El Señor Portal y los suyos (1855-1926) (04)

Mitxel OlabuénagaHistoria de la Congregación de la MisiónLeave a Comment

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Author: Régis Ladous · Translator: Máximo Agustín, C.M.. · Year of first publication: 1985 · Source: Les Éditions du Cerf, Paris.
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Primera parte: En la órbita de León XIII.

Capítulo I: El encuentro

Donde el Señor Portal reacciona como el cardenal Wiseman

Diciembre de 1889: Lord Halifax se entera de que su hijo mayor, Charles, sufre de tuberculosis y debe pasar el invierno en un país cálido, en Madera por ejemplo. Dos de sus hijos se han muerto ya de tisis, Henri Paul en 1886, Francis en marzo de 1889. Proceso lo deja todo, sus asuntos, la E.C.U., el proceso Lincoln. El 26 de diciembre, desembarca en Funchal con toda su tribu.

Setiembre de 1889, Fernand Portal predica unos ejercicios en Granada, en un orfanato dirigido por hermanas de la caridad. Las huérfanas, gentiles Andaluzas, le festejan con una danza, con canto compuesto en su honor, castañuelas y zambomba. Después de una vuelta por Málaga, se vuelve a Lisboa, donde le espera la orden de ir inmediatamente a Funchal y allí encargarse de la dirección del servicio religioso del hospicio Maria Amelia. Uno de los capellanes está enfermo, el otro no puede dar abasto. Una vez allí, Portal se queda pronto sin trabajo, el enfermo a quien viene a sustituir se recupera al cabo de un mes. Se aburre, cuando se entera de que el hospicio va a recibir la visita de un noble inglés, pero que se interesa por la obra. Alguien que va a romper con la monotonía de los días.

La visita fue larga y detallada. Se terminó con una invitación: el Inglés preguntó a su guía si quisiera hablar con él de cuestiones religiosas. Halifax no tenía ganas de discutir de teología en torno a una taza de café. Buscaba a un compañero de paseo. Como él, Portal estaba libre de trabajo; Como Charles, él estaba tuberculoso; como Doussot, era joven y era francés; además era lazarista, y Halifax, cofundador de una comunidad religiosa se interesaba por la familia del Señor Vicente. Pero todo eso no habría sido suficiente para retenerlo, si Portal no se hubiera mostrado lleno de buen humor, con una risa extraña pero contagiosa. Halifax apreciaba más que nunca a los buenos compañeros que ayudan a reaccionar; se mostró encantado de que se aceptara tan pronto su invitación, si bien le entraban dudas sobre si esta buena gracia no tenía segundas intenciones. Y es verdad que Portal no pensó en un principio más que en salvar un alma.

Como sacerdote, yo debía experimentar como es natural la esperanza de convertir a este anglicano que venía voluntariamente a hablar de asuntos religiosos.

Prudente, pidió parecer a Mons. Barreto, obispo de la isla, que consintió en animarlo y bendecir el plan. Al comienzo de una tarde de enero, Lord Halifax vino a buscarle a la casa de los capellanes.

En toda mi vida me olvidaré [escribe Portal cinco años después] de este primer paseo que dimos juntos por el Caminho Novo, siempre por las orillas del mar, siguiendo un sendero caprichoso.

Había, en efecto, con qué turbar a un pescador de almas. El hereje estaba dotado no sólo de sólidas cualidades humanas, sino también de aquellas virtudes que hacen a los grandes misioneros, a los Clet, los Perboyre, los Jacobis. Aquel laico anglicano tenía un alma de apóstol». Al momento, Portal reaccionó como había reaccionado Wiseman al contacto del movimiento de Oxford. Se había interesado primero por Lord Halifax a causa de su «talante muy francés», se apasionó luego por su talante muy católico, midiendo su valor cristiano por el modo como se conformaba al modelo romano o tendía a acercarse a él.. Conservó el mismo criterio cuando trató de descubrir lo que era la Iglesia de Inglaterra. Se sumergió en la lectura del Libro de Oración, el equivalente anglicano del breviario y del misal. Sólo que no era la edición oficial, escrita en un inglés majestuoso y grave, totalmente impregnada de poesía bíblica, muy representativa del genio propio del anglicanismo, la que despertó su interés, sino una traducción latina,

Especie de monstruosidad anglocatólica que permitió a Lord Halifax mostrarle sin gran trabajo «que, con excepción de la dislocación del canon, el servicio de comunión del Libro de Oración anglicano era prácticamente idéntico al ritual de la misa en el misal romano».

