregación como en otras, que empezaba a no valorar los colegios católi­cos clásicos, estaba respondiendo de una manera consciente o inconsciente a una corriente histórica que pide que la Iglesia no le esté sacando las castañas del fuego al Estado, y a la educación de los ciudadanos, sobre todo cuando éstos, como ocurre en la enseñanza católica por lo menos en España, —en gran parte, las Hijas de la Caridad son una excepción—, son ciudadanos que pueden pagarse sus gastos colegiales.

En cuanto a la valoración de las obras no voy a comentar un cuadro muy amplio que se incluyó en el estudio. Se pidió a los Paúles que valoraran las distintas obras según el criterio de adaptación a los cambios religiosos y a los cambios de la Iglesia española según la crítica interna dentro de la Congregación, según la importancia, la eficacia en la planificación y el porvenir.

No voy a comentar el cuadro completo sino destacar únicamente algunos puntos más importantes. Me parece un signo positivo el que las parroquias obtengan una puntuación quizá la más completa, la más alta prácticamente en todos los terrenos. El nivel de crítica de la parroquia, el año 69 al menos, era en general muy bajo, el menor de entre todas las obras. Es curioso que la eficacia de parroquia aparezca menos reconocida que las misiones. Yo no estoy realmente al tanto de la eficacia, del valor y de la estructura interna de las misiones que vosotros realizáis. Tan sólo una palabra sobre este tema de la presentación del mensaje al mundo actual. Sabéis que nuestra cultura, principalmente en España, es una cultura fundamentalmente de la imagen y si queréis, en segundo lugar, una cultura de la participación; esto al menos desde el punto de vista sociológico. El otro día hablaba yo con el jefe de per­sonal de T.V.E. y me decía: «no sabes hasta qué punto un ministro es capaz de bombardear con llamadas telefónicas imperiosas a TV para que se le con­ceda diez segundos más que a otros». Porque el que aparezca en tal o cual momento un ministro antes que otro, o aparezca un ministro hablando un poco más de tiempo que otro, para su prestigio y para su futuro político tiene una importancia incalculable. Esto quiere decir que el hecho de que un señor aparezca un día en público y hable mal, de tal o cual persona, o el hecho de que escriba un libro o un libelo entero hablando mal de alguien tiene mu­cho menos importancia que el hecho de que un ministro pueda hablar en público un minuto más que otro o que pueda hablar y el otro no pueda hacerlo. Os decía que España, desde este punto de vista, es un país ex­cepcional, porque en otros países, por lo menos de la Europa occidental, la TV está más balanceada por el libro, la prensa, la revista… En España no. En España, como ha ocurrido también en otros países más subdesarrollados, la TV ha irrumpido en el campo cultural, cuando todavía el libro, la prensa y la revista eran algo que no se consumía de una manera masiva.

Juntamente con esto, por lo menos, a nivel juvenil, la cultura actual es una cultura de la participación. Todo lo que no se haga de una manera parti­cipativa, de una manera creadora, etc… al hombre joven le parece manco, le parece falto de algo y le parece indudablemente ineficaz. Yo sí quisiera que pensárais si vuestras misiones, que aquí aparecen como de gran eficacia en la encuesta, responden a la cultura de la imagen y a la cultura de la participación que son características del mundo actual.

Al hablar sobre los colegios hay que hacer una distinción fundamental: no es lo mismo colegio que educación. El colegio es la educación en un marco constitucional concreto, totalmente orientado al mundo burgués etc… El colegio, aunque no creo sea una obra muy importante entre vosotros ni mu­cho menos mayoritaria, ha sido valorada como una de las obras de menos eficacia, que menos responde a las necesidades de la sociedad etc… Me parece esto un punto positivo para vuestra Congregación, aunque mi Congregación se dedique fundamentalmente a los Colegios.

