El seguimiento de Jesús en San Vicente de Paúl (X)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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  1. SER SEGUIDOR

Presentado el modelo cristológico propuesto por san Vicente a los suyos, veamos ahora cómo lograr la gracia de ser seguidor. Partiendo de los textos del santo, intentemos caracterizar los me­dios necesarios para que el hombre y la mujer pue­dan seguir a Jesús.

3.1 «Revestirse del espíritu de Jesucristo»

Los aspectos anteriormente expuestos como caracterizadores del espíritu de Jesús, sintetizados en el pasaje «religión para con el Padre y caridad hacia el prójimo», son, en diferentes ocasiones, presentados por el santo como el ideal que el cris­tiano debe perseguir. Es de ese espíritu que el lla­mado es invitado a revestirse.

¡Qué negocio tan importante este de revestirse del espíritu de Jesucristo! Quiere esto decir que […] hemos de esforzarnos en imitar la perfección de Jesucristo y procurar llegar a ella. Esto significa también que nosotros no podemos nada por noso­tros mismos. Hemos de llenarnos y dejarnos ani­mar de este espíritu de Jesucristo.

Por consiguiente, subraya Vicente en una con­ferencia sobre las máximas evangélicas, «hemos de tener siempre este divino cuadro ante los ojos». A fuerza de mirarlo y reflexionar sobre su divina palabra, el seguidor aprende a representarle en la tierra con «las mismas líneas, proporciones, moda­les y forma de mirar», porque «si nos hemos pro­puesto hacernos semejantes a este divino modelo y sentimos en nuestros corazones este deseo y esta santa afición, es menester procurar conformar nuestros pensamientos, nuestras obras y nuestras intenciones a las suyas».

El término «revestirse», como otros de signi­ficado semejante que Vicente utiliza —«entrar» y «armarse del espíritu de Jesucristo»—, no se con­funde con un ropaje externo de simples aparien­cias, sino que es «el amor de Dios que se derrama en nuestros corazones por el Espíritu Santo» (Rom 5,5). Revestirse del espíritu de Jesucristo es dejar­se transformar por la tercera persona de la Santísi­ma Trinidad y realizar las mismas acciones que hizo el Hijo de Dios.

Por lo tanto, para Vicente, en la tarea de reves­tirse del espíritu de Jesús, juega un papel determi­nante la acción del Espíritu Santo. Es la tercera persona de la Santísima Trinidad quien habita en el seguidor, le dota de las «mismas inclinaciones y disposiciones que tenía Jesucristo en la tierra, y estas le hacen obrar, no […] con la misma perfec­ción, pero sí según la medida de los dones de este divino Espíritu». El Espíritu Santo actúa, con su gracia y con sus dones, configurando al seguidor según la imagen del «modelo soberano». De esta forma el que acoge la llamada y se libera de las ata­duras del mundo, es invitado a revestirse de Jesús, viviendo como él vivió, asumiendo su misión y el destino que ella puede acarrear.

3.1.1 Conformidad con la voluntad de Dios

Luis Abelly, en su biografía, caracteriza la espi­ritualidad de Vicente de Paúl con dos fórmulas: Imitación de Jesucristo y conformidad con la voluntad de Dios. Imitar y vivir en conformidad son dos aspectos del proceso del seguimiento de Jesús: sólo el que vive en conformidad con la divina voluntad es imitador de Jesús y sólo el que lo imita, procura en todas las circunstancias someter su voluntad a la de Dios. En este sentido, la regla básica para Vicente es preguntar al Señor: «si tú estuvieras en mi lugar, ¿qué harías en esta oca­sión?» o «¿qué hizo durante su vida?, ¿qué ejem­plo nos dio?».

Para vivir en conformidad con la divina volun­tad no es suficiente aceptar el reto de la llamada, ni tampoco basta con poseer un efímero deseo de seguir a Jesús, como el joven rico del evangelio que, no obstante desearlo mucho, no se liberó de las ataduras que le impedían «ir en pos de». Para Vicente, como para otros maestros espirituales, es necesario que el hombre «muera en Cristo» para que «con él» pueda vivir.

