El origen histórico del voluntariado vicenciano

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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Author: Jaime Corera, C.M. · Year of first publication: 2002 · Source: Asociación Feyda, Mayo de 2002.
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La conversión de Vicente de Paúl, el primer voluntario vicenciano

En la larga historia de la Iglesia Católica hasta el siglo XVII, el primer voluntario de inspiración vicenciana fue san Vicente de Paúl. Esta afirmación puede que suene como una especie de perogrullada, pero no lo es. Ciertamente, Vicente de Paúl no se inspiro a sí mismo para ser el primer voluntario vicenciano. Fue sin duda el Espíritu Santo quien lo hizo. Pero la respuesta de Vicente de Paúl a esa inspiración del Espíritu no fue forzada, ni siquiera predeterminada por las circunstancias de su vida anterior, sino plenamente voluntaria.

De hecho, si se hubiera dejado llevar en su vida adulta por los datos que conocemos de su vida anterior hasta los treinta y siete años, Vicente de Paúl hubiera llegado a ser, a lo más, un sacerdote ciertamente honrado, pero, a la vez, muy apegado a su familia, muy deseoso de dejar atrás su modesto origen familiar, y muy deseoso, también, de utilizar su sacerdocio para mejorar su posición social. Por ejemplo, a los veinticuatro años, casi recién ordenado (fue ordenado sacerdote a los veinte), intentó ser obispo, y no precisamente por celo pastoral, sino con la idea de ser una figura social y eclesiástica importante, y percibir como obispo sabrosas rentas con las que poder ayudar a los miembros de su familia.

Todos estos pequeños ideales desaparecieron de raíz, y para siempre, el día en que se decidió a abandonar el palacio de los Gondi, en el que era educador de los hijos y director de conciencia de la señora, y se marchó a una aldea remota, Chatillon, con la intención de ser, en adelante, sólo pastor y misionero de campesinos, sin importancia social. Tenía entonces treinta y siete años. Su fuga del palacio de los Gondi fue un hecho, aunque inspirado sin duda por el Espíritu Santo, plenamente voluntario y decisivo. Sería fiel a esa inspiración hasta su muerte, a los ochenta. Ningún ser humano de su tiempo, ni ninguno de tiempos anteriores, le sirvió de modelo o inspiración para ese cambio radical de rumbo en su vida, cambio de rumbo que se debe calificar como conversión en sentido estricto. Por eso decíamos al comienzo que Vicente de Paúl ha sido en la historia de la Iglesia el primer voluntario vicenciano.

El primer grupo de voluntarios vicencianos: la Cofradía de Caridad de Chatillon

Fue precisamente en Chatillon donde su propia experiencia de dedicación a los pobres, campesinos en este caso, empezó a contagiar a otras personas a vivir su fe cristiana de la misma manera. En el caso de Chatillon no se trataba de voluntarios, sino de voluntarias. Eran ocho mujeres, casadas, solteras o viudas, los miembros del grupo voluntario que fundó: la Cofradía de Caridad de Chatillon, el primer grupo de inspiración vicenciana en la historia de la Iglesia.

En el reglamento que Vicente escribió para ellas se encuentran ya los elementos fundamentales que deben caracterizar a cualquier otra institución que se quiera calificar como vicenciana también hoy. Nos detenemos a analizar con cierto detalle las ideas básicas de ese reglamento. Se encuentra en el tomo X de las Obras Completas de san Vicente, ed. CEME, Salamanca, pp. 567-568, 574-588.

El patrono de la cofradía no es un santo particular, sino Nuestro Señor Jesucristo mismo, para «cumplir aquel ardentísimo deseo de que los cristianos practiquen las obras de caridad y de misericordia», y «porque la caridad con el prójimo es una señal infalible de los verdaderos hijos de Dios». Idea básica y radical, también hoy, para todo movimiento que merezca calificarse como vicenciano: Jesucristo, modelo absoluto del verdadero amor al prójimo y, en este caso, al prójimo necesitado, al enfermo pobre, a quien hay que asistir «espiritual y corporalmente».

