El Señor Portal y los suyos (1855-1926) (19)

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Author: Régis Ladous · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1985 · Source: Les Éditions du Cerf, Paris.
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Capítulo VIII: Los ortodoxos

Los ortodoxos, es decir los Rusos

A Portal no le faltaron corresponsables en Constantinopla y en los Balcanes, comenzando por un antiguo del Cherche-Midi, uno fiel, el abate Jules Levecque, que se fue a enseñar en el seminario de Salónica y sostuvo la rúbrica búlgara de la Revista. Y no se puede hablar de las amistades ortodoxas del lazarista sin evocar a Mons Porphyrios Logothétis, archimandrita de la comunidad griega de París. En compañía del reverendo George Washington, rector de la parroquia anglicana, vino con frecuencia al seminario San Vicente de Paúl a participar en fraternales ágapes. Antes de partir hacia el monte Sinaí, del que llegó a ser arzobispo en 1904, tuvo tiempo de entregar a la Revista varios artículos sobre la organización del patriarcado de Constantinopla. Todo eso se quedó en accidental. Nueve veces de cada diez, cuando hablaba de los Orientales, de la Iglesia oriental, quería decir los Rusos, la Iglesia ortodoxa rusa, Moscú. Asó lo expuso por primera vez en una conferencia que pronunció en Londres el 14 de julio de 1896:

En Rusia, os encontráis con un pueblo que sigue siendo más profundamente cristiano que cualquier otro de Europa. El poder de Rusia aumenta cada día, no sólo por sus conquistas en Oriente, sino por el desarrollo de su influencia en Occidente [novelas rusas, alianza rusa, empréstitos rusos].

Hasta la época del Cherche-Midi, la rusofilia de Portal fue de segundo grado, y secundaria. El lazarista miraba hacia Rusia porque León XIII se interesaba por ella, porque los anglicanos se interesaban también, porque allí se daban las condiciones propicias para introducir o volver a introducir la cuestión angloromana. Pero cuando él lanzó la Revista, no tenía ya pretextos moscovitas para hablar de los Ingleses. No dejó por ello de ocuparse de Rusia. El abandono del corto plazo de las fiebres diplomáticas a favor del largo plazo de la pedagogía unionista y de los estudios científicos, que le permitió dejar de lado el exclusivismo angloromano para descubrir el valor del Dissent, le ayudó por igual a sobrepasar el interés táctico por la ortodoxia y a reconocer la riqueza del cristianismo ruso. Y como descubrir al otro equivale a ver su diversidad, comenzó a preguntarse qué escuela, qué tendencia, qué partido necesitaba antes que nada contactar. En un primer momento, hubiera sido normal entablar el diálogo con los Rusos más abiertos al mundo latino y anglosajón, estos «Occidentales» que recurrían todavía a Chaadaef. Para descubrir Inglaterra había comenzado por entrar en contacto con los elementos más próximos al modelo romano, luego había ampliado progresivamente su estudio a medios menos conformes, hasta integrar a un congregacionalista en el equipo de su revista. Se necesitaron unos quince años. No fue así con los Rusos. Portal se interesó de entrada pot lo que había de más original, de menos occidental en la nebulosa religiosa del Imperio: los eslavófilos. Llevado por su propedéutica anglicana a comprender la diferencia, fue presentado en el mundo eslavo por un amigo inglés que se interesaba hacía tiempo por la obra de Alexis Stepanovitch Khomiakof y seguía en contacto con sus discípulos.

Hacia los eslavófilos

Esta amigo era un íntimo de Lord Halifax, uno de sus lugartenientes a la cabeza de la English Church Union, el muy honorable W.J. Birkbeck, que reunía los estados de banquero y de gentilhombre terreno. Feudal en el campo, hombre de negocios en la City, empleaba su fortuna en viajar y sencillamente se había enamorado de Rusia. Más curioso por los hombres que por las cosas, había conversado con los campesinos, los popes, los monjes, los nobles, los obispos y el zar. Había logrado relacionarse tanto con los viejos-creyentes y los protestantes perseguidos como con todo aquello que contaba en la alta sociedad civil y eclesiástica. Había logrado incluso domesticar a una especie de carámbano que se llamaba Constantin Petrovitch Pobedonostsef, procurador general del Santo Sínodo, un maestro-censor, un Syllabus viviente, la rusificación encarnada, el látigo de las minorías, el martillo de los disidentes, y la conciencia política de Nicolás II. Infatigable y cabezón, Birkbeck había conseguido hacerse aceptar como una especie de intermediario oficioso entre el arzobispo de Canterbury y la jerarquía ortodoxa rusa. En 1896, fue él quien lanzó la idea de una delegación anglicana a la coronación de Nicolás II; Acompañó al obispo de Peterborough y portador de un mensaje del futuro Eduardo VII, fue recibido en audiencia privada. Con once años de adelanto, preparaba el acercamiento angloruso.

Birkbeck se vio con Portal desde 1895, en Roma. Mantuvo correspondencia y volvió a ver al lazarista en Paría en 1901. Un año después, comenzó a aconsejar a los portalianos, a proporcionarles biografías, informaciones prácticas, cartas de presentación, poniendo a su servicio una experiencia de veinte años y revelándoles un aspecto del renacimiento ruso. Renacimiento: el término se emplea por especialistas como el portaliano Pierre Pascal, quien ha demostrado cómo, en el eje de los dos siglos, la poesía, la especulación filosófica, la metafísica habían encontrado un público entre los jóvenes cansados de lo que Marejkovski llamaba el «yugo asfixiante del positivismo». Si la inspiración general de este renacimiento era espiritualista. Si el hombre recuperaba con ello su vida interior, era preciso que llegara en todos sus adeptos a una actitud confesional precisa, menos todavía a una conversión a la Iglesia de Estado. Se buscaba a Dios, pero en todos los sentidos. Algunos buscadores, no obstante, volvían a poner en práctica los viejos temas eslavófilos: podrido el Occidente, las virtudes del pueblo ruso, la excelencia de la ortodoxia, la misión civilizadora de Rusia, la denuncia del racionalismo crítico y de la civilización mecánica europea. «Ni Kant ni Krupp», según la fórmula de Rozanof.

