El Señor Portal y los suyos (1855-1926) (29)

Mitxel OlabuénagaHistoria de la Congregación de la MisiónLeave a Comment

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Author: Régis Ladous · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1985 · Source: Les Éditions du Cerf, Paris.
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Capítulo VII: El Señor Portal en sus conversaciones

No por lo que hace sino por lo que es

Cuando, en la apertura de 1919, Charles Avril desembarcó en el 14 de la calle Ulm, era como la mayor parte de sus camaradas un animal engreído y de costumbres individualistas. «Muy ignorante en religión» y de «convicciones bastante inseguras», tenía sus dudas en unirse al grupo tala: temía el alistamiento. Se lo pensó con su amigo Brégeon. «Vamos por lo menos una vez, luego ya veremos282 «. Vieron en un apartamento que les pareció severo y mal iluminado, a un viejo sacerdote de palabra extraña, voz apagada, y que no hizo nada por retenerlos. Portal había envejecido mucho durante la guerra. Él que siempre había salido a flote tras las pruebas había contado demasiados muertos. Su cara se había endurecido y la surcaban pliegues amargos. Caía en lo taciturno, lo grave, en lo rocalloso. Maurice de Gandillac recuerda una acogida austera que no tranquilizaba nada a los nuevos y les recordaba las escuelas primarias de aquellos señores de Port-Royal. Se sintió intimidado ante este hombre reservado que recibía al grupo en una sala casi desnuda, de piso embaldosado, en el que, al llegar y al salir, nos arrodillábamos para recitar el Pater.

Todos los testimonios coinciden en este punto: Portal no hacía ningún esfuerzo para seducir. «Nunca daba la impresión de hacer concesiones por diplomacia, ni de que consintiera, para acomodarse a nosotros, en no ser él mismo283». Era así como retenía a los normalistas. Como los alumnos del otras grandes escuelas y de las clases preparatorias, constituían un blanco de elección para los conferenciantes eclesiásticos, los animadores de círculos, los predicadores. Habían conocido todos a sacerdotes que se habían esforzado por agradarles.

Nada de eso con el padre Portal […]. Con él , ni la menor maniobra, ni rastro de política – ni siquiera cortesía en el sentido puramente humano de la palabra. No agradaba tanto más que porque no trataba de agradar284.

Esta sencillez de expresaba también por lo que llama Calvet curiosamente una «ingenua lealtad intelectual». Traducimos: cuando un normalista le hacía una pregunta o le presentaba una objeción, él sabía responder: «No lo sé». A futuros enseñantes, a futuros investigadores, quería enseñar mediante el ejemplo la honradez científica. Él mismo manifestaba sus lagunas y sus límites intelectuales con tanto rigor que desarmaba a las mentes ingenuas que habrían podido extrañarse de ver a un sacerdote sin diploma (ni siquiera el bachillerato) animar el grupo católico de la calle Ulm.

Si no hacía nada por agradar y retener, Portal sabía siempre escuchar. Magullado de pruebas, sí; molido, sin duda; no por ello había caído en ese estado ceñudo y era perfectamente incapaz de desinteresarse. Se mantenía en la reserva, porque quería ser tan discreto con los normalistas como con los de Javel, y por la misma razón: el sacerdote es un instrumento que debe borrarse ante la soberanía de Dios; debe renunciar a los procedimientos y a las tretas de la humana seducción por respeto a los demás y a sí mismo, por supuesto, pero ante todo a Dios: la habilidad es impiedad. Ante todo, no servir de obstáculo.

En el grupo, veía y quería hacernos ver una miniatura de la Iglesia […]. Esta era la razón por la que se eclipsaba voluntariamente […]. Temía estorbar la obra del Espíritu Santo, a quien veía en acción, con los ojos de la fe, en nuestra pequeña Iglesia doméstica, como en la grande285.

También era su voluntad que el grupo se afirmara y siguiera tan libre como fuera posible. «Nos consultaba y nos dejaba decidir286».

