Capítulo XI: La destitución
Primera alerta: verano de 1905
Hasta 1905 Portal no atrajo demasiado la atención de los vigilantes, de los inquisidores con o sin mandato, de los denunciantes, los que firman y los que no firman. Todo lo más sus adversarios le designaban como «ese señor que se ha comprometido con los anglicanos186». La acusación no era ya muy reciente, se refería a un dosier que el Vaticano, según toda verosimilitud, había clasificado definitivamente. Portal acogió sin sobresalto los preámbulos de la caza de brujas, comentó por el lado gracioso las primeras intervenciones de Pío X en el asunto Loisy, se divirtió abiertamente con el ataque lanzado contra sus Petites Annales por Mons Latty, obispo de Châlons, a quien con toda gracia calificó de «Cristóbal Colón de la hipercrítica».
Hasta julio de 1905 no le permitió una primera alerta un poco seria medir qué peligros le hacía correr la conciencia desdichada e inquieta de los católicos que se sentían exiliados en su propio grupo por la oleada anticlerical y amenazados en su fe por la oleada crítica. Una carta firmada por un «grupo de sacerdotes de París» le denunció como «sospechoso bajo el punto de vista de la fe»: dirigía una revista heterodoxa, no aceptaba la condena de las órdenes anglicanas, había fundado una Sociedad de estudios religiosos con personajes tan irritantes como Le Roy o Laberthonnière.
Los tiempos ya no eran de aquellos en los que las denuncias anónimas terminaban su trayecto en la papelera del señor Fiat. El arzobispo de París detuvo el asunto y exigió una investigación. Se trató mucho de las relaciones de Portal (la entrada del 88 estaba vigilada sin duda), de la recitación del breviario por sus seminaristas ( se le acusó de haberla dejado en facultativa), y del terror en que habían convertido la diócesis de Saint-Flour las opiniones filosóficas de dos antiguos del Cherche-Midi. Como buen lazarista, Portal se creyó víctima de una cábala jesuítica; es verdad que los Bons Pères tenían algunas razones para guardar rencor a los superiores y a los alumnos de los dos seminarios universitarios del Instituto católico.
Los estudiantes de teología me producen terror [explicó Portal en la memoria que redactó para el Señor Fiat y los obispos protectores]. Todos los años hay comidillas. Este año, uno de ellos dibujó en el encerado en la sala donde se dan las clases un blasón con res navajas, armas parlantes que designaban a los tres profesores de teología. Ante las quejas reiteradas de los alumnos se cambió al padre Auriault y el padre de La Barre quedó muy tocado. Dos estudiantes acudieron al obispo a suplicarle que pidiera al Consejo el cambio del Señor Fillion. El Señor Fillion fue cambiado. Con toda justicia los alumnos tienen razón […]. Los reverendos padres nos la tienen guardada al Señor Guibert y a mí porque en consejo hemos tomado el partido de los alumnos a causa de un examen en el que no se habían dado las con toda conciencia. La pruebe fue realizada por otros examinadores que los jesuitas.
Interpretación reductora, y por consiguiente tranquilizante. Portal no quiso ver en ello el síntoma de una crisis mayor, de una degradación brutal del clima intelectual y de las relaciones humanas en la Iglesia de Francia. Debía secundar a sus superiores, que pusieron empeño en minimizar el caso y en ridiculizar el acta de acusación. El señor Villette, asistente del señor Fiat, sacó conclusiones tan claras que el cardenal Richard pudo clasificar el dosier y despedir a los «sacerdotes de París a sus estudios. Pero el señor Fiat no regía más que su congregación y el cardenal Richard no era más que el arzobispo de París. Los denunciantes anónimos fueron relevados muy pronto por vigilantes que combatían, éstos sí, a cara descubierta. El 11 de noviembre de 1905, la Semaine religieuse de Cambrai, periódico incendiario del infatigable canónigo Delassus, denunciaba a la Revue catholique des Églises como uno de los focos del «criticismo» y del «democratismo» en el clero docente. Y sólo un años más tarde fue cuando Portal pudo medir el alcance de este ataque. El 11 de noviembre de 1906, en efecto, el gobierno francés mandó recoger los papeles del encargado de asuntos de la nunciatura apostólica en París, Mons Montagnini, dio parte de ello a la prensa. Portal publicó extractos demostrando que, desde julio de 1906, Montagnini había pedido al Vaticano la condena de la Revista. Siempre optimista, el lazarista no quiso ver en este asunto más que el fracaso de aquellos que llamamos ahora los integristas, y que él llamaba los «cabezas puntiagudas». Después de todo, el Vaticano no había seguido las recomendaciones de su encargado de negocios.