En el seno de la nebulosa neo-eslavófila, un grupo volvía e descubrir, o ponía en circulación, la obra de Alexis Khomiakof (1804-1860). A este grupo se dirigían todas las simpatías de Birkbeck , que estaba relacionado personalmente con dos des sus líderes, Théodore Dmitritch Samarine y Dmitri Alexéievitch Khomiakof, hijo de Alexis. Birkbeck inició al Cherche-Midi en el pensamiento del maestro, y quiso introducir a los portalianos a sus herederos. Paradójica apertura del unionismo anglicano luego católico sobre un pensamiento que es en primer lugar expresión de la originalidad rusa y de la diferencia ortodoxa.

Pero Alexis Stepanovitch no era un nostálgico ni un obseso cultural; no quería defender la pureza de una cultura, y todavía menos de una naturaleza eslava. Se inclinaba por el diálogo entre Rusia y Occidente, que él llamaba «región de las santas maravillas». Precisamente para que hubiera diálogo y no occidentalización quiso expresar la diferencia ortodoxa, los valores de lleva, que sólo ella lleva; pero que debe devolver a la humanidad entera: porque sin valores universales. El Oeste los ha ocultado, olvidado, perdido; Rusia tiene por misión devolverle el sentido y el gusto por ellos. No fue sólo para huir de la censura imperial por lo que Alexis Stepanovitch publicó en francés y en Occidente numerosos artículos que fueron reunidos después de su muerte en L’Église latine et le protestantisme du point de vue de l’Église d’Orient, cuya lectura recomendó a Portal Lord Halifax ya en enero de 1891. Un hombre bien enraizado en su cultura, pero que busca contactos; había con qué fundar un diálogo. Y la prueba de que Birkbeck no se equivocó en orientar al Cherche-Midi por ahí, es que el mejor interlocutor ruso de Portal fue un discípulo de Khomiakof, el deslumbrante Nicolas Nocolaievitch Nepluyef. Pero los portalianos no le conocieron hasta 1907, después de enfrentarse, durante cinco años, con eslavófilos muy decepcionantes que no habían conservado del pensamiento del maestro más que la exaltación nacional. Tuvieron así tiempo de explorar otras direcciones, por consejo de Henri Lorin, Anatole Leroy-Beaulieu y Eugène Tavernier.

De parte de Vladimir Solovief

Los tres habían recibido, ayudado, querido a Vladimir Solovief, que había publicado una parte de su obra en Francia. En una conferencia pronunciada en 1925, Portal recordó cómo La Russie et l’Église universelle fue compuesta en parte en la casa de campo de Leroy-Beaulieu, cerca de París, y en parte en la de Henri Lorin, en Maule.

He oído referir a Lorin cómo Solovief, después de trabajar gran parte de la noche, venía a leerle lo que había compuesto. Lorin daba su aprobación de ordinario, pero a menudo también, decía con su acostumbrada brusquedad: «Señor, no entiendo nada» –Solovief rompía en ese momento lo escrito y volvía a empezar105.

Fue Tavernier quien se encargó de la publicación de la obra; en una carta fechada el 25 de enero de 1894, Solovief le llama «mi querido ángel de la guarda». Después de leer si correspondencia, Calvet concluye que de todos los franceses que le acogieron, fue a Tavernier a quien «abrió más profundamente el secreto de su corazón». Cuando murió, en 1900, a la edad de cuarenta y siete años, gastado por un régimen de asceta, Tavernier se encargó de darle a conocer en Francia con artículos en L’Univers, en La Quinzaine, en la Revue catholique des Églises106 . En 1916, publicó una traducción de las Tres conversaciones sobre la guerra, la moral y la religión, precedida de una larga introducción.

Solovief murió sin haberse unido, pero su pensamiento, lleno de oscuridades y de problemas, no dejó por ello de ejercer una fuerte influencia en los buscadores de Dios en Rusia y en otros lugares. Berdiaef vio en él al filósofo ruso, Blok al iniciador del simbolismo literario, Franck al amigo de Platón, Boulgakof al profeta de la Sofía, Michel d’Herbigny al «Newman ruso» –expresión que molestaba a Portal. Tavernier le reveló en primer lugar al cristiano loco por la unidad que, sin romper la ortodoxia, sin rechazar la influencia del protestantismo y del platonismo, del gnosticismo griego y de la cábala judía, buscó en Roma el lugar de convergencia de las promesas de Cristo. Como Lord Halifax y al contrario de los eslavófilos, Soloviev reconoció el primado del obispo de Roma, del servus servorum Dei, primado de servicio que no se parecía a la monarquía pontificia de los teólogos ultramontanos. Al contrario de Lord Halifax, se unió formalmente a la Iglesia católica el 28 de febrero de 1896, en Moscú, en la capilla de Nuestra Señora de Lourdes. Cuatro años más tarde, antes de morir, en casa de los Trouberskoï, quiso recibir los últimos sacramentos de un sacerdote ortodoxo. Ninguna contradicción, ninguna ruptura entre estos dos actos; se completan y manifiestan juntos la convicción que la unidad existe ya. En esto Soloviev se unía a Khomiakof: Las divisiones de las Iglesias visibles no han destruido la integridad de la Iglesia universal. Los actos de 1896 a 1900 sin la anticipación profética del día en que la unidad sea reconocida y profesada por la totalidad de los cristianos.

