Capítulo III: Fundaciones
La «Revue catholique des Églises»
Mientras el seminario San Vicente de Paúl se trasformaba en una casa de estudios, los Pequeños Anales cambiaban de atuendo hasta convertirse, a principios de 1904, en Revue catholique des Églises. Mientras los Anales se preparaban para ser el órgano de un secretariado pontificio por la unión de las Iglesias, fueron edificantes y heroicos. Después del naufragio del sueño romano, se volvieron críticos, para ganarse un nuevo público, el de los institutos y de las facultades. Un texto de René Pinon, especialista en asuntos extranjeros de La Revue des deux mondes, dio el tono en enero de 1901. Todos los que se interesaban por China estaban aún bajo el revés de la revuelta de los Boxers y del sitio de cincuenta y cinco días que habían impuesto a las embajadas europeas de Pekín. Bonito sujeto de indignación para la prensa bien pensante, laica o religiosa. Pinon e tomó las cosas de otra manera. Comentó de esta manera un dibujo que representaba a un Boxer asesinando a un Europeo, con la leyenda «Barbarie», y, enfrente, a un Europeo asesinando a un Boxer, con la leyenda «Civilización».
Y, en efecto, por nuestra parte confesamos no ver apenas lo que se podría responder a tales objeciones. ¿Con qué derechos se arrogan ciertos pueblos la libertad de perturbar la paz de los otros, de imponerles lo que llaman la «civilización»? ¿Con qué derecho, si no es de orden natural, y, por consiguiente, bárbaro, del más fuerte y del mejor armado? Jules Ferry invocaba un derecho y un deber de las «razas superiores frente a las «razas inferiores». Argumento de tribuna, argumento especioso; ¿quién definirá a las «razas superiores»?
Después de Pinon, fue Max Turmann, especialista en la cuestión social, quien abandonó el tono neutral del encargado de los inventarios para entrar en la crítica social. Su anticapitalismo procedía de a más pura intransigencia católica; pero él no sacaba todos los argumentos de las encíclicas pontificias, y sus referencias eran a veces sorprendentes para un boletín de conexión lazarista. Al tratar de sus carteles y trusts, es cribe por ejemplo:
No se pueden aprobar estas coaliciones capitalistas que, en resumen, benefician desmesuradamente a algunas individualidades, más hábiles, mejor dotadas que otras para la struggle for life […]. Los Americanos se están convirtiendo en un pueblo de empleados y de obreros a sueldo de un feudalismo industrial […]. A los que no convencerían estas razones, nosotros nos permitimos señalarles que esta evolución económica –tan en conformidad con las afirmaciones de Karl Marx- facilitaría singularmente el advenimiento del régimen socialista: bajo un régimen semejante, el estado no sería otra cosa que el trust de los trusts.
El estudio de San Vicente de Paúl mismo no escapaba al despertar crítico. Calvet subrayó por ello la importancia de la Cabale des dévots en la que el protestante Raoul Allier limitaba la influencia del Señor Vicente; comentó la obra como historiador: «El sistema que consiste en reducir a nada el papel de san Vicente es tan falso como el que consistiera en exagerarlo». En otro artículo, Calvet demostró que el fundador de los lazaristas no hizo obra útil hasta el momento en que se resistió a la influencia de su confesor, el Señor Duval, quien quería llevarlo por las «vías extraordinarias» de la mística. Así subrayaban los Petites Annales cómo un buen sacerdote se había hecho santo rebelándose contra su director de conciencia, mientras muchos seminaristas leían a escondidas estudios de teología o de exégesis proscritos por sus superiores. Portal se hizo echar una buena bronca por el Señor Fiat y sus venerables asistentes. «Les parecía que san Vicente de Paúl tomaba un cariz modernista».
El asunto aceleró la transformación de los Petites Annales en Revue catholique des Églises. El boletín de conexión lazarista pasó a ser un periódico independiente, sin lazo visible con la Congregación. Portal no fue gerente, ni director ni redactor en jefe; no publicó con su nombre ningún artículo en él. La dirección del nuevo órgano fue encomendada a un comité presidido por Eugène Tavernier. Todo el mundo sabía que Tavernier trabajaba para Portal, pero las apariencias estaban a salvo; ya nada comprometía la responsabilidad del Señor Fiat. La contribución de Tavernier se limitó a dar su nombre y entregar cinco artículos en 1904 (ninguno más después). La administración quedó asegurada con el Sr. Levé y su imprenta de la calle Cassette, y el peso mayor con Gustave Morel, que se encargó de todos los contactos con los regentes, los correctores de pruebas y los impresores.