Vicente de Paúl fundará otros grupos de voluntarios, lo vamos a ver enseguida, pero la idea fundamental no variará con el paso del tiempo en la fundación de nuevos asociaciones inspiradas por su manera de entender y de vivir la fe cristiana. Vicenciano o vicenciana es el creyente que, animado e inspirado por el ejemplo de san Vicente de Paúl, vive su fe centrada en el amor a Cristo y a los pobres. A esa idea fundamental se irán añadiendo en las diversas fundaciones posteriores otras varias cosas, muy importantes (oración, sacramentos, vida en común, sacerdocio, votos…), pero todo en la vida del cristiano de inspiración vicenciana debe estar basado en lo principal, y debe orientarse a ello: amor a Cristo/amor a los pobres que se manifiesta en una dedicación activa a su promoción y bienestar espiritual y corporal.

Siempre ha habido y siempre habrá caridad en los corazones verdaderamente cristianos, dice el reglamento. Pero Vicente advierte a los miembros de la Cofradía que «los pobres sufren mucho más bien por falta de organización que porque no haya personas caritativas». Lo que se impone, pues, y eso es lo que hace Vicente en Chatillon, es organizar a las ocho voluntarias y comprometerlas a una acción ordenada y sistemática a favor de los enfermos pobres de la aldea, pues `podría temerse que después de comenzar esta buena obra, se viniera abajo en poco tiempo si no tuviera alguna unión y vinculación espiritual».

Vinculación espiritual: en efecto, pues se trata aquí, nada menos que de una obra inspirada por el Espíritu del Dios .de Jesucristo. Ese es el vínculo que une a las ocho mujeres, a las que se proporciona además un reglamento detallado: reuniones semanales, distribución ordenada de los trabajos, administración cuidadosa de los recursos económicos, oración y eucaristía en común, afecto y ayuda mutua entre ellas mismas; en fin, distribución de los cargos de la cofradía (presidenta, tesorera, asistentas…), distribución que no depende del párroco, sino de ellas mismas, pues son, sin duda, y así se las considera en el reglamento, cristianas laicas adultas y capaces de gobernarse a sí mismas.

Pero el aspecto que brilla en el reglamento por encima de los demás es la descripción detallada de la atención cuidadosa y personalizada a cada enfermo pobre. Parece increíble que un sacerdote de treinta y siete años fuera capaz de llegar a tales detalles para el bien del enfermo, detalles sobre la atención espiritual (esto sí se podría esperar de él como normal), el modo de asistirle «con alegría y caridad’, ropas de vestir y de cama, consejos sobre la dietética apropiada a su estado, y hasta detalles sobre cómo cortarle la carne y ayudarle a comer, cuando no pudiera hacerlo por sí mismo. Todo eso no podía brotar más que de una sensibilidad exquisita puesta al servicio del pobre, así como de una visión de fe: se trata al pobre como si fuera el mismo Jesucristo.

El segundo grupo de voluntarios vicencianos: la Congregación de la Misión

Ocho años después de fundar la Cofradía de Caridad de Chatillon, a la que siguió la fundación de otras muchas cofradías en las parroquias de París y de poblaciones cercanas, Vicente de Paúl fundó la Congregación de la Misión. Tenía entonces cuarenta y cinco años. No se trataba, en este caso, de buenas mujeres de pueblo, sino de sacerdotes ordenados.

Al principio, 1626, no eran más que tres. Los tres, y también Vicente, eran sacerdotes diocesanos, con cargos pastorales en sus diócesis respectivas, cargos que les proveían de un medio de vida suficiente. A todo ello tuvieron que renunciar para unirse como voluntarios al proyecto misionero de Vicente de Paúl, centrado, en un principio, en las misiones rurales y en la atención a los condenados a galeras.