Este optimismo se alimentaba con cartas llegadas de Roma, que apuntaban a la influencia moderadora del cardenal secretario de Estado Merry del Val, un prudente, se decía, un diplomático que no perdía ocasión de apoyarse en incidentes como el asunto Montagnini para apartar a Pío X de intervenir de continuo y directamente en los asuntos de la Iglesia de Francia. En mayo de 1906, Jacques Chevalier se fue con toda naturalidad a visitarle; se volvió con la seguridad de haberse encontrado con una mente estrecha pero realista, bajo cuya influencia Roma se limitaría a moderar a aquellos que andaban demasiado deprisa. En noviembre de 1906, fue un antiguo del Cherche-Midi, Paul Sevestre, el que señaló a Portal la oposición de Merry del Val a toda condena del Sillon de Marc Sangnier.
Del asunto Calvet al asunto Le Roy
Estos informes tranquilizadores no estaban de más para sostener el optimismo de Portal. A partir de 1906, descubrió que había algo peor que ser perseguido; y era ver a» los suyos sospechosos, atacados, detenidos, enfrentados a medidas que paralizaban su entusiasmo o aniquilaban sus talentos189″. De todos los portalianos fue Calvet el primero a quien le afectó, y con dureza. Nunca se había sentido cómodo en el Instituto católico de Toulouse; poco a poco su situación se hizo insostenible; con el rector, Mons Batiffol, y otros dos o tres profesores, desató la cólera de los bien pensados que no le perdonaron haber entrado en relaciones cordiales con las facultades de Estado.
[…] Somos demasiado universitarios, es decir que no hablamos de estrangular la Universidad […]. Rezan por nosotros en los conventos y Toulouse la Santa nos vomita190.Empeoró las cosas difundiendo la Revue catholique des Églises y haciendo campaña a favor de la Sociedad de estudios religiosos. En junio de 1906, por fin, después de contar con Batiffol y el abate Birot, vicario general del arzobispo de Albi, publicó en Demain un artículo muy portaliano: para evitar la dispersión de los hombres y de los medios, muy escasos, proponía suprimir la enseñanza de la medicina, del derecho, de las letras y de las ciencias en los institutos católicos de provincias, que no conservarían más que una dirección de estudios y enviarían a los estudiantes a los cursos magistrales de las facultades de Estado.
Mientras que Mons Batiffol y el abate Birot, corresponsables del artículo, guardaban un prudente silencio, Calvet fue expulsado del Instituto católico. El obispo de Cahors, de quien dependía, le expidió en el mismo folio un despido, un celebret y unas palabritas para explicarle que no había puesto para él en la diócesis. «Naturalmente, nadie suscitaba la cuestión de saber si yo tenía una fortuna personal y medios de existencia».
Todavía debió sentirse dichoso por no haber sido excomulgado, como le había amenazado el arzobispo de Toulouse. El artículo de Demain había causado alboroto; la exclusión de Calvet también. Perseguido por los cabezas puntiagudas, abandonado por los progresistas de la clase de Batiffol, solicitado por los anticlericales que le ofrecieron una cátedra de liceo si aceptaba dejar los hábitos, arrojado a la calle sin un duro y amenazado de hambre si no apostataba, el escandaloso no encontró más que un refugio: el seminario San Vicente de Paúl, donde Portal le acogió con los brazos abiertos, exponiéndose de esta forma a los comentarios variados de una opinión desencadenada. Un año después, le tocó a Mons Batiffol caer en la trampa; fue a alimentarse donde su hermano, que tenía posesiones.
