El Señor Portal y los suyos (1855-1926) (37)

Mitxel OlabuénagaHistoria de la Congregación de la MisiónLeave a Comment

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Author: Régis Ladous · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1985 · Source: Les Éditions du Cerf, Paris.
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Cuarta parte: La herencia

Capítulo I: La herencia en peligro

La crisis rusa de la Iglesia romana

En Malinas, entre Lord Halifax y el cardenal Mercier, Portal vivió sin duda algunas de sus horas más hermosas. No dejaba de ser por ello menos un hombre de aire libre que prefería los grandes bulevares parisinos a las conferencias técnicas. Publicista reprimido, nunca consolado por la desaparición de la Revue catholique des Églises, pero pedagogo feliz entre los normalistas y en la comunidad de Javel, pensaba siempre que lo importante era informar a un círculo externo de simpatizantes y formar un círculo interno de discípulos jóvenes, entregados, «verdaderos apóstoles, […] hombres de fe, empleando siempre medios sobrenaturales: la oración, fuente de gracias, la caridad que da la comprensión de las almas, incluso de aquellas de las que nos hallamos separados, la humildad que nos hace confesar nuestros defectos y faltas. Todos somos culpables con respecto a la Iglesia. Es un hecho cierto que deberíamos reconocer». Para «centuplicar sus fuerzas», estos obreros de los tiempos nuevos deben buscar en todo «[a los] cristianos que tienen sed de unión. Hallarlos, unirse a ellos con toda confianza y lealtad, es el primer paso. Es el mejor medio de instruirse sobre las dificultades y de aprender a resolverlas. Podréis así constituir en las diferentes Iglesias como «células» cuyos miembros tendrán los mismos deseos que vosotros, y por ellos y por vosotros, se ensancharán los puntos de contacto464″.

Los viajes, los encuentros, la amistad, la oración común, la formación de pequeños grupos, de «células» en las que vivir anticipadamente una cristiandad reconciliada: después de veinte años, la fórmula estaba bien experimentada. Pero necesitaba toda una red de discípulos, de estudiantes, de jóvenes sacerdotes que aceptaran entregarse sin reservas. Y era allí donde la situación, en los años 1920, resultaba preocupante. Portal no era un solitario, el piso de la calle Grenelle era una encrucijada. Pero cuántos, entre todos los que desfilaban por la pequeña oficina o se amontonaban en torno a la gran mesa de tapiz verde, estaban dispuestos a entregar su tiempo y su energía a la causa de la unión, de la que decía Portal que excluía el diletantismo? El asunto era tanto más urgente cuanto que él entraba en los noventa, y debía pensar en su sucesión, en la continuidad de la experiencia, en la transmisión de lo logrado.

Bajo el impulso de Pío XI, el unionismo había vuelto a la actualidad. No menos de once intervenciones pontificias entre 1923 y 1925. Después de un falso comienzo con Benedicto XV, el Oriente movilizaba tan bien a las fuerzas católicas que se pudo hablar de una «crisis oriental de las Iglesias latinas465». La vuelta a la intransigencia de movimiento así como los trastornos que rehacían el mapa y la estructura de los imperios ruso y otomano favorecían la renovación del Instituto oriental, la creación de una commissio pro Russia, la organización de una ayuda masiva a los emigrantes y el cuidado de sus hijos por todo un equipo de comités y de asociaciones, la fundación de círculos de estudios, de revistas como la Union des Églises, de instituciones especializadas como el seminario Saint-Basile de Lille. Los ritos griegos y eslavos atraían a militantes y parroquianos, y este apasionamiento aseguraba el éxito de los focos litúrgicos orientales.