Esta actitud no era siempre del agrado de todos los jóvenes que se encontraban con su primera experiencia de la libertad. Se veían en la encrucijada de una tradición normalista anárquica y de una tradición católica autoritaria; si apreciaban el modo como Portal los animaba a la autonomía y a la responsabilidad, les entraba a veces, cuando una decisión se presentaba difícil, como una nostalgia de autoridad. En 1924, Pierre-Henri Simon escribía a Portal que uno de los objetivos del grupo debía ser «introducir un orden», «indicar una dirección», «crear una disciplina». La mayor parte de sus camaradas habrían abucheado este programa (Simon presumía entonces por uno de los más descarados reaccionarios de la Escuela); no se sentían menos desconcertados por la discreción de Portal que tuvo que luchar para no convertirse en el capellán de un patrocinio intelectual, el director de un catecismo de perseverancia. Antes de la guerra, con normalistas formados por el Sillon y su método de enseñanza mutua, le había sido suficiente con seguir las tendencias espontáneas del grupo; en los años de 1920, fue él quien impuso, por su reserva, la fórmula de los círculos de estudios sillonistas.

Debió luchar de igual modo para no convertirse en conferenciante perpetuo. Los tala le habrían escuchado de buen grado todas las semanas. Robert Chauvet, que era entonces el portavoz del grupo, le escribía en 1921: «Me permitiréis que os diga que varios camaradas míos, el año pasado (y expresaban con toda seguridad un parecer general), pensaban que no tomabais la palabra bastantes veces en nuestras reuniones semanales». Cuando intervenía, improvisaba lentamente, «sin rebuscamiento t sin elegancia», con una voz «sorda y cansada», con silencios, «cubriendo el rostro que habla la ancha mano pasando una y otra vez por los ojos bajos». Aquel «balbuceo inseguro» sabía dar a los tala, grandes retóricos y discursistas consumados, el «horror del hábito mecánico o verbal287».

El Padre no era de ninguna forma orador: lo que nos decía tenía más bien la forma de una meditación; hacía al hablar frecuentes pausas, pero aquello no era insufrible porque nosotros meditábamos y pensábamos con él. Daba la viva impresión de alguien que piensa y que siente en el momento mismo en que habla. Un predicador produce siempre la impresión de estar ajeno a lo que dice: él, en cambio, más que pretender darnos consejos, parecía hacernos participar de su propia experiencia de la vida288.

Desprendíase así la figura de lo que Marcel Légaut llama un padre espiritual, por oposición al director espiritual. El director ejerce una función. Aparte de abrir su puerta y reunir a sus invitados en torno a una larga mesa cubierta de un tapiz verde, Portal no ejercía función alguna. No formaba discípulos, no pretendía dirigir. Era padre espiritual no por lo que hacía sino por lo que era, un sacerdote que se hacía en voz alta las preguntas que se hacían los normalistas; y, al hacérselas, seguía el camino que no era por fuerza el que ellos deberían seguir, pero seguía de todas las maneras la dirección que convenía para que ellos pudieran encontrarse a sí mismos.

Su influencia se reforzaba mediante contactos individuales a los que dedicaba mucho tiempo. No le gustaba confesar a los tala. A los que lo deseaban a pesar de todo, les mostraba que en él el jansenismo no era más aparente. «Nos liberaba, rompiendo los lazos que nuestros prejuicios y aprensiones forjaban con un optimismo que no era de la prudencia humana289». Solía decir que todo hombre de acción debe ser optimista, pero con mayor razón un cristiano.

Si debe reconocer sus debilidades, debe contar con la gracia, que le es suficiente, y apoyarse en Dios que quiere el bien infinitamente más que nosotros […]. Dejaos trabajar, moldear por Dios: ya sabrá él fabricar el instrumento del que quiere servirse290.

Como se limitaba a esperar que vinieran a verle, los nuevos alumnos dudaban al principio en molestarle. Aquellos que pot fin se atrevían a entrar en el círculo interior le encontraban sentado a su mesita de trabajo que no llenaban ni libros ni papeles. «El Padre os recibía sin efusión [con una] moderación extrema en la expresión de los sentimientos291». Pero nunca este reservado habría consultado el reloj delante de un visitante. De esta manera, se habían hecho un poco la idea los normalistas de que Portal les pertenecía totalmente. «Yo no suponía que pudiese tener otros radios de acción, tan preocupado por nosotros me parecía y tan lleno de atención para el grupo292″. Más aun que en público, temía en las conversaciones íntimas sustituir la acción de Dios por la suya293». Dejaba hablar al que venía a él sin intentar llevar la conversación a un tema determinado, y de esta forma «le decíamos michas cosas que no habíamos pensado decirle294». Algunos, como Pierre Mesnard, iban a confiarse regularmente cada semana, cada quince días. «Yo tenía la costumbre de contarle mi quincena entera, mis proyectos, mi trabajo, mis impresiones sobre todos». Portal necesitó siempre un hogar amigo en el que jugar al tío cura; Tavernier, Le Roy le proporcionaron este punto de equilibrio. En los años de 1920, le tocó a Pierre Mesnard, después de su matrimonio.