En lo material, la revista respondió poco más o menos a los términos del acuerdo al que habían llegado el Señor Fiat y Portal, en setiembre de 1896, cuando se había tratado de transformar la Revue anglo-romaine en un bimensual de sesenta y cuatro páginas, de las que cuarenta para artículos de fondo. La Revue catholique des Églises no debía aparecer más que seis veces al año, pero ya tuvo sesenta y cuatro páginas desde su segundo número, el de febrero de 1904; y, a partir de este momento, no ofreció menos de cuarenta páginas de artículos. Destinada a un público de profesores y de estudiantes, desaparecía en agosto y en setiembre para reaparecer en octubre con contribuciones preparadas durante las vacaciones. Le tocó tomar posición sobre cuestiones controvertidas, que dependían de la actividad inmediata, como la separación de las Iglesias y del Estado o las asociaciones cultuales. Pero de manera general, correspondió a la voluntad de Jacques Chevalier, que deseaba un periódico de «carácter muy científico, muy imparcial, con gran cantidad de información útil, que no se diera en otra parte». En su correspondencia, Portal la llama casi siempre la Revue des Églises; le añadió el epíteto «católica» a fin de tranquilizar a sus superiores. Iglesias: este plural quiere decir que no se trata de privilegiar a una comunidad en particular. Desde 1904, el contenido respondió a este proyecto: de treinta artículos de fondo, se dedicaron ocho a lo que hoy se llama la ortodoxia, ocho al protestantismo, siete al anglicanismo, por último siete a la Iglesia romana.
Este equilibrio se puede observar hasta el final de la revista, en 1908. Otros rasgos, en cambio, son propios del año de rodaje, 1904, y permiten hablar de una «primera» Revue catholique des Églises. En primer lugar hay una gran prudencia: el tema misionero desaparece casi por completo, y los problema de exégesis, la historia de los orígenes cristianos, la historia de los dogmas, la filosofía religiosa son tratados con mucha timidez. Todo debido a que el primer objetivo era durar más tiempo que la Revue anglo-romaine. La experiencia de los Anales había puesto de manifiesto que era tan peligroso hablar de las misiones no católicas como de crítica bíblica: el catolicismo intransigente es capaz de valorar al otro, siempre que se quede en su casa; el misionero anglicano, ortodoxo (que los hay) son ladrones de almas. Tema delicado de manejar, pues, lo mismo que las nuevas ciencias religiosas; el lanzamiento de la Revue ha seguido en manos de un mes a la condena al Índice de L’Évangile et l’Église y de otros cuatro títulos de Loisy. También se ha de contar con Tavernier, que no quiere tratar cualquier cosa y se muestra muy opuesto a todo lo que huele al modernismo. Por último Portal debía ser más prudente aún porque en los dos primeros números publicó artículos escritos por los responsables de las comunidades anglicanas y griegas ortodoxas de París.
Segundo rasgo propio de esta «primera» Revue catholique des Églises: los que la redactaban no formaban un equipo homogéneo, sino un grupo de encuentro que se dispersó al cabo de un año. Dos excepciones tan sólo: Chevalier y Hemmer, que se contaron entre los colaboradores más generosa y más fieles. Hubo que esperar hasta el año 1905 y la fundación de la Sociedad de estudios religiosos para que Portal estuviera en condiciones de constituir una redacción coherente, unida y vinculada al seminario del Cherche-Midi.