Así es que en una atmósfera de tormenta, plena de excomuniones volantes, según la fórmula de Loisy, se abrió la segunda instrucción contra Portal. En el origen del asunto, la publicación de una obra importante y condenada al Índice, Dogme et critique. Édouard Le Roy desarrollaba en ella su artículo de 1905, «¿Qué es un dogma?», y daba a la crisis una dimensión nueva: no se trataba ya de una encuesta lingüística e histórica sobre el texto de la Biblia o una serie de documentos relativos a los orígenes cristianos, sino sobre un interrogante filosófico sobre el acto de fe; el dogma no se presentaba como el soporte pedagógico.
La instrucción fue conducida por el nuevo rector del Instituto católico de París, Alfred Baudrillart, antiguo alumno de la Escuela normal superior, agregado de historia, miembro del Oratorio de Francia, espíritu abierto, devuelto a la prudencia por las dificultades de la época.
Su gran preocupación, al tomar la dirección de una casa que había cobijado a Loisy, fue limpiarla de toda sospecha de modernismo.
Tomó pues muy en serio una extraña cuestión que le llegó a principios de junio de 1907, de la Congregación romana de los asuntos eclesiásticos extraordinarios: «¿Ha tenido parte alguna el señor Portal, directa o indirecta, próxima o lejana, en la publicación del reciente libro del Señor Le Roy?» Cuestión extraña, pero que la incompetencia notoria en materia filosófica no permitía eludir: lo que estaba en juego en efecto era la publicación y no la redacción de Dogme et critique; era suficiente demostrar que Portal había leído las pruebas, por ejemplo, para acarrear su condena. Después, él mismo, ya se dio cuenta del peligro:
De hecho mis adversarios habían elegido perfectamente el punto de ataque y es un milagro que pude responder como puedo. Fue necesaria la voluntad bien decidida de Le Roy de no comprometer a nadie para que yo no tuviese comunicación con el manuscrito o con las pruebas193.
Comprendió pues la enormidad del peligro, pero, una vez más, ya tarde. Cuando Baudrillart se trasladó al Cherche-Midi para hacerle la pregunta con toda la gravedad de un magistrado instructor, comenzó por tomarse el asunto «a broma». Para hacerle recobrar la seriedad, el rector tuvo que explicarle que disponía ya de tres testigos de cargo.
Portal demandó y obtuvo veinticuatro horas para hacer un contra-informe que arruinó los testimonios y los redujo a unas conversaciones deformadas y cotilleos de confesonario. Baudrillart, que era prudente pero honrado, envió a Roma un informe favorable; el secretario de asuntos extraordinarios aceptó clasificar el asunto, no sin dirigir a Portal un aviso por medio de Mons Fontaine, director de la casa de los lazaristas en San Nicolás de Tolentino.
Decid que en cuanto al pasado se acabó; no pasará nada. Nos no escribiremos de aquí a la calle de Sèvres. Pero también habéis de ser bien prudente en el futuro. Tenemos la mirada puesta en todo y todos los que se relacionan de cerca con el Instituto católico194.
El asunto vino a reforzar la tesis de la influencia moderadora del Vaticano. El secretario de Asuntos extraordinarios, que no era otro que Gasparri, compañero de la campaña angloromana, el amigo de 1894, consiguió frenar el dosier y transformar la amenaza en aviso útil. Portal pudo contar a sus amigos que acababa de escapar de un complot, un complot jesuita, evidentemente. A pesar de todo, comenzó a preguntarse hasta cuándo, en las congregaciones romanas, las buenas voluntades podrían continuar moderando las cosas.
