III De la Santa Rusia a país de los Soviets
Capítulo IX: El unionismo en las catacumbas
Marginalidad provisional y permanencia de los temas
El abate Giraud, discípulo de Niza, ha comparado la casa de estudios de la calle Grenelle con las catacumbas. A Portal no le gustaban más los reductos oscuros que las capillas laterales; pero en un punto la comparación de Giraud es justa: de 1908 hasta la guerra, la unión de las Iglesias fue un tema tabú que los portalianos no abordaron sino con mucha discreción y prudencia. Esta entrada en clandestinidad cambió poco los métodos, el fin inmediato, el concepto mismo de la unidad. Diferencia principal: antes de 1908, el grupo vivía en una tensión constante entre la protesta y la integración, mientras que tras la destitución de Portal ya no existe tentativa o tentación de integración en el aparato unionista oficial. El 30 de agosto de1917, Portal escribe a Robert Gardiner, primer secretario del comité ejecutivo de Fe y Constitución:
La unión un pude resultar más que de la transformación del estado de espíritu, transformación que no puede aparecer más que más tarde en las autoridades, cuando se haya generalizado y nuevas generaciones hayan tomado el mando de las Iglesias. Sin duda, nuestro tiempo es fértil en milagros. La época que vivimos es extraordinaria. Creo incluso que los acontecimientos trabajan a favor de la unión. Sin embargo podemos constatar que nuestras autoridades parecen más bien inspirarse en el pasado que en el porvenir. Y aún entonces, las autoridades eclesiásticas, como casi siempre, llegarán con retraso más que con adelanto; constatarán un estado de hecho y no lo crearán. Las cortesías de los que gobiernan las iglesias no se han de desdeñar pero no nos engañemos sobre su alcance.
Para acelerar la «transformación de las mentes», Portal contaba siempre con dos elementos: el movimiento general de la sociedad y la acción de un pequeño grupo bien preparado. Se trata entonces de una constante, que los acontecimientos vinieron a reactivar. La guerra mundial, masacre de la juventud, pero también el tiempo de los «milagros». A Lord Halifax que le pregunta si «los príncipes demócratas que invaden los Estados en este momento influirán sobre el absolutismo que en estos últimos tiempos ha invadido la corte de Roma», Portal respondió el 13 de diciembre de 1917:
El imperialismo ha tenido su momento. Las democracias gobernarán. Se dejarán sentir en la Iglesia –un poco más tarde, como siempre, y con modalidades particulares […]. La Iglesia llegará con retraso a las sociedades y las autoridades de la Iglesia sólo se adaptarán movidas por el pueblo, como siempre. En ese momento fructificarán nuestras ideas.
Y evocar también con esperanza «la ruina de un sistema trasnochado», no el primado romano que él venera, sino la monarquía pontificia y su aparato centralizador.
Así se perpetúa la idea que el acercamiento de los cristianos se ve favorecido por la evolución que transforma las sociedades y pot los cataclismos que la trastornan. Portal no lo tenía no obstante por ineluctable: los acontecimientos crean las condiciones favorables; pertenece a un grupo pequeño servirse de ellas para el triunfo de la causa. Y a la formación de este puñado de «hombres de tiempos nuevos» entregó Portal lo más luminoso de su actividad unionista después de 1908. En la calle Grenelle, repetía a sus compañeros que la unidad cristiana no puede ser más que una «meta lejana», de la que es imposible «prever el modo de realización». Por ahora, sólo hay que pensar en acercar a los cristianos «por el estudio y los contactos personales. El medio más a mano es […] hacer caer los prejuicios que existen tanto entre los católicos como entre los cristianos separados, poner remedio a un recíproco desconocimiento». Si no se trataba de renunciar a los «medios científicos», Portal tenía tendencia a poner cada vez más el acento en «la acción que se ejerce de hombre a hombre», el «contacto vivo» que es «más instructivo que el estudio de los libros».