Porque era él, porque era yo

Mientras que Portal estaba encantado hasta el punto de renunciar a todo proselitismo, Halifax seguía esperando un asalto intempestivo que se vería obligado a frenar bruscamente. Esta espera congelaba las relaciones, no las dejaba pasar a mayor intimidad. Al cuarto encuentro, estando acompañado Halifax de su hijo menor Eduardo, futuro ministro de Asuntos exteriores, Portal hizo una propuesta que provocó una crisis liberadora:

Si queréis, yo podría dar lecciones de francés a vuestro hijo, lo que me permitiría al propio tiempo progresar en inglés.
–Comprendido, vendrá mañana.

Al día siguiente, Eduardo no vino. El abate fue volando a mostrar su extrañeza ante Halifax que le lanzó a quema ropa:

•Sería una buena ocasión para convertirle…

Indignación de Portal:

Me despreciaría a mí mismo si actuara de esa manera. No, hay que respetarlas conciencias.

Al otro día, Eduardo recibía su primera lección de francés.

Ahora ya se había establecido el contacto, el camino abierto para otras cosas.

Por lo menos una vez a la semana salíamos por el campo sin rumbo alguno. En charlas interminables, o más bien en verdaderas conversaciones, nuestras almas se abrían una a la otra para unirse estrechamente.

Juntos, exploraron el monte que dominaba Funchal. Cada uno de ellos sintió pronto que estaba ligado al otro como nunca lo había estado con nadie de su país, de su mundo y de su edad. «Me sentí atraído por el abate […]. Y él por mí. Era él, era yo». Más tarde, entendieron su amistad como una señal, una llamada a trabajar juntos, un anuncio profético y como un primer paso de la unidad. «Por el momento, disfrutábamos sin darle muchas vueltas del encanto de la región y de la alegría de vernos a menudo».

Esta situación inesperada no fue del gusto de todos, y portal debió hacer frente a cohermanos perplejos: ¿qué hacer con un anglicano, sino es convertirlo? Hubo que dar razones.

Si, a pesar de los consejos en contra, continué relaciones que parecían a los demás sin objeto alguno, fue porque creí que la conversión no es el único bien que se ha de buscar. El acercamiento de las mentes, la desaparición de los prejuicios son también resultados apreciables, dignos de ser pretendidos por sí mismos.

No se trataba aún, anota él, más que [de] impresiones muy confusas, [de] una especie de presentimiento que nuestra amistad sería duradera y que nos llevaría un día a generalizar el fenómeno del acercamiento y de comprensión que se había producido entre nosotros.

Se marchó de Madera lleno de perplejidad, obsesionado por el fenómeno Halifax,

Convencido de que para bien de la Iglesia había algo que hacer con él y por él. Estas palabras «hay algo que hacer» me acudían constantemente, pero qué.

Donde el Señor Portal se cae de Wiseman a Manning.

En mayo de 1890, Mons. Barreto partió para Roma a rendir cuantas al papa León XIII del estado de su diócesis. Necesitaba un secretario; escogió a Portal que estaba sin empleo y hablaba francés. Desde Funchal, antes de embarcarse, el lazarista dirigió a Lord Halifax una carta que da cuenta de su incertidumbre.

Sí, rezaré por vos, querido amigo, y otras almas más fervientes que yo rezarán también. Os acordáis del hermoso sol del Curral das Freiras, de las nieblas que de pronto invadieron las montañas y el Curral? Os acordáis cómo un leve soplo despejó las nieblas, y qué hermosos nos parecieron el sol y el paisaje?

Este texto puede leerse en primer grado, como el relato de un paseo particularmente rico en el plano estético y humano; Halifax, en 1891, y Portal, en 1899, evocaron el Curral con una emoción que sugiere que fue quizás el lugar en que se dieron cuenta de que la amistad era compartida e iba a remodelar su vida. Pero en segundo grado, este texto resume bien esta simbólica (la niebla de la herejía, el soplo del espíritu, el sol de la fe) que permitía a los emprendedores en conversiones trabajarlas almas sin violentarlas demasiado. Un mes más tarde, desde Roma, después de visitar al Santo Padre y las basílicas mayores, las catacumbas, la cárcel mamertina, Portal cayó de Wiseman a Manning y salió al asalto.