Vengo ahora inmediatamente al punto que ya adelanté hace algunos mi­nutos, que me parecía peligroso y era el hecho de que el trabajo más eficaz, según la mentalidad de los que respondieron a la encuesta, el año 69, entre es muy importante. Me pareció en aquel momento muy negativo el hecho de que el ateísmo de masas (quizás se veía con menos urgencia, con menos lu­cidez el año 69 que hoy), fuera un fenómeno sobre el cual la información de los Paúles, tal como aparecía en el estudio, fuera tan baja. Creo que la presentación del mensaje cristiano hoy tiene que partir de este hecho, el hecho ya admitido de que el ateísmo es hoy fenómeno de masas por primera vez en la Historia de la Humanidad. Aparte de esta baja información del pro­blema del ateísmo de masas, en la información sobre la situación de nuestra sociedad, bajo el punto de vista político, me llamó la atención el inmediatismo, — así lo llamé yo en aquel momento— es decir, el hecho de que de los proble­mas políticos que se planteaban en España, en el año 69, el más importante fuera el de la sucesión del régimen (decimos que es inmediato desde hace ya un siglo, pero indudablemente me imagino que cada vez es más inmediato). La obsesión por este problema es grave. Creo que cada vez es más grave ya que puede ocultar y de hecho oculta, para muchas personas, problemas de tipo político y de tipo social, en el fondo mucho más importantes que el tema de la sucesión. La falta de pluralismo político fue mencionado por muy pocos re­ligiosos, lo mismo que la falta de libertad política; las relaciones Estado-Iglesia, solamente un 2 % pensaban que era un problema importante de tipo político y ya veis que en los últimos años, sobre todo a partir de los 70, ha pasado a ser uno de los problemas más importantes desde el punto de vista nacional y eclesial. El problema regional, que a juzgar por los sociólogos que mejor conocen España, pienso ahora en el profesor Linz, español, pero trabajando en la Universidad de Yale en Estados Unidos, es el problema número uno con el que se enfrentará España en los próximos 20 ó 30 años, tampoco aparece mencionado en vuestro estudio.

El problema político de la sucesión del Régimen se irá arreglando pero el problema regional lo tienen planteado hoy en día países como Francia, Bél­gica, Irlanda y en España es todavía mucho más grave porque los que quieren separarse o hasta cierto punto independizarse son las regiones más ricas, cosa que no ocurre en ninguna parte del mundo. Normalmente son las partes más pobres y deprimidas las que tienen anhelo de independencia. Eso en el año 69 sólo lo percibían como importante en España un 2 % de los Paúles y creo, sin embargo, que se va a convertir en un problema muy acuciante sobre todo porque la implicación eclesial en este problema es cada vez mayor. Igualmente infravalorado aparece el tema de las relaciones entre el Estado y la Iglesia, tan sólo el 2 % de los Paúles lo consideraban el problema político más importante. A mi juicio, la base de la mayor parte de los desconciertos, de las confusiones sobre qué es la vida religiosa, cuál es el rol, el papel del religioso en la sociedad, el profetismo en la Iglesia, la función de protesta de las con­gregaciones religiosas, el religioso como disconforme o incluso como revo­lucionario, todo esto• que es hoy capital dentro del mundo religioso y sobre todo dentro del mundo religioso joven, depende de la visión que se tiene de la Iglesia en relación con la sociedad.

Si fuéramos profundizando en la mentalidad y en el mundo de valores internos de las personas, que sobre estos puntos toman actitudes muy contra­puestas, siempre encontraríamos concepciones radicalmente distintas sobre cuál es el papel de la Iglesia en una sociedad. Es un papel de reforma, de pro­testa, de colaboración, de sumisión, es papel de dominio, de conquista etc… Entonces me llamó la atención, me la llama todavía más hoy después de los acontecimientos de los tres últimos años, el hecho de que tan sólo un 2 % de Paúles pensaban que era un problema importante, lo cual me daba a entender —perdonadme si os parece una crítica negativa— que el nivel de información sobre lo que realmente estaba pasando en nuestro país era muy bajo entre vosotros. Lo cual puede tener un gran significado a la hora de tomar deci­siones acerca del tipo de información que se ha de dar a los Paúles, el tipo de obras que se ha de adoptar, el tipo de reformas que se ha de emprender en las obras clásicas. Como os decía antes, creo que es de vital importancia; por­que quien controla la información, controla la decisión y esto es un princi­pio jamás desmentido.

