CONCLUSIÓN
La invitación al seguimiento hecha por Jesús a los hombres de su tiempo, ha repercutido a lo largo de la historia suscitando, en diferentes épocas, una actitud común. En respuesta al «ven y sígueme», miles de hombres y mujeres se dispusieron a «dejar todo» para «estar con él», asumiendo su misión y un posible destino semejante al suyo.
Seguir a Jesús, sin embargo, no significa hacer exactamente lo mismo que él y los primeros discípulos hicieron. En este sentido, en la Iglesia primitiva, por ejemplo, todos los discípulos tenían por norma seguir a Jesús aunque unos, los carismáticos itinerantes, la asumieron adoptando un estilo de vida semejante al del Jesús y otros, la gran mayoría, sedentarios, intentaron vivir el seguimiento haciendo suya la «nueva ley» dejada por Aquél que ellos consideraban el Cristo. Esta diversidad de formas de vida en el seno de la Iglesia se entiende como una respuesta del hombre que, bajo la acción del Espíritu Santo, en cada momento concreto, procura actualizar el seguimiento según los moldes de la época. Ser cristiano, por consiguiente, es ser seguidor y eso significa fundamentalmente dejarse impregnar por el espíritu del resucitado, prolongando en la historia el misterio de la encarnación, obra del Espíritu Santo en el hombre.
Vicente de Paúl es uno de tantos hombres y mujeres que «dejaron las redes» para caminar con Jesús en la historia, asumiendo su forma de ser, su misión y sus consecuencias. El contexto en que él se inserta, la rica diversidad de corrientes espirituales, el ansia de la renovación eclesial y el estado miserable en que vivía la gran mayoría de la población, ha determinado su forma de seguir a Jesús.
«Dejar las redes» para «ir en pos» en su itinerario espiritual significó cambiar de actitud y de objetivo o, dicho de otro modo, pasar el umbral del egoísmo, de la búsqueda de su propia satisfacción por la adquisición de un «honroso beneficio» a la búsqueda de los medios para la satisfacción / liberación de un pueblo. Dios, el protagonista de este tránsito, a través de los acontecimientos concretos fue modelando al joven ambicioso, haciéndole comprender que su realización pasaba por la entrega a los más necesitados.
Entre los años 1610 y 1617 se opera un «giro copernicano» en su vida. Después de varios intentos fracasados de lograr sus primeros objetivos, ayudado por los principales maestros espirituales de su época, Vicente descubre definitivamente la persona de Jesús que le invita a seguirlo a través del servicio a los pobres. Vicente intuye que es entre los pobres, por su sencillez, por su humildad, por su sentido de obediencia y confianza en la Providencia, donde se practica la verdadera religión. Reconoce, además, en sus parientes y vecinos, en los campesinos de Folleville y de Chátillon-les-Dombes, en los esclavos de las galeras y los enfermos del hospital de París, en los niños expósitos y los refugiados de guerra, la persona de Jesús. Es Cristo que sigue crucificado en todas esas situaciones. Su espiritualidad, por consiguiente, se va a caracterizar por una praxis orientada a la recuperación de la justa dignidad del hombre, en una doble dimensión: la espiritual y la corporal. Se trataba de bajar de la cruz a los pobres crucificados por la miseria material y desorientados espiritualmente por la inexistencia de un clero preparado y comprometido con ellos. Pero, para Vicente, el seguidor sólo puede llevar adelante esta praxis cuando está «revestido del espíritu» de Jesús, es decir, cuando reúne un conjunto de condiciones que lo hace vivir en total conformidad con la voluntad del Padre.
La personalidad sencilla, el talante apasionado, organizador y pragmático de Vicente de Paúl posibilita que otros tantos, congregados por él, se sientan atraídos a participar en la obra de Jesús, evangelizador de los pobres. En ese sentido, Vicente fue un seguidor, no sólo por haber caminado con él en la historia, sino también por haber fundado una nueva escuela de seguidores. Reiteradamente afirma que los miembros de sus fundaciones – las Cofradías de la Caridad, la Congregación de la Misión y las Hijas de la Caridad — son prolongadores de la misión de Jesús. Una misión que consistía fundamentalmente en servir al pobre con la misma «devoción» con que se sirve a Cristo en la Eucaristía. El pobre es, en este sentido, sacramento de Cristo y hacer «que ellos vivan bien» es la mejor forma de manifestar nuestro amor a Dios.
Poco inclinado a la especulación teológica, Vicente valora más el hacer que el decir y por eso, una y otra vez, propone a los suyos ese Jesús que primero «obró y sólo después enseñó». Afirma también que la oración («sin éxtasis») es el fundamento de la misión, la cual ha de ser llevada hasta el extremo de consumir la vida al servicio de los representantes de Cristo, los pobres. De este modo, se concluye que ser seguidor según san Vicente es evangelizar a los pobres, no sólo con palabras, sino más bien con obras. Es, en definitiva, reproducir, en nuestras vidas, la vida, la forma de ser de Jesús.