Venía incluso, cosa rara, a nuestro apartamento del Champ-de-Mars, en mi último año de París. Le divertía cómo estábamos instalados, daba su parecer sobre tal o cual figurilla y acababa enviándonos su hermosa fotografía «para colocar en un panel que le parecía un poco vacío». Teníamos por entonces una criada que iba a entrar en el convento poco después. El Padre inspeccionaba su cocina con severidad y le decía que no iría al Paraíso si no nos agasajaba mejor295.

Integridad y testimonio

Los tala de los años de 1920 crecieron en la Iglesia según la Pascendi, en la Iglesia del juramento antimodernista. Salvo pocas excepciones (como Gabriel Germain, cuyo padre había sido secretario de redacción de La Quinzaine), apenas se interesaban en la crítica bíblica, en la historia de los dogmas, en la historia de los orígenes de la Iglesia, en la aplicación de los métodos positivos para el estudio de las ciencias llamadas religiosas. Daban testimonio de la eficacia con la que habían sido ahogadas las preguntas de la generación precedente. Como se lo escribía Pierre Mesnard a Portal en 1924, ellos buscaban ante todo «la seguridad en la fe y la tranquilidad de espíritu». Cuando Marcel Légaut llegó a la Escuela , había dejado atrás varios años de catecismo de perseverancia. En clase preparatoria, había seguido todos los domingos por la mañana, en la cripta de la Iglesia de San Francisco de Sales, un curso de formación religiosa «a base de cantos ‘católicos y franceses siempre’ y de sermones edificantes». Resultado: hasta que en el grupo tala aprendió la existencia de los cuatro evangelios «y, oh maravilla de la ciencia, que tres de ellos se parecen tanto como para formar juntos un grupo bajo el nombre de sinópticos296». Lo más importante del caso es que antes de conocer a Portal no permitía de ninguna manera ser contenido así en una religión «de carbonero».

Portal creía peligroso este desnivel entre la formación científica de los tala y su formación religiosa. La indiferencia de muchos le preocupaba.

Los jóvenes son admirables, decía a uno de nuestros antiguos. Pero vuestra generación se interesaba más que la generación actual en los grandes problemas. Mandé que les dieran una conferencia sobre el origen del hombre: no dieron señales de comprender el interés297.

Por eso los reprendía, los sacudía:

La fe del carbonero en vosotros no es posible. Existe entre vuestra cultura profana y vuestros conocimientos religiosos un desequilibrio que tarde o temprano pondrá en peligro vuestra fe.

Y se esforzaba por reaccionar «sin titubear, de vez en cuando, en presentarnos las cuestiones más sorprendentes298». De la misma manera que se oponía al catolicismo vociferante y autoritario que estaba en boga en ciertos movimientos de juventud, desaprobaba a los capellanes y directores de obras que, más o menos explícitamente, utilizaban los patrocinios y lo «social» para rellenar las brechas abiertas por el modernismo, apartar a las mentes de las preguntas peligrosas y hacer olvidar hasta la existencia de los problemas que habían provocado la intervención de Pío X y la encíclica Pascendi.

Tampoco le gustaba que los tala se dispersaran en obras exteriores. El primer objetivo del grupo debía ser preparar a sus miembros para servir a la Iglesia en su oficio de profesor. No se trataba de entrenarse para la controversia. Después de y en la continuidad de la Sociedad de estudios religiosos de los años 1905-1908, el grupo no se armaba ni para la propaganda ni siquiera para la apologética («falsea las ideas […]. No os preocupéis por eso299»), sino por el testimonio. «Sed sobre todo sabios y llevad una vida religiosa, y eso será una forma de apostolado300». Pero a condición de no tabicar, no yuxtaponer «vocación religiosa» y «vocación intelectual».