Bajo «Pascendi»
El mes siguiente, el Santo Oficio publicó el decreto Lamentabili sane exitu condenando sesenta y cinco proposiciones doctrinales. Sin dudarlo, Portal firmó un texto de adhesión que le sometió Baudrillart, pero contrariamente a su costumbre, le costó mucho extraer el aspecto positivo del suceso.
Si el documento calma a los conservadores por el hecho mismo que les da la victoria y si frena a ciertas mentes: será perfecto. Pero si se convierte en un instrumento de lucha entre personas no hemos terminado. Le Roy ha sido llevado al Índice y Dimnet también […]. Demain suspende la publicación […]. Está claro que es el triunfo de la reacción y de los jesuitas.
Después de la publicación de la encíclica Pascendi el neo-galicanismo de Portal (¿cómo decirlo de otro modo?) se abrió en el convencimiento de que no había ya nada más que esperar de los elementos moderados del Vaticano. El lazarista siguió en su optimismo, sí, y se empeñó en subrayar el lado bueno de la crisis, pero únicamente porque creía que provocaría el descenso de la centralización romana.
Se siente el despertar de un sentimiento nuevo en nuestro mundo católico. En lugar de que vayamos estos últimos treinta años siempre hacia la exaltación del papado, hasta los que lo aprueban lo hacen sin la misma convicción y otros muchos no se sienten molestos al decir que el papado se pasa de raya y que ya es hora de señalar los límites de este poder.
Este convencimiento de que la crisis significa progreso y de que las convulsiones preparan una Iglesia renovada da cuenta en Portal de cierto desprendimiento con relación a sus tribulaciones personales. De setiembre de 1907 a abril de 1908, su situación no cesó de degradarse.. Sus superiores le notificaron la orden de no hablar más en público; presentada como provisional, la medida no fue levantada hasta después de la guerra. Mientras Baudrillart ponía en pie un consejo de vigilancia del Instituto católico, la Revue catholique des Églises recibía a un censor. El cardenal Richard aceptó que este cargo desagradable fuera confiado al Señor Mangenot, comensal, amigo, la reserva moderada del portalismo. La medida no dejó por ello menos de presagiar la muerte de la Revista. ¿Cómo iban a aceptar anglicanos, protestantes, ortodoxos someter sus artículos a la censura católica? Era negar el principio mismo de la Revista, lugar de contacto en el que todas las confesiones eran tratadas en pie de igualdad. Desde el final de 1907, Portal decidió barrenarla y utilizar otros medios de expresión.
Creo que para hablar de unión será necesario esperar el pleno desarrollo de las fuerzas que se agitan en cada Iglesia para su prosperidad o para su desgracia […]. Nuestros amigos y nosotros, sin perder de vista nuestra meta final, debemos entregarnos únicamente a trabajos preliminares, a investigaciones sobre el estado actual de las Iglesias […]. Sobre esto he llegado a la conclusión de que la Revista no era ya el instrumento de esta fórmula nueva de acción […]. Su desaparición no llevaría consigo la disolución de nuestro grupo que tiene su vida propia. Habría en todo caso lugar a pensar en organizarlo más estrechamente, y en conseguir de los miembros de nuestras reuniones del domingo más trabajos escritos para diferentes órganos. Deberíamos convertirnos poco a poco en un verdadero arsenal.
Además había que ver si los obreros podían trabajar. Después de Calvet, Émile Amann, antiguo del Cherche-Midi, colaborador fecundo de la Revista y profesor del seminario mayor de Nancy, fue el segundo portaliano notorio en ser golpeado. Portal consiguió adelantarse al estallido, a la expulsión, la condena replegándole urgentemente en una discreta capellanía. Aparte de estos «casos», hubo los hostigamientos oscuros, las pequeñas persecuciones agotadoras que quebraron algunos ánimos; citemos al abate Louvière, alumno del Cherche-Midi en misión al otro lado del Canal, quien comunicó en diciembre de 1907 las dificultades que encontraba para decir la misa en la parroquia católica de Oxford (y sin embargo se guardaba mucho de exhibirse con anglicanos):
Las recientes encíclicas los ha vuelto locos (tenemos como «párrocos» a RR. PP. jesuitas): mi celebret no era suficiente, al parecer, porque yo tenía una cabeza y unas intenciones «modernistas».
