El seguimiento de Jesús en San Vicente de Paúl (XI)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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  1. RASGOS DE LA ESPIRITUALIDAD DEL SEGUIMIENTO SEGÚN VICENTE DE PAÚL

Para finalizar el capítulo, considerando los as­pectos caracterizadores del seguimiento de Jesús presentados en el primer capítulo, intentamos ahora exponer de forma más sistemática los rasgos que juzgamos definidores de la espiritualidad del seguimiento según Vicente de Paúl.

4.1 Cristocentrismo

En primer lugar, hay que destacar que la espiri­tualidad de Vicente es nítidamente cristocéntrica.

Cristo es la referencia absoluta: «nuestro padre, nuestra madre, nuestro todo», «la regla de la misión», la norma norman que el discípulo ha de tener siempre ante los ojos. Como hemos subrayado, ese Cristo es Jesús de Nazaret, el Dios-hombre que en la tierra practicó con ahínco la evangelización liberadora de los pobres, aquel que realizó la voluntad salvífica del Padre entregando su vida en la cruz. Es él quien invita al misionero a continuar su misión de evangelizador de los pobres (cfr. Lc 4,18), pero al mismo tiempo, es él quien sigue clavado en la cruz en los pobres del mundo (cfr. Mt 25,40).

Por otra parte, basándose en la doctrina pau­lina sobre el bautismo, Vicente concibe todo el desarrollo de la santidad cristiana y lo encuadra dentro de la participación de la muerte y resurrec­ción del Señor. A este propósito, a uno de sus mi­sioneros escribe:

Acuérdese, padre, de que vivimos en Jesucristo por la muerte en Jesucristo, y que hemos de morir en Jesucristo por la vida de Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo, y que, para morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo.

El seguidor, según san Vicente, está llamado a revestirse del espíritu de ese Jesús para actuar con las mismas disposiciones o, como hemos señalado en el primer capítulo, para vivir según la forma Christi. Para Vicente, esa tarea de configurarse con el divino modelo es una obligación para todos los cristianos y no solamente para los que viven en «estado de religión». Contrariando la mentalidad de la época, él subraya que el deber de seguir a Jesús, de ser perfecto, es común a todos los bau­tizados, no siendo el estado religioso una garantía de mayor santidad o de mayor perfección.

4.2 Dinamismo de la encarnación

Hemos señalado en el primer capítulo que por encarnación se entiende la actitud del Verbo que asume y participa de la identidad e historia de un pueblo concreto, de sus necesidades, de sus aspi­raciones, de su cultura. Impregnado por este dinamismo, Vicente da a sus fundaciones un carácter secular. A las Hijas de la Caridad, por ejemplo, no les fue fácil mantener esa identidad en un con­texto nada acostumbrado a ver mujeres de hábito, fuera de los conventos. Una y otra vez, Vicente repite: vosotras no sois religiosas, porque ese esta­do no es compatible con vuestra vocación: el ser­vicio de los pobres en el mundo.

Por su carácter secular, las Hijas de la Caridad no viven en un estado religioso, sino en un «esta­do de caridad»; no profesan los consejos evangé­licos, sino que se ofrecen a Dios para el servicio de los pobres. Vicente considera que es un estado de vida inferior, pero sus miembros tienen la obliga­ción de vivir en tanta o mayor perfección y virtud que aquellas que viven en su convento».

Por otra parte, Vicente quiso que las «siervas de los pobres» tuviesen el espíritu de las campesinas y que compartiesen la situación de los pobres a quienes servían. En una carta a una hermana supe­riora de una casa, Vicente expone algunos criterios exigidos a las que pretendían ingresar en la Com­pañía. El segundo aspecto que él presenta es que «las Hijas de la Caridad, por ser sirvientes de los pobres, van también vestidas y alimentadas pobremente».

Las exigencias de Vicente sólo pueden ser enten­didas desde el deseo y el compromiso de seguir a Jesús, pues de lo contrario podrían ser manifestaciones de un sospechoso masoquismo. Se trata de dar continuidad al misterio de la encarnación expresado en la participación en la suerte de un pueblo que Vicente, a la luz de la fe, consideraba representante de Jesús.

4.3 Misión: «hacer efectivo el evangelio»

Vicente concibe su misión y la misión de los institutos que él ha fundado como una continua­ción de la misión de Cristo evangelizador y servi­dor de los pobres. El lema de los misioneros y de las Hijas de la Caridad expresa el compromiso de fidelidad a la llamada de Jesús haciendo efectivo su mensaje liberador. Por eso, Vicente reiteradamen­te repite que no basta el amor afectivo que hace que amemos a Dios con cariño y con alegría, sino que es necesario juntar a este un amor efectivo:

Hay que pasar del amor afectivo al amor efectivo, que consiste en el ejercicio de obras de caridad, en el servicio a los pobres emprendido con alegría, con entusiasmo, con constancia y amor.