Lo que me parece más importante de lo que el Señor Portal me aportó es que un intelectual debe creer con su inteligencia e integrar su inteligencia en su vida espiritual301.

A esto llamaba Portal la «integridad» del intelectual cristiano, necesaria para conservar la fe mas también para dar testimonio eficaz de ella en los medios universitarios y científicos. De donde ese esfuerzo para abrir a los tala «a todos los problemas que se proponían con agudeza en la época del modernismo302». Pero como en el Cherche-Midi, no había que examinarlos desde un punto de vista modernista.

Estando sometida la inteligencia del investigador a una racionalidad científica extraña a la teología, la integración exige una fe que sea lo menos teológica posible –otra cosa en todo caso que una simple adhesión a un discurso teológico: la vida espiritual debe ser en primer lugar un encuentro cotidiano con Cristo en el Evangelio. No hay que modernizar la fe, sino actualizar una presencia. A los tala, Portal les presentaba la fe no como un «pasado que revivir» , sino como un «presente que vivir303». Se dedicaba sobre todo a introducirlos en una relación personal con Cristo, una relación que no sea tan sólo una consecuencia de la cristología, sino de una comprensión a través de los evangelios de lo que Jesús vivió.

Con el Señor Portal, […] se trataba de un encuentro más allá de la doctrina, pero gracias a él sin duda alguna; un encuentro con aquél a quien señala la doctrina pero que no puede hacerla real y actual si no la recibe a la luz de su vida espiritual y también del sentido que se tiene de su vida. Era franqueando los veinte siglos que separan de Jesús, un encuentro como el que habría tenido lugar si hubiésemos vivido con él y sido sus discípulos como lo fueron algunos judíos hace tiempo en Galilea304.

Portal no era fundamentalista; sabía que los «veinte siglos que separan de Jesús» no pueden franquearse sin la ayuda de la exégesis y de la crítica histórica: la reconquista científica del pasado cristiano forma parte de esta «meditación seria del Evangelio», de este «trabajo en profundidad» sobre el Evangelio que constituía, según Antoine Martel, la actividad esencial del grupo tala305. El cristocentrismo según Portal pude ser sabio; entre los normalistas, debe serlo. No por ello debe alimentar menos una piedad sencilla y sin florituras. La «inteligencia de la Cruz, […] la inteligencia de la vida humana de Jesús, […] la inteligencia de lo que Jesús vivió y fue, mucho más que las doctrinas que le detallan y justifican su razón, estaban en el corazón mismo de la religión del Señor Portal306». Lo mismo que en Javel, quería Portal que todo se centrara en la Pasión, en la Eucaristía. Origen de la gran sencillez de sus consejos. «No indicaba procedimiento alguno extraordinario para avanzar en la vida espiritual: sino la oración, la meditación, la frecuencia de los sacramentos, en una palabra, la vida normal307». Nadie recuerda haberle oído nunca proponer un método o una teoría cualquiera de la oración.

Y es que para él, pienso yo, toda vida cristiana profana se expresaba en oración, y que ésta, por consiguiente, era mucho menos un ejercicio determinado, con sus reglas precisas, que el simple y espontáneo movimiento del alma que ama a Dios308.

Conversación, palabra, charla

Los tala se reunían dos veces por semana; para la misa del jueves en la iglesia de Saint-Jacques-du-Haut-Pas, la parroquia de la escuela, y para las conferencias de especialistas, el lunes, a las 12, en el domicilio de Portal. Pero su lugar de reunión preferido era la «casa de campo» de los lazaristas, en Gentilly, donde se celebraban dos retiros anuales y las jornadas mensuales de estudios y de oración. Los retiros y las reflexiones de antes de la guerra se tenían en Saint-Germain, en la propiedad de la Sra. Gallice; la propiedad se había vendido después de comprar Corbières, en 1917, y había hecho falta encontrar otra ermita. François Verdier, amigo de infancia de Portal, había sido nombrado asistente del superior general de la Congregación de la Misión en 1914; en 1918, fue promovido a vicario general; en 1919, se convirtió en el decimoséptimo sucesor de san Vicente de Paúl. Comprendió la importancia del grupo tala, y le ofreció alojamiento: por primera vez desde 1908, ina obra específicamente portaliana se instalaba en locales lazaristas. El Señor Crapez, superior de Gentilly, fue un modelo de discreción, y los normalistas se sintieron como en su casa en este albergue que no era ya más campestre que de nombre.

