2.3 Actividad en el ámbito nacional
Desde 1633, Vicente se dedica, por una parte, a apoyar sus fundaciones y, por otra, a solucionar problemas en distintas áreas. Él es el rostro de la Congregación de la Misión, el formador de las Hijas de la Caridad, el director de conciencia de santa Juana Chantal y el sucesor de Francisco de Sales en la dirección de las Visitandinas, el reformador del clero francés, el capellán general de las galeras, el adversario de cardenal-ministro Mazarino, el miembro del Consejo de Conciencia del Estado, el guardián de la fe, el auxiliador de los pobres, los niños expósitos y las víctimas de las guerras. El «señor Vicente es siempre el señor Vicente», dicen las personas que reconocen su persistente determinación de servir a los demás.
2.4 En el ámbito internacional
La institución que, en 1625, nacía bajo la mirada de la señora de Gondi, en poco tiempo pasa del ámbito local al nacional y, luego, de este al internacional. Lo mismo sucedió con las demás fundaciones: «modestas en sus comienzos, fundadas de ordinario por un incidente aparentemente casual, se despliegan finalmente en abanico, abriendo, a medida que avanzan, nuevas y grandes avenidas.
Por ser la cabeza de la cristiandad, Roma fue la primera ciudad europea que acogió una comunidad de miembros de la Congregación de la Misión. En Roma, los primeros misioneros fueron fundamentalmente los legados de Vicente en las cuestiones de orden jurídico. Poco tiempo después, la «pequeña compañía» también se instaló en las ciudades de Génova y Turín. Años más tarde, a finales de 1646, a petición de la Sagrada Congregación de Propaganda Fide, parten para Irlanda los primeros misioneros. La historia se repitió en otros países de Europa. La Congregación de la Misión había asumido la vocación personal de Vicente y sus fines eran la evangelización de los padres y la formación del clero.
2.4.1 Madagascar
Fuera de Europa la misión que más energías consumió a Vicente ya anciano, fue la isla de Madagascar. La presentamos sucintamente porque la juzgamos reveladora de una «espiritualidad del seguimiento» que él vivió e intentó que los miembros de sus congregaciones viviesen.
Fiel a su principio de que la vocación de la Congregación de la Misión no consistía en ir a una sola parroquia o diócesis, sino «a toda la tierra […] para hacer lo que hizo el Hijo de Dios», Vicente accedió a la petición del Nuncio de que enviara sus misioneros a Madagascar. Al revés de otras misiones fuera de Europa, en ese sitio alejado Vicente pedía a los suyos que tratasen con los colonos «sin traicionar la conciencia», pero prefiriesen la acción entre los «pobres indígenas» que desconocían las verdades de fe. La misión, sin embargo, iba a debatirse en un conjunto de dificultades que harían de ella una misión imposible.
El primer problema era la distancia: llegar a la isla, también llamada de San Lorenzo, por navegación normal, llevaba cinco o seis meses. Desde 1648 hasta su muerte en 1660, Vicente envió, en distintas fases, veinte misioneros, pero sólo siete llegaron a poner pie en la isla. Los siete que habían sobrevivido al viaje, acabarían por fallecer, prematuramente, por enfermedades, debido a la inadaptación al clima exótico.
La postura de los colonos constituía también un obstáculo para la evangelización. Eran, en general, hombres aventureros que no reparaban en medios para enriquecerse rápidamente. Por eso, trataban a los nativos como salvajes. De este modo, las fricciones entre ambos poderes eran inevitables y frecuentes.
Por otro lado, la religión tradicional y las añadidas influencias del islamismo, las costumbres paganas y las antiguas tradiciones, hicieron que la población se resistiese al nuevo mensaje, totalmente distinto, que parecía inevitablemente asociado al pueblo opresor.