Por esta época, el unionismo portaliano aparece más que nunca cristocéntrico y poco teológico. A sus colaboradores que le preguntaban si no era tiempo de rehacer la «teología de la Iglesia366», recomendaba por el contrario «establecer la distinción entre la teología y las verdades de la fe367», la teología que divide y la fe que une, la fe que no es solamente adhesión a una cristología sino descubrimiento, reparto y meditación del Evangelio, encuentro con Cristo, inteligencia de lo que él vivió hace diecinueve siglos. El abate Quénet, portaliano de las catacumbas, expresa de un modo imaginativo la identidad del unionismo y de la imitación de Jesucristo:
Existe cierto grado de cristianismo en el que se ve sobre todo lo que separa; hay otro más elevado en el que se ve sobre todo lo que reúne. Es inevitable que los que suben a la misma cima, prescindiendo del camino que tomen, acabarán por volverse a encontrar. Así los que van hacia el Cristo único, pueden ignorarse o creerse extraños, pero es muy conveniente que a fin de cuentas reconozcan la identidad de su fe y de su deseo –y como, una vez alcanzada la primera cima, ven a Cristo coronarlas una tras otra, hacen entonces juntos sus nuevas ascensiones.
El acento puesto en la conversión a Cristo, la ausencia de toda perspectiva diplomática, de todo contacto jerárquico, de toda tentación oficiosa otorgan prioridad a la idea de convergencia en detrimento de la de regreso. «La fórmula que resume y define nuestra actitud puede ser estas palabras de un obispo anglicano: someterse no unos a otros, sino todos a Dios369». A Portal de gustaba recordar que la primera cualidad de un militante unionista es la humildad «que nos hace aceptar nuestra parte de responsabilidad en las desgracias de la separación» y permite «distribuir los males por cada parte370». Gratieux fue de los que insistieron más en la idea de intercambio y de convergencia.
Sentí honda y dolorosamente lo que falta a nuestro occidentalismo. Si nuestros esfuerzos pueden contribuir en algo a sanar esta falta, buscándolo en Oriente, acercándonos a otro concepto de la Iglesia, no los daremos por perdidos.
Así el portalismo de las «catacumbas » es prolongación del de Cherche-Midi; sigue funcionando como un relevo, un sistema de paso entre el unionismo romano y el ecumenismo católico que se afirma entre las dos guerras. Pero no funciona sin dificultades, y más de una vez los compañeros de Portal se sintieron tentados de renunciar a una empresa que podía parecer tan vana como peligrosa.
Los heroicos
Portal pudo moverse sin demasiadas trabas en dominios que no afectaban a la unión de las Iglesias. Pero cuando se mezclaba demasiado abiertamente con los cristianos separados, intervenía la sanción, y la más dura: golpeaban a sus colaboradores, hacían el vacío en su alrededor.
Mucho me temo que no haya venido ningún comunicado de Roma a algunos de nuestros obispos para que no dejen a sus jóvenes entregarse a nuestros estudios. Existen al menos coincidencias curiosas ya que no pruebas seguras. El obispo de Châlons se ha negado a dar la autorización, a pesar de la petición de Mons Baudrillart, al abate Gratieux de aceptar a dar clases de literatura rusa en el Instituto católico. El obispo de Verdun ha negado la misma autorización al abate Jean –a quien habéis visto con nosotros- para lecciones de alemán. Uno y otro habrían vivido en la calle Grenelle.
Era el comienzo de una serie de asuntos que enseñaron al clero joven francés que existía un medio corto y seguro de verse párroco de una parroquia rural de doscientas almas o profesor en un colegio apartado: trabajar en el acercamiento de los cristianos separados bajo la dirección de Portal. Se pueden distinguir cuatro casos.