Esta era al menos la interpretación de Tavernier, interpretación confirmada por la hermana de Solovief , la Señora Bezobranof, cuando iba al Cherche-Midi. Se comprende la irritación de Portal cuando leyó el trabajo en que el padre d’Herbigny comparaba a Solovief con Newman, cuando no recordaba a Newman ni por su punto de partida ni por el de llagada. El itinerario de Solovief no hacía de él sin embargo un unionista muy manejable. Lord Halifax siempre se negó a unirse a Roma porque creía que la unión visible se realizaría en la historia y que las conversiones individuales no podían más que retrasar su advenimiento. Solovief por el contrario decidió comulgar de la mano de un sacerdote romano cuando dejó de creer en la posibilidad de manifestar la unidad antes del fin de los tiempos. Decepcionado antes que Portal –y más gravemente que Portal- por el unionismo leoniano, había abandonado su esperanza en el umbral del apocalipsis. Los cristianos se reconciliarían cuando el Anticristo los hubiera reducido al estado de una minoría sufridora y confesora purificada por las tribulaciones y transfigurada por la inminencia del segundo advenimiento.

No fue evidentemente en estas visiones escatológicas donde Portal se hallaba a sus anchas. Se apegó al Solovief de 1889, al Solovief de La Russie et l’Église universelle, obra que todos cuantos se interesan por la unión deben conocer […]. El amor de Rusia, de la Santa Rusia, se manifiesta en ella con todo esplendor, y las prerrogativas del papado se exponen con una maravillosa inteligencia de la constitución de la Iglesia.

En un artículo del Journal des débats, Anatole Leroy-Beaulieu olvida también al Solovief apocalíptico de los últimos años para poner en paralelo a Portal y al Solovief de las esperanzas históricas, que «nos presentaba a Rusia, con Moscú la tercera Roma, como el intermediario providencial entre Roma y Bizancio, igual que entre Europa y Asia108». A principios del siglo XX, se organizaban sociedades Solovief en las grandes ciudades de Rusia. Pero ¿qué parte de la herencia asumían? ¿Qué migajas de la nebulosa Solovief habían recogido? En ello, como con los eslavófilos, se necesitaron vatios años para desenmarañar la madeja.

El viaje a Rusia

A Portal le costó Dios y ayuda inducir a algunos de sus amigos a estudiar la Rusia, y más todavía enviarlos allá. El último mensaje que dirigió Morel a Portal desde la estación de Königsberg, en junio de 1903, momentos antes de cruzar la frontera rusa, traduce una emoción excepcional en el flemático:

¿Ya se me permitirá penetrar en este país del que se cuentan cosas tan raras, país que, con ser todo lo europeo que es, les parece a los franceses más distante que América?

Y qué alivio, cinco semanas más tarde, cuando volvió por Cracovia, «la primera ciudad en la que me encontré con las viejas iglesias góticas». Morel se sentía en su casa en Alemania, en Italia, en Austria-Hungría, en Inglaterra. Su emoción no es la de un francés casero enloquecido por la desorientación, sino de un Europeo de cultura occidental que, a pesar de toda teología, se sentía más cercano a un cuáquero británico que a un sacerdote moscovita. Este sentimiento de extrañeza se debía mucho al obstáculo de la lengua. La enseñanza del ruso era una rareza en la Francia de principios de siglo. Y antes de encontrar al orientalista Paul Boyer, los portalianos debieron arreglárselas con una gramática, un diccionario, y una gruesa novela.

La distancia cultural, lingüística y geográfica (el viaje era muy caro) se agravaba con el peso de una burocracia y de una policía siempre suspicaces. El viaje tomaba caracteres de expedición, el viaje independiente al menos, al margen de los circuitos diplomáticos y comerciales. Y con mayor razón porque los portalianos viajaban con un fin que podía ser muy mal interpretado por las autoridades. La unión de las Iglesias no era un tema inocente en un imperio que había suprimido por decreto(ukase) las Iglesias uniatas, un imperio en que católico era sinónimo de Polaco, protestante de Alemán, y viejo creyente de rebelde. En 1903, antes de pedir el pasaporte, Morel tuvo que solicitar un permiso del Departamento de cultos extranjeros en San Petersburgo. Como no era jesuita y llevaba el alzacuello galicano y no el cuello romano, no tuvo mayor dificultad en conseguirlo. Debidamente acreditado, pudo tomar el pasaporte y mandarlo visar en la embajada imperial. Este precioso documento no servía solo para entrar sino también para salir. Permitidme, le escribe Birkbeck, que os recomiende cuando vayáis a salir de Rusia que enviéis vuestro pasaporte a la policía de Moscú y de Kiev un día o dos antes de partir, con el fin de obtener el permiso necesario para salir de Rusia». En cuanto a la aduana, le reservaba graciosas sorpresas.

Una vez [explica Birkbeck] tuve que librar un combate desesperado para poder sacar un pentecostario en griego: necesité al menos veinte minutos para convencerles de que no era un libro peligroso, sino solamente el original en griego de su propia liturgia de Pascua109.

Una vez llegados, los portalianos debían contar con la hostilidad del Santo Sínodo que todavía deploraba la «apostasía» de los latinos, describía los «artificios variados, descubiertos u ocultos» llevados a cabo por Roma para tratar de «esclavizar al Oriente ortodoxo», denunciaba la «secreta propaganda» del «latinismo», exhortaba a los papistas al «arrepentimiento» y al pueblo ruso a la «vigilancia» contra el extranjero. Morel, Wilbois, Gratieux experimentaron a menudo los efectos de esta vigilancia. Quedarse a solas con el interlocutor elegido significa no pocas veces toda una proeza.

Cuando debo ver a un señor X… o señora Y…, pronto el señor Z… o la srta. T… me pone en guardia contra ellos o me acompaña (como por casualidad) para supervisar la conversación. Gustave Morel se agotó tanto en estos juegos que perdió la vida en ellos.

