El señor Vicente relee su vida (IV)

Francisco Javier Fernández ChentoVicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Bernard Kock · Traductor: Máximo Agustín. · Año publicación original: 2008.
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Regreso a Toulouse

corazonLuego, me faltaba acabar mis estudios en Toulouse, a la par que dirigía un pequeño pensionado, que me habían confiado antes de mi ordenación. El 12 de octubre de 1604 conseguía mi diploma de bachiller en teología y de licenciado para enseñar el Segundo Libro de las Sentencias de Pedro Lombardo. Nunca los he sacado a relucir, pero he guardado muy bien estos documentos. El libro segundo trata de la Creación, del pecado, de la gracia y de la libertad. Ni me sospechaba que estas cuestiones cobrarían una actualidad candente dentro de 20 años, con lo que se llama ahora el Jansenismo, derivado del nombre de Jansen, el obispo de Ypres y el autor del Augustinus, un compendio de frases de Agustín sobre el espinoso problema de la gracia y de la capacidad de elección del hombre.

Había pasado tres veces cuatro años de estudios: los cuatro años del colegio de Dax de 1592 a 1596, los cuatro años de 1597 a 1600, y los cuatro años de 1601 a 1604. Pues bien en esta época los estudiantes de la Universidad se llamaban todavía «escolares» – las «mociones de escolares eran de hecho «agitaciones de estudiantes», y vaya si las había en Toulouse. Más tarde, a mí me gustaba decirme «escolar de cuarta «. A la vuelta a la universidad, comenzaba mi carrera de profesor de Universidad, como «bachiller sentenciario», enseñante bajo la responsabilidad de un maestro. Dos años después, podría acceder al doctorado y al título de maestro. Tenía también otros proyectos en la cabeza, dada mi facilidad en entablar relaciones y por mis conocimientos de las leyes y de los procedimientos. En la primavera de 1605, partí de Burdeos para un asunto que guardé secreto, y que encuentro muy pretencioso. Pero menuda serie de aventuras comenzó entonces!

«Yo hallé, a mi regreso de Burdeos , un testamento hecho a mi favor por una buena mujer anciana de Toulouse, cuyos bienes consistían en algunos muebles y algunas tierras, que la cámara compartida de Castres le había adjudicado por trescientos o cuatrocientos escudos que un comerciante, un pillo de cuidado, le debía; para retirar parte del cual me encaminé al lugar para vender la propiedad, aconsejado por mis mejores amigos y por la necesidad que sentía de dinero para satisfacer las deudas que había contraído, y alto gasto que me imaginaba que me convenía hacer en el asunto que mi temeridad no me permite nombrar .

Ya en el lugar, me enteré que el pájaro se había marchado de su región, por una orden de captura que una buena mujer tenía contra él a propósito de la misma deuda, y me dijeron qué bien lo pasaba en Marsella viviendo a la grande. De todo lo cual mi procurador sacó la conclusión (como así lo pedía la naturaleza de los asuntos) que debía ir a Marsella, pensando que una vez preso, le podría sacar de dos a tres cientos escudos. Sin blanca para esa expedición, vendí el caballo que había pedido prestado en Toulouse, esperando pagar a la vuelta , como grande fue el deshonor por dejar mis asuntos tan embrollados; lo que lo habría hecho si Dios me hubiera dado tan feliz éxito en mi empresa como las apariencias me lo prometían.

Partí pues siguiendo estos consejos, pillé a mi hombre en Marsella, le hice encarcelar y me puse de acuerdo en trescientos escudos, que me entregó de buena gana . Iba a salir por tierra, cuando un gentilhombre, que se alojaba en la misma posada, me convenció de embarcarme con él hasta Narbona, dado que el tiempo era favorable; lo que hice para llegar antes y para ahorrar o, hablando en claro, para no llegar nunca y perderlo todo.

El viento era tan bueno como para llegar ese día a Narbona, que distaba cincuenta leguas, si Dios no hubiera permitido que tres bergantines turcos , que costeaban el golfo de León para atrapar las barcas que venían de Beaucaire , donde había feria que se tiene por una de las más bellas de la cristiandad, no hubieran cargado contra nosotros y atacado con tal fuerza que dos o tres de los nuestros murieron y todos los demás heridos, y también yo, que recibí un flechazo, que me servirá de despertador todo el resto de mi vida, no hubiéramos sido obligados a rendirnos a estos traidores y peores que tigres, las primeras muestras de furor acabar con nuestro piloto a hachazos, por haberse cargado a uno de los principales suyos, aparte de cuatro o cinco que mataron los nuestros. Con esto, nos encadenaron, después de vendarnos torpemente, prosiguieron sus fechorías y robos, dejando en libertad a los que se rendían sin combatir, después de robarles. Por último, cargados de mercancía, al cabo de seis o siete días, emprendieron la ruta de Berbería .»

Esto me llevó a Túnez, como esclavo de los musulmanes, en agosto de 1605 donde caía sucesivamente en manos de cuatro patrones. Finalmente me pude escapar, «con un pequeño esquife «, en junio de 1607.