Portal hubiera podido seguir el juego y entrar en un movimiento que le habría supuesto clientela, gratitud y honores. Pero le costaba lo suyo reconocerse en medio de esas tareas leonianas que pasaban rápidamente de la ayuda mutua al apostolado y del apostolado al proselitismo. No sabía ya halar ese lenguaje respetuoso que exaltaba la dignidad del Oriente cristiano y subrayaba las convergencias fundamentales (fe eucarística, culto mariano, sucesión apostólica…) pero echaba toda la responsabilidad del cisma a los Orientales, reservaba el vocablo «ortodoxo» a la única Iglesia romana, y comparaba las comunidades separadas a fragmentos erráticos que había que llevar con urgencia a la roca madre. Todo eso estaba animado por un espíritu de conquista fresca y gozosa, que hubiera encantado los veinte años del abate Portal; pero el septuagenario Portal encontraba más bien difícil desaparecer dejando el campo libre a estos desbordamientos caritativos y conquistadores, a esta ola de optimismo misionero que minimizaba las diferencias para facilitar el regreso de los hermanos extraviados. Comprender al otro para mejor ganárselo.

Pero con qué colaboraciones podía contar Portal para continuar la obra, sugerir otra dirección, hacer oír entre los católicos un lenguaje que calme los temores de los emigrantes rusos presa de los cazadores de almas? En primer lugar algunos supervivientes de la primera y de la segunda generaciones portalianas, la de la campaña angloromana y la de antes de la guerra. Para reagruparse y expresarse, Portal les dio una cátedra, la de la capilla de los lazaristas del 95 de la calle de Sèvres, y un público, el de la novena preparatoria a la fiesta de Pentecostés.

En la encrucijada de dos unionismos: las conferencias de la calle de Sèvres

Al organizar las conferencias de la calle de Sèvres, Portal quería recordar la dimensión espiritual del unionismo y afirmar que se trataba ante todo de unirse a la oración de Cristo. Manifestaba también su vieja convicción de que los obreros de la unión debían inspirarse en la discreción, en la humildad, en el espíritu de reforma según san Vicente de Paúl; la novena se celebraba junto a sus reliquias, que los lazaristas conservan en una urna, bien a la vista, en el coro de su capilla. Portal encontraba en ello un modo de hacerse reconocer por la institución eclesiástica. La primera y la última conferencias de cada novena eran pronunciadas en presencia del superior general de la Congregación de la Misión, Señor Verdier –amigo de infancia sin el que nada hubiera sudo posible- y de un auxiliar del arzobispo de París, Mons Chaptal, obispo de los extranjeros. De este modo no dejaba Portal todo el terreno del unionismo oficial en manos de los defensores del apostolado conquistador. Por último el ejercicio permitía a viejos compañeros reafirmar su fidelidad vulgarizando durante nueve conferencias, de hora cada una, los principales temas del unionismo portaliano.

La elección de esta fórmula es significativa. Existían a la vez por esa época dos tipos de oraciones por la unidad: la novena de Pentecostés, instituida por León XIII, quien recomendó su empleo en las cartas Provida Matris (1895) y Divinum illud munus (1897); y el octavario de enero imaginado por los anglicanos Spencer Jones y Paul Watson, aprobado por Pío X después de la conversión de Watson al catolicismo, luego impulsado por Benedicto XV que acertó a asociarse a él. Después de la guerra, el octavario fue acaparado por los movimientos del proselitismo anti-protestantes. Al promover la fórmula leoniana, Portal no se aliaba con el nuevo movimiento intransigente; se desmarcaba del unionismo musculoso. Y los que aceptaban predicar la novena sabían que se apartaban de los partidarios de la reconquista latina y de la conversión individual de los disidentes arrepentidos.