Los tres viajes del abate Morel

El primer viaje fue un fracaso. No logró aclimatarse; Rusia le apreció lejana por su cultura (tema de la nación «asiática») y su mentalidad (tema de la ortodoxia fijada en una eterna Edad Media). Pero durante el invierno de 1903-1904, le entró el deseo de precisar la impresión «extremamente vaga» que le habían dejado cinco semanas de turismo ingrato. ¿Estaba la situación verdaderamente paralizada y la distancia irremediable? En noviembre, escribe al abate Venard:

Naturalmente la unión con Oriente es hoy una quimera. Se necesita primero una revolución política en Rusia112.

A partir de febrero de 1904, las sorprendentes derrotas del ejército zarista en Extremo Oriente permitieron pensar que la revolución no era ni imposible ni estaba lejos siquiera. A primeros de julio, el abate se aisló a una hora de Moscú, cerca de las ruinas del palacio de Zarizino, en casa de un profesor de ruso que no hablaba una palabra de francés. Permaneció un mes; cuando dejó su ermita, encontró al país en revolución: se acababa de asesinar al ministro del Interior Plehve, el hombre enérgico del gobierno de combate formado por Nicolás II para mantener la autocracia.

La mala suerte de Morel fue haber sido presentado demasiado bien. El senador Sabler, viceprocurador del Santo Sínodo y brazo derecho de Constantin Petrovitch Pobedonostsef, fue a buscar le a casa de Dmitri Alexéievitch Khomiakof y no le dejó ya. A partir de entonces, no vio más que oficiales e importantes, lo que no dejó de tener interés pero le ocultó por completo a los «hombres de los tiempos nuevos» que pensaba descubrir. Salones de la aristocracia en los grandes monasterios, conoció todos los aspectos de la hospitalidad zarista, todos, incluida la solicitud de los amos policías que no se descuidaron en examinar a este francés difícil de clasificar. Morel se encontró con el jefe de la policía de San Petersburgo y también con Constantin Petrovitch en persona, todo un honor. Vio a un anciano» extenuado del todo» que le contó su odio a los Polacos y le confió, como de paso, que la Revue catholique des Églises no había «pasado desapercibida» por sus servicios113. Tres meses antes, Portal había publicado el artículo de un Ruso que enseñaba en Bruselas, Ivan Stchoukine; en él se publicaban cosas interesantes sobre la Revue des missions, órgano próximo al Santo Sínodo, «cuya religión no se explica ni por la ciencia, que desprecia, ni por la fe, que ignora114». El juego del gato y del ratón no parece haber impresionado a Morel, se marchó de Rusia muy decidido a volver lo antes posible.

Durante su tercera estancia, en 1905, se aprovechó de la situación revolucionaria para entrar en contacto con los viejos-creyentes y verse con miembros de la oposición liberal, entre los cuales el príncipe Nicolaïevitch Troubetskoï, profesor de filosofía y primer rector elegido de la universidad de Moscú. Puro discípulo de Soloviev, el príncipe Sergio había mantenido correspondencia con Eugène Tavernier. Ortodoxo de estricta observancia pero espíritu ecuménico, había publicado en 1903 la famos0a colección Problèmes de l’idéalisme, en colaboración con los «marxistas legales» que eran por entonces Berdiaef, Boulgakof y Struve. Morel creyó hallar en él al «Lord Halifax ruso» y sólo le reprochaba creer «mas de lo razonable en la ciencia protestante115». El príncipe, lamentablemente, murió ese año. El abate se encontró a su vez con el obispo Sergio, auxiliar del metropolitano de San Petersburgo, que había presidido de 1901 a 1903 las Reuniones de filosofía religiosa: clérigos y laicos ortodoxos habían tenido ocasión de dialogar con representantes de todos los matices del pensamiento religioso ruso, y en primer lugar con los iniciadores del movimiento, Rozanof y Merejkovski. Este último, gracias a Morel, encontró el camino del Cherche-Midi. Pero estas incursiones al otro lado de la pantalla oficial fueron demasiado breves. En su última carta, Morel deja constancia del fracaso:

No logré encontrarme con el hombre que necesitaríamos, y me pregunto si el que buscamos existe en alguna parte de Rusia116.

El abate expidió este mensaje desde Bogoutchavoro, cerca de Tula. Estaba decidido a irse a descansar donde Dmitri Alexeïevitch Khomiakof, al regresar de un viaje agotador que la había conducido hasta Arkhangelsk. Según su costumbre, descansó tomando baños fríos. Los campesinos de la región advirtieron que el sacerdote francés nadaba muy bien. El 11 de agosto, encontraron su cuerpo en el fondo del estanque. En Francia corrió rápidamente el rumor de un asesinato, que la Autoridad fue la única en atribuir a los «nihilistas». En Visages d’un demi-siècle, Calvet –que en sus Memorias y en una conferencia inédita sobre Portal, no excluye el asesinato- propone una tercera hipótesis, a medio camino entre el accidente y la Okhrana:

Su prestigio espiritual había provocado envidias, sospechas y odios; es cierto que su vida no peligraba; pero no se le defendió contra la muerte.

Un hecho es claro: el prestigio espiritual. Los testimonio de simpatía afluyeron a París. El tío de Morel, párroco en la diócesis de Saint-Dié, fue recibido en Moscú como un amigo.

Los sentimientos producidos por la muerte de Gustave han sido compartidos por sacerdotes ortodoxos. Su féretro ha sido saludado por archimandritas y arzobispos.

Siete obispos acompañados por un gran número de sacerdotes y de laicos escoltaron hasta la frontera alemana el ataúd de zinc reforzado de hierro. Morel sólo había sido un simple observador; se le puede contar, a pesar de las dificultades que fueron obstáculo a su acción, entre los que hicieron progresar el diálogo entre el catolicismo y la ortodoxia.

Wilbois, Gratieux

En París, fue una gran «desolación de corazón», un «hundimiento de esperanza117» que tuvieron a Portal abatido durante varias semanas. Cuando se enteró de la noticia, el 13 de agosto, por unas líneas que le había dirigido el tío de Morel, estuvo una hora dando vueltas en las manos la breve nota fúnebre. He sentido un espantoso desgarro en lo más íntimo de mi ser. No sentí nunca nada semejante ni en la muerte de mi padre ni en la muerte de mi madre118.

