En la escuela.- 2. Protegido por los Comets.- 3.Etapa en la escuela.- 4. El hijo desleal.- 5. Elección de carrera.- 6. Catalina de Comet.- 7. Las órdenes menores; Toulouse; supuesta estancia en Zaragoza.- 8. Muerte del padre; maestro de la juventud.- 9. El estudiante se entrampa; Roma.- 10. Diaconado y sacerdocio.- 11. San Vicente, más tarde, ante el problema de la obtención del sacerdocio sin la edad requerida.- 12. Ningún cargo eclesiástico; continuación de los estudios.
La escuela. Se dirá que fue un hecho sintomático de la suerte la elección de la escuela de los franciscanos para el joven Vicente. Santa María desempeña un papel preponderante en su evolución, y son los Franciscanos quienes han puesto en auge la devoción a la Santa Virgen. Junto a los Franciscanos, el joven aprendió el francés, ya que su dialecto se parecía al latín vulgar. Además de la literatura, el pensum de estudios comprendía la historia, la religión y la geografía, así como la historia natural. –erudición bastante confusa en esta época.
Protegido de los Comets. Mientras frecuentaba la escuela, Vicente era responsable de un preceptorado que le habían confiado los hermanos Comet, sus primeros bienhechores, uno de los cuales, abogado en Dax, era juez en Pouy. De este modo, el antiguo pastor conocía la antigua noble familia de magistrados, en la que se respetaban las tradiciones renacentistas del sur y de leales ciudadanos, omnipotentes y disciplinados. La mirada de este adolescente tenía tal vivacidad que su figura resultaba poco atractiva. El joven tenía, como niño sugestionable de su país, una gracia natural para las personas que quería conquistar – cualidad necesaria, cuando uno se reconoce «porquero de nacimiento». Con los Comet aprendía los hábitos de la alta sociedad, que un día tanto frecuentaría.
Etapa de la escuela. Coste sostiene que Vicente, quien más tarde se autonombra con frecuencia para humillarse «un pobre cuarto»- un alumno de primaria, que no había pasado en la escuela los nueve años de los que habla Abelly, sino solamente dos, cursando el 5º y el 4º grados. Otros biógrafos cuentan cuatro años en Dax, lo cual es normal: no hacen más que suprimir los cinco años que Abelly añade a la edad de Vicente. Éste dijo que vivió en el campo hasta la edad de los quince años: pensamos nosotros, que esto quiere decir que pasó allí las vacaciones.
El hijo desleal. Cierto día el colegial no quiso ir a saludar a su padre, quien había venido de Pouy, a seis kilómetros, para verlo. Una vez más se descubren aquí los complejos de Vicente, a los que dedicaremos más adelante un capítulo.
El padre de Vicente, el señor Depaul, tampoco goza de las simpatías de los biógrafos del santo. Se le critica su agudeza humana al especular sobre la ayuda que tendría la familia, si uno de sus miembros se hiciera eclesiástico. En todo caso, era un honesto padre de familia, quien pagaba sesenta francos anuales a la escuela de su hijo y que, más tarde, aumentaría la esperanza de la familia. El bienestar de la casa motiva, en todo, la conducta del padre, -¿por qué no debían pensar lo mismo los otros miembros de la familia? Entre tanto, conoceremos el carácter egocentrista de Vicente, verdadera fragua de energía para sublimar. Es más bien el «ego» subjetivo, y no el «nosotros» familiar, quien dirigirá sus aspiraciones. «El genio posee, sin duda, a causa de su excepcional manera de pensar y de los hilos que, quizá, lo enlazan con la patología, necesidades acrecentadas, correspondiendo a la altura que lo diferencia de los demás. Este hecho le garantiza un excedente de derechos naturales: los derechos evolucionistas». En el caso de Vicente, En el caso de Vicente, en lugar de una patología, se trata de ascetismo no deliberado, y en lugar de inteligencia superior, se trata de intuición.
