El seguimiento de Jesús en San Vicente de Paúl (IX)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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  1. COMPRENSIÓN CRISTOLÓGICA

De la lectura de las cartas, conferencias y do­cumentos de Vicente podemos concluir que su doctrina se vertebra sustancialmente en torno a la persona de Jesucristo. Para comprender la peculia­ridad de su seguimiento intentemos, en primer lugar, determinar la visión cristológica del santo respondiendo a las cuestiones: ¿qué imagen de Jesucristo subyace en el pensamiento de Vicente de Paúl?; ¿qué Cristo hay que seguir?

2.1 Jesucristo el enviado del Padre

En consonancia con la formulación del Credo, Jesús desciende del Padre y se encarna, por obra del Espíritu Santo, en el seno de María. Es Dios, uno y trino, el origen de la creación y de la encar­nación, momento culminante de la economía salvífica. El Dios Trinidad subyace a la actuación del Hijo: es el Padre quien envía al Hijo, el cual, a su vez, actúa bajo la guía del Espíritu Santo.

En diferentes ocasiones y de diversas formas, Vicente secunda el esquema paulino del himno cristológico de la Carta a los Filipenses: Cristo se despojó de su condición divina, asumiendo la condición humana (cfr. Fil 2,6-7). La misma idea es sustentada, por ejemplo, en una repetición de oración, en noviembre de 1657:

¿Hay algo que sea más conforme con lo que hizo nuestro Señor, bajando a la tierra para redimir a los hombres de la cautividad del pecado y del demonio? ¿Qué es lo que hizo el Hijo de Dios? Dejó el seno de su Padre eterno, lugar de su reposo y de su gloria. ¿Y para qué? Para bajar aquí, a la tierra, entre los hom­bres, para instruirles por medio de sus palabras y de su ejemplo, para librarles de la cautividad en que estaban y redimirles. Para ello, llegó a dar su propia sangre.

Algunas de las expresiones que Vicente utiliza, como las que encontramos en el citado texto, defi­nen su cristología como «descendente». Se desta­ca el misterio de la encarnación como el culmen de la historia salvífica: la segunda persona de la Santísima Trinidad participa en la dimensión his­tórica de los hombres, asume la naturaleza humana para «librarlos de la cautividad» o, dicho de otro modo, para restaurar la condición de hijos de Dios perdida por el pecado. Sin embargo, si es el Hijo, que procede del Padre, quien lleva a cabo la redención del hombre, es al Padre al que corres­ponden las iniciativas divinas.

Por otra parte, Vicente define, sucintamente, la actitud del Hijo encarnado en dos rasgos o movi­mientos. Eso lo expresa en una carta a un sacerdo­te de la Misión, en agosto de 1657, cuando afirma que las dos grandes virtudes de Jesucristo son «la religión para con su Padre y la caridad para con los hombres». Veamos más detenidamente cada uno de esos movimientos.

2.1.1 «La religión para con su Padre»

Una de las notas peculiares de la cristología de Vicente se encuentra en las actitudes permanentes del Hijo con relación al Padre. En la conferencia de 13 de diciembre de 1658 a los misioneros, Vi­cente repite que el espíritu de Jesús «es un espíritu de perfecta caridad, lleno de una estima maravillo­sa a la divinidad y de un deseo infinito de honrar­la dignamente, un conocimiento de las grandezas de su Padre, para admirarlas y ensalzarlas incesantemente. Partiendo del texto de esta conferen­cia, destacamos tres notas que, para san Vicente, definen la actitud de Jesús con relación al Padre. Veamos cada una de ellas con el texto respectivo:

  1. La estima para con el Padre:

Jesucristo tenía de él una estima tan alta que le rendía homenaje en todas las cosas que había en su sagra­da persona y en todo lo que hacía; se lo atribuía todo a él; no quería decir que fuera suya su doctrina, sino que la refería a su Padre: Doctrina mea non est mea, sed ejus qui misit me Patris

  1. El anonadamiento expresión del amor:

¿Podía acaso tener un amor más grande, hermanos míos, que anonadarse por él? Pues san Pablo, al hablar del nacimiento del Hijo de Dios en la tierra, dice que se anonadó (Flp 2,7). ¿Podía testimoniar un amor mayor que muriendo por su amor de la forma en que lo hizo? (Jn 15,13). ¡Oh, amor de mi Salvador! ¡Oh, amor! […] Sus humillaciones no eran más que amor; su trabajo era amor, sus sufri­mientos amor, sus oraciones amor, y todas sus ope­raciones exteriores e interiores no eran más que actos repetidos de su amor.