Aparte de la situación política en nuestro país, otro tema importante era la visión que tienen los Paúles de la situación social del país. Comprendo que en gran parte las deficiencias, en el nivel de la información, son también debidas a la actual situación española, a la dificultad de informarse bien, a los obstáculos que se encuentran para la información sobre todo desde que se creó el Ministerio del mismo nombre, pero es también un principio de sociología religiosa y de sociología del mensaje cristiano, el hecho de que los signos sagrados, los signos que la Iglesia tiene que presentar ante la sociedad, independientemente de su valor objetivo, dependen totalmente del contexto social y político de una sociedad determinada. Entonces puede ocurrir lo si­guiente: un nivel deficiente de información sobre la situación social de un país significa la creación o el mantenimiento de signos que son percibidos de forma equívoca por la sociedad. Las congregaciones que se dedican a la enseñanza están luchando con esto desde hace ya muchos años. Se entregan con mucho entusiasmo, con toda generosidad a la enseñanza. En muchísimos casos, como os decía antes, pagando ellos mismos con sacrificios, etc.., a gente que se la podría pagar a sí misma, y, sin embargo, el signo de la enseñanza cató­lica es un signo tremendamente equívoco en nuestra sociedad porque ha cam­biado de forma, de configuración y quizá en ningún otro terreno más que en el terreno de la enseñanza. Cuando la enseñanza, como ocurría en el siglo pasado, estaba reconocida como el privilegio de unos cuantos y nadie se preo­cupaba que fuera un privilegio, porque todo el mundo aceptaba que fueran esas minorías quienes tenían la enseñanza, el dinero, los coches, la posición social, y no había las aspiraciones actuales de la gran masa por apoderarse de esos bienes, la Iglesia podría ofrecer enseñanza sin que el signo fuera equí­voco en absoluto. Hoy día lo es y para conocer la situación social de un país, para poder estructurar un signo de tal manera que sea ,signo de evangeliza­ción, de caridad, de desinterés etc… creo que es capital. Desde este punto de vista es interesante examinar rápidamente cuál es la visión que tenían los Paúles sobre los problemas sociales más importantes que se planteaban en la sociedad española. Los dos problemas capitales en la consideración de los Paúles eran la mala distribución de la riqueza, lo señalaban el 26 %, y el pro­blema obrero que lo señalaban el 18 %. Creo que estos problemas son impor­tantes en nuestra sociedad. No creo, sin embargo, que la actuación de la Iglesia se haya orientado a la solución de ninguno de los dos. Es curioso, problema percibido como el más importante, me podríais decir, y sin embargo, no se ha visto que la Iglesia dedique la mayor parte de sus recursos, la mayor parte de sus obras y de sus hombres a resolver esos dos problemas, y tenéis razón ya que la Iglesia no tiene una misión específica de dedicarse a la resolución de problemas sociales.

Me parece, sin embargo, significativo, el que tan sólo en el año 69 un 1 % de los Padres y Hermanos percibieran el problema de la agitación estudiantil como problema importante, y tan sólo el 1 % percibieran el problema de la juventud en general en el mismo sentido. Es decir, me da la impresión de que, al menos en este año 69, los mayores —todavía ocurre esto en la sociedad española en su conjunto— ignoran la aparición y, si queréis, hasta la constitu­ción del mundo joven, según se ha dicho con un poco de exageración, como una clase social nueva, como la clase que en parte reemplaza al proletariado, al mundo obrero en su lucha por una mayor igualdad y por un mayor dina­mismo social… Esto significa que en la mentalidad reinante en vuestra Congre­gación, el que la juventud fuera una fuerza nueva, clase nueva, grupo de cho­que etc., es algo que al menos en el año 69 estaba totalmente ausente. En el planteamiento de obras nuevas y en las reformas de las ya existentes esto puede tener un peso, si las cosas continúan tal como estaban en el año 69, a mi juicio, negativo.

Finalmente el tercer punto: la percepción y la visión que tenían los Paúles de los problemas de la Iglesia española. El primer problema destacado por los Paúles era el problema del clero en general: falta de formación del mismo, desconexión con el pueblo, choques generacionales, etc., lo señalaban un 22 % de los Padres y hermanos y un 19 % de los formanados. Me parece un signo normal. Es lógico que nosotros percibamos sobre todo los problemas del clero aunque esto puede significar o seguir significando un cierto mundo cerrado, muy característico del clero en la Iglesia católica, principalmente entre nos­otros. Es curioso observar, y es un signo malo, sobre todo en el grupo de los padres y de los religiosos un poco mayores, el hecho de que las relaciones con el Estado, la falta de libertad frente al Estado, la excesiva politización del clero y de la jerarquía, tan sólo sea un problema importante de la Iglesia católica para un 12 % de los Padres, cuando es posiblemente el problema prin­cipal que tiene planteado la Iglesia, tanto para el mundo joven como para el no tan joven en general, en nuestro país. Los formandos ya lo percibían como importante un 20 %; los religiosos de más de 50 años, tan sólo lo consideraban importante un 4 %. Creo que esto es capital, porque si este problema se per­cibe como importante, las obras van a conseguir una configuración A, y, si se considera como problema poco importante las obras seguirán como hasta ahora o tendrán una configuración de tipo B, y creo que el que las obras o la formaeión de la gente se configuren de manera A o de manera B puede ser decisivo para lo que es el potencial evangelizador de vuestra Congregación. Es curioso que bastantes Paúles, el 18 % de los formandos, y un 13 % de los ya mayores, señalaban como problema importante de la Iglesia española, lo que es puramente una consecuencia de lo anterior, es decir, las deficiencias de los católicos.

Si me dijerais cuáles son los dos pivotes sobre los que descansa este tipo de católico español, masivo, poco formado, poco interesado, apático en ge­neral, salvando minorías, que ha sido patrimonio nuestro durante tanto tiempo, yo os señalaría dos puntos: clericalismo de la Iglesia y politización de la misma; y esto que aparece como importante, repito, para un 13 % de los Paúles mayores y de un 18 % de los formandos, es consecuencia y un sub­producto de lo anterior.