Los primeros meses de 1908estuvieron señalados por una sucesión de asuntos que conformaron a Portal en su voluntad de trabajar «por la Iglesia con una humildad profunda, en una labor desconocida de todos199». Fue la condena y la supresión de La Vie catholique del abate Dabry y de la Justice sociale del abate Naudet, con aplausos de Henri Lorin, lo que permitió al abate Lemire escribir: «Lorin tiene la bendición del papa; yo no tengo más que la religión200», fórmula que Portal habría podido rubricar. Siguió muy pronto la excomunión mayor, nominativa y personal de Loisy y la entrada en el Índice de Paul Bureau, que obligó a los superiores de los dos seminarios universitarios de Paría a hacerse algo menos superiores y algo más vigilantes. De seguir a la letra las instrucciones del rector, su trabajo se habría reducido todo lo más a amenazar, denunciar, excluir.
Los golpes no venían solamente de los adversarios. El número de marzo-abril de la Correspondance de la Unión por la verdad facilitó la tarea de los cabezas puntiagudas clasificando simplemente entre los modernistas a colaboradores de la Revue catholique des Églises tan fecundos como Hemmer, Wilbois y Turmel. El subterráneo abate Turmel, que dio a Portal nueve artículos sobre la historia antigua del papado, hizo más estragos que una banda de inquisidores: un profesor del Instituto católico de Toulouse, el abate Saltet, le identificó como el autor, bajo los seudónimos de Herzog y de Dupin, de artículos «hipercríticos», corrosivos de la fe y del dogma, publicados en 1907 por la Revue d’histoire et de littérature religieuses de Loisy. Turmel se empeñó en refutar a Saltet en la Revue du clergé français. De donde controversia, polémica, relectura y reevaluación de los artículos firmados por Turmel los años precedentes.
Después del caso Loisy, vamos a tener el caso Turmel [suspiraba Portal]. Después de la exégesis, la historia. Decididamente entre los sabios y los ignorantes, la posición no es cómoda201.
Haber publicado nueve artículos de Turmel-Herzog-Dupin después de ser sospechoso de complicidad con Le Roy, era evidentemente mucho. Así pues, en la primavera de 1908, el caso del Señor Portal comenzaba a ponerse en marcha. Para regularlo, bastaba ahora un pretexto bien amañado; fue Calvet quien le presentó, y Merry del Val quien lo utilizó.
La vida escandalosa del abate Morel
Portal tuvo el dudoso honor de ser revocado a petición del cardenal secretario de Estado, segundo personaje de la Iglesia católica. Era, es cierto, un viejo conocido, y un hombre a quien le gustaban las cuentas bien claras. Una «alta personalidad romana» le confió un día al rector Baudrillart: «el cardenal Merry del Val no perdona al señor Portal las ordenaciones anglicanas202».Desde 1896, su carrera había sido rápida: camarero secreto participante, delegado apostólico en el Canadá, consulto del Índice, presidente de la Academia de los nobles eclesiásticos, arzobispo de Nicea a los treinta y cuatro años, por fin sustituto del cardenal Volpini, secretario del Sacro Colegio. Se había beneficiado en 1903 de un feliz concurso de circunstancias: como agonizaba León XIII, un ataque había fulminado a Volpini, secretario con derecho al Cónclave. Los cardenales debieron apresurarse a encontrarle un sucesor; entre todos los candidatos, Merry del Val era el que menos dividía; no siendo todavía cardenal, no podía pretender la tiara. Fue por lo tanto él quien organizó el Cónclave. Esta alta función, eficazmente asumida, le valió la púrpura, y el relativo aislamiento de Pío X el cargo de secretario de Estado, a los treinta y ocho años.