  1. Conformidad con la voluntad divina:

Jesucristo estaba tan lleno de él [su Padre] que no hacía nada por sí mismo ni por buscar su satisfac­ción: Quae placita sunt ei, facio semper (Jn 8,29); hago siempre la voluntad de mi Padre; hago siem­pre las acciones y las obras que le agradan.

La estima, el amor y la dependencia que carac­terizan el «espíritu del Hijo» se traducen en com­portamientos prácticos de adoración, de caridad y de seguimiento de la voluntad divina.

Sin embargo, como veremos en seguida, la cris-tología de Vicente se centra fundamentalmente en el Jesucristo histórico, prepascual. A pesar de estar influido por Bérulle, Vicente no se queda con el modelo del gran maestro de la escuela de espiri­tualidad francesa: el Verbo encarnado abismado en la adoración del Padre. El Jesucristo de Vicen­te es, sobre todo, el Jesús pobre que vivió con los pobres. En este sentido, veamos el segundo movi­miento definidor del «espíritu de Jesús».

2.1.2 «La caridad para con los hombres»

Vicente contempla a Jesús preferentemente co­mo el enviado del Padre que recorre los caminos de Palestina repartiendo pan, curando enfermos, expulsando demonios y anunciando la salvación. Es el Jesús de los sinópticos, el ungido por el Espí­ritu del Señor «para anunciar a los pobres la Buena Noticia» (Lc 4,18); es el hijo de María que mani­fiesta el rostro misericordioso de Dios; el hombre manso y humilde que camina en compañía de sus apóstoles, obediente al Padre y casto por causa del reino; es, en síntesis, el Dios cercano y solidario con los más desfavorecidos.

En este sentido, podríamos decir que su cristología es también y, sobre todo, «ascendente»: Jesús es Dios hecho hombre, su humanidad es el lugar del encuentro de Dios con el hombre y del hombre con Dios. En su santa humanidad el hombre encuentra el camino y la puerta para acceder a Dios.

En reiteradas ocasiones, en sus cartas y confe­rencias, él hace referencia a ese Jesús, el hombre de Nazaret, que en la tierra asumió el partido de los más pobres. Para él, es ese Jesús el que ha de ser seguido. Veamos algunos ejemplos:

Nuestra vocación es conforme con la vida que el Hijo de Dios llevó en la tierra.

Para ser verdaderas Hijas de la Caridad hay que ha­cer lo que hizo el Hijo de Dios en la tierra.

Por el servicio a los pobres honramos lo que el Hijo de Dios hizo en la tierra y su santa humanidad37. Tenemos muchos motivos para humillarnos en este punto, al ver que el Padre eterno nos destina a lo mismo que destinó a su Hijo, que vino a evangeli­zar a los pobres».

Vicente se sirve de la imagen del Jesús histórico para motivar a los hombres y las mujeres de su tiempo a ser continuadores de la obra liberadora de Jesús. Sólo en referencia a este Jesús humano y cercano se comprende su peculiar forma de seguimiento.

2.2 Jesús está en el pobre

Sin embargo, el Cristo de Vicente no sólo es el enviado del Padre que invita al seguidor a prolon­gar su misión en la historia. Para Vicente, Jesús, al asumir un estilo de vida pobre, se identificó con los pobres de todos los tiempos y de todas las razas. Los desfavorecidos de la sociedad, los últimos y excluidos son, por consiguiente, iconos suyos. A este propósito, en la conferencia a las Hijas de la Caridad del 13 de febrero de 1646 dice:

Hijas mías, ¡cuánta verdad es esto! Servís a Jesucris­to en la persona de los pobres. Y esto es tan verdad como que estamos aquí. Una hermana irá diez veces cada día a ver a los enfermos, y diez veces cada día encontrará en ellos a Dios. […] Id a ver a los pobres condenados a cadena perpetua, y en ellos encontraréis a Dios; servid a esos niños, y en ellos encontraréis a Dios. ¡Hijas mías, cuán admirable es esto! Vais a unas casas muy pobres, pero allí encon­tráis a Dios. […] Sí, Dios acoge con agrado el servi­cio que hacéis a esos enfermos y lo considera […] hecho a él mismo.