Hubo aquellos que previnieron los golpes encerrándose en su cascarón, como el abate Giraud; salvó así supuesto de profesor en el seminario mayor de Niza: «La filosofía es la única materia que yo pueda enseñar legalmente sin arriesgarme demasiado a atraer sobre mi los rayos de nuestros hiper-ortodoxos. La oscuridad metafísica tiene sus ventajas373». Hubo también los nuevos, los jóvenes llenos de entusiasmo que se dejaron martillear tanto por sus obispo o su superior que desaparecieron definitivamente del horizonte portaliano. No desgranaremos su triste letanía. Hubo los testarudos que no cesaron de trabajar a pesar de los golpes y de las afrentas de toda clase. Ejemplo, el caso del abate Gratieux. Cuando Mons Sevin tomó posesión de la sede de Châlons sustituyendo a Mons Latty, convocó al pecaminoso y le exteriorizó toda su antipatía. Gratieux fue más allá y volvió a Rusia en 1909. Desde entonces cada año quedó señalado con una sanción, cada vez más severa: prohibición de aceptar el puesto de vicario de San Luis de los Franceses en Moscú; prohibición de aceptar una cátedra de lengua y literatura rusas en el Instituto católico de París; prohibición de seguir los cursos de la Escuela de lenguas orientales de la calle de Lille. En 1911, por fin, Gratieux fue expulsado del seminario menor y nombrado párroco de Couvrot, una aldea cerca de Vitry-le-François. Cuando Mons Sevin dejó Châlons por Lyon, pasó la consigna a su sucesor, Mons Tissier, quien trasladó a Gratieux a Saint-Amand-sur-Fion y le dejó allí sumido en una indigencia material y una soledad que, paradójicamente, le permitieron trabajar en su tesis con más comodidad que en el seminario menor.
Los contratiempos para Gratieux, como para Gustave Morel, Charles Quénet, otro testarudo, y la principal adquisición portaliana de antes de la guerra , la buena suerte, como Calvet; independencia, gusto de la distancia y de un cierto juego. Además, con sentido del humor. Enseñaba en el colegio de Saint-Martin d’Amiens cuando su amigo Gaudefroy le presentó a Portal, que le enroló al momento y le ofreció una beca de viaje para Rusia El asunto se acabó a principios de 1909: se trataba de sustituir a Gratieux, cuyo margen de maniobra parecía ya muy estrecho y también de orientar a alguien hacia los discípulos de Chaadaef, aquellos «Occidentales» y aquellos liberales rusos que Gratieux quería ignorar. El obispo de Amiens, Mons Dizien, dio su consentimiento. Porque Portal había proporcionado a Quénet una «cubierta». Durante sus estancias en Kiev, Gratieux había conocido al capellán de la colonia francesa de la ciudad, el padre Évrard, asuncionista, que aceptó acoger al recién enviado de Portal. Oficialmente, el abate Quénet no fue a comprometerse con los cismáticos, sino a ayudar y, dado el caso, suplir al padre Évrard, a ocuparse también de la capellanía de un orfanato dirigido por hermanas católicas. Sólo obras pías, meritorias y razonables, dignas de la bendición de un obispo. Quénet llegó a Kiev en mayo de 1909, aprendió ruso allí y se quedó dos años.
A su regreso a Francia, su obispo le nombró para la escuela libre de Montdidier luego le reintegró en el colegio Saint-Martin de Amiens. Todo se fue a pique cuando Mons Dizien descubrió que Quénet tomaba dos veces a la semana el tren para París para acudir a la calle Grenelle y a la Escuela de lenguas orientales vivas. Quénet se enteró sucesivamente de que ya no tenía derecho de ir a París y que no debía ya esperar obtener una cátedra en el seminario mayor. Mons Dizien no quería «ver en el seminario no al amigo de mis amigos, ni al discípulo de mis maestros374». Más duro aún: en el momento en que estalló este asunto, el párroco de la parroquia francesa de Moscú hizo saber que aceptaba a Quénet como vicario. El obispo de Amiens se negó en redondo a dejar marchar al abate hacia quien no manifestaba, y hay que anotarlo, ninguna hostilidad; sólo pensaba en protegerle contra las malas compañías, los estudios perniciosos y las divagaciones estériles. En estas condiciones, Quénet tuvo su mérito en proseguir sus actividades portalianas.