Cuarto problema señalado por los Paúles —muy pocos lo han señalado: un 6 % de los formandos y un 3 % de los Paúles ‘mayores— la falta de apli­cación del Concilio dentro de la vida española. Si queréis es un punto menor pero importante. Si ahora alguien emprendiera la tarea, un poco desanima-dora, de ir estudiando los diversos puntos del Concilio que se están aplicando entre nosotros, encontrará que es un problema más importante de lo que aparecía como mentalidad general entre vosotros.

Creo que esto sería lo fundamental de mi conferencia, peto quisiera aca­bar con una cosa, ya al margen de lo que es realmente el examen de vuestro estudio : es una nota de esperanza y una forma de orientar lo que puede ser el tipo de hombre, no tanto el de ahora, como aquel al que la Iglesia puede aspirar en los próximos años. Os voy a citar el testimonio de un judío, semi-sociólogo, semi-literato, pero que tiene la peculiaridad de ser, en el mundo norteamericano, el hombre que ha sido hoy un poco el profeta del mundo joven, y el que más ha defendido ese mundo. Es el norteamericano Paul Good­man. Hay ya un libro suyo traducido al castellano, cuyo título es: «Problemas de la juventud en la sociedad organizada».1

Dice él: «Cuando yo estaba en mis primeros años de universidad, en la promoción del año 1931, pensábamos, justificadamente o no, que un semi­narista (aquí habla en general del seminarista, lo mismo sea católico, que protestante que judío) era intelectualmente un hombre mediocre a la altura de un cadete del ejército, pero menos sexi, con menos atractivo sexual. Hoy se estima probablemente que es más inteligente y de más finura espiritual que la media. Existen razones varias, a mi juicio, que explican este cambio. Hoy un joven profundo y con espíritu que desea convertirse en un profesional (acordaos del rasgo de profesionalización de nuestro mundo) puede orien­tarse hacia el ministerio, hacia la vida sacerdotal, etc… por el hueco exis­tente en el resto de las profesiones que se han ido haciendo áridas o moralmente inaceptables».

Ahora resumo sus ideas. «La medicina (hablo de Estados Unidos), tiene todavía una noble imagen, pero manchada por el afán de lucro y por las ma­nipulaciones entre los médicos, etc. La arquitectura, la educación, la psico­logía clínica siguen teniendo una buena imagen pero todo el mundo sabe que se ejercen en muy malas condiciones de tipo moral y profesional. El derecho ha ido poco a poco tiñéndose de profesión moral, de profesión que se vende. Las ciencias físicas, las empalma inmediatamente un joven auténtico con la guerra y con el servicio de la guerra. La ingeniería, exactamente igual con la lecnología mal usada, con la sociedad de consumo». Dice entonces: «Si un jo­ven se siente orientado hoy hacia una educación progresiva y que intente desarrollar lo mejor del hombre, hacia la psicología, hacia el desarrollo de la comunidad, hacia el teatro, hacia la ayuda legal, hacia la política, puede esperar sentirse más libre en el ministerio que en el sistema escolar, que en el departamento de beneficiencia, que en el partido democrático etc.»

Si queréis, resumiéndolo: Si una Congregación religiosa consigue propor­cionar a la gente joven la imagen de un hombre liberado, de un hombre que se interesa y que está en verdad en el corazón de los problemas actuales, y donde se cuecen las grandes decisiones de nuestra sociedad, que puede decir en cada momento lo que piensa, no lo que dicen que tiene que pensar… puede ocurrir que cuando la gente se vaya cansando de las antiguas profesiones que han ido poco a poco deteriorándose ante los jóvenes de más valor, es posible que entonces se iniciara un momento de reconversión, aunque hoy, tal como se encuentra la Iglesia y las Congregaciones religiosas, nos pueda parecer muy problemático y utópico. No sé, creo que dependerá de esa imaginación crea­dora que según el famoso crítico anónimo de la Sorbona, debe tomar el poder también dentro de las congregaciones religiosas, dependerá de la imaginación creadora, de la fantasía del que no tiene miedo a las utopías, de esa gracia especial que viene de Dios y que es también cierta capacidad personal para imaginarse cosas y para lanzarse un poco a la aventura. Una Congregación recobra y aumenta toda su capacidad y todo su caudal apostólico, si es capaz de ofrecer este tipo de esquemas vitales que hoy día, según confesión de Paul Goodman, entre los mejores estudiantes de universidad el mundo secular apenas puede proporcionar a la juventud. Tanto los jóvenes como las per­sonas mayores que estáis aquí, podéis pensar si tenéis ese caudal de fantasía, de imaginación creadora, o si todavía, no tenéis el suficiente, debéis pensar en ir adquiriéndolo poco a poco.

  1. PAUL GOODMAN. Problemas de la juventud en Ir soctedad organizada, Ediciones Peninsula, Barcelona, 1971.

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