Hemos dicho que se unieron como voluntarios a Vicente de Paúl, y así fue. Un joven que fuera ordenado sacerdote en la primera mitad del siglo XVII se presentaba, por supuesto, a la ordenación voluntariamente (aunque, en aquel tiempo, en muchos casos no era así), pero lo que debía hacer como sacerdote no dependía de su voluntad; había sido definido con toda precisión por el concilio de Trento en el siglo anterior: el sacerdote, como intermediario sagrado entre Dios y los fieles laicos en todo lo relativo a las cosas del culto público de la Iglesia, en particular de los sacramentos. Tampoco se expresó en los documentos del concilio la dimensión misionera del sacerdote (y menos aún del laico). Menos aún se expresó como propia del sacerdote una dedicación a los pobres, no ya exclusiva, pero ni siquiera preferencial.

De manera que Vicente de Paúl ofrecía a los sacerdotes de su tiempo un modelo de vida sacerdotal nuevo, no ya definido y obligatorio para todos los sacerdotes, sino de aceptación libre y voluntaria. El sacerdote que deja su diócesis y se une al proyecto misionero de Vicente de Paúl lo tiene que hacer, sin duda, movido e inspirado por el Espíritu Santo, pero de una manera voluntaria. Nadie le obliga a ello. Seguirá siendo un hombre de culto público, ciertamente, pero, a partir del momento en que da su nombre a la congregación que ha fundado Vicente de Paúl, debe saber que su tarea principal, su vocación, será dedicarse en cuerpo y alma a evangelizar a los pobres, «sólo a los pobres», como les diría el fundador muchas veces en años posteriores. Se sabe por un testimonio escrito fidedigno (del abad Barcos, sobrino de Saint Cyran) que los sacerdotes de la Congregación de la Misión eran conocidos popularmente en vida del fundador como «los sacerdotes de los pobres».

Decíamos que al comienzo mismo los sacerdotes de Vicente de Paúl se dedicaban a las misiones entre el campesinado pobre y a los condenados a galeras. Pero con los años el campo de acción entre los pobres se ensanchó prodigiosamente: desplazados por las guerras, soldados heridos y mutilados, ancianos, obreros jubilados forzosamente por la enfermedad o la edad, emigrantes, esclavos, población nativa de Madagascar… Pobres por todas partes.

De manera que si la lista de pobres y las tareas necesarias para asistirlos pudiera asustar a alguno de sus misioneros, Vicente les advierte dos años antes de morir que eso es sólo el comienzo, que su Congregación debe estar dispuesta a preocuparse por otras clases de pobres que puedan surgir en el futuro.

Los sacerdotes de Vicente de Paúl añaden a su vida de voluntarios vicencianos algunos elementos que no estaban presentes en la vida de las voluntarias de la primera cofradía de caridad. El sacerdocio, en primer lugar (aunque no todos: muy pronto entraron en la Congregación de la Misión laicos no ordenados), y luego la vida en comunidad, una regla de vida, los votos… Pero los principios animadores de su espiritualidad propia son los mismos que los de la Cofradía de Chatillon. Es más: los elementos nuevos se han de integrar en los principios básicos de la Cofradía, y han de ser orientados por ellos. Su sacerdocio es para los pobres, su vida en común es para ayudarse mutuamente en el trabajo por los pobres, los tres votos (pobreza, castidad, obediencia) están orientados a garantizar de por vida el voto fundamental, el voto de evangelización de los pobres.

Así resumía Vicente de Paúl en los últimos años de su vida su visión de lo que debían hacer los miembros de su Congregación, sacerdotes o laicos:

«Si hay alguno entre vosotros que cree que está en esta Congregación para predicar a los pobres y no para ayudarles, para remediar sus necesidades espirituales, pero no las corporales, le diré que debernos asistirles y hacer que se les asista, nosotros mismos o por medio de otros, de las dos maneras. Hacer eso es evangelizar por palabras y por obras. Eso es lo que hacía también Nuestro Señor Jesucristo» (XI 393).