Las conferencias fueron pronunciadas por Calvet (1921), Quénet (19229, Hemmer (1923), el lazarista Dujardin (1924), el oratoriano Marie-André Dieux (1925), Mons Beaussart (1926), y en 1927, después de la muerte de Portal pero bajo su impulso, por Mons Beaupin. Aparentemente un buen ramillete de fidelidades y la seguridad para Portal de que su experiencia le sobreviviría. E. Beaupin, un antiguo del Cherche-Midi, se había especializado en las relaciones eclesiásticas internacionales; se dedicaba rebajar el ardor conquistador de las «Amistades católicas»; a partir de 1924, sus apuntes regulares en la Crónica social de Francia se esforzaron en hacer justicia a los esfuerzos de acercamiento no romanos: para Beaupin, el ecumenismo ni era sólo el concurrente desleal del unionismo católico. H. Beaussart, capellán de Stanislas después párroco de Saint-Jacques-du-Haut-Pas, había sido debidamente instruido (a lo Portal) por los normalistas que le habían aceptado como teólogo ordinario. M.-A. Dieux, antiguo alumno también de Portal, pertenecía aquel Oratorio de Francia en el que el lazarista reconocía la señal de la Escuela francesa, asociada a un espíritu de investigación y de integridad intelectual. Especialista en Pascal, amigo de Teilhard de Chardin, Dieux fue el único portaliano en comprometerse activamente en la obra de Javel. El padre Dujardin reemplazó sin preparación a Mons Batiffol, quien no quiso predicar la novena en1923. Pero Portal, que mandó dar varios retiros normalistas a los padres de San Lázaro, no se sintió molesto por asociar la pequeña compañía de los Padres de la misión a su actividad unionista.

Las dos intervenciones más importantes fueron las de Calvet y de Quénet. Calvet no eras un portaliano por convicción, sino por respeto y fidelidad; no se olvidó nunca que Portal fue el único en acogerle después de su cese del Instituto católico de Toulouse.

Por influjo de la euforia de 1920 [escribe en sus memorias], empujados por la ola de confianza, habíamos vuelto al problema de la Unión de las Iglesias, y si bien estaba resuelto a no mezclarme más en ello, me arrepentí por deferencia al padre Portal466.

De hecho, ya había vuelto en 1919, cuando había dado al Constructive Quaterly americano y a la Revue du clergé français un artículo sobre «Los católicos franceses y la Iglesia rusa 1900-1919467». Recorría en él la actividad de los portalianos desde Morel hasta Quénet, y oponía su discreción atenta y amistosa al activismo diplomático misionero de los jesuitas y asuncionistas.

En estas conferencias de 1921, presentó un cuadro de las ideas portalianas que fue del agrado del lazarista tanto más porque éste le había proporcionado documentación y consejos.

La novena fue un verdadero éxito. Notabilidades rusas asistieron a cierto número de conferencias y con entera satisfacción. La de Rusia en particular los conmovió profundamente. Casi todos mis cohermanos, jóvenes o viejos, asistieron a todas sin sentirse obligados . Y al final, el superior de la casa pidió al abate Calvet que las mandara imprimir. El caso merecía la pena468.

Portal lo prolongó reuniendo en su casa, calle Grenelle, a algunos de los oyentes. Calvet no se detuvo ahí. Puso al servicio de la causa la influencia creciente que ejercía en los medios intelectuales. Profesor en el Instituto católico de París en 1921, consejero de la Semaine des écrivains catholiques, lanzó en la revista Les Lettres un estudio sobre la unión donde se exponían las opiniones más estrechas como las ideas ecuménicas de Walter Frere y de Robert Gardiner469. En su conclusión, Calvet separa «las objeciones tristes en beneficio de un optimismo razonado, en lo que concierne a Malinas en particular, de carácter del todo portaliano470».