La Sociedad de estudios religiosos
En 1901, el padre Lucien Laberthonnière, del Oratorio, superior del colegio de Juilly, organizó varios almuerzos en los reunió, entre otros, a Édouard Le Roy, Joseph Wilbois, Georges Fonsegrive, Victor Delbos, al abate Louis Venard y al Señor Portal. Entonces fue cuando el lazarista se convirtió en familiar de Laberthonnière y en íntimo de Le Roy.. La familia de Le Roy le adoptó de manera que en ella encontró un hogar en el que jugar al tío cura bueno, hacer subirse a sus rodillas a los niños y atiborrrarlos de dulces. Desde 1903, Laberthonnière pensó en establecer con sus amigos una asociación dedicada al apostolado intelectual, «algo así como el Oratorio soñado por Gratry». La idea volvió a ser puesta en marcha en octubre de 1904 por Le Roy, por entonces profesor en el liceo de Versailles, y que reunió en su casa, en el 27 de la calle Notre-Dame-des-Champs, a los miembros del grupo de 1901. A principios de 1905, fue Laberthonnière quien convidó a su domicilio, calle Las-Cases, a una docena de amigos, entre los que se encontraban el padre Nouvelle, superior general del Oratorio, Le Roy, Victor Giraud, Georges Goyau, Paul Bureau, Gustave Morel, Portal; les leyó y comentó un librito de diez páginas intitulado Association d’études religieuses.
Después de dudarlo por algún tiempo, Portal se unió al proyecto. La asociación, convertida en Sociedad de estudios religiosos, fue dividida en dos grupos autónomos, una sección de filosofía animada por Laberthonnière, y una sección de la unión de las Iglesias para Portal. El oratoriano y el lazarista se formaron en comisión con Le Roy, Morel y Bureau para redactar los estatutos y revisar el librito que fue el manifiesto de la Sociedad. La presidencia, la tesorería y el secretariado fueron confiados respectivamente a Victor Giraud, Édouard Le Roy y al siempre incondicional Eugène Tavernier, laicos como de costumbre, menos expuestos que los clérigos a las eventuales censuras eclesiásticas. El número de abril de la Revista anunció el nacimiento de la Sociedad; ya en junio, Lord Halifax vino a darle el indispensable toque internacional y de Oxford; todo resultó casi tan hermoso como en 1896; cena en los lazaristas con Paul Thureau-Dangin, Émile Sénart, Paul Viollet, los abates Klein, Dimnet y Boudinhon, rector del Instituto católico así como «los señores de la casa»; luego reunión en casa de Le Roy, con Laberthonnière, Imbart de La Tour, Victor Giraud, Maurice Legendre. Se estableció un comité londinense para fundar bolsas de viajes y de estudios. Portal se encargó de la administración; todo a lo grande; alquiló los locales del antiguo Sillon, nº 3, calle de Bagneux: una sala para cien personas, un salón, cuatro piezas para acoger la Revue catholique des Églises y los Annales de philosophie chrétienne del padre Laberthonnière, «y una o dos publicaciones más».
El Señor Portal, que es un endiablado, ha conducido al padre Laberthonnière y a Le Roy a donde no pensaban ir de ninguna forma.
Es probable efectivamente que al lanzar la idea de una asociación, el oratoriano no pensaba comprometerla con un unionismo activo y militante; y es cierto que no quería un gran aparato fértil en inventos. Acabó por decirlo bien claro, y se volvieron a uno locales más modestos, la redacción de los Anales o la de la Revista, en el 17 de la calle Cassette, o también en el 88 del Cherche-Midi. Esta divergencia admitida, no podemos negar que Portal quiso asociarse con Laberthonnière.
No deseo más que una cosa, trabajar juntos y con vuestros amigos en realizar algunas ideas muy queridas.
Se unió al manifiesto, participó en su revisión, aceptó que fuese dactilografiado al frente de los estatutos, se cuidó de la difusión. Se solidarizó, y se comprometió con las tesis que se desarrollan en él. Porque dicho texto resumía muy bien la respuesta global que sus amigos y él mismo querían da r a los acontecimientos, la base teórica y el principio de unidad de su acción.