No todos los compañeros de la calle Grenelle conocieron dificultades de este género. Portal tuvo sus topos, sacerdotes comprometidos ya en la carrera eclesiástica, trabajadores oscuros cuyos trabajos orientaba sin pedirles nada comprometedor. No viajaban, frecuentaban poco la casa de estudios, pasaban desapercibidos cuando iban (lo menos posible) a la Escuela de lenguas orientales y esperaban, en su presbiterio o en su habitación de profesor, entre una gramática rusa y una patrología griega, que tiempos mejores les permitieran entrar en relación con cristianos separados. Entre los que lograron destacar, citemos al abate Paul Bourguignon, profesor de inglés en la escuela Saint-Joseph de Épinal, un antiguo de la calle Grenelle, que se contentó con aprender el ruso, pero a fondo; lo que le valió, después de 1914, comenzar una nueva carrera.
A medio camino entre los «testarudos» y los «topos», se ha de citar al abate Vandenhaute, amigo de Quénet que enseñaba en la escuela Jeanne-d’Arc de Lille. Después de iniciarse en el ruso y el polaco en la Universidad de Lille (en 1910, es el único estudiante inscrito en segundo año de ruso), se orientó hacia el estudio de Soloviev y se aventuró, durante las vacaciones de 1910, a reunirse con Quénet en Kiev. Pero al año siguiente renunció sin sentirlo demasiado a dos puestos que le hubieran permitido quedarse varios años en Petersburgo o Moscú. De vuelta a la prudente condición de topo, prosiguió metódicamente sus estudios: en vísperas de la guerra, estaba diplomado en estudios superiores de ruso.
Los dos Pierre
Por parte de los laicos, Portal se vio duramente privado por el abandono de Wilbois, Legendre y Chevalier. No dejaron de frecuentar la calle Grenelle, pero como archicubos que se interesaban en el grupo de los normalistas católicos. Wilbois se absorbió en sus proyectos educativos, Legendre se volvió hacia España, bajo la dirección de Miguel de Unamuno; en cuanto a Chevalier, dio en enero de 1909 una conferencia sobre el anglicanismo en el seminario mayor de Moulins, , y ahí acabó si carrera de unionista activo. La destitución de 1908, los golpes que cayeron sobre los jóvenes sacerdotes del entorno de Portal, la orientación de los últimos años del pontificado de Pío X persuadieron a los tres antiguos pilares de la Revue catholique des Églises de que de nada servía trabajar en el acercamiento de ,los cristianos, y de nada tampoco esta protesta laica que había constituido una de sus razones de trabajar por la causa unionista.
El relevo fue difícil de asegurar. La acción de Portal con los tala era demasiado notoria, observada, envidiada para poder permitirse dar abiertamente un nuevo aire unionista a las conferencias del lunes, a las jornadas de Saint-Germain, a los retiros, a las «invitaciones». No mencionaremos aquí las maniobras de intimidación, golpes bajos, robos de apuntes y denuncias diversas que vinieron a endulzar la vida de Portal hasta 1918 inclusive. La casa de la calle Grenelle no sobrevivió más que a golpes de prudencia y de silencio. Entre los ulmianos de los años 1909-1914, sólo Béra y Pascal pueden considerarse como militantes de la causa, como portalianos de tiempo completo. También Béra –quien se encargó del secretariado del grupo unionista, calle Grenelle, y redactó el informe de las sesiones- se había comprometido antes de entrar en la Escuela, cuando vivía con Portal, prepara una licencia en letras y pensaba en el sacerdocio. Pascal es pues el único recluta normalista de los tiempos heroicos. Del Auvergne, hijo de profesor, se inició en el ruso durante sus estudios secundarios, en el liceo Janson-de-Sailly. Rusia le atrajo porque adivinó en ella «algo nuevo y algo libre»375. En la calle Ulm, en el grupo tala, descubrió a Vladimir Soloviev, L’Idée russe, La Russie et l’Église universelle, lo que le convirtió, según dice él, a la idea de la unión de las Iglesias. Frecuentó la Escuela de lenguas orientales vivas y partió a unirse con Quénet en Kiev, en 1911.