Aún hubo otro grupo de sacerdotes diocesanos, también inspirado y fundado por Vicente de Paúl, en el que carácter de voluntariado aparecía aún con mayor nitidez, pues los pertenecientes a él seguían siendo diocesanos después de dar su nombre al grupo. Esta asociación se denominó Conferencias de los Martes. En ella participaban de manera totalmente voluntaria (no tenían que hacerlo, por ejemplo, por mandato de su obispo) miembros del clero de París, y posteriormente de otras diócesis. Se reunían los martes (de ahí el nombre de la asociación) para un programa de formación permanente en temas propios de la vida sacerdotal: sacramentos, liturgia, teología, moral…

Pero ya en el reglamento que escribió para ellos, Vicente de Paúl les dice expresamente que esta asociación sacerdotal se funda para «honrar a Nuestro Señor Jesucristo, su sacerdocio eterno y su amor a los pobres». Los sacerdotes de las Conferencias de los Martes aprendieron muy bien esta lección. Movidos por Vicente de Paúl, pronto se dedicaron a actividades tales como a dar misiones a los albañiles que trabajaban por entonces en la construcción del palacio del Louvre, y también en un hospital de ciegos pobres. Merece la pena señalar que entre esos sacerdotes se encontraban no pocos que procedían de familias aristocráticas, entre ellos el famoso Bossuet, uno de los mejores predicadores de toda la historia de la Iglesia.

El tercer grupo de voluntarios vicencianos: las Hijas de la Caridad

Al principio, eran también un pequeño grupo de cuatro, que incluía a Luisa de Marillac, de cuarenta y tres años, viuda y madre de un hijo. Luisa reunió a las otras tres en su casa para formarlas en las diversas maneras de trabajar por los pobres. Habían pasado ya dieciséis años desde que Vicente de Paúl fundara la primera Cofradía de Caridad.

Este tercer grupo de voluntarias fue creado, precisamente, para ayudar a las cofradías de caridad de París a dar a los enfermos pobres una atención continua y detallada, que las mujeres de las cofradías mismas no podían llevar a cabo por su posición social, aunque, en la mayor parte de ellas, esa posición no era muy alta o, más frecuentemente, por sus obligaciones familiares. Para dedicarse a hacer bien este trabajo de atención continua había que estar libre de otras obligaciones familiares o sociales que lo impidieran. Por eso las tres primeras voluntarias (y los muchos miles de Hijas de la Caridad que les siguieron, hasta hoy mismo) dejan su propia familia y renuncian por castidad voluntaria a construir una familia propia.

De la primera de ellas, cuyo nombre ha llegado hasta nosotros, Margarita Naseau (san Vicente solía decir que había sido «la primera hija de la caridad y la que enseñó el camino a las demás»), se sabe que era una muchacha campesina que se había enseñado a sí misma a leer, y que se ofreció voluntaria a Vicente de Paúl para dedicarse a ayudar a las mujeres de las cofradías en la atención a los enfermos pobres.

Las tres primeras, y las que vinieron después, se presentan también como voluntarias a santa Luisa de Marillac para el mismo fin, y lo hacen viviendo en comunidad con ella y bajo su dirección. Desde el primer momento contaron con la ayuda de Vicente de Paúl, quien, durante veintisiete años (los que le quedaban de vida), les hablaba casi cada semana para inspirarles y orientarles con su visión y su estilo propio de vivir la fe cristiana, espíritu que era, en lo fundamental, el mismo que Vicente había propuesto primero a las mujeres de las cofradías de caridad, y luego a su congregación de misioneros, sacerdotes y laicos, y a los sacerdotes diocesanos de las Conferencias de los Martes.

También a las Hijas de la Caridad les propuso, como lo había hecho con los misioneros, una dedicación total a la redención de los pobres, viviendo en comunidad y, algo más tarde, la práctica de los votos. Pero también para ellas el cuarto voto, el de dedicarse a servir a los pobres, era, no sólo más importante que los otros tres de pobreza, castidad y obediencia, sino que hacían estos tres, precisamente para ayudarles a cumplir fielmente el primero.