El manifiesto de 1905
El manifiesto de 1905 pretende en primer lugar responder a la pregunta siguiente: ¿qué hacer ante la avalancha laica y la secularización de la sociedad? Ante todo reconocer la amplitud del fenómeno. Ya no se trata de explicarlo todo por los avances de ,los universitarios modernistas, de los políticos francmasones o de los «jefes del socialismo», como decía la Revue anglo-romaine. El tema es más grave y trasluce un hecho de civilización, un rumbo de larga duración: el lenguaje del catolicismo resulta extraño a los Franceses, la Francia católica ya no existe, suponiendo que haya existido nunca. Anticipándose a lo historiadores del siglo XX, Portal escribe en la Revue catholique des Églises:
Después de la Revolución […] el barniz de cristianismo que recubría uniformemente a todo el país estalló en grandes placas.
El manifiesto de 1905 se limita a constatar que: se ha constituido un mundo intelectual fuera del cristianismo y contra él […]. Hasta ahora nos ha complacido pensar que ocupaba solamente un lugar entre nosotros, que por lo menos éramos un país católico, y que por lo tanto estaba con nosotros, como un enemigo que nos hubiese invadido […]. Pero ahora se ve claro que por el contrario somos nosotros quienes estamos en él.
Este texto de giros copernicanos descentra el cristianismo y le remite a la periferia de un universo mental que la fe no informa ya, de un mundo intelectual construido sobre una racionalidad científica, técnica, industrial independiente de toda teología y de toda consideración religiosa. También se opone a la simbólica de las dos intransigencias: la intransigencia conservadora, que pretende contener al invasor, defender la ciudadela sitiada, preservarla de toda mancha; la intransigencia ofensiva que quiere liberarla, organizar la salida liberadora. Reconquistar el terreno, expulsar al invasor, sin rechazar el uso de sus armas y sellar alianzas. Las dos intransigencias tienen esto en común que se despliegan en un espacio totalmente religiosos, hasta en su división en la ciudad de Dios y la ciudad del Diablo, el mundo y el anti-mundo, las cristiandad en peligro y todo lo que es pagano, ateo, satánico.
El manifiesto de 1905 sobrepasa a las dos intransigencias, la integrista y la leoniana. No hay invasores, la ciudadela está conquistada, los cristianos son extraños en un mundo que no les pertenece ni los comprende. Desposeídos y expulsados a la margen, deben convertirse de nuevo en apóstoles y hacerse misioneros.. Se ha formado un mundo intelectual fuera del cristianismo.
Se trata de convertirlo como lo hicieron los primeros cristianos con el mundo griego y el mundo romano. Hemos regresado a los tiempos apostólicos.
Pero ¿para qué conquista? La «ayuda de un César» está excluida, como toda idea de dominación temporal. No se trata de restaurar los derechos de la Iglesia y su poder en el mundo, menos aún la realeza social de Cristo. Sí que se trata de «conquistar» (la palabra está bien ahí), son las «mentes», .las «almas», el «mundo intelectual» o la «mentalidad de nuestro tiempo», concebida por otra parte como extrañamente unánime y homogénea. Conquistar las mentes, es despertar en ellas la verdad que llevan, la verdad ocultada pero que la necesitan, la «luz interior latente, principio a la vez de certeza y de libertad».
Conquistar la «mentalidad real y viva de nuestro tiempo», es llevarle la verdad de Cristo, no ciertamente como una extraña tiránica y opresora que llegara simplemente de fuera, sino como la palabra que le falta […], como la prenda y el medio de liberación que desea y de la luz interior que llama.
La conquista se parece entonces a un encuentro. Por un lado la Iglesia, comunidad espiritual aligerada de su imperio, libre de sus poderes, aliviada de todo proyecto político, social o científico, vuelta en sí misma y en su misión que es anunciar una religión en espíritu y en verdad. Por el otro un mundo nuevo del que se supone no sólo que necesita de esta verdad, sino que experimenta confusamente su falta. Una Iglesia que no trae ningún sistema sino cuya vocación es animarlos a todos. Un mundo secularizado, sí, pero que lleva en lo hondo la marca de Cristo.