Pero si Calvet fue uno de los enlaces gracias a los cuales Portal ejerció una influencia difusa más allá del círculo de sus relaciones, no dejó de parecerse menos a Hemmer, a Dujardin, a Dieux, a Beaussart, a Beaupin en un punto esencial: no hizo de la unidad cristiana el objeto principal de sus preocupaciones, el centro de sus actividades, la meta de su vida. Con excepción de Quénet, los animadores de la novena del Espíritu Santo son diletantes que se ocupan de la cuestión por simpatía o respeto hacia su amigo o maestro, porque Portal los empuja, porque está ahí, presente, urgiendo. El intento le debía demasiado para ser capaz de autonomía y duración: sólo le sobrevivió por un año. La novena reestructuró la red, no le permitió transformarse en institución. Para lograrlo, Portal habría tenido que aceptar lo que el abate Quénet aceptó, él que supo ser un profesional de las relaciones interconfesionales; pero a qué precio: el abandono de las posiciones portalianas , el alineamiento en las posiciones oficiales, la normalización.

La carrera del abate Quénet

Ciando el abate Quénet se instaló en París, en 1922, Portal pudo creer que había logrado al fin colocar a uno de los suyos en el sistema unionista puesto en marcha por la jerarquía. A su regreso de Siberia, en 1919, Quénet había sido recuperado por el obispo de Amiens que le había nombrado superior adjunto del colegio San Martín, dejándole no obstante la posibilidad de ir con regularidad a París a seguir los cursos de la Escuela de estudios superiores. El abate había resuelto enseguida colocarse en el mundo del unionismo romano, redactando con destino al cardenal Gasparri un reportaje sobre Rusia, colaborando con periódicos, manteniendo contacto con diplomáticos y personalidades eslavas. Durante ese tiempo, Portal se había dedicado a encontrar para su protegido, en quien veía a un nuevo Morel, un puesto que le asegurara más influencia y libertad de acción. Le había organizado –y pagado- una temporada en Lvov, antigua Lemberg, que pasó en 1919 de la Galicia de Augsburgo a la Ukrania polaca. El abate había descendido prudentemente al seminario menor dirigido por los lazaristas (abril-junio 1921) y, de allí, había excursionado entre Varsovia, Cracovia y Praga. Después había llegado a Rumania, siempre en casas de los lazaristas, antes de entrar en Checoslovaquia, donde trató con protestantes. Édouard Benes pidió a este antiguo agente de Clemenceau que se estableciera en Praga para impartir en la universidad cursos de literatura y civilización rusas. Mons de Amiens había seguido impertérrito, y el Sr. Superior adjunto había tenido que volver para la apertura escolar al colegio Saint-Martin.

Portal halló por fin el medio de sacarle de apuros cuando el cardenal de París decidió servirse de un obispo auxiliar para los extranjeros. Escogió para este trabajo a Emmanuel Chaptal, antiguo diplomático luego párroco de Nuestra Señora de Plaisance. Promovido a obispo in partibus de Isionda, Mons Chaptal se propuso facilitar y coordinar la acción de los sacerdotes extranjeros que ejercían el ministerio en París, a primera vista, no se trataba más que de proveer a las necesidades de una población inmigrante cada vez más numerosa. Pero como Wilbois, Mons Chaptal era ruso por parte de madre; había sido secretario de embajada en San Petersburgo y no ocultaba sus simpatías por los Rusos ni sus ambiciones unionistas. En 1922, creó una Unión francesa de ayuda a los Rusos, cuya presidencia de honor aceptó Poincaré.

En 1922, Mons de Guébriant, superior del seminario de las Misiones extranjeras de la calle du Bac, a quien Portal había prestado algunos servicios, le indicó que Mons Chaptal necesitaba un técnico en asuntos rusos, e intervino. Portal expuso los principios de una colaboración: rechazar toda polémica, no actuar como si la Iglesia ortodoxa de Rusia no existiera (o ya), ajustarse a in apostolado absolutamente desinteresado, limitarse a mostrar «qué cosa es el sacerdocio católico», no pensar en otra cosa que en «comprender la mentalidad rusa». Sobre todo, no limitarse a los emigrados. Portal creía siempre que sería posible regresar a Rusia y trabajar allí en una obra de información, de asistencia y de testimonio; asimismo pensaba que es urgente reunir a un equipo y formarlo en los Institutos católicos de París y de Lille, como lanzar una revista por la unión, una hoja muy objetiva que se limitara a dar «informaciones por las Iglesias separadas471».