Estaba enamorado de Kiev, entré en contacto con diversas tendencias de la Iglesia ortodoxa, con la famosa ermita de Optino, con el anticlericalismo de los intelectuales. Luego me fui a San Petersburgo para preparar una memoria de estudios superiores sobre «Joseph de Maistre y Rusia»; el tema combinaba los estudios literarios normales, mi interés por lo ruso y mis preocupaciones religiosas. Al año siguiente pasé una temporada más larga en Moscú.
Oficial de marina, políglota apasionado, Pierre Cras hablaba ya el inglés, el alemán, el español y el árabe cuando se inscribió en la Escuela de lenguas orientales vivas para aprender el ruso. El director de la Escuela le presentó a Portal. Y ya tenemos a este bretón, a este condecorado de la Real, a este católico francote, de fe de carbonero, deslumbrado por el ideal unionista y enrolado incondicionalmente al servicio de la causa. Se puso en contacto con Quénet y Évrard, obtuvo una beca de la marina nacional, hizo un retiro en la abadía de Maredsous, y se fue a Kiev, donde pasó de mayo a agosto de 1914. Entonces descubrió las obras de Tolstoi, se hizo amigo de un monje que dispersaba a los mendigos atizándolos con flores, se ejercitó en la meditación diaria del Evangelio y se mezcló en las peregrinaciones populares, todo bajo el ojo alerta del jefe de policía de Kiev. En qué categoría colocaba a este oficial francés que iba a todas partes a practicar su ruso nuevecito, en la calle, las bibliotecas, los monasterios, los salones, los mercados, a todos los lugares donde había gente, y que escribía a Portal e1 14 de julio de 1914: «La precisión de los informes, despojados de apreciación, es mi principal preocupación»?
Como se ve, todos los portalianos de esta época se volvieron hacia Rusia. Y es porque a partir del momento en que se negaba a renunciar, Portal debía inclinarse por la dirección que, a pesar de todo, presentaba el menor peligro. Al final del pontificado de Pío X, la lucha contra los católicos modernizantes asociaba a estos «reformadores modernos», como lo dice la encíclica Editae saepe del 26 de mayo de 1910, con los reformadores del siglo XVI. Inscribirse con anglicanos o protestantes equivalía a comprometerse con furrieles del modernismo, o al menos con los herederos de un movimiento subversivo del que el modernismo católico, según el Vaticano, procedía directamente. Era difícil decir otro tanto de los ortodoxos, aun en el caso en que de vez en cuando las revistas integristas denunciaban las «infiltraciones protestantes» en las universidades y las academias eclesiásticas rusas. El Oriente cristiano era el terreno menos minado, el menos trampeado. Y el Oriente, para Portal, se identificaba más que nunca con Rusia, «esa gran reserva de fuerzas cristianas377». Las guerras balcánicas de 1912-1913 parecieron por otra parte acercar el día en que la Tercera Roma dominaría a Constantinopla y a Santa Sofía.
Portal se ocupaba con tanto mayor agrado de las cosas rusas, para formar a sus eslavizantes, desde el momento en disponía a partir de 1909 de un nuevo amigo, un lingüista influyente que vino a completar el equipo y dar a los portalianos un apoyo pedagógico y moral extremadamente eficaz: Paul Boyer, administrado de la Escuela de lenguas orientales vivas, incomparable profesor y, se puede decir, creador de la enseñanza científica del ruso en Francia. Éste no creyente cuyo ateísmo asustó a Tolstoi quiso encontrarse con el extraño lazarista que le enviaba alumnos; quedó seducido y no dejó de alimentar hacia Portal una «estima singular». No sólo admitió a los portalianos con simpatía sino que puso en marcha una verdadera enseñanza por correspondencia para los que se encontraban imposibilitados de asistir regularmente a las clases. Con excepción del Lillense Vandenhaute, todos fueron sus alumnos o, mejor, sus discípulos.