Elección de carrera. Las relaciones entre bienhechor y protegido permanecen siempre ambiguas, despertando en el protegido deseos de igualdad, en la que no piensa el benefactor. ¿Qué carrera debía seguir el joven Vicente? Entre los parientes de su madre había licenciados para el parlamento de Burdeos, y la experiencia en la casa de los Comet pudo despertar en Vicente el gusto por el Derecho. Pero la corrupción en los cargos judiciales apartó al joven pobre del número de aspirantes. Los Comt lo veían claro: sin constitución física para la espada, el inteligente joven, de sonrisa cariñosa o pícara, merecía, sin embargo, alejarse de la vida despreciable de los campesinos. Vicente debía abrazar el estado eclesiástico, poco apreciado entonces, pero sin duda bastante bueno para el antiguo porquero. –Primero se horrorizó de tal proposición y, durante largo tiempo se opuso, para terminar sucumbiendo a las circunstancias. La opinión de una temprana vocación de Vicente, o de su santidad ya desde el momento de recibir las sagradas órdenes, es una fantasía hagiográfica extendida.
Lo que inspira a Vicente, en el fracaso de sus aspiraciones personales, es la idea de la madre abandonada que lo esperaba (18). Se salva con fantasías de altas ganancias por el éxito en el mundo, donde irá un día a buscar la aventura.
Catalina de Comet. La madre tendrá rivales naturales en la mente del joven. –Sabemos poco de Catalina de Comet, hija del benefactor de Vicente. Sabemos poco, también, de las relaciones que unían a los tres jóvenes, amigos de juventud: Vicente y los dos San Martín, uno de los cuales sería el esposo de Catalina y el otro, canónigo, amigo fiel de Vicente de por vida. Uno se inclina a ver en la hija de la casa el primer amor de Vicente de Paúl. Los Comet quieren imponer el voto de castidad entre él y la vida. La noble mujer será «tabú» para Vicente: «noli me tangere» – una santa Virgen para idolatrar, pero inabordable en este mundo. Cuarenta años después, el señor Vicente envía un regalo al señor San Martin, esposo de Catalina: lo hace como «alguien que está agradecido a su casa desde hace tanto tiempo», nos dice por escrito. Anteriormente los esposos habían socorrido a los pobres padres de Vicente. El regalo consistía en un cuadro, encargado expresamente por Vicente a un artista famoso. La pintura representaba la Huída a Egipto, la Virgen amamantando al niño misteriosamente y a San José, al lado, contemplándolos. La imagen de la Santa Virgen se asocia a menudo, en la conciencia del hombre, a la de una mujer amada, fruto prohibido para él. El señor Vicente acompaña el cuadro con una palabritas: «El presente, sin importancia»… etc.. En 1636, el «porquero» de antaño, habiendo llegado a mejor situación, ya no siente la amarguea por el precio pagado: venerando en persona a la Virgen celestial, siente la sensación dolorosa del triunfo.
Las órdenes menores; Toulouse; supuesta estancia en Zaragoza. El joven Vicente recibió la tonsura y las órdenes menores. Su padre vendió una yunta de bueyes; gracias a estos recursos, el hijo pudo continuar sus estudios en la universidad de Toulouse. Se ha dicho que pasó algún tiempo, también, en la universidad de Zaragoza. Sin embargo no hay ningún documento en apoyo de esta opinión. Lo que sí es cierto, es que Vicente estudió hasta 1605 en la antigua universidad de Toulouse.
Muerte del padre; maestro de la juventud. En 1598 el padre murió, favoreciendo a Vicente en su testamento: Vicente renuncia a su herencia, porque no quería ser oneroso a la familia, según Abelly. La esperanza de la familia comienza a emanciparse. –Cuando el estudiante vio que la bolsa estaba vacía, aceptó un trabajo en Buzet, cerca de Toulouse. Probablemente fue instructor familiar al comienzo. Buzet observó los comienzos de su pensionado: muy pronto los jóvenes pensionistas fueron confiados a Vicente, quien los instruía él mismo. Caballeros de la cercanía le confiaron sus hijos y venían hasta de Toulouse. Después vio la posibilidad de volver a Toulouse, donde dirigió una especia de pensión familiar.