Esperó cinco años antes de fulminar a Portal. Nada permite pensar que haya tenido que ver en las tentativas abortadas de 1905 a 1907. No era hombre que errara el golpe. Hasta después de la publicación de una vida de L’Abbé Gustave Morel por Calvet no supo que tenía a su presa y que podía despedirle con toda seguridad, sin que la maniobra oliera a esfuerzo o encarnizamiento. En 1906, Portal había lanzado la idea de una colección de libros dedicados al «estudio científico de las diferentes Iglesias cristianas203». Para inaugurarla serie, pidió a Calvet que escribiera una biografía que sonara a manifiesto, la de Morel. La obra se escribió en seis semanas, se imprimió en quince días y se difundió enseguida. «Era preciso decirlo todo o no decir nada204». Calvet lo dice todo, desde Harnack hasta los anglicanos; cita muchas cartas en las que Morel detalla lo bien que piensa de algunos herejes, otras en las que critica duramente la debilidad de los estudios eclesiásticos en la Iglesia católica.
Encuentro en ella mucho Loisy [lamentó el rector del Instituto católico de Lyon] y patadas a los teólogos. Los jóvenes naturalmente proclives a la novedad, no necesiten ser empujados en esta dirección.
La obra atrajo la atención sobre el Cherche-Midi, sobre Portal, sobre las relaciones anglicanas de Portal, en un momento en que los integristas afirmaban la unidad del error desde Lutero a Loisy.
A primeros de abril de 1908, Baudrillart anunció a Portal que la máquina se había puesto en marcha. «Recibo de Roma una petición de explicaciones acerca del libro del Señor Calvet sobre el abate Morel; y en particular me poden que responda si los hechos alegados en ese libro son exactos206 «. ¿Cómo responder sin dedicar una verdadera investigación sobre la casa que habitó Morel los cinco últimos años de su vida, el seminario San Vicente de Paúl? Baudrillart la emprendió pues con los comensales y los asiduos del Cherche-Midi. Se hallaron dos –Mons Graffin y el abate Peillaube, según Calvet- para hundir al superior. Y entonces llegó a cristalizar lo que en adelante se llamó (pero entre los católicos ingleses más que en el continente) el portalismo,
Una especie de herejía de contornos mal definidos en la que se mete en el mismo saco todo lo que concierne a las dificultades sobre la noción misma de Iglesia. En Roma y en Francia, habrá quien asocie el portalismo con el modernismo.
De esta forma la máquina funcionaba de maravilla. So pretexto de investigar sobre un libro de Calvet (retirado de la vente, ni siquiera fue incluido en el Índice), se preparaba un dosier contra Portal. Pronto informado de que se instrumentaba contra su subordinado y que las órdenes venían de arriba, el Señor Fiat cayó en un estado de inquietud que le abrió a toda sugerencia razonable.
El 4 de mayo, por fin, Baudrillart informó a Portal de que el maestro de obras acababa de entrar en escena. Para intervenir, Merry del Val esperó que la situación estuviera bastante madura para poderlo arreglar todo con una palabra. Esta palabra se la dijo al vicerrector de Instituto católico de París.
El cardenal ha dado a entender, – aunque sin decirlo expresamente- que el Señor Portal no es precisamente todo lo que convendría ser para dirigir a los jóvenes en un seminario. El cardenal dice que si se informa sobre la Vie de l’Abbé Morel, no es porque se piense poner este obro en el Índice; sino porque teme que se imparta la formación del abate Morel, y en particular su asistencia a las clases de Harnack y de otros herejes, como el tipo de formación del buen profesor de institutos católicos, lo que sería una grave equivocación.