Esta «muerte mística» significa someterse a un proceso ascético que se traduce en un esfuerzo per­sonal, en el sentido de evitar la tendencia al pecado, haciéndose disponible para acoger los planes de Dios. Dicho de otra forma, el hombre, seducido por la invitación al seguimiento, ha de mortificar su voluntad o, en palabras del santo, ha de «vaciarse de sí mismo para revestirse de Jesucristo». Vaciarse, repite en diferentes ocasiones en sus conferencias, significa desprenderse o vivir en actitud de indiferencia. Significa, sobre todo, asemejarse a Jesucristo anonadado y obediente a la voluntad de su Padre.

Incendiemos nuestra voluntad diciendo y cumplien­do estas divinas palabras de Jesucristo: «Mi comida es hacer su voluntad y llevar a cabo su obra» (Jn 4,34). Tu gusto, Salvador del mundo, tu ambro­sía y tu néctar es cumplir la voluntad de tu Padre. Nosotros […] nos ponemos en tus brazos para seguir tu ejemplo; concédenos esta gracia.

Como no podemos hacerlo por nosotros mismos, te lo pedimos a ti, lo esperamos alcanzar de ti, pero con toda confianza y con un gran deseo de seguirte. Señor, si quieres darle este espíritu a la Compañía, ella trabajará por hacerse cada vez más agradable a tus ojos y tú la llenarás de ardor para que sea seme­jante a ti; y este anhelo la hace ya vivir de tu vida, de modo que cada uno puede decir como san Pablo: «vivo, pero ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2,20). ¡Qué dicha poder compro­bar en nosotros estas palabras.

El llamado se hace seguidor en la medida que imita a Jesucristo participando en el movimiento de la encarnación. Ayudado por el Espíritu Santo, apoyándose en Dios y no en sí, el discípulo deja de vivir para sí mismo, con el fin de vivir, a ejemplo de Jesucristo, en función de los demás. Por consi­guiente, como destaca J. M. Ibáñez, el anonada­miento y el don del Espíritu Santo crean un «espa­cio abierto donde Dios se hará presente y actuará en el hombre, con el hombre, a través del hombre y este no tendrá otra pretensión, otra ambición más que buscar el agrado de Dios».

3.1.2 El reino de Dios y su justicia

Una vez asumida una actitud kenótica semejan­te a la de Jesús, el seguidor ha de asumir la tarea de prolongar su misión en el contexto histórico en que se inserta. Si Jesús en todo fue obediente al Padre, y si su acción se caracterizó esencialmente por una labor en favor de los más desfavorecidos, es también voluntad de Dios que el discípulo se empeñe en la salvación-liberación terrena de los pobres.

En este sentido, nos parece significativo que Vicente haya afirmado que la «perfección no con­siste en éxtasis, sino en cumplir bien la voluntad de Dios»63. Contrariando la moda de la época, que privilegiaba los fenómenos místicos como cum­bres de la experiencia religiosa, Vicente aconseja a las Hijas de la Caridad la práctica de una oración «sin éxtasis», pero eficaz: que las lleve a servir a los necesitados por amor a Jesucristo. Eso es, para Vicente, ser perfecto; eso es cumplir la voluntad de Dios. El servicio a los pobres constituye, por consiguiente, la nueva «regla de perfección».

El discípulo, participando en la misión de Jesús, debe asumir prioritariamente la tarea de ser diácono de los hermanos necesitados. Consciente de los horizontes ilimitados de la viña del Señor, Vicente exhorta al seguidor a no detenerse en con­solaciones espirituales que le impidan estar al ser­vicio del reino:

Se dice que hay que buscar el reino de Dios. Eso de buscarlo no es más que una palabra, pero me pare­ce que dice muchas cosas; quiere decir que hemos de obrar de tal forma que aspiremos siempre a lo que se nos recomienda, que trabajemos incesante­mente por el reino de Dios, sin quedarnos en una situación cómoda y parados, prestando atención al interior para arreglarlo bien, pero no al exterior para dedicarnos a él. Buscad, buscad, esto dice, preo­cupación, esto dice acción.