En el esquema intransigente leoniano, la Iglesia debe participar en todos los combates de su tiempo, debe estar presente en todos los frentes del mundo moderno, mas para combatir el mal y denunciar los errores, mal y errores definidos por el magisterio que propone como remedio un proyecto global de rectificación social. El acento se pone en el rechazo de la complicidad, en la organización de un movimiento católico bastante fuerte y estructurado para establecer alianzas sin caer en el comprometimiento. Aquí, en cambio, se ha de comenzar por comprender la «mentalidad de nuestro tiempo» para hacerse comprender de él; y, para ello, se necesita tomarla tal cual es, […] acogerla, abrirnos a ella por verdadera caridad, vivir por simpatía sus ideas, sus aspiraciones, hasta sus ilusiones, entrar en concurso con ella para hacer obra científica y filosófica, hacernos las preguntas que ella se hace, sentir las dificultades a las que ella se enfrenta, sufrir con sus dudas, y soportar el peso de sus negaciones. Dejándonos iluminar por ella es como llegaremos a comprenderla nosotros mismos.
De esta forma se percibe la modernidad no como un desafío, ni como una presa, ni como una competición. En este más allá de la intransigencia, el exégeta o el historiador cristiano que aplica los pertrechos y los métodos positivos para la conquista del pasado cristiano es un misionero, lo mismo que el lazarista de China. Para Portal, que tanto soñó con misión lejana y con todo ello llenó los cuatro volúmenes de sus Petites Annales, la perspectiva era hermosa. Pero si el tema de la misión interior, de «Francia país de misión» le interesaba cada vez más, es sin embargo la empresa unionista la que le permitió derivar hasta allí y renunciar, por su parte, a la herencia que León XIII y Pío X defendían con energía. En su evolución, parece ahora que el afán de la unidad cristiana funcionó de dos maneras complementarias.
Por una parte el diálogo con los anglicanos y otros separados acabó por convencerle de que el catolicismo romano debía aligerarse de su discurso político, social y científico, que eleva en un punto la barra que tendrán que franquear los cristianos separados para reconocer el primado de Pedro. La condición laica del campo científico como el establecimiento de una República que no reconoce ni subvenciona ningún culto fueron así los síntomas localizados pero ejemplares de un repliegue del catolicismo al dominio religioso, etapa preliminar y necesaria hacia la reunión de los cristianos. ¿Es caótico el repliegue, impuesto a autoridades eclesiásticas a menudo hostiles y crispadas sobre la defensa de ciudadelas ya perdidas? Lo cual no es razón para negar su aspecto positivo.
Por otra parte el afán de unión facilitó a Portal para acoger al otro, abrirse a él, reconocerle y comprenderle.
Debemos esforzarnos en comprender a los que vamos a convencer [se lee en el manifiesto de 1905]. Sólo así lograremos que nos escuchen. Debemos aprender a situarnos en su punto de vista. Sólo así llegaremos a poseer el alma de verdad que da vida a pesar de todo a sus doctrinas.
Quitemos el «a pesar de todo», y tendremos una descripción bastante buena de lo que Portal hacía con los anglicanos durante quince años.
Algunos pasajes del texto («como los primeros cristianos […]. Hemos vuelto al tiempo de los apóstoles») podrían evocar una especie de fundamentalismo que sería ruptura con el liberalismo lo mismo que con la intransigencia: frente a una evolución que escapa a la Iglesia, se trataría de deshacerse de una vez de la cristiandad y de la modernidad, de volver a la autenticidad y a la sencillez de los orígenes, de partir, sin equipaje, inmerso en la masa, disponible y abierto a todas las tentativas humanas. Pero el fundamentalismo supone una expresión de la fe y una institución de la Iglesia que estén libres de todo compromiso cultural, un discurso y una estructura por encima del tiempo, más allá de la historia. Nade eso aquí. Los autores del texto, muy duchos en la historia de los dogmas, en la evolución del discurso cristiano, en la marcha de la Iglesia, están en la problemática del encuentro y de la adaptación de una religión cristiana en proceso con un mundo moderno que, a su vez, está en proceso.
Si hay ruptura, será más bien con el liberalismo conservador y concordatario de los nobles instalados. Este texto ahonda la distancia entre Portal y aquellos a quienes Laberthonnière llamaba los «pontífices». Existe un catolicismo liberal que es religión del Dios privado y de la salvación personal, que repugna al proselitismo y reserva la misión a la conversión de los salvajes. En los países civilizados, los sacerdotes deben encerrarse en el interior de un espacio clerical balizado por la Iglesia, la sacristía, el presbiterio, la cabecera de los agonizantes y el cementerio. Este catolicismo liberal distingue dos espacios, el civil y el clerical (clerical más que religioso), dos espacios representados cada uno por instituciones de Estado y de Iglesia que ofrecen suficientes analogías para negociar y llegar a arreglos, a concordatos semejantes a .los tratados que firman los diplomáticos.