Morel era no sólo el amigo, el íntimo, sino también el sucesor, el porvenir, Portal continuado; Portal que acababa de cumplir los cincuenta y a quien congestiones pulmonares mantenían en la incertidumbre del día de mañana.

Vos no comenzáis los años de abuelo [le escribió Chevalier]. Nunca comenzarán para vos; sin duda habrá que sufrir, que luchar hasta el fin, y el fin no llegará, sino la muerte. Sólo pasan los hombres, y la idea sigue119.

Los sucesos de Rusia ayudaron a devolver la esperanza al Cherche-Midi. En octubre de 1905, Nicolás II otorgó la libertad de conciencia, de palabra, de reunión. En diciembre, Constantin Pobedonostsef se retiró tras veinticinco años de reinado.

El advenimiento del nuevo régimen y la retirada del Gran Inquisidor […] abrían una nueva era a la Iglesia como a todas las clases de la sociedad120.

La Revue catholique des Églises se puso a seguir los progresos de la «corriente reformadora» y a escrutar los signos de un «nuevo estado de las mentes», segura de que cuando «grandes transformaciones se operan en el seno de los poderes políticos, el régimen eclesiástico no puede seguir al abrigo del cambio121». A partir de 1907, sin embargo, la Revista ensombreció el cuadro y moderó sus esperanzas. Leroy-Beaulieu, que se asentaba como principal consejero «ruso» del Cherche-Midi comenzó a creer que toda esperanza de solución pacífica se había perdido, y que las fuerzas revolucionarias iban a eclipsar a los partidos reformistas. Fue sin embargo el momento del lanzamiento hacia el Este, de los viajes de Wilbois y de Gratieux, de los estudios y delas relaciones de primera mano los que llegaron con ventaja al relevo de los extractos de prensa con los que se alimentaba la Revista desde la muerte de Morel.

Joseph Wilbois, profesor de la Escuela des Roches y en Stanislas, uno de los que animaron los comienzos del Sillon, fue el primer sucesor de Morel. A Portal no le costó mucho decidirlo, él mismo se adaptó con facilidad: su madre era rusa, a él le gustaba resaltar su «situación excepcional de medio-rusa». En una carta abierta a Chevalier, afirmaba sencillamente: «Vos sois latino, yo soy rusa122». Supo sacar partido de su parentela. Una hermana de su madre se había casado con un alto funcionario del zemstvo del distrito de Spask, al sudeste de Moscú. Pasó con ellos el verano de 1906 y regresó con un amplio estudio que publicó en cinco entregas a la Revista, de octubre de 1906 a febrero de 1907. Bajo el título «La misión de la Iglesia rusa», se trata en primer lugar de un ensayo geográfico, sociológico y sicológico sobre el mundo rural. Yerno y discípulo de Demolins, formado en la escuela de Le Play, Wilbois quiere explicar la «constitución social» de la Iglesia ortodoxa por la tierra rusa, el modo de producción y el género de vida del campesino y del hidalgo. Pero el condicionamiento nacional no excluye que la Iglesia rusa tenga una misión universal. Como verdadero alumno de Khomiakof, Wilbois afirma que debe ahondar en su personalidad, conservarla y defenderla de todo «occidentalismo». Así logrará, el día en que se comprometa a dialogar con el resto de las Iglesias, renovar en ellas la frescura del Evangelio, el sentido del amor y de la comunión desaparecido por la juridicidad y el individualismo occidentales. Y ese día está cercano, urge entablar el diálogo. En diciembre de º1907, Wilbois escribe a Portal: «La revolución se prepara: en quince años, tendrá lugar el cambio de propiedad123». En la Revista no aventura una fecha, pero establece el diagnóstico:

La revolución de prepara […]. La crisis actual es muy grave, puesto que arriesga nada más ni nada menos el fracaso del destino primordial de Rusia. Vamos a asistir a uno de los mayores espectáculos de los tiempos. Asistir no es suficiente. La Iglesia rusa, mal preparada a los tiempos modernos, necesita ayuda. Nos toca a nosotros dársela, pero con toda caridad y ante todo discreción. Que se pueda decir que queremos sostenerla sin absorberla, abrir entre ella y nosotros una puerta de la que sólo ella tendrá la llave, actuar como Marta que hacía el trabajo de María sin molestarla en su contemplación124.

Mientras Wilbois reactualizaba las tesis eslavófilas, Portal preparaba a un segundo eslavizante: el abate Albert Gratieux, antiguo alumno de Châlons-sur-Marne, de quien había visto el gusto y la facultad de comprender lo que pasaba en otras partes, en el otro, en la esfera anglicana. Ya profesor del seminario menor de Châlons, Gratieux había conservado el contacto y, llegado el momento, había dado a la Revista «breves apuntes sobre los asuntos de Inglaterra». No le atraía ninguna vocación oriental. Entró en ello por deber, porque había que remplazar a Morel. Pidió una gramática y una Biblia rusas, un libro bilingüe, un diccionario, los estudios de Leroy-Beaulieu sobre el Imperio de los zares. Aprendió así los rudimentos, y, muy pronto, se sumergió en Tolstoi, de quien leyó cinco novelas sin interrupción, y también Las almas muertas de Gogol. Sin vocación por terquedad, se convirtió en unos años en uno de los eslavizantes más competentes de la Iglesia de Francia, hasta tal punto que los obispos protectores del Instituto católico de París le ofrecieron la primera cátedra de ruso creada en este establecimiento. De todos los portalianos, fue él quien, según su propia expresión, se «rusificó» el que más. Después de la guerra, cuando la gran tormenta hubo mezclado y dispersado a los hombres, le sucedió que le confundieron con un sacerdote ortodoxo. Se entregó del todo a Portal para disponer de su vida («Os doy pleno poder para tratar por mí y disponer de mí125», lo que le trajo más tribulaciones que honores. En 1907, Wilbois volvió a Rusia y Gratieux hizo su primer viaje. No siendo rusa su madre sino buena campesina de Champaña, bien habría tenido que atravesar, como Morel, un duro periodo de adaptación, si Portal no le hubiera confiado a un deslumbrante, a un fabuloso de raza halifaxiana, a un meteoro que iluminó el Cherche-Midi, al hombre por fin se desesperaba por encontrar y que sin embargo existía, ya, en carne, hueso y en espíritu: Nicolas Nicolaievitch Nepluyef.