El 27 de mayo, en carta fechada en Roma, Baudrillart hizo saber a Portal que el Señor Fiat había tomado el caso en sus manos y negociaba directamente con el secretario de Estado. El 7 de junio, Portal escriba a Lord Halifax:
A mí ya me han arreglado las cuentas. El cardenal Merry del Val ha dicho a mi superior general más o menos en los mismos término en que había hablado a estos señores del Instituto católico, y la conclusión es que no puedo seguir donde estoy según la propia expresión del Señor Fiat. El secretario de estado pide mi destino o más bien lo obtiene por una presión administrativa.
No se trató sólo de un traslado. En junio de 1908, Portal se sumergió, se esfumó, adoptó la discreción, se hizo el muerto y lo hizo tan bien que en el momento de las conversaciones de Malinas, cuando los periódicos hablen de él, algunos se extrañarán por creerle verdaderamente muerto, El Señor Fiat ayudó a su subordinado a transformarse en topo. A fin de evitar toda manifestación en su favor, le pidió que saliera de París hasta nieva orden. Destitución, desaparición: corrió el rumor que Portal había sido suspendido y expulsado de su congregación. Tuvo que escribir a Hijas de la Caridad que se preguntaban si podían seguir recibiendo a un sacerdote tan dudoso. El rumor dejó sus huellas sobre todo en provincias. Según su sobrino, Marcel Cambon, Portal no celebró más la misa en Laroque. En adelante, cuando visitaba a la familia, se iba a oficiar a veinte kilómetros de allí, al hospital de Vigan, donde le conocían pocos. Como celebraba a primera hora, salía de Laroque de noche. «Exul in patria», decía Tertuliano, «desterrado en su propia patria…»
París-Limay-París
De julio de 1908 a enero de 1909, Portal no tuvo derecho a residir en París. Materialmente la prueba no tuvo nada de atroz. No se trató nunca de in pace o de hospitalidad obligatoria en un convento apartado. . El lazarista se replegó en primer término en Montpellier, no en el seminario (este género de visita le estaba prohibido por ahora) sino en el asilo de sordomudos dirigido por las Hijas de la Caridad. En agosto, pasó algunos días con la familia Le Roy, en Pornichet, en el chalé de las Rocas. Después de los sordomudos, niños, qué descanso. Pudo jugar al tío cura, dar patadas al balón y embarrarse la sotana en los charcos, por la playa. Por fin se instaló, a invitación de una persona de quien se volverá a hablar, Mme Lefort, en el castillo de los Celestinos, en Limay, en Seine-et-Oise; cómodo exilio, por cierto, pero en las puertas de una ciudad prohibida.
De todas las maneras esta prohibición de estancia me produce un curioso efecto […]. Es horriblemente larga209.
Allí fue donde recibió, en diciembre, el último número de la Revue catholique des Églises.
Aparte de mi problema personal, creo más hábil, más práctico que los hombres que se han formado con nosotros se dispersen y escriban en las revistas y en los periódicos. Gratieux escribe en L’Univers sobre la Iglesia rusa. Otros en el Bulletin de la semaine. Vamos a entrar en Le Correspondant y espero que también en otras revistas. Nuestra acción será más extensa y ya no haremos la guerra a nuestra costa.