Disfrutaron de «los altos y delgados árboles que parecían estirarse al lado de las hierbas locas y del riachuelo309», «la huerta desnuda en los horizontes del arrabal, el Bièvre que cambia de color no según

el talante del cielo sino según el ritmo de las curtidoras, las salas y los corredores siempre vacíos, – tan discretos los habitantes de estos lugares- , y la capilla con la Virgen entres sus nubes», y el refectorio donde los hermanos les traían los platos en «extraños instrumentos de forma de quitasol», y la pequeña sacristía en la que el Señor Portal, para dar confianza al que le debía servir la misa, fingía haber olvidado las rúbricas y le pedía que le informara sobre la liturgia del día310. Un césped a modo de terreno de fútbol estaba rodeado de un gran anillo de escoria por el que daban vueltas los ejercitantes horas enteras, en pequeños grupos simpatizantes. Las reuniones de trabajo y de meditación se celebraban en una sala bien encerada, bajo la mirada de un san Vicente de Paúl en yeso pintado. Portal apreciaba este decorado sin elegancia en el que la oración no se apoyaba en ninguna emoción estética.

En Gentilly como en el 14 dela calle de Grenelle, Portal intervenía primeramente para concluir las conferencias que daban los invitados o los normalistas mismos. Lo que no habría podido ser más que accesorio constituía a veces lo esencial de la sesión.

A propósito de una conferencia de Garric sobre Lamennais y Lacordaire, nos hablaba del amor a la Iglesia y de la fidelidad llena de fe que le debemos. «Lamennais se habría sometido, decía, asistía veinte años después al triunfo de sus ideas». Tomando luego la cuestión desde otro punto de vista, nos hablaba de la amistad que había unido a estos dos hombres y de la ayuda moral que debía haberles prestado en los momentos difíciles. Entonces se mostraba severo con Lacordaire; cuando se ha trabajado con alguien, no hay que abandonarlo, nunca, pase lo que pase»; y ahora que los detalles puramente históricos de la conferencia se difuminan en la memoria, estas ideas de nuestro Padre me quedan bien claras311.

Si quería volver sobre una conferencia, resumirla a su manera, portalizarla, prefería la conversación improvisada, las sesiones socráticas en las que él llevaba suavemente a un ilustre visitante a revelarse a los normalistas, sin pose y sin frasecita.

Nos divertía a veces verle acoger en Gentilly a un diplomático de paso por París a quien había invitado a ver a sus normalistas. «Bueno, Padre, pero con una condición. ¿Cuál? –Que no tenga que hablar. –Contad con ello». El diplomático estaba sorprendido en un principio al ver ante sí a treinta interlocutores, treinta silencios, y se habría asustado si el Señor Portal no hubiese estado a su lado, gozando de su emoción y con nuestra espera. Pues no, no se trataba de hablar, sólo de conversar (hay un matiz). Y con toda delicadeza le hacía las preguntas el Señor Portal, comenzando por las menos insidiosas, estableciendo entre él y nosotros, en el pequeño salón, esa corriente de simpatía que suscita la verdadera elocuencia. Y poco a poco, sin darse cuenta, el ilustre no conversaba ya: pasaba insensiblemente de la conversación a la palabra, de la palabra a la conferencia; lo había hecho sin saberlo; el Señor Portal juzgaba que esto era lo mejor… Como buen hijo de san Vicente, y san Vicente como Pascal sabía que la mejor de las charlas es la que, nacida delas ocasiones ordinarias, se nutre de experiencia y lleva a obrar bien312.