Nepluyef

Por más que fuese ruso, no hubiese asesinado a nadie ni escrito novelas, él no era desconocido en Francia. Una amigo de Portal, el pastor Bonnet-Maury, había visitado incluso la comunidad obrera de Vozdvijensk y redactado un informe para la Academia de las ciencias morales y políticas. Pacifista militante, Nepluyef viajaba mucho, de conferencias internacionales a congresos de la paz. Había visitado al papa, conocía al cardenal Rampolla. En mayo de 1907, de paso por París, quiso ver el Cherche-Midi. El lazarista y el boyardo congeniaron enseguida, y a Portal le faltó el tiempo para comunicar su simpatía a sus amigos.

Las noticias que el Señor Nepluyef dio sobre su cofradía al 88 de la calle del Cherche-Midi causaron una impresión extraordinaria. «Nos quedábamos con la boca abierta», según una expresión que el Señor Portal empleaba a gusto126.

El choque, el acontecimiento del año. Hubo durante un mes una especie de vaivén entre el seminario san Vicente de Paúl y el Hotel Moderno donde el fabuloso se había alojado. Gratieux llegó expresamente de Châlons para verle. «Regresé donde el padre Portal atónito como él lo había estado también […]. Unas semanas después, yo desembarcaba en Vozdvijensk127». Durante cinco semanas, compartió la vida de la confraternidad, sin salir de ella más que el domingo para ir a decir misa a una pequeña iglesia polaca vecina. Hizo otras dos visitas, en 1908 y en 1909. En cuanto a Wilbois, pasó el mes de noviembre de 1907 en San Petersburgo en compañía de Nepluyef, y visitó varias veces la confraternidad, antes como después de la muerte de su fundador, que ocurrió en enero de 1908, y a la que asistió.

Hijo de una gran mariscal de la nobleza de Ukrania, Nepluyef se parecía a Lord Halifax en varios rasgos, el primero de todos porque su vida había sido reorientada por una conversión. Era agregado de embajada con puesto en Munich, cuando, a los veintisiete años, lo dejó todo, volvió a la escuela, siguió las clases del instituto de agronomía de Moscú, luego arrancó a su padre el dominio de Vozdvijensk, cerca de Iampol, en el distrito de Gloukhof, gobierno de Chernigof, en Ukrania septentrional. Y allí fundó una escuela agronómica para los hijos de los obreros agrícolas, una escuela dirigida por los alumnos, en la que los castigos estaban tan ausentes como las recompensas. La comunidad nacía el día que unos jóvenes, acabados sus estudios, quisieron continuar allí mismo la vida libre, responsable, fraterna que habían conocido los días de estudiantes. «Todo tan natural y por la fuerza de las cosas128», se requirió de Nepluyef que fundara una confraternidad que prolongase en la vida profesional la experiencia pedagógica de Vozdvijensk. Enseguida resolvió el problema del reclutamiento organizando sobre los mismos principios una escuela de chicas. De esta forma se formaron parejas que participaron con gran cohesión y competencia técnica en el nacimiento, funcionamiento y en la invención diaria de la Confraternidad obrera de la Exaltación de la Santa Cruz: dieciocho mil hectáreas de tierra, de pasto y de bosque, de huertas, de ganado, dos destilerías, una azucarera, un tejar, una fundición y una «fábrica mecánica a vapor» que fabricaba carros y bombas de incendios. Toda una ciudad en la que, hasta 1918, algunos centenares de hombres, mujeres y niños vivieron una experiencia de democracia directa, de vida comunitaria, de propiedad y de explotación colectivas, de trabajo intercambiable, de igualdad de derechos y deberes sin distinción de empleo ni de sexo. Un kibutz cristiano, contemporáneo por otra parte de las primeras fundaciones de Palestina.

Todo esto funcionaba bien, desprendía utilidad y ocio. Había una orquesta, corales, un teatro, una biblioteca, conferencias, etc. La comunidad se basaba en un doble rechazo del capitalismo liberal y del socialismo de Estado. Antes de 1905, dentro de la tradición eslavófila, Nepluyef denunciaba primeramente al capitalismo. Pensaba que la autocracia estaba condenada, y que, a menos que se devolviera a los Rusos el sentido de la solidaridad,

Se pasaría fatalmente de una esclavitud a la otra, de la esclavitud política a la esclavitud social, del absolutismo al capitalismo, del terror a la bolsa, lo que vemos en esta época en las repúblicas más libres de Europa y de América129.

Pero en el momento de encontrase con Portal, pensaba ya que la Rusia no conocería por mucho tiempo la etapa del capitalismo. Tenía la revolución por inevitable y temía después la violencia, el baño de sangre, y, al término del terror, el reinado del «socialismo gubernamental», que odiaba. Presentaba en adelante a la confraternidad como un medio de emancipar al hombre del yugo antiguo sin entregarle a un tirano nuevo y anónimo. Antes como después de 1905, una constante muy eslavófila: el enemigo no es ruso, viene del extranjero, el capitalismo con Krupp, el socialismo de Estado con Bebel. Por ello Nepluyef no se quiere nacionalista; insiste en el aspecto mesiánico de la tradición eslavófila, cree que los valores rusos son valores universales y que no se puede trabajar por Rusia sin trabajar por la humanidad entera. La experiencia de Vozdvijensk «puede asumir la felicidad de los hombres de cualquier raza y en cualquier civilización130». Con ese fin recorría Europa Nepluyef y participaba en los congresos pacifistas: para decir que la guerra entre las naciones era una expresión de la guerra social, y que la paz podía salvarse por un orden nuevo fundado en la educación, la asociación, la fraternidad.