Que el dejar su propia casa y sus posibles proyectos de familia propia dependía de una decisión totalmente voluntaria se ve en el hecho de que en los primeros tiempos no eran pocas las que se unían al grupo de Luisa de Marillac, ciertamente con entusiasmo, atraídas por la hermosura de esa vocación, pero también dejaban el grupo, sin ningún impedimento por parte de nadie, cuando experimentaban cuán exigente y sacrificada era esa vocación tan hermosa.

Ese hecho no impidió que el grupo creciera rápidamente en pocos años. Hoy, aquel pequeño grupo inicial de cuatro se ha convertido en la compañía canónica más numerosa dentro de la Iglesia, unas 26.000, esparcidas por todos los continentes. A todas ellas se les enseñaba en su tiempo, y se les enseña hoy, que «servir a los pobres es ir a Dios», como lo expresa una hermana anónima de la primera generación, y que «para ser hija de la caridad hay que hacer lo que hizo Jesucristo en la tierra», es decir, dedicarse a la redención espiritual y corporal de los pobres, como les repitió mil veces el fundador mismo; y también su fundadora, santa Luisa de Marillac, quien, dos meses antes de morir ella misma, a los setenta años, les decía que la dedicación humilde y constante el servicio de los pobres «es una vida del todo espiritual».

El cuarto grupo de voluntarios vicencianos: las Damas de la Caridad

Un año después de la fundación de las Hijas de la Caridad, Vicente de Paúl fundó otro grupo de mujeres para trabajar por los pobres, las llamadas, hasta hace poco, Damas de la Caridad. Éstas eran también, igual que los miembros de las cofradías de caridad, mujeres solteras, casadas o viudas.

Las semejanzas de esta institución con la Cofradía de Caridad son muchas, en particular la inspiración espiritual básica, que es exactamente la misma. Pero hay también entre ellas diferencias importantes. En primer lugar, diferencias de origen social. Mientras las mujeres de las cofradías procedían predominantemente de las capas sociales populares, las Damas de la Caridad eran verdaderamente damas, señoras de clase media y alta, incluyendo a damas de la más alta aristocracia de la Francia de aquel tiempo, algunas esposas de ministros del gobierno de su majestad e, incluso, a la misma reina, Ana de Austria.

Había otra diferencia de importancia en los modos de actuar en la redención de los pobres. Las cofradías tenían una base parroquia) y atendían a los enfermos de la parroquia correspondiente. En contraste, las Damas de la Caridad fueron fundadas como una especie de equipo volante, sin límites parroquiales o diocesanos, que no sólo actuaban en cualquier lugar de Francia, sino que se dedicaban, además, a la atención de pobres que las cofradías no tenían en cuenta en su actividad ordinaria: enfermos en los hospitales, y no sólo en sus propias casas, niños abandonados, condenados a galeras, refugiados de guerra e, incluso, esclavos cristianos en países del norte de África.

Se puede afirmar que, a través de la expansión creciente a nuevas clases de pobres que atendían las damas de la caridad, y también las hijas de la caridad que colaboraban con ellas, Vicente de Paúl fue descubriendo poco a poco que su proyecto espiritual de vida cristiana era eficaz no sólo para la redención de enfermos pobres, cual era el caso de las cofradías de Chatillon, sino de toda clase de pobres.

También las damas de la caridad eran, por supuesto, voluntarias; también entre ellas se daban con frecuencia las bajas, motivadas por el desaliento ante las exigencias de su trabajo. Pero la institución permaneció firme, hasta hoy. Hoy se consideran sucesoras de aquellas primeras damas y de aquellas primeras cofradías unas doscientas mil mujeres en muy diversas partes del mundo. Han dejado definitivamente de lado el denominativo de damas (y de cofradía), y tampoco predominan hoy entre ellas las de alta clase social (aunque también las hay, y no pocas), sino que proceden de todas las clases sociales. Se denominan Asociación Internacional de Caridad (A.I.C), y se dedican a la redención de toda clase de pobres en un mundo cambiante.