Digamos que Portal animaba él solo el grupo, bien los lunes, cuando no había conferenciante, bien las tardes de retiro, en Gentilly. Los lunes, en la calle Grenelle, daba una conferencia histórica o ina conferencia espiritual. Estas charlas eran a la vez la cosa menos preparada y la mejor preparada del mundo que pudiera existir. No estaban preparadas, pues hablaba sobre todo del siglo XII francés que había estudiado mucho y se lo conocía por dentro. «Se trataba menos de un conocimiento técnico de los sucesos y de fechas, que de una inteligencia viva y tranquila del modo cómo ocurrieron las cosas313». Había tardes en que Portal pensaba que los tala sentían la mayor necesidad de una «buena repetición de oración». Estas reuniones espirituales no transcurrían sin provocar cierto espanto ya que cada uno debía dar parte en ellas de su propia experiencia de la oración y de la meditación. «Muy pocos sabían hacerlo. A todos les faltaban las frases; un malestar parecía recorrer a los asistentes. Se temía un poco estas sesiones en las que lo llamaban a uno a exteriorizar su espíritu». Portal se extrañó de que los normalistas de después de la guerra sentían cierta indiferencia o incapacidad para hablar de Dios, lo que no ocurría con los de 1912. Y es verdad que la generación de 1919 parecía «a la vez más activa y menos expansiva: inclinada a las obras y los estudios religiosos, más que a las especulaciones y experiencias de la vida personal314».

Sin embargo no se trataba más que de una parte del grupo, mayoritaria sin duda. Porque las cosas marchaban mejor durante los retiros cerrados de tres días, a los que nunca asistían más de una veintena de tala, los más cercanos de Portal, los «espirituales», los que pasaban por un estudio serio cristiano antes del compromiso social.

Cuando se sabe qué pudor orgulloso se oculta en el alma de un normalista, se comprende la audacia que necesitaba el Señor Portal para decir la tarde de un día de retiro, dejando el reloj sobre la mesa: «Nos queda media hora antes de comer. Vamos a ver…¿Podéis contarme qué pensamientos habéis tenido durante el día». Y en el silencio temeroso primeramente que se había apoderado de ellos, y llamó a uno de nosotros que estaba sorprendido de oír resonar su voz315…

¿Y la política?

Si la actitud de Portal provocó reacciones diversas, parece haber conseguido bastante bien mantener el grupo al abrigo de los debates partidistas. A título individual, los tala podían pertenecer a la organización que quisieran, pero con la condición de no hablar de ello durante las reuniones del grupo. Antes de 1914, la huella dejada por el Sillon había mantenido a distancia a los elementos conservadores o reaccionarios; después, y con la renovación casi completa de los efectivos (la mitad de los tala de 1914 muertos en un año, la enorme doble promoción de 1919), el grupo reclutó tanto en la derecha como en la izquierda. De ello dan cuenta dos encuestas publicadas en 1921 y 1922 por La Démocratie y por L’Opinion. En la primera, el bimensual de Marc Sangnier, Jean-Rémy Palanque muestra que el grupo «funciona, sin equívoco posible, al margen de las tendencias políticas, y encierra los temperamentos más opuestos». Si los «monárquicos militantes» no constituyen más que «unas unidades», tala no realistas no ocultan sus simpatía por las «ideas nacionalistas integrales» y el «temperamento de Acción francesa». A pesar de todo el movimiento de Charles Maurras encuentra «mucho menos favor […] que en otros ambientes intelectuales». En cuanto a los «jóvenes republicanos», es decir los católicos de izquierda cercanos a Marc Sangnier, «existen y actúan, pero la mayoría me parece difícil de conquistar». Lo grueso de los tala se distingue en efecto por su «desdén por los partidos políticos», comprendidos los que forman el bloque nacional.

En conjunto, creo poder encontrar una decadencia de las luchas de ideas y poco gusto por los conflictos de principios316.

El estudio anónimo publicado el año siguiente en L’Opinion afirma que el grupo

no tiene color político. Algunos camaradas de Acción francesa (tres o cuatro) se avecinan con amigos de Marc Sangnier (siete u ocho). La mayoría está dispuesta, en materia política, a confiar en las instituciones actuales […] contando a la vez con el juego regular de las instituciones parlamentarias y con la formación progresiva del país.

Así los católicos reflejaban con bastante fidelidad el clima general de la Escuela, incluida su aversión por la cosa militar. L’Opinion es formal: el antimilitarismo forma «casi la unanimidad […]. La aversión hacia el ejército es netamente predominante317». La hecatombre de 14-18, la suerte reservada a los desmovilizados, las torpezas de la instrucción militar establecida en la Escuela alentaban un sentimiento que no excluía, conviene señalar, un apego mayoritario a las demás instituciones nacionales. Añádase –y éste es otro carácter propio de la Escuela- que los tala continuaban llevándose bien con sus camaradas socialistas, siempre fieles en su mayor parte a la S.F.I.O. Según Jean-Rémy Palanque en La Démocratie, su anticlericalismo sólo se afirmaba en el exterior, habrías sido de mal tono volverle contra otros de Ulm.