Me parece que Nuestro Señor Jesucristo, que fue tan bueno y misericordioso con todos nosotros, pero en particular con vos, que os ha colmado de gracias, os llama para coronar el edificio. Creedme, en el momento en que os halláis conviene cerrar los libros y seguir el instinto divino que os atrae. Sentís que en medio de vuestros hermanos no estáis en casa, sois de los nuestros por decirlo así naturalmente.

«Llamadas directas del Espíritu de Dios»

El bandazo fue corto y corregido al punto. Portal se arrepintió enseguida del intento y puso tanta sencillez en aceptar el fracaso como Lord Halifax en explicarle que se podía servir a la verdad fuera de la Iglesia romana. Llegado a este punto, Doussot había roto; Portal mantuvo el contacto. Vagabundo durante todo un verano y un otoño, entre Roma, Nápoles y Florencia, en París, Lourdes y Laroque, en los conventos de España, se persuadió poco a poco de que el encuentro tenido en Madera, la irrupción de la amistad, el fracaso del proselitismo llevaban lo que describió en 1914 al abate Gratieux como llamadas directas del Espíritu de Dios, tan reales y obligatorias como la vocación al sacerdocio o a la vida religiosa.

Se entregó a la unión de las Iglesias como otros entran en un monasterio o parten a cuidar leprosos. Pensando que este tipo de experiencia no tenía nada de excepcional y que muchos sacerdotes recibían por llamadas parecidas una vocación «determinada, más o menos especial», proseguía él:Debemos ser fieles a esta vocación como a la otra, a toda nuestra vocación, saber sufrir en ella y perseverar hasta el fin. Puedo bien predicaros esta doctrina, ya que hace veinte años que la he vivido. Sólo ella da la clave de mi vida.

La misión denegada

Comenzó a conducirse como nunca lo había hecho sin duda, llegando hasta rechazar el puesto que le ofrecían sus superiores, y qué puesto: Quito, el Ecuador, la misión entierra india, todo con lo que había soñado durante veinte años! Mientras escoltaba a Mons. Barreto, tenía lugar en París una asamblea de la Congregación de la Misión para elegir al superior general. El superior general en ejercicio, el Señor Fiat, atacado de sordera, vacilaba en presentarse, y la asamblea vacilaba en reelegirle. Antes de abandonar Roma, el 11 de julio de 1890, Portal fue recibido en audiencia privada por León XIII; el papa expresó el deseo que el Señor Fiat fuera renovado en sus funciones. Promovido a gran elector, o poco menos, el joven lazarista partió al punto hacia París, donde de todas formas debía presentarse para recibir el empleo de su vida después del entreacto de Madera. Transmitió el mensaje pontificio; El Señor Fiat fue reelegido. Invitado a formular un deseo, él sugirió una cátedra de teología en un seminario mayor del Mediodía de Francia (sobreentendido: Cahors). El Señor Fiat respondió proponiendo Quito. Portal se negó en redondo. A la espera de una resolución definitiva, le mandaron a predicar ejercicios en España. El 22 de noviembre de 1890, por carta en la que calificaba de providencial por primera vez la amistad nacida en Madera, anunció triunfalmente a Lord Halifax que regresaba a Cahors, bajo el buen cayado del Señor Méout, quien le dejaría obrar con completa libertad. Cahors, lugar de destierro en 1882, era ahora lugar de elección. Hasta entonces de había dejado destinar sin decir palabra; había hecho gala de un abandono completo, de una sumisión inerte a las órdenes de sus superiores. Y ahora se revuelve, se emperra y va exactamente a donde quiere ir.

Cahors o más Madera

Su llegada rompió con la monotonía de los días. Los seminaristas no daban crédito a sus ojos por el talante de este hombre tan joven que contrastaba entre sus cohermanos por la distinción de su porte. Parecía un secretario de obispado, hombre de mundo más que un lazarista de seminario mayor. Este aire especial atraía sobre él nuestra atención.

Su actividad misteriosa mantuvo el rumor. Apenas instalado –se ocupó en primer lugar de la economía, lo que le permitía tiempos libres -, volvió a sus estudios insaciables. Pero esta vez, no se orientaron en todas direcciones, se ordenaron en torno a un tema único: la Iglesia anglicana. Como era de esperar, el Señor Méout se interesó en todo cuanto interesaba a Portal, en las «cosas de Inglaterra, como decía. Medio para trabajar unas facilidades que muchos no me habrían concedido». Bien cubierto por ese lado, no concedió descanso a Lord Halifax, reclamándole continuamente libros, revistas, informes.