A partir de ahí es posible comprender cuatro puntos de contacto que explican la simpatía del Cherche-Midi por la confraternidad. La utopía, primero. El encuentro de Vozdvijensk y de los portalianos fue el de dos mentalidades que valoraban la realización parcial como prototipo del orden futuro y medio de precipitar su llegada. El pacifismo, después. Portal podía desentenderse de ello con dificultad en la medida en que uno de los objetivos más tradicionalmente afirmados del unionismo –entre los papas como entre los francotiradores- era la paz entre los hombres. En 1907, Portal no se contentaba ya con evocar la paz, sino también la «compenetración de los diferentes pueblos» y hasta la «unificación de las razas131». Tercer punto de contacto: el celo por demostrar que el cristianismo no era incompatible con cierta forma de socialismo.

Al individualismo, a la embriaguez de la libertad absoluta, ha sucedido la necesidad de la asociación, el sentimiento de la solidaridad. Un acercamiento interesante, ya señalado en la Revista, se opera paralelamente en el movimiento social y en el mundo cristiano; hay socialistas que dejan de considerar a la religión como enemiga y cristianos que ven otra cosa en el socialismo que elementos de desorden. A unos y a otros, la lección dada por el gran hombre de bien que fue Nepluyef no será inútil132

Cuarto lugar de encuentro: los portalianos descubrían al fin a ortodoxos auténticos, de estricta obediencia, profundamente enraizados en la tradición y en la realidad rusas (el éxito material de la confraternidad parece demostrar que no estaba tan mal fundada en esta realidad), pero que se negaban a encerrarse en un exclusivismo nacional y religioso; por ,el contrario, buscaban el contacto, afirmaban un ideal universal y soñaban con lograr compartirlo: ocasión excepcional de abrir el diálogo con la ortodoxia profunda, lejos del cogollo occidentalizado de San Petersburgo.

Ortodoxos de estricta obediencia, sí; tal era el cimiento de la confraternidad, que era ante todo una comunidad eclesial. Se trataba de vivir según Cristo la ley de la Santa Iglesia ortodoxa y la enseñanza de Alexis Stepanovitch Khomiakof. Lo primero que vio Gratieux al llegar fue, en un cerro artificial, un lienzo de pared con un medallón de bronce con la efigie del maestro y esta inscripción:

Al poeta cristiano y profundo pensador,

Alexis Stepanovitch Khomiakof.

En Vozdvijensk, las escuelas, las asambleas, los talleres, las «familias» (varios matrimonios vivían en común, con sus hijos, en una casa grande) eran considerados como «Iglesias menores», «pequeñas Iglesias de Dios133», ya que se vivía allí en fraternidad, que la fraternidad es amor, y el amor presencia de Cristo. Estas Iglesias menores estaban en comunión con la Iglesia ortodoxa; pero, en la tradición khomiakoviana, se creían unidas a la Iglesia universal, a la gran Iglesia de todos los que viven de Cristo. La gente de Vozdvijensk habrían comulgado de buena gana de manos del abate Gratieux, quien se negó a ello por pura disciplina romana. Los momentos que no pasaban trabajando, estudiando y festejando, los empleaban en alabar a Dios al estilo renovado de los ágapes paleocristianos. Gratieux no se ofuscó por nada. Encajó sin espanto los abrazos, los besos fuertes, los deseos interminables. Se fundió en este ambiente de efusión fraterna, lo aprobó todo, lo explicó todo, desde las improvisaciones litúrgicas hasta los comentarios espontáneos del Evangelio. «Cada uno era libre de tomar la palabra para decir lo que le sugería el texto sagrado134». La Revue catholique des Églises siguió el movimiento. Aparte de las notas y de las crónicas, publicó cuatro artículos de fondo. Todo Vozdvijensk se los hizo traducir, los leyó y releyó y los aprobó. Gratieux fue elegido miembro de la confraternidad. «El nombre del Señor Portal y su obra debían quedar y ser venerados y no había reunión para la oración en la que no se mencionara ‘abbat Portal’135». Por fin Nepluyef logró convencer a Gratieux que dedicara sus estudios a Khomiakof.

Nicolas Nicolaievitch cayó enfermo en San Petersburgo, en noviembre de 1907. Cuando supo que estaba grave, volvió a los suyos donde murió el 21 de enero de 1908. Por la mañana se hizo llevar a la gran galería de cristal donde se celebraban de ordinario los bailes. Recibió la extrema unción en medio de toda la confraternidad en vestidos de fiesta, blusas blancas para los hombres, las mujeres en vestidos blancos. «Se sentía más dichoso que Moisés, que no había entrado en la Tierra prometida: había vivido en la fraternidad136». Su muerte no fue ocasión de ruptura, todo siguió como antes; la comunidad no precisaba ya de la presencia física de su fundador. Cuando regresó Gratieux, en 1908 y 1909, fue acogido cada vez por el padre Alexandre, el sacerdote de la confraternidad, quien le daba «un fuerte abrazo» en el andén de la estación. «Su amor hacia nosotros dista mucho de disminuir, bien al contrario […]. Ahora es cuando empieza el trabajo serio137».

Desde el punto de vista portaliano, Vozdvijensk sólo presentaba un inconveniente: este medio humano excepcional era rebelde a todo acercamiento intelectual al problema de la unidad. Gratieux logró integrarse en la medida en que renunció a las discusiones históricas, eclesiológicas, teológicas.

La única posible, habría podido escribir. Porque no quiso renunciar a una acción intelectual Portal diversificó la red y en ella integró a los occidentalistas. En noviembre de 1907, recibió en el Cherche-Midi a Dmitri Merejkovski, miembro de la inteligentsia, un filósofo, un hombre de letras, un amigo de Edouard Le Roy.