Esta fisonomía política en la que una izquierda y una derecha enmarcaban una «zona pantanosa» bastante fuerte afirmó a Portal en su convenciniento de que el grupo tala como tal no debía adherirse a ninguna organización, fuera la A.C.J.F. o la Federación nacional de los estudiantes católicos, fundada en 1922. «A veces algunos camaradas que todavía no habían asimilado bien el espíritu del grupo hablaban en las reuniones de tal o cual obra exterior: federaciones, etc., y preguntaban al Padre si no creía que debiéramos formar parte de ellas». Portal respondí entonces con uno de aquellos silencios que hacían entrar a los temerarios en su concha. No más que la obra de Javel, el grupo tala no se afilió a ninguna asociación de ámbito nacional, a ninguna organización susceptible de desempeñar una función política y de tomar partido en la rivalidad que oponía entonces el bloque nacional al cartel de las izquierdas. Pero si Portal prohibía todo debate político, él mismo ejercía cierta influencia, bien sugiriendo lecturas, bien poniendo sobre aviso contra el catolicismo político.

Muchos nuevos llegaban a la Escuela sin sentir admiración más que por Barrès, Psichari y Massis (pero en sus cartas a Portal, no se descubre ninguna alusión a Maurras). Portal hacía todo lo que podía por orientarlos hacia Mauriac, Péguy y Bernanos. De esta manera hizo cambiar a Pierre-Henri Simon «de Barrès a Péguy318»; y, después de leer Sous le soleil de Satan en una mañana, no dudó en salir de su reserva para recomendar «con todo empeño» su lectura319. Estos consejos no contenían sin duda política alguna; pero contribuyeron tal vez a dar origen a ciertas evoluciones, como la que llevó a Pierre-Henri Simon del Écho de Paris a Esprit.

Más directos fueron los avisos de Portal contra las manifestaciones de un catolicismo político que, so color de defensa religiosa, parecía poner en entredicho el carácter laico del régimen.

Los católicos [recordaba él a Léon Husson] deben dar el ejemplo de la lealtad y respetar la ley de la neutralidad desde el momento que entran en la Universidad320.

La victoria del cartel de las izquierdas, en la elecciones de 1924, le inspiró algunos sarcasmos sobre «los católicos [que] se han pasado el tiempo defendiendo posturas perdidas de antemano, sin cuidado alguno por enterarse bien»; y recordó una vez más que los profesores católicos debían atenerse, en el ámbito de sus actividades profesionales, a la más estricta neutralidad321. A finales de 1924, cuando se organiza lo que será en 1925 la Federación nacional católica, escribe a su sobrino Marcel Cambon que hay algo mejor que hacer que «gritar contra las leyes laicas. Las leyes sirven por su aplicación sobre todo322». Y en 1927 el normalista Marcel Clavel dio cuente de con qué viveza denunciaba Portal «una gentuza de seudocristianos, agua de rosas cuando se trata de la observancia de los mandamientos de Dios y fanáticos cuando se habla de elecciones o de escuela laica323».

Portal se expresaba en esto con bastante discreción con el fin de no romper el grupo. Maurice de Gandillac, cuyas simpatías estaban de parte de la Acción francesa, reconoce que no se sentía muy cómodo en la calle Grenelle y que no trató nunca de entrar en la intimidad del lazarista. No por ello dejó de asistir a las reuniones del grupo. Y en un informa a Jean Prat, un antiguo tala escribe a propósito de las advertencias de Portal:

Que esta dirección fuera juiciosa y benéfica, algunos –en la extrema derecha- lo pondrían en tela de juicio a buen seguro. Pero esta acción fue deliberadamente demasiado discreta y demasiado serena, para que los agitados pudieran darse cuenta, o inquietarse los amantes de polémicas324.

No fue precisamente en el plano político donde se produjo finalmente la división entre los tala, sino entre dos tipos, dos temperamentos, los «sociales» y los «espirituales», cuyas figuras destacadas fueron Robert Garric y Marcel Légaut, Garric que «acabó en lo social» como otros fueron al pueblo, y Légaut que transformó en monasterios su habitación de la calle Ulm donde recitaba prima, vísperas y completas.

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