El valor del catecismo en san Vicente de Paúl (VI)

Mitxel OlabuénagaEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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2.5. IMPORTANCIA DE UNA BUENA COMUNICACIÓN Y DE UNA PASTORAL ADECUADA

Hemos contemplado los hechos y, sobre todo, los proyectos y actividades de Vicente de Paúl y sus misioneros en cuanto a las misiones y al catecismo. Por lo que podemos saber, un cier­to éxito les acompañó y, por eso mismo, sospechamos que, también, el hacerlo bien. Antes de avanzar más, es muy conve­niente que nos hagamos algunas preguntas sobre Vicente de Paúl y sus misioneros; y, también, de dar con respuestas al res­pecto. ¿Fueron capaces de ejercer una buena comunicación pastoral? ¿Conmovieron con sus predicaciones y se hicieron entender en sus enseñanzas? ¿Supieron suscitar y mantener una pastoral adecuada? Porque, no nos cabe la más mínima duda que una buena comunicación es muy importante, y que des­arrollar la pastoral más adecuada lo es también. La palabra, si va acompañada de unos gestos, actitudes y acciones bien con­juntados abre a la gracia de Dios, impele a vivir conforme al querer de Dios, provoca un cambio o conversión en el pueblo de Dios, sediento de su bondad y su misericordia. Pero, dejé­monos de teoría, y, aunque solo sea a grandes rasgos y poco a vuela pluma, veámoslo.

Si el fruto de las misiones viene del catecismo»‘ y el éxito de las misiones se medía por el número de personas que hacían, al final de las mismas, confesión general, aquellas gentes de los campos, rudos, ignorantes, pobres, tuvieron que quedar conmo­vidos y convencidos por el trabajo y el bien hacer de los misio­neros. En principio, eso nos llevaría a desechar la más mínima duda. Podemos aducir, en esta dirección, el suceso que tanto impactó a Vicente de Paúl por la interpelación del hugonote durante la misión en Montmirail y Marchais, y su posterior con­versión». Sabemos que la entrega apasionada de los misioneros reverencia hacia todo aquello que se refiere a Dios»I19. Podemos aducir otro testimonio más, el del H. Beltrán Ducoumeau, que declaró que «todos estaban edificados por un modo de exponer que exhalaba paz y revelaba la unión del santo con Dios».

¿Qué había en Vicente de Paúl? No nos cabe la más mínima duda que Vicente de Paúl, en primer lugar, tenía a Dios en su corazón; al Dios compasivo y misericordioso que lo había aco­gido a él con compasión y misericordia y lo había llenado de sen­cillez, humildad, mansedumbre y pasión por los pobres, los sen­cillos, los ignorantes, los abandonados, y, por ese motivo, se ha sentido llamado, vocacionado, para ir a ellos y contagiarles de ese DiosI21. En segundo lugar, él mismo estaba tan convencido de que el estilo y lenguaje por él propuesto tenía que hacer «milagros», que comunica a un misionero que los mismos acto­res de teatro están empezando a cambiar en su dicción, en su tono, en su gesticulaciónI22. Como sabemos ya, ese «hablar a lo misionero» es el que hace que la palabra llegue al corazón del en la instrucción de las gentes del campo y el bien hacer de los mismos en su tarea cambió la postura del hugonote y le llevó a la conversión.

Por otra parte, algunos años antes, en 1617 y en Chátillon, descubrimos que Vicente de Paúl fue persuasivo y convincente. Mientras se estaba revistiendo para celebrar la eucaristía recibió una comunicación que le afectó de lleno. Cambió su homilía, y actuó el Espíritu de Dios. Todos los historiadores resaltan el hecho. Utilicemos el relato de uno de ellos:

«Vicente olvidó lo que tenía preparado. Había intuido que servir a Dios era servir al prójimo. Si por lo tanto los feligreses de Chátillon querían buscar el «reino de Dios», no debían ir lejos. Ni a Roma ni a Jerusalén. Dios estaba a pocos centenares de metros de su casa. La gente, escuchando este sermón y el modo como el santo proponía sus ideas, no daba crédito a sus sentidos. Por fin alguien se hacía entender. Decía algo concreto, accesible. Cosas que aún ellos podían hacer.