Chaptal lo aprobó todo; en mayo, se fue a oír las conferencias de novena del abate Quénet, quien, para la ocasión, se mostró menos portaliano que Calvet. ¿No se trataba de un examen de aprobación? Agradó, y el obispo de Isionda se alió con el cardenal de París para arrancarle de su colegio y de los cuidados de Monseñor de Amiens. Se necesitaron unos meses. En noviembre de 1922, por fin, dejó para siempre su exilio en Picardía y vino a instalarse en la capital. Portal, eufórico, se dio enseguida a resucitar la Revue catholique des Églises para confiarle su dirección. Las cosas fueron bastante lejos para que el editor de Gigord aceptara sumir la administración y entrara en contacto con un impresor. Todo volvía a empezar como en 1904.

Algunos meses más tarde, ya no había problemas. Quénet sin embargo había comenzado con buen pie, fundado a principios de 1923 una sociedad de estudiantes rusos para el estudio y la profundización de la cultura eslava, así como un círculo de estudios, pronto denominado el «senado» o el «concilio», que habría podido volver a y desarrollar, abiertamente, la fórmula de los domingos por la mañana del Cherche-Midi. Pero se vio que lejos de portalizar a Mons Chaptal, Quénet continuó la evolución ya sensible en sus conferencias de 1922 y se alineó en las posiciones de su nuevo patrón, que no pensaba en efecto más que en traer a los disidentes al redil por las vías de la caridad. Entre Quénet y Portal, el desacuerdo fue a más, a pesar de los esfuerzos del discípulo para asociar al maestro a sus trabajos. Al lazarista se le vio a veces por el «senado», pero para mantenerse a distancia, «desafiante y divertido472».

Para no arreglar nada, Quénet comenzó a denunciar la coalición del imperialismo anglosajón y del proselitismo protestante contra el unionismo romano. Es verdad que la afluencia de los dólares y de las libras esterlinas permitió a los baptistas, metodistas, etc., hacer una competencia seria a las organizaciones católicas, y que los servicios de Mons Chaptal y de la Y.M.C.A. se captaban a los jóvenes refugiados rusos. En el frente universitario, Quénet recurrió a la formación de una internacional católica contra «estas especies de propagandistas, mitad ortodoxas, mitad sectarias», en su caso los animadores de la Federación de las asociaciones cristianas de estudiantes, se propuso oponer al oro protestante la caridad romana. El celo indiscreto de la Unión francesa de la ayuda a los rusos y de su sección estudiantil, de la que Quénet estaba encargado, acabó por provocar lo que el abate llamó «clamores ortodoxos contra la pretendida propaganda por el dinero» En 1926, fue la ruptura. Por carta del 23 de marzo, Quénet informaba al cabeza de la comunidad ortodoxa, Mons Euloge, que Mons Chaptal y su comité «tanto para evitar toda especie de malentendido sobre la razón de la ayuda prestada a los refugiados, estudiantes, niños rusos, como para dejar de animar con su paciencia una campaña de estúpidas y odiosas calumnias, han decidido […] suspender los servicios y cerrar los locales dela Unión francesa de ayuda a los Rusos». A Antonio Martel, Portal desengañado escribió unos días más tarde: «no os voy a ocultar que yo ya pensaba que la política del comité Chaptal y sobre todo de algunos de sus miembros debía acabar en esto473».

Las negativas del abate Gratieux

El caso del abate Gratieux muestra bien que Quénet no podía hacer carrera en el unionismo a menos de alinearse con las doctrinal y la práctica oficiales. Gratieux no sólo había sido fiel a los estudios eslavos («Leo mucho en ruso, y me ejercito en hablarlo»); y seguía siendo, él, un portaliano de estricta observancia. Cuando supo que la revista no podía definitivamente renacer bajo la égida de Mons Chaptal y la dirección de Quénet, él ofreció sus servicios.