El reino de Dios exige el esfuerzo humano. Exige, además, dejar la preocupación por el bie­nestar personal e, incluso, la preocupación por la propia salvación para dedicarse a la salvación inte­gral de los hermanos. Por eso, en determinadas ocasiones, es legítimo prescindir de los preceptos religiosos para socorrer a los necesitados, pues, para el santo, «si fuera voluntad de Dios que tuvieseis que asistir a un enfermo en domingo, en vez de ir a oír misa, aunque fuera obligación, habría que hacerlo. A eso se le llama dejar a Dios por Dios».

A la persona que deja a Dios por Dios, Vicente aconseja que lo haga con alegría y sin la angustia de haber infringido la regla, pues deja «una obra de Dios para hacer otra, o de más obligación o de mayor mérito».

La legitimidad de «dejar a Dios por Dios» tiene por fundamento la ya referida convicción de que «al servir a los pobres, se sirve a Jesucristo». Jesús es el modelo en un doble sentido: como enviado del Padre que recorre las aldeas anunciando la Buena Noticia y como Verbo encarnado que asu­me la condición de los más débiles. Del mismo modo, para Vicente, Jesús es, por una parte, el misionero que invita al seguimiento y, por otra, el Dios anonadado que sigue vivo en la persona de los pobres. Con la mirada de la fe, ellos no son los miserables repugnantes, sino «nuestros señores y nuestros amos», portadores de nuestra salva-ción70, aquellos por quienes deberíamos dejarnos evangelizar»’.

Resumiendo, en Vicente el seguimiento no se caracteriza por la repetición mimética de los gestos de Jesús, ni por una contemplación abstracta, ni por la simple valoración de los estados de Cristo al estilo beruliano, ni por el interiorismo inoperante de los devotos, sino por la actualización, a imagen de Jesús, de la profecía de Isaías (61,1-2) y por el servicio efectivo a los representes de Cristo cruci­ficado en el mundo. Se trata, en definitiva, de revi­vir, en la historia, la vida del Hijo de Dios, defen­diendo hasta las últimas consecuencias los valores del reino que él, con su sangre, ha defendido.

3.1.3 Ser seguidor es ser un hombre de oración

La oración «sin éxtasis» sugerida por Vicente a las pobres aldeanas, ahora Hijas de la Caridad, no es, en modo alguno, una desvalorización de esos momentos sagrados de encuentro con el Señor. Para Vicente, la visión del pobre como icono de Cristo y la labor que el seguidor es llamado a reali­zar sólo tiene sentido en referencia a Dios. A seme­janza de Jesús, es la «religión con el Padre» la que sostiene esta mirada de fe y alienta al discípulo.

Por eso, a los suyos, Vicente aconseja juntar el ofi­cio de «Marta con el de María».

Si Marta expresa la dimensión activa del segui­miento, la labor que debe ser realizada por el seguidor, bajo el nombre evangélico de María, Vicente destaca la oración como el primer deber del misionero: El tiempo dado a ella tiene prio­ridad sobre el estudio. Por fidelidad a ella, el seguidor no actúa por su propia voluntad, sino al «paso de la Providencia». Ella es, en definitiva, una dimensión fundamental del seguimiento, ya que ser fiel a la oración es «estar con él» e imitarlo en su comunión con el Padre.

«Dadme un hombre de oración y será capaz de todo» es una súplica de Vicente. Él sabe que, a través de la oración, el hombre supera sus condicionamientos naturales y realiza las tareas aparen­temente imposibles.

Nelio, CEME

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