También a las damas hablaba Vicente de Paúl con frecuencia; también a éstas fue inspirando poco a poco su propia visión de vida cristiana y de seguimiento de Jesucristo, a través del trabajo de redención espiritual y corporal de los pobres. De Vicente aprendieron ellas muy bien (y lo saben hoy muy bien) que la atención a los pobres no era una actividad más, añadida a sus obligaciones ordinarias de cristianas, sino una verdadera vocación que debía transformar sus vidas. He aquí cómo les exponía el fundador, con tonos vigorosos, lo que tenía de hermoso y de exigente esta visión transformadora:

«Señoras, tenéis que tener un interés firme en trabajar en vuestro crecimiento espiritual, con un deseo encendido, ardiente y perseverante de agradar y de obedecer a Dios. Y como lo que enseña el mundo no está de acuerdo con esto, y cuanto mayor es el lujo y el fasto más indigno se hace uno de poseer a Jesucristo, las damas de la caridad deben apartarse de este espíritu del mundo como de un aire contaminado; es preciso que se declaren partidarias de Dios y de la caridad Y tiene que ser por entero, puesto que Dios no tolera un corazón dividido; lo quiere todo; si, lo quiere todo. Tengo el consuelo de estar hablando á unas almas que son totalmente suyas, apartadas de todo lo que podría hacerlas desagradables a sus ojos. Al principio, entre aquellas que se presentaban voluntarias a trabajar en esta compañía, se elegía a las que no frecuentaban el juego, ni las comedias mundanas, ni otros pasatiempos mundanos, y que no buscaban !a vanidad en las prácticas devotas. Dios no derrama sus gracias más que entre las que se separan del gran mundo, y no han hecho profesión más que de servir a Dios. Imitad a aquellas santas mujeres del evangelio que atendían no sólo a las necesidades del Señor y de los obreros apostólicos, sino de los fieles necesitados. Si así lo hacéis, pasaréis por la puerta estrecha que lleva a la vida. Y, como dice santo Tomás de Aquino, os salvaréis todas, porque, según dice él, nadie puede perderse si practica la caridad»

No vamos a dar detalles de la actuación de las damas, excepto dos que revelan a las claras la eficacia redentora de su actuación entre los pobres. El primero es el hecho, conocido con seguridad, de que a través de su trabajo en los hospitales públicos, volvieran a la Iglesia Católica, o ingresaran en ella, más de seiscientos pertenecientes a otras iglesias, y aun no pocos mahometanos. En cuanto a los niños, Vicente de Paúl les informa que la acción conjunta de damas e hijas de la caridad, en sólo diez años, había «librado de la muerte y educado cristianamente, los mayores colocados en sitios donde podían ganarse la vida ejerciendo un oficio, a más de quinientos o seiscientos niños».

Mirada retrospectiva y resumen

Las instituciones de voluntarios y voluntarias, fundadas por el mismo Vicente de Paúl y que han subsistido hasta hoy, son cuatro. Dos de ellas, Cofradías de Caridad y Damas de la Caridad, se han fundido en la institución que hoy se conoce como Asociación Internacional de Caridad, como se señaló arriba. A ésta hay que añadir la Congregación de la Misión y la Compañía de las Hijas de la Caridad.

Calificamos a todas ellas de asociaciones voluntarias porque lo fueron realmente en su origen. Hicimos ver en cada caso que los aspirantes o las aspirantes a pertenecer a alguna de ellas no tenía ninguna obligación de hacerlo que brotara, por ejemplo, de las exigencias de su bautismo. En efecto, tener caridad hacia los pobres es ciertamente una exigencia del bautismo y de la fe, pero ha habido, y las hay, muchas formas de seguimiento de Cristo que no ponen en ello lo esencial de su espiritualidad. Además, los aspirantes y las aspirantes a pertenecer a una de las instituciones de Vicente de Paúl tenían que renunciar a muchas cosas y tenían que comprometerse voluntariamente a la nueva visión de vida cristiana que les proponía Vicente de Paúl.