El drama de la misión de Madagascar repercutía en el corazón de Vicente y en la vida de la Compañía. Ante las calamidades de la empresa, surgen voces críticas que reclaman el fin del envío de misioneros. En este contexto, Vicente, ya con sus setenta y siete años, presintiendo su fin, dirige a los suyos una alocución en tonos proféticos:
¿Será posible que seamos tan cobardes de corazón y tan poco hombres que abandonemos esta viña del Señor, a la que nos ha llamado su divina Majestad, solamente porque han muerto allí cuatro o cinco o seis personas? […] ¡Bonita compañía sería la de la Misión si, por haber tenido cinco o seis bajas, abandonase la obra de Dios! ¡Una compañía cobarde, apegada a la carne y a la sangre! No, yo no creo que en la compañía haya uno solo que tenga tan pocos ánimos y que no esté dispuesto a ir a ocupar el lugar de los que han muerto. No dudo de que la naturaleza al principio temblará un poco; pero el espíritu, que es más valiente, dirá: «Así lo quiero; Dios me ha dado este deseo; no habrá nada que pueda hacerme abandonar esta resolución».
El texto citado es, a nuestro entender, una actualización de la llamada de Jesús a sus contemporáneos. Vicente recuerda a los suyos el deber de seguir a Jesús con todas las consecuencias y los motiva a que se desarraiguen de su tierra, de todas sus seguridades por causa del Evangelio. El texto deja también traslucir la dialéctica interior del que se siente llamado al seguimiento: la atracción, el deseo de prolongar la misión de Jesús y, al mismo tiempo, las resistencias de la carne. Ya no se trata sólo de un «dejar padre y madre», ni siquiera de una «simple participación en la misión de Jesús», sino de acoger incondicionalmente la invitación, predisponiéndose a «perder su vida» por causa del Reino de Dios.
En la primera expedición a Madagascar, Vicente había manifestado deseos de «servir de compañero al primer misionero»86. Ahora, más cerca del encuentro con el Señor de la Vida, los suyos, a pesar de los fracasos, mantuvieron la misión: Vicente y su sucesor en el gobierno de la Compañía enviaron aún más de una decena de hombres. La obediencia de los misioneros es, a nuestro entender, un reconocimiento de los suyos al anciano fundador, un hombre que tenía plena autoridad para invitar a otros hombres a que vivieran en actitud de seguimiento.
2.5 «Ya basta»
El itinerario biográfico de Vicente, a partir de 1617, quedaría señalado por un conjunto de iniciativas llevadas a cabo en el ámbito nacional y mundial. A pesar del considerable número de cartas, conferencias y documentos que hoy se acumulan en catorce volúmenes con un total de 8.000 páginas, el «señor Vicente» no fue un teorizador, sino un hombre de acción. Sus obras son reveladoras de su determinación de seguir e imitar a Jesús socorriendo material y espiritualmente a los más necesitados». Para los lectores de sus escritos, es evidente que su actividad estaba apoyada en largos ratos de comunión con Dios. «Estar con Jesús» en la oración y «participar en su misión» con «el esfuerzo de los brazos y con el sudor de la frente» definen su seguimiento.
Al contrario de la gran mayoría de su contemporáneos, Vicente tuvo una vida larga. En el último año de su vida, en 1660, debilitado por las enfermedades, se ve privado de salir de casa y, en los últimos días, de su habitación. Sin embargo, se muestra activo hasta los límites de sus fuerzas. Diez días antes de morir, escribe la última carta en que manifiesta preocupación sobre la campaña bélica para liberar a los miles de esclavos franceses en Argel.
Los últimos días de Vicente fueron pormenorizadamente anotados en un diario por un padre de la compañía, el P. Gigue19‘. En su última noche, hay un episodio que nos llama la atención y que nos parece significativo. Nos cuenta el P. Giguel que después de recibir los sacramentos, los padres que le acompañaban le sugerían piadosas jaculatorias o sentencias evangélicas. Durante horas, el moribundo repetía las palabras de su compañeros: credo in Deum Patrem; credo in Jesum Christum; credo in Spiritum Sanctum…. En cierto momento, como el P. Giguel le decía con mucha insistencia: Deus in adjutorium…, Vicente aún tiene la fuerza y lucidez para responderle: «ya basta». Indicaba, así, que ya estaba preparado para presentarse ante el Señor al que había servido y amado. Horas después, en la madrugada de 27 de septiembre, Vicente daba el último suspiro.
Las exequias del santo de la caridad fueron seguidas por las autoridades civiles y eclesiásticas. Pero en ellas participaron, sobre todo, los miles de pobres que, día a día, habían sido beneficiarios de la ayuda y atención del santo.
Nelio, CEME