La interpretación literal de la parábola del últi­mo juicio de Mt 25, 31-46 lo lleva a subrayar una y otra vez que Jesús está en el pobre. En la con­ferencia a las Hijas de la Caridad de 16 de marzo de 1642, por ejemplo, Vicente afirma que los pobres tienen el honor de representar a los miembros de Jesucristo. Los servicios que se les hacen son hechos a él mismo. Una hermana, animada por esos pensamientos, observa que el enfermo acostado en su cama, es como Jesús cla­vado en la cruz.

Los pobres son, por consiguiente, una «presen­cia real» de Jesús. Por eso, su servicio es una especie de culto tributado al Hijo de Dios, una verdadera «devoción», la cual lleva consigo el res­peto cordial, como él declara a las Hijas de la Cari­dad el 11 de noviembre de 1657:

Así pues, esto es lo que os obliga a servirles con res­peto, como a vuestros amos, y con devoción, por­que representan para vosotras a la persona de Nues­tro Señor, que ha dicho: «Lo que hagáis al más pequeño de los míos, lo consideraré como hecho a mí mismo». Efectivamente, hijas mías, Nuestro Señor es, junto con ese enfermo, el que recibe el servicio que le hacéis. Según eso, no sólo hay que tener mucho cuidado en alejar de sí la dureza y la impaciencia, sino además afanarse en servir con cordialidad y con gran dulzura, incluso a los más enfadosos y difíciles, sin olvidarse de decirles algu­na buena palabra.

La palabra «devoción» empleada por Vicente, en su sentido original, etimológico, significa «estar dedicado» a alguien, «estar consagrado» a su servi­cio y a su honor. Subrayando este sentido, en algu­nos pasajes, Vicente pone en igualdad el culto de Nuestro Señor en la liturgia que se tributa en la Eucaristía, y el culto en la persona de los pobres. Ese es el sentido del artículo 1.° de las Reglas Co­munes de las Hijas de la Caridad, porque «honrar» quiere decir tributar culto y ese culto se realiza sirviéndolo en los pobres:

El fin principal para que Dios ha llamado y reunido a las Hijas de la Caridad es para honrar y venerar a Nuestro Señor Jesucristo como el manantial y mo­delo de toda caridad, sirviéndole corporal y espi­ritualmente en la persona de los pobres enfermos, Niños, encarcelados, y otros que por rubor no se atreven a manifestar sus necesidades.

De este modo, para Vicente el servicio a los pobres es una verdadera experiencia espiritual. Más allá de un mero compromiso ético de solida­ridad con los necesitados, este servicio es un culto prestado a Dios. En este sentido, se comprende la vivencia espiritual, no tanto como una expe­riencia individual, subjetiva, caracterizada por una búsqueda de unión mística con Dios, sino más bien como comunión con él y con Jesús al servicio de los pobres. Evidentemente, el encuentro con el Jesús pobre no es tan fácil ni agradable como estar delante de un sagrario. Por eso, Vicente advierte a los suyos la necesidad de dar la «vuelta a la medalla» y mirar con los ojos de la fe para, de este modo, reconocer en el rostro del pobre la persona de Jesús.

Partiendo de estos presupuestos, resulta claro que para Vicente la actitud fundamental de aquel que acepta seguir a Jesús es precisamente la de ser­virlo en los pobres. La evangelización, en este sen­tido, no se queda en el ámbito del anuncio de la Buena Noticia, sino que postula un compromiso personal en favor de la liberación integral de los crucificados de este mundo. Se trata, en defini­tiva, de bajar de la cruz al Cristo que, en los nece­sitados, sigue agonizando. Bajar de la cruz es libe­rarlos de las estructuras causantes de opresión y hacerles recuperar su dignidad divino-humana. Esta actitud debe ser llevada a cabo con el mismo «espíritu de Jesús». Su cristología tiene, por con­siguiente, un peculiar cariz apostólico y el segui­miento se entiende sobre todo como servicio a los más pobres.

Nelio, CEME

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