La visión que les proponía Vicente de Paúl incluía a gentes de todas las clases sociales y de todas las categorías canónicas que reconoce la iglesia como formas de vida cristiana legítima: laicas casadas, solteras o viudas, pero también laicos (los había, y no pocos, por ejemplo en las cofradías de caridad); sacerdotes, diocesanos en origen, y laicos que se unían a ellos para vivir el mismo estado de vida cristiana, en comunidad y con votos; jóvenes campesinas (lo eran en su mayor parte las primeras hijas de la caridad) que dejaban su propia familia para vivir también en comunidad y con votos, y que, a pesar de ello, querían mantener su original estado laico y secular, o sea, no querían, ni lo eran, convertirse en religiosas profesas, en monjas. De hecho, la única categoría canónica ausente en esa lista es la de los religiosos. Da la impresión de que Vicente de Paúl nunca pensó que su propia visión espiritual, centrada exclusivamente en el seguimiento de Cristo como evangelizador de los pobres, fuera del todo compatible con la idea tradicional que tenía de sí misma la vida .religiosa, centrada también, por supuesto, en el seguimiento de Jesucristo, pero manifestada, sobre todo, en la profesión de los votos, pero no en el trabajo por los pobres, aun en los casos en que trabajen mucho por ellos.

En el reglamento de la primera fundación de Vicente de Paúl, la Cofradía de Caridad de Chatillon, aparecen ya con claridad los elementos fundamentales de lo que hoy se llama espíritu vicenciano, y que deben estar presentes no ya sólo en las instituciones vicencianas, sino también en todo miembro de esas instituciones, hombre o mujer, que se sienta llamado a vivir su fe cristiana de esa manera y con esa visión. Al responder libremente a esa visión y al tratar de vivirla como vocación, como respuesta a la llamada del Espíritu Santo a vivir la fe cristiana de esa manera, un tal creyente se constituye en lo que se llama voluntario vicenciano.

Estos son, en resumen, los elementos esenciales:

  1. El camino hacia la vida con Dios, el camino de la santidad cristiana, pasa por el seguimiento y la imitación de Jesucristo, único camino para ir al Padre con la ayuda del Espíritu Santo. En este aspecto fundamental coinciden todos los estilos de vida, o formas de espiritualidad que hay en la Iglesia, también, por supuesto, la vicenciana.
  2. En el caso del voluntario vicenciano, el camino de la santidad se basa en una visión de Jesucristo como evangelizador/redentor de los pobres. Jesucristo, y su amor a los pobres, es el modelo absoluto y suficiente de vida cristiana para el voluntario vicenciano.
  3. Aún más: pues Jesucristo ha querido que le identifiquemos con el pobre («Lo que hicisteis a mi hermano más pequeño, a Mi me lo hicisteis», Mt 25,40), al servir al pobre y trabajar por él se sirve y se trabaja por el mismo Señor. El voluntario, la voluntaria vicenciana, es un «servidor de los pobres», como se indica expresamente ya en el reglamento de Chatillon, pues es ya un siervo de Jesucristo por el bautismo.
  4. El servicio de redención/evangelización de los pobres se dirige al aspecto espiritual de su vida, es decir, a su relación con Dios, y también a todos los aspectos corporales y materiales de su existencia, a sus necesidades vitales: comida, vestido, vivienda, cultura, salud, relaciones sociales…El pobre no es sólo un ser espiritual, ni tampoco un ser sólo corporal, sino ambas cosas a la vez y sin fisuras. La redención que trae Jesucristo a la tierra abarca al ser humano entero, y no sólo a su alma.
  5. No sería aún un voluntario vicenciano, en sentido propio, quien trabajara por los pobres solo y por su cuenta, aunque haría algo altamente recomendable, y que se espera de todos los cristianos. El hacer obras individuales de caridad no basta para caracterizar lo que llamamos espíritu vicenciano o voluntario vicenciano. El trabajo voluntario vicenciano de redención de los pobres se lleva a cabo siempre en una institución bien organizada, cuyos miembros quieren establecer y mantener entre ellos lazos profundos de afecto y de ayuda mutua.