Si le estaba prohibida toda publicación, y por largo tiempo, recibió la autorización de conservar una casa de estudios independiente que había establecido en 1906 en el 14 de la calle de Grenelle y donde recibía a sacerdotes que preparaban su tesis. Allí fue donde el Señor Fiat le permitió instalarse a partir de enero de 1909. Esta perspectiva, unida a la seguridad de poder continuar su ministerio ordinario con las Hijas de la Caridad y conservar su confesonario en la capilla de los lazaristas de la calle de Sèvres, el funcionamiento también de una obra social de la que se ocupaba desde 1907, todo ello le ayudó a reaccionar, pero más que todo los testimonios de amistad y de estima que afluyeron de todas partes. Su destitución no alejó a mucha gente, al contrario; los que no compartían sus atrevimientos tuvieron a honra manifestar su simpatía, y la seducción portaliana se reforzó con el desprecio que inspiraban los cazadores de brujas. Citemos el caso del Señor Mangenot, del muy moderado Señor Mangenot, que se emperró en llamar a Portal «el Sr. Superior», quiso seguirle a la calle de Grenelle, y, mientras tanto, se fue a Limay con el abate Baudin para degustar allí un «suculento paté de liebre» del que no se sabe nunca si lo han traído los dos peregrinos o lo ha ofrecido Portal. Citemos también a Henri Lorin, quien no tenía por cierto nada de modernista, pero que procuró de todas las maneras recibir al exiliado en su propiedad de la Rolanderie, en Maule, en compañía de Georges Goyau. Obispos formaron parte del grupo, el de Niza, por supuesto, incondicional, el de Amiens, el de Séez, y hasta el nuevo arzobispo de París, Léon Amette, quien, algo después, explicó en público las razones que tenía para estimar a Portal:
Mientras lamentaba que Marc Sangnier no volviera a callarse, opuso a su ejemplo el vuestro, y dijo de vos: «Es un buen sacerdote, que pudo ser algo temerario en ciertos momentos, pero que supo obedecer humildemente a sus superiores; le estimo de verdad.
Hay que aclararse: Portal no tenía nada de precursor incomprendido. Su vuelta a París, en enero de 1909, fue una especie de fiesta, con la participación de Lord Halifax todavía lleno de indignación. El fabuloso todavía escoltaba al rey Jorge de visita oficial, lo que no dejaba de dar más lustre a su presencia.
Hubo una cena en casa de Lorin con Goyau, una gran cena en casa de Leroy-Beaulieu con Baudrillart (sí, señor) una cena de antiguos combatientes en casa de Tavernier con Courcelle, el hombre de la Revue anglo-romaine, una cena clandestina en casa de Le Roy, en la que se murmuró lo que se pudo contra Merry del Val.
De esta forma la evicción de Portal levantó más de un conflicto de autoridades que entre la institución y el movimiento. Llegaron a Roma denuncias por caminos oscuros, escapando del control del episcopado francés que, a su vez, no pidió nunca sanción alguna. Estas delaciones fueron a parar a una dirección donde fueron acogidas favorablemente, en este caso, y por razones propias de Portal, la secretaría de Estado. Y la sanción intervino, con harto sentimiento o al menos sorpresa de las autoridades intermediarias, obispos y superiores religiosos, quienes no fueron consultados, y manifestaron que el sancionado seguía teniendo su confianza. Como tres o cuatro profesores de Instituto católico vinieron pronto a establecerse en la calle de Grenelle a ejemplo del Señor Mangenot, se dio esta paradoja: Roma prohibió a Portal influir en los alumnos, pero París le dejó la posibilidad de influir en los maestros.
Estas circunstancias, así como su formación espiritual y sus miras unionistas, explican el modo como aceptó su destitución. Portándose como un instrumento en manos de su Maestro, se preparaba hacía tiempo, a su imagen, a ser negado.
Lo que Nuestro Señor nos pide [escribe en agosto de 1907], es el trabajo, es el sufrimiento, es el sacrificio en la humillación y el desprecio. No se llega a ser un obrero de Nuestro Señor hasta que no se comprende esta verdad que todas las páginas de la vida del Maestro y de la historia de la Iglesia nos enseñan.
En 1908, el sacrificio fue más fácil de aceptar por venir de las oficinas romanas y no sentirse Portal reprobado ni frenado por su Iglesia. Por eso no manifestó nunca la tentación de desalentarse.
Mientras que Merry del Val y sus amigos van a disfrutar de su triunfo y de mi humillación, yo voy a trabajar con mayor eficacia que nunca, a la sombra, en silencio, en dos o tres pequeños cenáculos, en formar para la Iglesia a los apóstoles de mañana, obreros y obreras capaces de comprender los tiempos nuevos […]. Me siento muy feliz por lo que sucede.