Merejkovski

Era de aquellos que, en los años de 1890, habían denunciado el «yugo asfixiante y mortal de positivismo» sin por ello volver a la tradición eslavófila. Esta revuelta se manifestó primeramente por la evolución de una escuela poética próxima a los simbolistas franceses; pero Merejkovski, Rozanof, Hippius, Philosofof y otros expresaron pronto las preocupaciones de orden político y religioso en la revista Le Monde de l’Art, muy abierta a Occidente, muy afecta también a la memoria de Solovief, luego en la Voie nouvelle que Iván Stchoukine presentaba desde 1904 a los lectores de la Revue catholique des églises:

Esta publicación fundada y dirigida por un grupo de escritores creyentes y místicos, deseando el resurgir de la Iglesia rusa, se ocupa […] de cuestiones de religión mucho más que las otras revistas literarias […]. Desde su fundación hace un año hasta el presente, la Voie nouvelle ha continuado publicando los procesos verbales de las reuniones religiosas y filosóficas mantenidas en Petersburgo […]. En estas reuniones es donde los neocristianos del mundo de las letras y los representantes de la Iglesia entran en contacto138.

Muy temprano prohibida por las autoridades, las reuniones de filosofía religiosa se reanudaron en 1906 en el cuadro más estable de las Sociedades de filosofía religiosa de San Petersburgo, Kiev y Moscú. El movimiento estaba unido a la casa de edición moscovita La Voie, que publicó a Solovief, Duchesne, Le Roy. La sociedad de Petersburgo, a la que pertenecía Merejkovski, había sido fundada por Berdiaef, y en ella se veía a neocristianos llegados del positivismo pero también del marxismo. Los intelectuales y los profesores que frecuentaban el Cherche-Midi no se habrían sentido desorientados en ella, al propio tiempo que a uno le cuesta imaginarse a Laberthonnière o a Batiffol abrazando a un hermano de Vozdvijensk o acompañando el ritmo de una danza cosaca. Al evocar los lazos de la Sociedad de filosofía religiosa de Petersburgo y de la Sociedad de estudios religiosos de París, abandonamos el orden de lo fabuloso para entrar en relaciones normales de organismos homogéneos.

Cuando Portal se encontró con Merejkovski, éste acababa de publicar, con Hippius y Philosofof, Le Tsar et la Révolution. La obra interesó al lazarista lo suficiente como para que pusiera la Revue catholique des Églises a disposición del autor. De esta forma pudo Merejkovski en 1908 decir en seis páginas lo mal que pensaba de los eslavófilos. «Nobles caballeros de una idea perniciosa, [ellos] han elaborado la ideología moderna de la teocracia zarista». Nepluyef no era atacado evidentemente. Merejkovski apelaba a Chaadaef y a Solovief, «dos enemigos de los eslavófilos entre los fervientes creyentes»;

Y sabía muy bien que era Nepluyef quien había subvencionado la publicación de las obras de Solovief en las ediciones de La Voie. Por eslavófilo entendía a los «reaccionarios […] preocupado solamente en restaurar el absolutismo». Portal no tuvo que escoger entre dos partidos que podía tener por complementarios. Como Nepluyef, Merejkovski detestaba el «concepto de Iglesia nacionalista», pero tenía la ventaja de hacerlo en términos más familiares a un lector occidental, a un intelectual que había leído a Lamennais o Montalembert, por ejemplo. Cuando expone la urgencia de una «síntesis de la religión y de la libertad» y la necesidad de una fuerza que luche «contra el zarismo […] en nombre de Cristo», se le podría considerar un católico liberal indignado porque Polonia sea entregada a los cosacos. Lo que había de polémico y de injusto en Merejkovski era su decisión de no ver en Khomiakof más que la reserva intelectual de la autocracia. Había en ello un contrasentido tan flagrante que Wilbois trató a Merejkovski «de hombre ebrio que no conoce Rusia mejor que Joseph de Maistre139».

Gratieux, con más cautela, se negó a entrar en la querella y se dispuso a explorar los medios intelectuales. Desde 1907 y hasta 1909, utilizó Vozdvijensk como un campo de base para ir a examinar los grupos de tendencia liberal, abiertos a Occidente, que comenzaban a afirmarse en las academias eclesiásticas de Kazán, Moscú y Kiev, el equivalente ruso de los institutos católicos franceses. En Kazán encontró un equipo de estudiantes que traducían del francés todo lo que les llegaba a las manos, también a un profesor «muy preparado a comprender nuestra obra140». Durante un invierno, saqueó la revista que publicaba la academia, La vie ecclésiastico-sociale:

Poca teología; pero muchos estudios sobre la situación del clero, de las escuelas eclesiásticas, de las parroquias, etc., sobre los defectos y las reformas. La tendencia es progresista, y me parece corresponder del todo con nuestro estado de espíritu141.

Pero a finales de 1907, «mi excelente revista de Kazán se hizo prohibir a fuerza de murmurar de los obispos142», y el grupo francófilo fue dispersado. Por eso al año siguiente el obstinado se fue a indagar por Moscú («Creo que aceptaré allí el oficio de maletero con tal de pasar un año en Moscú»), pero sobre todo por Kiev.

Recibí la sorpresa más grata. Un profesor a quien me había presentado reunió al día siguiente en mi honor a siete u ocho profesores de la academia eclesiástica. Muy amables, muy simpáticos. Hay algo que hacer, mucho que hacer143.

De esta forma preparó Gratieux el destino para aquel a quien Portal, después de 1908, pidió que reforzara el equipo: el abate Quénet, a quien el lazarista orientó hacia Chaadaef y los medios intelectuales, occidentalizados y modernizantes del Imperio, mientras que Gratieux se especializaba definitivamente en el estudio de Khomiakof y de sus herederos.

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