Este historiador, y con el todos los demás, resalta que Vicen­te de Paúl se hizo entender bien. Y obtuvo el resultado más ines­perado, pues los vecinos de aquella población ejercieron la cari­dad con la familia enferma. Dios se había servido de él para tocar las entrañas cristianas de aquellas buenas gentes.

Otro tanto podríamos deducir de su sermón en Folleville, al comienzo de su actividad misionera. Él mismo reconoce que «todas aquellas gentes se vieron tan tocadas de Dios, que acudie­ron a hacer su confesión general». El retrato de Vicente de Paúl que nos legó por escrito su mismo secretario, Luis Robineau, avala cuanto venimos diciendo: «Aun cuando Vicente hable de temas comunes, todos saben que lo hace con una fuerza no común, porque su elocuencia y la gracia que la anima, le hacen tratar los asuntos más comunes con tanta devoción, que siempre los infunde en los oyentes, imprimiendo en su alma estima y reverencia hacia todo aquello que se refiere a Dios». Podemos aducir otro testimonio más, el del H. Beltrán Ducourneau, que declaró que «todos estaban edificados por un modo de exponer que exhalaba paz y revelaba la unión del santo con Dios».

¿Qué había en Vicente de Paúl? No nos cabe la más mínima duda que Vicente de Paúl, en primer lugar, tenía a Dios en su corazón; al Dios compasivo y misericordioso que lo había aco­gido a él con compasión y misericordia y lo había llenado de sen­cillez, humildad, mansedumbre y pasión por los pobres, los sen­cillos, los ignorantes, los abandonados, y, por ese motivo, se ha sentido llamado, vocacionado, para ir a ellos y contagiarles de ese Dios. En segundo lugar, él mismo estaba tan convencido de que el estilo y lenguaje por él propuesto tenía que hacer «milagros», que comunica a un misionero que los mismos acto­res de teatro están empezando a cambiar en su dicción, en su tono, en su gesticulación’. Como sabemos ya, ese «hablar a lo misionero» es el que hace que la palabra llegue al corazón del oyente y Dios realice el resto. Pero la palabra por sí sola no basta. Tienen que acompañarla las actitudes correctas, cercanas, amables, misericordiosas, etc. Debe ser asistida por el testimonio y el ejercicio de la caridad.

Hemos contemplado lo que se decía respecto del factor comunicador de Vicente de Paúl. ¿Será posible decir lo mismo de los misioneros de su compañía? Respecto de los misioneros y de su trabajo, y de sus actitudes en las misiones, en un primer momento, se puede afirmar otro tanto. Existen testimonios feha­cientes al respecto. Por ejemplo, en una ocasión el obispo de Ginebra refería a Vicente de Paúl lo siguiente:

«Todo el mundo los quiere, los aprecia y los alaba unánimemente. Ciertamente, padre, su doctrina es muy santa y su conducta también. Les dan a todos una grandísima edificación por su vida irreprochable. Cuan­do acaban su misión en una aldea, se marchan de allí para ir a otra, y todo el pueblo los acompaña con lágrimas y gemidos diciendo «¡Ay, Dios mío!, ¿qué vamos a hacer? ¡Se nos marchan nuestros buenos Padres!», y durante varios días van a buscarlos a las otras aldeas donde se hallan.