En el manifiesto de 1905, en cambio, el espíritu de conquista debe animarlo todo; no existe ninguna actividad que no se abra a una perspectiva misionera: el espacio único de la modernidad ofrece al sacerdote como al laico un campo de trabajo sin límites. Estos nuevos «invasores», que sueñan con una Iglesia aligerada de su temporalidad, se sitúan más allá de toda negociación. ¿Qué queda por negociar que sea a la vez competencia del estado y de la Iglesia, si no es una libertad total? Esta vez Portal dio el paso sin rasguño. Si lo pasó mal al desligarse de la intransigencia leoniana, no manifestó nunca demasiada simpatía por la religión del Dios oculto y un sacerdocio de sacristía. Le fue fácil aliarse con un ideal de conquista libre de todo proyecto global y exclusivo, con un ideal en que la misión era ante todo sinónimo de encuentro, Madera siempre repetida.
Rehacer la Iglesia
Este concepto reforzó el optimismo. Portal, como se ha visto, siguió augurando ruinas, que él aumentaba, ennegreciendo el panorama, exagerando el peligro; pero no se atormentaba por ello. Habría que escribir todo un tratado sobre el buen uso de las catástrofes en el pensamiento católico, catástrofes políticas, sociales y militares. En el sistema que fue el de la Revue anglo-romaine, la catástrofe, fracaso necesario de la sociedad liberal y triunfo provisional de los nuevos bárbaros socialistas, debe permitir a la Iglesia, al término de un combate final que reúna a todos los cristianos bajo la dirección del papa, recuperar su imperio sobre las almas y rehacer el mundo según las exigencias de un cristianismo global: omnia instaurare in Christo (y no restaurare).
En el sentido que en adelante es el de Portal, ya no es el mundo, es la Iglesia la que se ha de rehacer. En 1906, evoca «a nuestras jóvenes generaciones cristianas que reconstruirán el catolicismo», y precisa el año siguiente:
Nos hemos de poner a rehacer otra Iglesia, a rehacer otras agrupaciones y eso pronto si no queremos perder a todo nuestro país.
En este terreno, el lazarista de catecismo sabio y de progresismo científico prudente no se revela en absoluto reformista. Esta «otra Iglesia» no puede nacer más que de una catástrofe que eche por tierra al viejo edificio. Portal no llega a creer en la capacidad de la Iglesia para reformarse por sí misma. «La persecución es necesaria para obligarnos a abrir vías nuevas», afirma en 1905. En julio de 1906, augura «muchas ruinas». Quizás sea necesario a fin de dejar en estos desastres los viejos conceptos que nos paralizan, el viejo material que nos estorba. La centralización romana pasará por ello». Después que la encíclica Gravissimo officio ordenó a los católicos franceses colocarse fuera de la ley, escribe a Chevalier:
La Iglesia de Francia, como cayó el Imperio, caerá y el absolutismo del papa se encontrará entre nuestros desastres también […]. Si necesitamos un 1870, si tenemos que destruirlo todo para poder reedificar, si es una ley ineludible, sólo nos queda someternos a ella. Pero mantendremos nuestra fe en la Iglesia de Francia.
Esta fe sobreentiende la apreciación positiva de la catástrofe: porque la Iglesia es viviente con una vida contenida y en dificultades por eso la caída del viejo aparato liberará en ella «energías nuevas» y le permitirá adaptarse a las «exigencias actuales», a las «exigencias del tiempo presente», a las «exigencias de la sociedad moderna». Liberar, adaptar, liberar a la Iglesia para que pueda adaptarse: expresiones corrientes en el vocabulario portaliano y que no se aplican a las instituciones, nunca, repitámoslo, a la expresión de la fe.
