El estudio de San Vicente y el porvenir de sus Asociaciones de Caridad (III)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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Propiedades de la doctrina de S. Vicente

Vamos a indicar brevemente cuáles son las principales propiedades de la doctrina vicenciana que la hacen tan apta para el alimento espiritual de todos sus hijos; pero antes ocurre preguntar: ¿Tiene San Vicente en sus car­tas y conferencias un sistema de doctrina espiritual? Si con esta pregunta se quiere indicar que San Vicente le formó intencionadamente, se responde categóricamente que no; mas si se pretende decir que se puede formar .con sus cartas y conferencias un tratado de doctrina es­piritual sólido y acomodado a sus asociaciones, se conce­de sin género alguno de duda; aunque hemos de tener ,en cuenta que pierde algo de su valor, primero porque gran parte no está escrito por el Santo, y segundo por­que quería disminuido aquel atractivo que él prestaba a su doctrina con la persuasiva y ardiente elocuencia peculiar al quedar estampado en las frías páginas de un hilo que no es más que «lava de un volcán extinguido».

Originalidad

Determinemos ya las propiedades de la doctrina vicenciana, y en primer término su originalidad. San Vicen­te desenvuelve en sus cartas y conferencias (generalmen­te no de modo científico) una doctrina peculiar e incon­fundible. Es verdad que muchas veces desarrolla mate­rias ascéticas ordinarias; pero, dado el espíritu original que marcó a sus fundaciones, necesariamente ha de ser original en varias materias; y sobre todo en la manera de exponerlas, tan suya; en el punto de vista bajo el cual las mira, en ese su ordinario método de motivos, natura­leza y medios tan profundamente psicológico. Para ha­cer ver esta originalidad sería preciso traer aquí una de sus conferencias, y no hace falta para los que cotidiana­mente se deleitan en su lectura.

Cierto que se notan en San Vicente influencias más o menos directas (iqué hombre ha sido completamente ori­ginal!). San Francisco de Sales y nuestro Santo se en­cuentran con frecuencia en la doctrina espiritual, como lo ha hecho ver el abate D’Agnel en su libro San Vicen­te Director de conciencia; «pero no es por falta de originalidad dice   por lo que San Vicente se apoya en la autoridad de San Francisco; es sencillamente porque pien­sa como a sin quererlo ni buscarlo. La fisonomía de San Vicente es demasiado original para no saludar en él un maestro. Más que imitación es misterioso parentesco de almas».

Menos directa, pero real, es la influencia de los asce­tas españoles. Sabemos que en el refectorio de San Lá­zaro se leía: El Ejercicio de Perfección, del P. Rodrí­guez, y La Dignidad y Santidad del Sacerdote, del Pa­dre Molina, cartujo; el Santo mandaba leer a la Bea­ta Luisa y a los Misioneros de Madagascar El Guía de Pe­cadores y El Símbolo de la Fe y un día memorable. elogió con calor la obra del P. Rodríguez; todo lo Cual prueba el cariño que les profesaba y el ascendiente que sobre él tenían, como se ve en algunos pasajes de sus. escritos. Léase, por vía de ejemplo, la página 124 del tomo VII las páginas 263 y 461 del mismo tomo.

No obstante, estas influencias tan naturales, y, por otra parte, no muy frecuentes, diremos con el P. Verdier que: «La sola lectura de sus cartas y conferencias nos mani­fiesta un San Vicente desconocido, es decir, un maestro, de la vida espiritual»; así lo ha demostrado D’Agnel en su libro antes citado sin esfuerzo, tejiendo citas del Santo Evangélico y Cristológico, que es camino y modelo, ha sidosiempre el fin primero de la ascética cristiana, fin que se cumple a maravilla en la doctrina de San Vicente. Si marca fines a sus oraciones, de la vida y doctrina de Jesús están tornados; del Evangelio saca los motivos, explicaciones y argumentos de sus cartas y conferencias; su lema, su política y su todo es el nada me agrada sino en Jesucristo. Innumerables son las veces que sale de su boca y de su pluma la doctrina y el nombre de Jesús (en sólo un párrafo de una conferencia cinco veces lo pro­nuncia. Bastaría abrir cualquiera de los trece tomos del Saint Vincent para evidenciar la afirmación de que San Vicente es realmente un hombre de asidua medita­ción y aplicación del Evangelio.