Es preciso hacer algo por Rusia y por la idea se la que nosotros y sólo nosotros (esto dicho din el menor orgullo) somos depositarios […]. Hay que hacer algo, tenemos que hablar.

Y desentonaban singularmente en el discurso unionista dominante.

Cada vez que aparece un suelto cualquiera en los periódicos sobre el tema, es curioso observar cómo la idea misionera occidental, es decir en el fonda la idea de conquista, está ahí. Se harán a los conquistados todas las concesiones posibles, lengua, liturgia, etc., pero en ninguna parte, basándose en la idea de fraternidad, ni siquiera en la idea de justicia histórica, pensando que este Oriente cristiano tiene tradiciones y una vida propia, anteriores incluso a las de Occidente. Todo eso no se desmonta porque se haya dado a unos centenares de niños rusos ina formación más o menos latina en los colegios en que residen en el extranjero474.

También en la táctica, estaba Gratieux en desacuerdo con el movimiento oriental impreso a la Iglesia romana por Pío XI: pensaba que era inútil apoyarse en los emigrantes. «La emigración no contiene nada de por sí. Todo depende de lo que descubramos nosotros un día en ello, al otro lado de la cortina». Lo que de verdad cuenta, es la Iglesia que se ha quedado en Rusia, es lo que se encuentre en pie cuando la «cortina» (se ve que Gratieux se adelanta a la fórmula de Churchill) se entreabra, es el «pueblo», el «fondo del alma rusa». Según Gratieux el Eslavófilo, lo malo de la emigración es representar sobre todo la «clase intelectual y burguesa», cuya caída era inevitable. «eso se veía venir. Qué hacer incluso con los mejores elementos de una clase tan desarraigada como la inteligentsia rusa». Para completar su figura de mal pensado, Gratieux no admitía siempre la reacción antimodernista. Había vuelto a los estudios de exégesis y de historia en los que Portal le había iniciado antes de la tormenta de 1908.

Es muy interesante, pero lo que lo es menos, es constatar la actitud de la Iglesia oficial frente a la crítica moderna, y su obstinación en cerrar los ojos a los hechos tan claros como el día y que a nadie se le ocurriría negar si no fuera partiendo de un a priori teológico475.

En virtud de lo cual, Gratieux estaba mantenido por la vigilancia de su obispo en un curato perdido en el campo que no podía abandonar más que por raras y breves escapadas ala calle Grenelle. Monseñor le dejaba a penas mendigar el pan; tan necesitado se encontraba que hubo de pedir quinientos francos a Portal para no convertirse en vagabundo eclesiástico. Llevaba bien las cosas, por otro lado, orgulloso cuando ciento diez parroquianos de Saint-Amand-sur-Fion venían a comulgar por Navidad, o cuando podía reunir a una veintena de niños para su patronato. Pero tale fueron los ultrajes recibidos que en 1923 abandonó su oscuro campo de batalla para desaparecer en una capellanía del ejército del Rin.

Las reticencias del clero

Los sacerdotes de la primera y segunda generaciones portalianas se repartían pues en tres categorías: los fieles que debían esfumarse; los de carrera que debían negarse; y los compañeros de ruta, como Calvet, que intervenían útilmente, pero sin continuidad. Esta situación preocupaba tanto más porque Portal fracasó en formar en el clero joven a una tercera generación. De todos los que vinieron a vivir en la calle Grenelle, no ganó para la causa más que al abate François Dvornik. En sus conferencias de 1921, Calvet había mostrado cómo podía Checoslovaquia servir de lazo de unión entre católicos y ortodoxos. Las conferencias del Velherad, inauguradas antes de la guerra, continuaban reuniendo cada año, sobre la supuesta tumba de san Metodio, a especialistas de los dos bandos.