Primeras instituciones condenadas: las congregaciones religiosas. En 1903, el gran año de las expulsiones, los Petites Annales proponen al clero remplazarlas utilizando el derecho común, es decir la ley de 1884 que legaliza los sindicatos, «ya que la forma sindical es una de nuestras raras instituciones que salvaguarda la libertad», pero también y sobre todo la ley de 1901 sobre las asociaciones. Seguro de que existían buenas soluciones de recambio, Portal siguió con emoción, naturalmente, pero sin deplorarlo el desmantelamiento de las congregaciones.
[Es] muy triste, pero os aseguro que se prepara una maravillosa renovación del catolicismo en Francia […]. A pesar de haber muy grandes virtudes en las personas, las comunidades en su gran mayoría no estaban ya adaptadas al medio.Y, en 1907, cuando varias congregaciones habían logrado sobrevivir, legalmente o burlando la ley:
Para obras nuevas, hacen falta instrumentos nuevos. No creo que nuestras comunidades, a las que tanto les cuesta adaptarse, sean capaces de transformarse, de tomar un espíritu nuevo.
La nota de tristeza con la que Portal informa de la dispersión de las congregaciones desaparece por completo cuando evoca la abolición del concordato. No se va ya contra respetables cohermanos, sino contra una institución estéril que se hunde, y para bien de todos.
Si tenemos libertad, ya es mucho, y digan lo que digan los realistas y los viejos conservadores, la Iglesia podrá acomodarse a la ley. Estoy convencido de que, al cabo de alguna confusión, tendremos un renacimiento religioso espléndido. Es el momento de sembrar.
En el número de enero de 1906 de la Revue catholique des Églises, apela en una prodigiosa mezcla, a los ejemplos de los grandes antepasados, Lamartine, Montalembert, Lacordaire, Newman, Keble, Pusey, Geissel, Ketteler, para concluir:
Con toda seguridad nuestra acción será fecunda si actuamos con plena libertad, ya que la de nuestros antepasados produjo tanto con una libertad muy circunscrita.
De noviembre de 1905 a abril de 1906, el abate Hemmer traza en la Revista «un programa político de los tiempos nuevos» que se opone no sólo a la «política de resistencia» reclamada por de Mun, sino también a la «política de resignación» de Brunetière y de los cardenales verdes. La política de los tiempos nuevos consiste no sólo en aceptar la ley de separación si garantiza la libertad de la Iglesia, sino en utilizarla para modificar las instituciones eclesiásticas. Portal esperaba por ello la ruina de la «centralización romana», del «absolutismo del papa». Chevalier veía en Gravissimo uno «de los últimos sobresaltos de un poder que va a desaparecer». Hemmer, en la Revista, espera que el papa permitirá a la asamblea de los obispos de Francia tomar las decisiones que impone la crisis. La institución por otra parte debería ser permanente, y los obispos «reunirse regularmente para ponerse de acuerdo». La concentración e extendería al clero parroquial; Hemmer propone que participe en la elección de los obispos, y que el episcopado se asocie «más estrechamente a la obra común».
Por fin, en cada parroquia, el establecimiento de las asociaciones cultuales previstas por la ley de diciembre de 1905 permitiría «a los católicos encargarse de la gestión de sus asuntos». Las cultuales deberán estar «abiertas al mayor número de miembros posible […], generosamente abiertas, lealmente conducidas a la vistas de todos». Al igual que los Petites Annales tres años antes, la Revista hace elogios de la asociación democrática. «por medio de ella es como los mineros, los obreros de la gran industria, de los tejidos, hilados, fábricas de paños, han conseguido una notable mejora de su condición». Los católicos deben imitarlos para gestionar lo material de su Iglesia, en primer lugar, luego, llegado el momento, para organizar su vida profesional y sus obras sociales.
Las necesidades vitales de su fe y de su iglesia van a hacerles entrar a velas desplegadas en un magnífico movimiento de progreso social, y les empujarán a constituirse sin darse cuenta en los defensores de la libertad contra el jacobinismo anticlerical.