Sí, querido amigo, vos habéis desplazado mi centro de gravedad, y decididamente me siento muy inclinado hacia las cosas inglesas […]. Tenéis mucho que hacer hasta completar mi educación -¿anglicana diría yo? Ya me comprendéis.

En esta época, Halifax perdió uno tras otro a Charles, el mayor, y a Liddon, su compañero, su confesor. Un amigo no se reemplaza; pero éste asumía un papel que Portal se mostró capaz de sustituir. Con el paso de los meses, se hizo el cambio, estupendamente simbolizado en marzo de 1891 cuando el lazarista recibió los apuntes de Liddon para preparar sus lecciones y conferencias. Después de ser Doussot, fue un poco Liddon, esa mezcla de hermano de armas y de director de conciencia. Mostró buen aspecto a partir del verano de 1891. En el mes de julio, Halifax desembarcó en Roscoff con escaso séquito; veintiuna personas en total, un círculo de íntimos, una soledad: su familia, la de Lady Beauchamp, la viuda de un amigo que acababa de morir, y sólo lo necesario en cuanto a criadas para vestir a esas damas y cuidar a los niños. Como buen meridional, Portal se inquietó: «¿Es civilizada la gente de Roscoff?» Con la «liberal autorización» de sus superiores, corrió a verificarlo. Después de Madera, fue la Bretaña, nuevas charlas, nuevos paseos en el curso de los cuales el lazarista explicó que ya no bastaba sólo con pensar en la unión de las Iglesias, que él llamaba ahora «nuestra causa»; habían llegado los tiempos para una acción inmediata, concreta: una campaña de información en la prensa católica francesa.

Encargó a su amigo una serie de artículos, le propuso temas, le fijó un plazo, le encontró un editor (y en primer lugar la revista Le Correspondant). Para asegurarse mejor de que trabajaría, llegó hasta reorganizarle el empleo del tiempo. Siguiendo vuestro parecer, me he encerrado todos los días hasta la una en mi casa», le escribe en setiembre el humilde señor que confesaba sin rodeos la «falta de método» de sus jornadas. Pero ¡ay! a pesar de esta reforma, Halifax no hizo nada y Portal se puso a apremiarle. Todo inútil. El tiempo pasaba y Halifax no hacía nada. Desde la muerte de su hijo, de sus hijos, algo parecía haberse roto en él. Se dispensaba de sus deberes de estado, de su tarea diaria de patrón de la E.C.U. Pero le faltaban fuerzas para lanzarse a una empresa nueva. No pudo responder a las exhortaciones de Portal más que con un golpe de pecho: «Mea culpa, mea culpa, mea maxima culpa! La única palabra que encuentro para vos es ésta: misericordia». Y partió para Cahors.

Durante cinco días, vivió la vida del seminario y se acomodó en todo a los profesores. Debidamente capitaneados por el Señor Méout, éstos le trataron como a un colega de paso. Los alumnos tuvieron más dificultad para disimular su emoción.

Nuestro estupor fue grande al verlo, en el refectorio, al lado del Señor Superior, escuchando como él la lectura de los Monjes de Occidente de Montalembert. El seminarista que servía a estos señores se confundía con las soperas y los platos. Pero mayor fue nuestro estupor todavía cuando le vimos en la capilla, en el sitial vecino al del Señor Superior, seguir la misa con el misal –evidentemente romano- ponerse de rodillas y hacer la señal de la cruz.

En recreo, los más atrevidos rodeaban a este fabuloso que los encantaba con sus anécdotas aderezadas de anglicismos. Todo encantaba a Halifax, desde la pequeña habitación banalmente austera a las alubias y lentejas del ordinario, pasando por las migas de pan en las que había que poner sumo cuidado para que nada se perdiera. Sobre todo, hubo largas charlas en el jardín. Entonces fue cuando Portal le explicó su nuevo proyecto: sin renunciar a la campaña de información decidida en Roscoff, todo estaba por hacer, y había que hacerlo inmediatamente, para que se reunieran después de tres siglos de ruptura las jerarquías anglicana y católica. Era el contacto director, y el contacto en la cumbre, lo que había que esforzarse en provocar antes de nada. Y para ello, un medio: relanzar el debate sobre las ordenaciones anglicanas.

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