APÉNDICES
Texto I: Referente a la Cofradías de la Caridad
REGLAMENTO GENERAL DE LAS CARIDADES DE MUJERES
Agosto de 1617
La cofradía de la Caridad ha sido instituida para honrar a Nuestro Señor Jesucristo, patrono de la misma, y a su santa Madre, y para asistir a los pobres enfermos de los lugares en donde está establecida, corporal y espiritualmente: corporalmente, administrándoles su bebida y su comida y los medicamentos necesarios durante el tiempo de su enfermedad y, espiritualmente, haciendo que les administren los sacramentos de la penitencia, la eucaristía y la extrema unción, y procurando que los que mueran salgan de este mundo en buen estado y que los que curen tomen la resolución de bien vivir en adelante.
Dicha cofradía está compuesta de un número fijo y limitado de mujeres y de muchachas; éstas con el consentimiento de sus padres y madres y aquellas con el de sus maridos. Elegirán a tres de entre ellas, en presencia del señor párroco, por mayoría de votos, cada dos años, el día siguiente a Pentecostés, para que sean sus oficialas; la primera de ellas se llamará superiora o directora, la segunda, tesorera o primera asistenta, y la tercera, guardamuebles o segunda asistenta. Estas tres ofícialas llevarán la dirección total de dicha cofradía. Con el parecer del señor párroco, elegirán también a un hombre de la parroquia, piadoso y caritativo, que sea su procurador.
La superiora se cuidará de que se cumpla el presente reglamento y de que todas las personas de la cofradía cumplan bien con su deber; recibirá a los pobres enfermos de la parroquia que se presenten y les atenderá, con el parecer de las otras oficialas.
La tesorera aconsejará a la superiora, guardará el dinero de la cofradía en un cofre con dos cerraduras diferentes; ella tendrá una llave de las mismas, y la otra la tendrá la superiora, aunque podrá tener en su posesión un escudo para atender a los gastos ordinarios; al final de los dos años dará cuentas a las oficialas que hayan sido elegidas recientemente y a las demás personas de la cofradía, en presencia del señor párroco y de los habitantes de la parroquia que deseen asistir al acto.
La guardamuebles aconsejará igualmente a la superiora, recibirá, lavará y arreglará la ropa de dicha cofradía, les proporcionará a los pobres enfermos lo que necesiten por orden de la superiora, procurará retirárselo y dar cuenta de todo al cabo de dos años, lo mismo que la tesorera.
El procurador mantendrá el control de las colectas que se hagan en la iglesia o por las casas y de los donativos que hagan los particulares; dará los recibos; procurará la manutención de dicha cofradía y el aumento de sus bienes; llevará las cuentas de la tesorera, si fuera necesario; tendrá un registro en el que copiará el presente reglamento y el acta de fundación, haciéndolo ratificar si es posible. Escribirá en el mismo registro el catálogo de las mujeres y de las muchachas que sean recibidas en la cofradía, el día de su recepción, y el de su fallecimiento, las elecciones de las oficialas, las actas de la rendición de cuentas, el nombre de los pobres enfermos que sean atendidos por la cofradía, el día de su recepción, el de su muerte o el de su curación, y en general todo lo que ocurra de especial y digno de atención.
Las hermanas de dicha cofradía servirán, cada una en el día que tengan destinado, a los pobres enfermos que hayan sido recibidos por la superiora, llevándoles a sus casas la bebida y la comida preparada; harán la colecta por turno en la iglesia y por las casas, los domingos y las fiestas principales y solemnes; entregarán la colecta a la tesorera e indicarán al procurador lo que hayan recogido; harán decir una misa en el altar de la cofradía todos los primeros y terceros domingos de cada mes, a la cual asistirán todas y aquel mismo día confesarán y comulgarán, si las circunstancias se lo permiten, asistiendo también aquel día a la procesión que se celebrará entre vísperas y completas, en la que se cantarán las letanías de Nuestro Señor o las de la Virgen; lo mismo harán todos los años el día 14 de enero, que es la fiesta del Nombre de Jesús, su patrono.
Se querrán mutuamente como personas a las que Nuestro Señor ha unido y ligado con su amor, se visitarán y se consolarán mutuamente en sus aflicciones y enfermedades, asistirán en corporación al entierro de las que fallezcan, comulgarán por su intención y mandarán cantar una misa de funeral por cada una de ellas; lo mismo harán con el señor párroco y con el señor procurador, cuando mueran; asistirán también corporativamente al entierro de los pobres enfermos que hayan asistido, mandando celebrar una misa rezada por el descanso de sus almas. Todo esto sin obligación de pecado mortal o venial.
A cada uno de los pobres enfermos se les dará, para cada comida, todo el pan que puedan comer suficientemente, cinco onzas de carne de ternera o cordero, un potaje y un cuarto de litro, medida de París.
Los días de abstinencia se les dará, además del pan, el vino y el potaje, un par de huevos y un poco de manteca; y a los que no puedan tomar carne, les darán caldos y huevos frescos cuatro veces al día, y un asistente a los que estén en peligro de muerte y no tengan a nadie para velarlos.