Esta Iglesia democratizada demostrará a los «antiguos ultramontanos» así como a los «estatistas impenitentes» que es capaz de organizarse por sí misma y de «gobernarse, de suerte que siga siendo verdaderamente nacional, es decir en unión de pensamiento y de sentimientos con la masa de la nación». Un primer caso, en suma, hacia esta inteligencia dela mentalidad moderna que debe caracterizar, según el manifiesto de 1905, a una Iglesia misionera. Junto a los artículos del abate Hemmer, la Revista publicó un gran número de informaciones y de documentos, hasta el punto de convertirse en uno de los órganos más avanzados del catolicismo anti concordatario. Fue utilizada, y citada en el Senado, el 19 de noviembre de 1905, por Maxime Lecomte, senador del Norte, defensor de la ley de separación.
El estudio acerca de la Iglesia de Francia
Entretanto Portal había encontrado un medio más discreto y menos expuesto de poner su revista al servicio de la mutación misionera de la Iglesia: la publicación, de febrero de 1905 a diciembre de 1907, de una serie de monografías de las diócesis de Francia. El manifiesto de 1905 quiere ser realista: Francia es un país de misión; pero los misioneros necesitan una buena sociología religiosa, o al menos una descripción un poco exacta. El debate sobre la separación ha puesto en claro además la necesidad de un inventario concreto, detallado, del catolicismo. A principios de 1905, Imbart de La Tour escribe a Portal:
No puedo sino insistir en deciros que vuestra iniciativa de estudio me parece no sólo útil, sino la única cosa útil, en este momento. Se debate al aire; se hace siempre política de teorías. Sin saber nada. Los obispos son los último en informarse.
Otra razón, invocada por Jacques Chevalier: Esto puede ser un estímulo para el joven clero, y nada será más eficaz, en la hora presente, para ayudar a nuestros amigos del extranjero a conocernos mejor y a simpatizar con nosotros.
Giraud, antiguo del seminario mayor de Niza, hubo de abandonar: se trataba sin embargo de la diócesis de Mons Chapon, el gran amigo de Portal! Aparecieron finalmente las monografías de las diócesis de Cahors, Nancy, Saint-Flour, Montpellier, Angoulême y Moulins. Describen, después de un breve presentación histórica, el cuadro geográfico y económico, la población, el clero (origen geográfico y social, formación, organización parroquial, costumbres, género de vida, actividad pastoral e intelectual, recursos, opiniones), los fieles (repartición geográfica y social, práctica religiosa, fiestas y costumbres particulares, comportamiento político, las relaciones entre el clero y los El equipo de los normalistas, Chevalier y sus compañeros, Maurice Legendre, Paul Hazard, Pierre-Maurice Masson trazaron las grandes líneas del estudio.
Es precio […] reunir en fascículos estas experiencias aisladas, juntar los materiales, hacer colaborar los pequeños estudios de los párrocos de campo y su práctica cotidiana todavía sin formular en una gran obra científica, cuyos datos sean innegables […]. Mostraremos los antecedentes históricos, el estado actual de la población, los organizaciones religiosas, las necesidades y las deficiencias, los resultados. De los hechos y de las cifras mostraremos también la acción del párroco sobre las almas: el párroco está de una manera estable en su parroquia, y no es el funcionario móvil y exterior del que habla Taine.
Imbart de La Tour participó en la redacción del cuestionario y, con Georges Goyau, revisó al menos una monografía, la de Calvet sobre la diócesis de Cahors. En cuanto a los investigadores, serían por supuesto los antiguos alumnos del Cherche-Midi, enviados a todo el país.
Necesitaron mucha obstinación y valor, por la desconfianza que despertó la empresa, por no decir más, en los obispados y en los párrocos. El abate fieles, el estado de los edificios del culto, la construcción o la renovación de las iglesias, las congregaciones religiosas, las obras (enseñanza libre, obras sociales, prensa católica), los obstáculos y las dificultades, los no católicos. Se ha de añadir a las seis monografías anteriormente citadas un estudio obre la diócesis de Nîmes que no trata –pero según los mismos métodos- más que de los protestantes. Tentativa, parcialmente frustrada, por construir un cuadro preciso y concreto del cristianismo francés, empresa en un tiempo en el que el caso del general André no hacía a las mentes muy receptivas a las investigaciones, las investigaciones diocesanas de la Revue catholique des Églises prefiguran el florecimiento que conocerá, veinte años después, la escuela francesa de sociología religiosa.