Dejemos estas aventuras para sacar las lecciones. Yo andaba siempre a la caza de alguna renta , pero siempre frustrado, incluso siempre con deudas… Siempre decepcionado en mis esperanzas, pero nunca abatido… Siempre seducido por nuevos proyectos, y los fracasos me llevaban a diferir el reembolso de mis deudas, a pesar de mis buenas intenciones. Sabía que se podía pedir, ante notario, una dilación para reembolsar, exponiendo los motivos del retraso, y haciendo contrafirmar a un notario. Eso se llama una petición de moratoria (lograr diferir el término). Pero yo me hallaba en el extranjero, Aviñón es una tierra pontificia. Hice pues esta petición por escrito a mi protector abogado, el Sr. de Comet, y envié la misma carta a un notario, al Sr. de Arnaudin, al mismo tiempo que a mi madre, por supuesto, el 24 de julio de 1607 . Mi carta tenía un segundo objetivo: yo había hecho amistades con el nuncio, que había terminado su cargo y estaba preparándose para volver a Roma, donde «él me prometía el modo de hacer una retirada honrosa, haciéndome entrar, para sus fines, en posesión de algún beneficio digno en Francia «. Yo iba a seguirle hasta allí, pero con este fin, necesitaba una copia autenticada de mis cartas de ordenación y de mi diploma de bachiller en teología. Pedía pues al Sr. de Comet que me las enviara a Roma, prometiéndole pagar mis deudas una vez bien repuesto. Preocupado por estos proyectos financieros, yo seguía sin embargo cuidándome de mi fe y de mi piedad… Qué vamos a hacer, es algo complejo, un hombre. Esta carta al Sr de Comet contiene algunos rasgos de mi fe: la Providencia, a la que yo llamaba entonces la Fortuna, por reminiscencia de mis estudios de latín, la Santa Virgen, e incluso el concepto molinista de las relaciones de la Gracia divina y de nuestra libertad, cuando evoco al Sr. Comet la muerte de su hermano, a quien habría podido yo curar tal vez si hubiera conocido entonces los remedios aprendidos en Berbería.

A finales de octubre de 1607, en lugar de volver a Toulouse a retomar mis clases, me encontré por segunda vez en Roma, entre los familiares de Mons. de Montorio. Pero eso retrasaba también mi vuelta a Dax y el arreglo de mis deudas. Además, yo había recibido la copia de mis cartas de ordenación y de mis diplomas, pero faltaba la certificación del obispo. Escribí pues de nuevo al Sr. de Comet el 28 de febrero de 1608 a la vez para obtener estos documentos en regla, y renovar mi petición de demora para mis deudas. Esta vez escribí también al lugarteniente general de la corte de Dax, al Sr. De Lalande, pidiéndole que se la transmitiera al Procurador del Rey… En Roma, continué algunos estudios, a la vez que seguía a mi nuevo protector con sus amigos, donde se complacía en mostrar «curiosidades muy hermosas». Estas distracciones se admitían entonces después del humanismo. Pero más tarde, las cosas han cambiado, y siento vergüenza por haberme entretenido en tales chiquilladas y haber mezclado en ellas a cardenales y al Papa. Ya he quemado la copia que el sobrino del Sr. de Comet me envió el año pasado, y no he recibido los originales, que le había pedido, dándole las gracias. Si las tuviera, es que las quemaría … decir que se podría publicar esto un día…

Yo era muy sensible en el mundo del sufrimiento que acababa de ver y de experimentar. Porque conocí el Hospital de la Caridad, dirigido por los Hermanos de San Juan de Dios, y en ellos me inspiré más tarde, refiriéndome a ellos, el 24 de noviembre de 1617, en el Reglamento de la primera Cofradía de la Caridad que establecí en Châtillon-les-Dombes . Los numerosos pobres enfermos de Roma acababan entonces de encontrarse además con un gran servidor, el Padre Camille de Lellis, que vivía aún. Sus religiosos, a quienes él había denominado «Siervos de los pobres enfermos», se entregaban en el Hospital del Espíritu Santo y en los pobres a domicilio. Llamaba a los pobres enfermos «nuestros señores y nuestros amos». Decía a sus hermanos: «no sirve de nada la oración que corta el brazo a la caridad», y añadía: «es una gran perfección servir a los pobres y dejar a Dios por Dios», como yo lo repetiré con frecuencia en adelante. Más tarde, llamaré a las Damas de la Caridad, luego a las Hijas de la Caridad, «Sirvientas de los pobres enfermos» . Varias cofradías de laicos existían también en Roma, desde el Siglo XIV, en la línea de la Orden Tercera de San Francisco, socorriendo y visitando a los pobres y a los enfermos, en los hospitales y a domicilio, y el Padre Camille fundó también una, además de sus religiosos .

Es verdad que desde entonces no he vuelto a hablar de San Camilo. Hace dos años, me había olvidado hasta del nombre de los Camilos cuando los evocaba ante las Hijas de la Caridad, el 11 de noviembre de 1657: «Hay una cierta Compañía, ahora no me acuerdo del nombre, que llama a los pobres nuestros señores y nuestros amos, y tienen razón «. Si se hubiera tratado del Hospital de la Caridad de los Hermanos de San Juan de Dios, pensáis con razón que no me hubiera olvidado del nombre. Es verdad no he vuelto a hablar de ellos tampoco después de 1617, y sin embargo los había tratado en París durante tres o cuatro años…

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