Texto II: Referente a la Congregación de la Misión
EXTRACTO DE LAS REGLAS COMUNES DE LA CONGREGACIÓN DE LA MISIÒN
17 de mayo de 1658
Ved, por fin, carísimos hermanos, las Reglas o Constituciones Comunes de nuestra Congregación, tan deseadas por todos vosotros y por tanto tiempo esperadas. Porque es cierto que han transcurrido ya casi treinta años desde el principio de la Compañía, sin habéroslas dado impresas: per hemos procedido así, ya para imitar a Jesucristo nuestro Salvador, quien primero practicó y después enseñó, ya también para evitar muchos inconvenientes que se habrían seguramente originado de la publicación prematura de dichas Reglas, resultando su práctica en lo sucesivo, muy difícil o menos conveniente. Por eso, la calma con que hemos procedido en el asunto nos ha librado, con la ayuda de la divina gracia, de tales inconvenientes, y además ha hecho que la Congregación se acostumbrase poco a poco y suavemente a practicarlas ante de verlas impresas. Nada encontraréis en ellas que no lo hayáis practicado desde hace mucho tiempo, con gran consuelo nuestro y mutua edificación de todos.
Recibidlas, pues, carísimos hermanos míos, con el mismo afecto con que os las damos. Consideradlas no como producidas por espíritu humano, sino como emanadas del Espíritu divino, de quien procede todo bien, y sin el cual no somos capaces de tener un buen pensamiento propio nuestro. En efecto, ¿qué hallaréis en ellas que no os mueva e incite a huir de todos los vicios, a practicar las virtudes y a observar los documentos evangélicos? Por eso, en cuanto ha estado de nuestra parte, hemos procurado sacarlas, según podréis observar, del espíritu de Jesucristo y de sus acciones, porque creemos que todos aquellos que están llamados a continuar la misión de Jesucristo, que principalmente consiste en anunciar el Evangelio a los pobres, deben estar animados de los mismos sentimientos que Jesucristo y llenos de su mismo espíritu, siguiendo siempre sus divinas huellas.
CAPITULO 1
Del fin que se propone la Congregación
- Habiendo venido Nuestro Señor Jesucristo al mundo, como dice la Sagrada Escritura, para salvar a todo el género humano, empezó a practicar y a enseñar. Cumplió lo primero dedicándose a la práctica de todas las virtudes, y lo segundo, evangelizando a los pobres y enseñando a sus apóstoles y discípulos la ciencia necesaria para dirigir a los pueblos. Y como la pequeñísima Congregación de la Misión desea, mediante la divina gracia, imitar a Cristo Nuestro Señor, según sus débiles fuerzas se lo permitan, no sólo en la práctica de las virtudes, sino también en todo lo que atañe a la salvación del prójimo, es convenientísimo que se valga, para conseguir este fin, de los mismos medios de que se valió Jesucristo. Por eso, pues, el fin de la Congregación de la Misión consiste: 1° En procurar la propia perfección, esforzándose por imitar las virtudes que este Soberano Maestro se dignó enseñarnos con sus palabras y ejemplos. 2° En evangelizar a los pobres, especialmente a los del campo. 3° En ayudar a los eclesiásticos a conseguir la ciencia y las virtudes necesarias a su estado.
- La Congregación de la Misión se compone de eclesiásticos y legos. Los eclesiásticos, a ejemplo de Jesucristo y de sus discípulos, se dedicarán a recorrer las ciudades y aldeas, repartiendo en ellas a los pequeños el pan de la divina palabra, predicando y catequizando, a exhortar a todos a que hagan confesión general de toda la vida pasada, prestándose a oír sus confesiones, a dirimir sus pleitos y contiendas, a establecer las Cofradías de Caridad; a dirigir los Seminarios diocesanos establecidos en nuestras casas y enseñar en ellos; a dar Ejercicios Espirituales, a convocar y dirigir en nuestras casas las Conferencias de los eclesiásticos externos, y a desempeñar otras funciones que estén en armonía con los susodichos ministerios. Los legos, por su parte, se dedicarán a ayudar a los eclesiásticos en todos los ministerios enumerados, cumpliendo el oficio de Marta, según les fuere prescrito por el Superior, y cooperando con sus oraciones, lágrimas, mortificaciones y buenos ejemplos.
- Para que la Congregación consiga, mediante la divina gracia, el fin que se ha propuesto, es preciso que procure con todas sus fuerzas revestirse del espíritu de Jesucristo, el cual brilla de un modo especial en su evangélica doctrina, en su pobreza, castidad y obediencia, en su caridad para con los enfermos, en su modestia, en la manera de vivir y de proceder que enseñó a sus discípulos, en su conversación, en los cotidianos ejercicios de piedad y en las Misiones y demás ministerios que desempeñó en favor de los pueblos, todo lo cual se contiene en los capítulos siguientes.
Nelio, CEME