El estudiante se entrampó; Roma. El estudiante se endeudaba. –La insolencia de los alumnos está atestiguada en la historia de la Universidad de Toulouse. Los exámenes, principalmente en las universidades de provincia, eran, hasta el siglo XVIII, muy a menudo, puro formalismo, y el sonido del dinero decidía las respuestas correctas. ¿Acaso el señor Vicente gastaba su dinero en pagar los exámenes no presentados y que eran obligatorios? Él era trabajador e inteligente, pero también astuto y amigo de una buena aventura. No obstante, las pláticas que dio más tarde, ya superior de congregaciones, demuestran, a pesar de su amor por la sencillez, estudios sólidos, aunque, quizá, un poco abandonados después. Pero, arrepentido, él se calificará como «un ignorante, un alumno de 4º grado». Esta confesión, repetida por boca de un hombre lógico como el señor Vicente, nos convence de que no todo estaba en orden en cuanto a sus estudios.
¿En qué derrochaba su dinero en una vida poco recomendable? Tal sospecha está en contradicción con el aprecio muy especial de que era objeto el joven estudiante, ya director de un pensionado de la aristocracia. Pero un pensionado que funcionaba bien debía ser suficiente para los gastos de un estudiante ejemplar de teología: «casto», dice la bula de canonización del joven aspirante al sacerdocio (34). Lo que sí es seguro, es que el viaje a Roma, hacia 1601, que se permitió con sus propios medios, no se podía llevar a cabo gratuitamente. El instinto del joven le impulsa a ir más lejos. Vicente describe, más tarde, las fuertes impresiones de este viaje a la ciudad eterna, «donde se encuentran los cuerpos de San Pedro y de San Pablo, y de tantos otros mártires y santos, que dieron su sangre y consagraron su vida a Jesucristo». Estas impresiones le emocionaron, a pesar de que estaba «lleno de pecados».
Diaconado y sacerdocio. En 1658, Ducournau, secretario del santo, preguntó al canónigo de Dax en qué año y dónde había sido ordenado sacerdote el señor Vicente; se lamentaba de que el padre no hablaba jamás de él sino para humillarse. El secretario habría recibido respuestas evasivas sobre preguntas dirigidas al mismo santo, respecto a su ordenación sacerdotal. La ordenación tuvo lugar en 1600. El señor Vicente no tenía entonces más que diez y nueve años y la edad exigida era de veinticuatro años.
En Toulouse había un obispo. La sede episcopal de Dax, vacante no ha mucho, también había sido ocupada. ¿Fue para evitar cualquier escándalo familiar que Vicente, siendo ordenado sacerdote antes de la edad, se dirigió al obispo de Périguex? – localidad céntrica durante las guerras de religión. En tal lugar, un anciano, ciego y moribundo, le confirió las órdenes sagradas en la capilla de un castillo privado, hoy «Castillo del Obispo», convertido en lugar de peregrinaciones en honor a san Vicente. El neosacerdote no iba a celebrar su primera misa en Périgueux: se marchó lejos para el momento de la santa ceremonia, impresionado como todo principiante. Él, un mortal, iba a transformar el vino en la sangre de Cristo y a perdonar los pecados de las almas. Su elección recayó en una capillita dedicada a la Santa Virgen, perdida en el bosque y sobre lo alto de una montaña, a veinte minutos del castillo de Buzet, donde Mollet presume que Vicente había sido preceptor. Ningún invitado a la primera misa; testigos: un sacerdote y un monaguillo, que asistieron respetuosamente ante el tembloroso misacantano. El corazón del joven sacerdote ¿en qué situación se encontraba al elegir el lugar de su primera misa? Ante esta pregunta se piensa, por ejemplo, en la hija del señor feudal. No sabemos qué recuerdos asaltaban a Vicente en la vieja capillita; solamente sabemos que fue bajo los ojos de cierta Virgen, que él quiso decir adios a la vida profana y mundana.