El voluntariado vicenciano hoy

En la historia posterior a la muerte de Vicente de Paúl en 1660, su visión ha seguido inspirando no sólo a las instituciones fundadas por él, sino que ha influido profundamente en la creación de instituciones nuevas. Su influencia se ha extendido incluso fuera de la Iglesia Católica. Por ejemplo, hay en Inglaterra por lo menos un grupo de pastores anglicanos, asociados entre sí para vivir su dedicación pastoral, inspirados por la espiritualidad de san Vicente de Paúl y bajo su patrocinio.

Dentro de la misma Iglesia Católica, la institución de inspiración vicenciana más conocida es la Sociedad de San Vicente de Paúl. No sólo la más conocida, sino también la más numerosa que existe hoy en la Iglesia, entre ochocientos mil y un millón, y que está presente en más de ciento treinta países. Está institución, igual que la Asociación Internacional de Caridad, está formada enteramente por laicos; en gran parte, pero de ningún modo exclusivamente, por laicos varones (por ejemplo, el presidente de esta Sociedad en España es una mujer). Fue fundada hace ciento setenta años, en París, por un pequeño grupo de estudiantes universitarios, entre los que se contaba el mejor conocido de todos ellos, Federico Ozanam, beatificado hace poco por el Papa Juan Pablo II.

A esta institución de carácter plenamente vicenciano habría que añadir otra aún más numerosa (nadie sabe con precisión cuántos fieles católicos se consideran miembros de esta asociación), aunque no tan vertebrada como la Sociedad de San Vicente de Paúl: la Asociación de la Medalla Milagrosa. Nacida al calor de las apariciones a una hija de la caridad de París, santa Catalina Labouré, tiene como nota fundamental su carácter firmemente mariano, y hoy mismo está en un proceso firme de consolidación del espíritu vicenciano, que no ha tenido siempre y en todas partes, una expresión clara en esta asociación.

También al calor de las mismas apariciones nació la Asociación de Hijos e Hijas de María, conocida aún hoy por ese nombre en muchos lugares del mundo, aunque en otros, por ejemplo en España, es conocida como Juventudes Marianas Vicencianas. Esta asociación nació igualmente con un claro carácter mariano, pero también vicenciano, carácter este último que se manifestó, por ejemplo, en los primeros tiempos por una actividad decidida en la promoción social y la participación sindical de las juventudes obreras, en particular de la juventud femenina. Hoy, la Asociación, bajo cualquiera de sus nombres, quiere mantener y consolidar su doble carácter mariano y vicenciano.

Los ejemplos que hemos dado no agotan ni mucho menos la lista de instituciones que hoy se confiesan inspiradas por san Vicente de Paúl. Por una investigación muy cuidadosa, llevada a cabo por una hija de la caridad norteamericana, se sabe que el número de tales instituciones se acerca a las doscientas. La mayor parte de ellas son poco conocidas y no suelen ser de ámbito mundial, pero todas se confiesan seguidoras de la visión espiritual de san Vicente de Paúl.

Ahora bien, no hace falta ostentar el nombre de san Vicente de Paúl en el título de la asociación para integrarse con pleno derecho en lo que hoy se llama Familia Vicenciana (tal sería el caso de Feyda, que no lo lleva). No hace falta llevar el título, pero tampoco es suficiente tenerlo. Lo que se requería en tiempos del fundador, y se requiere hoy también, es confesarse cristiano o cristiana que quiere vivir su fe en el estilo espiritual de san Vicente de Paúl, que consiste, fundamentalmente, hoy como ayer, en seguir e imitar a Jesucristo en la redención de los pobres del mundo.

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