El amor efectivo es el motor de la acción, es el que no «deja de obrar aunque no aparezca», es el que cumple con la misión, que «obra por Dios incluso cuando no siente sus dulzuras».

En esta línea de pensamiento, nos parece opor­tuno destacar que la espiritualidad de san Vicente suele ser caracterizada como una espiritualidad de acción. De hecho, en algunos pasajes él se revela crítico para con los que alimentan grandes devo­ciones, cuidan excesivamente de su vida interior, manifiestan un gran amor afectivo a Dios, pero en la práctica, cuando «se trata de trabajar por Dios, de sufrir, de mortificarse, de instruir a los pobres, de ir a buscar a la oveja descarriada, de desear que les falte alguna cosa, de aceptar las enfermedades o cualquier cosa desagradable, ¡ay!, todo se viene abajo y les fallan los ánimos». Para Vicente, este amor afectivo, en definitiva, no tiene sentido cuando no se traduce en un compromiso a favor de los necesitados. Por eso, decía a los suyos: «Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que sea a costa de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestra frente».

Impelido por el amor a Cristo crucificado en los pobres, la acción del discípulo según san Vicente se debe desarrollar, como ya hemos dicho, en una doble dimensión: en el alivio de las mise­rias corporales y en la instrucción de los conte­nidos fundamentales de la fe, para que, de este modo, se garantice la salvación. Los cuidados corporales y espirituales de los pobres están con­templados en los fines de sus tres principales fundaciones: las Damas de la Caridad, las Hijas de la Caridad y la Congregación de la Misión. Se trata, por lo tanto, de una acción orientada a la liberación total del hombre esclavizado por el pecado de la injusticia, que lo hace vivir en la miseria y, en definitiva, a una recuperación de la dignidad de hijo de Dios perdida por el pecado y por la ignorancia». Eso es, para Vicente, «hacer efectivo el evangelio».

4.4. Participar en el destino de Jesús: consumirse por los pobres

En las páginas anteriores, hemos señalado que la participación en el mismo destino de Jesús es uno de los rasgos peculiares del seguimiento. Recordamos que los primeros cristianos, a imita­ción de Jesús, también se predisponían a derra­mar su sangre. Para Vicente, el servicio dedicado a los pobres, con el mismo espíritu de Jesús, es también un martirio. En una conferencia sobre la confianza en la Providencia, en agosto de 1656, comenta:

¿Creéis acaso que no hay más mártires que los que derramaron su sangre por la fe? Por ejemplo, esas hermanas que ha llamado la reina son unas márti­res, pues, aunque no mueran, se exponen al peligro de muerte; lo mismo que tantas buenas hermanas que han dado su vida por el servicio a los pobres; eso es un martirio. Y creo que, si hubieran vivido en tiempos de san Jerónimo, él las habría puesto en las filas de los mártires.

A cuatro Hermanas que iban a ser enviadas a una provincia para sustituir a una hermana falleci­da y otras enfermas, Vicente destaca que su fideli­dad a Cristo ha de ser llevada hasta el extremo de dar su vida por sus señores, los pobres:

Vais a ocupar el lugar de la que ha muerto, vais al martirio, si Dios quiere disponer de vosotras. En cuanto a nuestra querida hermana, estoy seguro de que actualmente recibe la recompensa de los márti­res; y vosotras tendréis esa misma recompensa, si tenéis la dicha de morir con las armas en la mano, lo mismo que ella. Hijas mías, ¡qué dicha para vosotras!

El servicio a los pobres asumido con todas las consecuencias por amor a Jesús es, de este modo, la suprema forma de seguirlo, de ser discípulo perfecto. En la misma conferencia a las cuatro her­manas, Vicente les recuerda que el martirio es la mejor manera de manifestar el amor a Dios.

Resumiendo, Vicente entendió el servicio a los pobres como una participación en la misión y en el destino de Jesús. Su preocupación por hacer que «ellos vivan bien»'» fue una respuesta a la llamada de Dios y no una actividad desarrollada por moti­vaciones meramente humanas. Por consiguiente, las Hijas de la Caridad, así como los misioneros y las damas de las cofradías, al dar sus vidas por causa de los pobres, asumiendo los riesgos que esa actividad acarreaba, actualizaron, en la historia, el seguimiento de Jesús en su forma más radical.

Nelio, CEME

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