Como los Rusos abordan sin desconfianza a los Checos que sin sus hermanos de raza y que los comprenden, se puede esperar que estos contactos repetidos acaben poco a poco con los prejuicios y preparen el camino a una acción más profunda.

Nacido en 1893, sacerdote en 1916, doctor en teología de la universidad de Olomouc en 1920, Dvornik vino a Paría para preparar una tesis de historia. En la calle Grenelle, supo apreciar la cocina de la Srta. Cécile, la conversación del abate Gaudefroy y los consejos de Portal, que le llevó hacia la antigua Iglesia de Oriente. Trabajó en la Sorbona bajo la dirección de Charles Diehl y defendió en 1926 una tesis sobre «Los Eslavos, Bizancio y Roma en el siglo IX». Hasta 1925, fecha de su nombramiento como encargado de curso en la universidad de Carlos-IV de Praga, sirvió de agente de unión entre el movimiento de Velherad y los normalistas que Portal enviaba a Checoslovaquia. Más tarde, Dvornik se afianzó como uno de los vectores más influyentes del portalismo en los medios intelectuales. Toda su obra se concentró en el siglo IX, en el que se jugaron las relaciones entre el mundo eslavo, el Oriente y el Occidente. Fue uno de los primeros historiadores católicos en demostrar en la historia de Bizancio otra cosa que un montón de crímenes y de intrigas, en revisar la historia del cisma, en rehabilitar la figura de Focio y en reconstruir, en este terreno, las bases de un diálogo entre católicos y ortodoxos. Después de Anschluss, Dvornik se exilió en Francia luego en Inglaterra, antes de ser nombrado profesor de historia eclesiástica en la universidad de Harvard.

Esta brillante adquisición no puede ocultar el fracaso de Portal con el joven clero francés. Él mismo no dejaba además de expresar su decepción, como en esta carta que envió al abate P. Duthilleul, de Lille que había llamado la atención de Quénet en 1916 entre los prisioneros de Mayence, y que había sido después de la guerra vicario en una parroquia obrera de Roubaix:

Cuando una vez se han visto ciertos problemas y comprendido la importancia de ciertas cuestiones, se extraña uno mucho al constatar a este respecto una indiferencia casi general, lo que resulta un sufrimiento476.

¿Indiferencia o prudencia? Aunque protegido de Quénet, Duthilleul se encontró por algún tiempo comprometido por sus relaciones portalianas; denunciado en el obispado, no pudo llevar a buen término

un estudio sobre la evangelización de los Eslavos hasta… 1963! A pesar de Mercier y de las conversaciones de Malinas, Portal era aquel antiguo superior de seminario que había sido sancionado el mismo año que Loisy, y todo lo que hacía resultaba sospechoso.

La represión antimodernista no habría agotado tan completamente el reclutamiento de jóvenes sacerdotes si Portal hubiera podido darse a entender del obispado. Pero por ese lado, su fracaso fue casi completo. Se entendía bien con el arzobispo de Chambéry, que venía a visitar el orfanato de las Corbières, y con el arzobispo de París, el cardenal Dubois, quien honraba en él al animador del movimiento católico de la Escuela normal superior. Pero ni Chambéry ni París apoyaban su trabajo unionista; Todo lo más Dubois recibió a Lord Halifax y emitió una pastoral que aprobaba con prudencia las conferencias de novena. En el Midi, podía contar con el obispo de Séez y, en Niza, con Mons Chapon, como antes de 1914. Única conquista: el coadjutor luego (1926) sucesor de Mons Chapon, Mons Ricard, muy atento a los Rusos que se instalan en gran número en su diócesis. En 1925, publicó una carta pastoral que aprobaba con calor la novena portaliana. Bajo su autoridad, el abate Giraud (elegido párroco de Antibes) y el abate Giaume (promovido a director de la Semaine religieuse local) continuaron animando una corriente unionista que no era infiel al espíritu de la Revue catholique des Églises.