San Vicente, más tarde, ante el problema de la obtención del sacerdocio sin la edad requerida. Bastante más tarde, ya santo, Vicente se emocionaría dirigiéndose a la compañía, cuando algunos jóvenes seminaristas debían ser enviados a Roma para obtener del Papa el privilegio de ser ordenados, sin cumplir la edad requerida: «No puedo expresarle», escribe un lazarista en una carta, «con qué emoción… se diría, con qué violencia;… y a pesar de eso se lamentaba de que no sentía esa emoción, de que quizá había cometido algún pecado y que Dios le había privado de su gracia. La conciencia del señor Vicente no estaba en paz a causa de su prematura recepción sacerdotal.
Juzgarse «indigno» corresponde alas costumbre de la Iglesia. Desde 1634, Vicente, probablemente a continuación de un reciente retiro espiritual, firmaría toda su correspondencia: «indigno sacerdote de la Misión», resp. «sacerdote indigno». Algunos sacerdotes de la congregación del señor Vicente, «indignos» también a causa de su admisión prematura al sacerdocio, hacen lo mismo que su padre. Otros «sacerdotes indignos» de la compañía tuvieron, sin embargo, la edad legítima. Alguno, excediéndose, coloca un «muy indigno sacerdote». La tradición de humildad no ha cesado jamás en la antigua casa de san Vicente.
La indignidad de un sacerdote, también la del señor Vicente, puede tener más de una razón, real o supuesta. Es cierto que nunca mencionó, que hubiera sido ordenado sacerdote a una edad no debida, pero quizá se lo impidió su respeto a los prelados que fueron sus cómplices.
Ningún beneficio; continuación de los estudios. El señor Comet quiso conseguirle un cargo eclesiástico a su protegido, pero tales esperanzas fracasaron, habiéndole disputado el curato a un competidor; el señor Vicente renunció al pleito. Por lo tanto no podía aún reunirse con su madre, pues era necesario continuar los estudios. Aprobó su bachillerato en teología. Finalizados los estudios, el duque de Epernon, pariente de uno de los jóvenes caballeros alumnos en el pensionado de Vicente, tuvo la idea de consagrar obispo a un amigo de hacía veinte años. Se ha creído, que un misterioso viaje que hizo Vicente a Burdeos, origen de grandes gastos, hubiera estado en relación con este proyecto. Dice que su temeridad no le permite mencionar este asunto: por lo menos fracasó. Abelly concede a Vicente el título de licenciado en teología; Los autores de Gallia Christiana el de doctor en la misma especialidad. Cometen un error: hacia 1623, comenzando como misionero, recorriendo las tierras de los primeros mecenas de sus obras, es recibido como licenciado en derecho canónico por la Sorbona. Jamás se dio el otro título. Por el contrario, el señor Vicente muestra siempre una gran deferencia ante el título de doctor, inaccesible al superior ocupadísimo de los Padres quienes, por principio, preferían ser llamados «ignorantes». Entre los franciscanos, la erudición estaba considerada, originalmente, como un lujo semi-pagano, poco conveniente para un «trovador del Señor».
El padre de Vicente quiso verlo eclesiástico, separándolo de su familia. Esta carrera no le había satisfecho a su ego. Le habría sometido a un sistema que se puede entender bajo el nombre de «padre», por oposición a una vida que correspondería a sus propios deseos y que se puede entender bajo el nombre de «madre». El éxito se hacía esperar, éxito tan ansiado por Vicente, para acelerar su encuentro con la madre. Se vio obligado a transitar por otros caminos.