El texto es lo suficientemente gráfico y expreso que no preci­sa comentario al respecto. Confirma todo lo dicho anteriormen­te. Aún podemos explayarnos un poquito más. Existe en los ana­les de la Misión otro testimonio sugerente y significativo. Me refiero a la misión que dio en Córcega la comunidad de Géno­va»’. Al frente de la misión estuvieron los padres Martin y Blatiron. La misión fue dura, difícil. Los misionados estaban divididos, enfrentados; la inmensa mayoría eran bandidos y malhechores. Pero el final de la misión resultó conmovedor. Fruto del trabajo y del bien hacer de los misioneros, con la colaboración de la gracia de Dios, fueron las conversiones y reconciliaciones que se dieron. Los primeros tocados por la gracia de Dios fueron los sacerdotes de la isla, que vivían muy disoluta y desordenada­mente; a continuación, todas las familias. Los misioneros relata­ron a Vicente de Paúl el resultado de la misión, y finalizaron su relato con estas palabras: «en otros países es muy ordinario ver llorar a los penitentes a los pies del confesor; pero en Córcega esto es un pequeño milagro». Y Vicente de Paúl lo comunica en una conferencia en la que está presente uno de aquellos misio­neros, Juan Martin126. Y, después de haber escuchado la respues­ta del misionero sobre la veracidad de lo dicho: «Sí, padre, así es», exclama Vicente de Paúl:

«¡Oh Salvador! ¡Qué cosa tan prodigiosa! ¡Los bandidos converti­dos por las predicaciones hechas según el pequeño método! ¡Ay, padres! ¡Hasta los bandidos convertidos!».

Podríamos señalar algunos ejemplos más. No insistiremos en ello. De lo expuesto, sacamos la conclusión siguiente: Vicente de Paúl y sus misioneros fueron buenos comunicadores; comunicadores tales que calaban en las entrañas de quienes les escuchaban, fueran más o menos doctos o ignorantes, más o menos bandidos o criminales. Narrando estas cosas, concluye L. Mezzadri con estas palabras: «Todo esto hacía crecer la estima en que eran tenidos».

Pero Vicente de Paúl y los suyos no podrán actuar única­mente buscando el éxito. Han de buscar el fruto de las misio­nes y del catecismo, ciertamente; pero deben preferir actuar siempre como conviene actuar para realizar la voluntad de Dios. Esto se lo deja Vicente de Paúl muy claro al misionero Sansón Le Soudier: «No puedo expresarle el consuelo que siento al saber su felicidad en el cumplimiento de las reglas y el amor que siente por el retiro y por el aislamiento del mundo y sus atractivos. Esto le convertirá en un buen misionero y en hombre apostólico. Le ruego que siga con sus ánimos y que se ejercite en el catecismo y la predicación. Los misioneros tienen que dedicarse a estas funciones, y aunque no lo hagan con tanto éxito como lo hacen otros, según el juicio de los hombres, les tiene que bas­tar con saber que cumplen la voluntad de Dios y quizás con más verda­deros frutos».

A otro misionero le pide que predique con energía o conven­cimiento; pero aplicando el pequeño método. Y le recuerda que, entonces, «podrá hacerlo muy bien y con mucho éxito; tiene usted vocación para ello». De la misma manera, cuando tiene que corregir, corrige. Reprende con amor a aquellos que no se ajustan al plan propuesto y validado como eficaz. Achaca esos errores a falta de humildad y, entonces, —dice—, no se honra la manera de actuar de Jesucristo».

¿Por qué Vicente de Paúl está preocupado por ser un buen misionero, practicar bien las reglas que deben ejercitarse en las misiones, llegar al corazón de los oyentes? La respuesta parece evidente, porque está preocupado por llevar a todos los cristia­nos a que vivan bien, a que vivan como hijos de Dios y, por la tanto, a que vivan santamente»’. Con estas palabras, concreta L. Mezzadri ese vivir bien o santamente:

«Meta ideal de Vicente de Paúl fue llevar a todos los cristianos a «vivir santamente»; para esto recomendó una escuela de oración al alcance de todos, porque a menudo los sencillos oran mejor que los doctos, y labo­ró concretamente por la liberación y la promoción humana. Se expresó con los hechos, sin complacerse en excesivas afirmaciones retóricas».

Cuando uno se entrega totalmente a Dios para servir a los pobres, se hace todo de Dios y, también, todo de los pobres; se encarna en medio de ellos y les muestra, en su persona, el rostro salvífico y misericordioso de Dios. Actualiza, pues, en este mundo, a Jesucristo enviado a evangelizar a los pobres.

CEME

Santiago Barquín

 

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