En el Norte, Portal tenía la aprobación del obispo de Estrasburgo, Mons Ruch, hijo de protestantes, antiguo alumno del Cherche-Midi, que había sido amigo de Gustave Morel; igualmente favorable era Mons Chollet, arzobispo de Cambrai, secretario de la Asamblea de los cardenales y arzobispos de Francia, amigo de Mercier y gran admirador de Lord Halifax, con quien quiso encontrarse. También él publicó en 1925 una pastoral para recomendar la novena. Fuera de Francia, Portal estaba en contacto con Mons Besson, obispo de Lausana y Ginebra, en quien pensó para conversaciones privadas con algunos responsables de Faith and Order. Enemigo de la polémica, de los ataques hirientes y del proselitismo triunfal, Mons Besson reaccionaba en Suiza preocupado por la concordia y la paz civil más que como apóstol de la unión de las Iglesias.

El balance es pobre, y el hermetismo del ámbito episcopal con el portalismo explica que ni las Noticias religiosas, ni la Documentación católica, ni la Semana religiosa de la diócesis de París, ni La Croix, ni la Vida católica hayan apoyado verdaderamente las empresas de Portal, ni siquiera las conversaciones de Malinas hacia las que estos órganos mostraron, lo más una neutralidad prudente, un peso circunspecto de los argumentos en pro y en contra. Protegido por el primado de Bélgica, Portal no fue denunciado un convertido en burla; la gran prensa católica saludó sus esfuerzos a distancia, de paso.

Supervivencias laicas

Le quedaba promover un unionismo laico o monástico. Por parte de los monjes, estaba todo por hacer. Por parte de los laicos, casi todo estaba por rehacer. Los del Cherche-Midi fueron dispersados por la represión antimodernista. Portal siguió en contacto con Wilbois, Legendre, y sobre todo Chevalier; en la universidad de Grenoble, donde enseñaba filosofía, Chevalier animaba un grupo de investigación que irradiaba a toda la región y acabó por desempeñar un papel importante en el nacimiento del ecumenismo lionés477. Pero si continuaban sustituyendo la influencia portaliana en los medios intelectuales, los tres pilares de la Revue catholique des Églises no colaboraban ya directamente en la empresa unionista. Portal no podía contar más con la segunda generación: Béra había muerto en la guerra, Pascal estaba en Moscú y Pierre Cras se había hecho ermitaño por la parte de Sainte-Baume, en Provenza.

Dos veteranos de la campaña angloromana cubrían las conversaciones de Malinas siguiendo de cerca las instrucciones de Portal. Georges Goyau disponía del Figaro; desde al 24 de octubre de 1922, abordó la cuestión anglicana bajo el pretexto de dar cuenta de un folleto de Lord Halifax, Una llamada a la reunión. Tenía de ayudante a Louis Martin-Chauffier, que se preparó en la calle Grenelle con Paul Boyer y Jean Calvet y seguidor de Portal desde el 16 de mayo de 1923 con un artículo sobre la novena de Pentecostés. El inquebrantable Tavernier disponía de dos tribunas: la Libre Parole de François Veuillot que, según la fórmula de Quénet, había «escupido su veneno antisemita» y servía de refugio a los supervivientes de L’Univers, y sobre todo de Le Correspondant de Édouard Trogan, en el que publicó, a partir del 10 de noviembre de 1922, un estudio sobre «el cardenal Mercier y Lord Halifax» que repitieron varios periódicos. Trogan se entusiasmó con Portal y comenzó a frecuentar con asiduidad la calle Grenelle.

Le Figaro podía suponer una ayuda útil, pero la Libre Parole y Le Correspondant estaban en decadencia. La herencia estaría pues en grave peligro, si Portal no hubiera logrado poner en pie a una tercera generación unionista, gracias a los benedictinos belgas y a los alumnos católicos de la Escuela normal superior de la calle de Ulm.

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