Práctico

En oposición al idealismo espiritual de su tiempo, que produjo dos malhadados frutos del jansenismo, y más tarde del quietismo (idealismo que aun hoy tiene sus re­toños), está la ascética eminentemente práctica de nuestro Santo. El interpreta la vida tal cual es, mezcla de rosas y espinas, de mieles y hiel; para él el camino de la virtud no es de un día, es de siempre, y poco a poco, por medio de ejercicios continuos y sólidos; la oración, antes que todo, la quiere práctica y de los deberes propios; el, comulgar es para hacer bien todas las obras. Es práctico en sus apreciaciones, en sus métodos, en sus explica­ciones, en todas las cosas. Su doctrina en este aspecto se resume en estas palabras de una conferencia a los Misio­neros: «Amemos a Dios, hermanos míos; pero que sea a expensas de nuestros brazos y con el sudor de nuestra frente. Porque muy frecuentemente tantos actos de amor, de complacencia, de benevolencia y otros semejantes afec­tos y prácticas interiores de un corazón tierno, aunque buenos y deseables, son, no obstante, sospechosos cuando de ellos no se pasa a la práctica del amor efectivo…

Esta es la razón de ser tan propia esta doctrina para las personas de acción católica—y lo son todos los hijos del Santo, como lo manifiesta el abate Proudignón, quien saluda en San Vicente al más alto representante de ella y le propone como ejemplar a los católicos de acción, probando después que las virtudes y cualidades de tal se enserian magistralmente en la vida y doctrina del San­to, citándola y comentándola a este fin con bastante acierto.

Psicológica y Propia

El alimento espiritual que nos ofrece San Vicente es, además de lo dicho, sólido y substancioso, y es fácil de asimilar por su sencillez cariñosa y su naturalidad encan­tadora. Pero es sobre todo muy adaptado para todos sus hijos, precisamente porque está acomodado a la diversi­dad de sexos, caracteres y estados, y en especial al espí­ritu propio de sus instituciones. ¡Qué distinto San Vicen­te de Paúl criando habla a la mujer y cuando habla al hombre! Al hombre todo es lógica y razonamiento, rara vez aparece el entusiasmo, aunque sí la viveza de afec­to: va al corazón por el entendimiento; a la mujer la ha­bla con entusiasmo y ardor, con lenguaje colorido y con doctrina -que impresiona vivamente su sensibilidad y su imaginación  resortes poderosos en el sexo femenino—: llega al entendimiento y a la voluntad por el corazón. Analizar más esta admirable psicología del Santo nos ha­ría interminables. Léanse las conferencias a las Hijas de la Caridad y a las Señoras de la Caridad, y cotégeselas con las de los Misioneros para admirar este tacto y co­nocimiento exquisito del Santo.

Su correspondencia es una escuela donde se aprende el modo de enseriar a los distintos caracteres y a todas las clases: cómo al débil y cómo al fuerte, al manso y al impetuoso, cómo a los potentados y cómo a los humildes, al sacerdote y religioso y al simple fiel; a todos compren­de, se acomoda y gana para Dios; ninguna de las necesidades de cada carácter y estado se le oculta en sus genia­les reglamentos de las Asociaciones que fundó.

Además, todas sus palabras y sus cartas están funda­das y acomodadas al espíritu que el Santo marcó a sus fundaciones, y según ese espíritu alimenta, sostiene y conduce a cada una en particular; pero corno todas tienen muchos puntos de contacto en el espíritu que las informa, sirve muy bien lo de una para todas, porque todas se uni­fican en un distintivo común a las fundaciones vicencianas. Al hacer del dominio público la nueva edición de los escritos de San Vicente, escribía en este sentido el P. Verdier al P. Coste : «No serán solos—decía—los hi­jos de la familia espiritual de San Vicente: Misioneros e Hijas de la Caridad, los que se aprovecharán de este fruto de edificación y erudición; las grandes Asociacio­nes que reclaman su nombre: Señoras de la Caridad y Conferencias de San Vicente, y aun otras menos conoci­das, mas no menos unidas a su nombre y a su espíritu, en­contrarán este fruto».

De todo lo anteriormente dicho se deduce que el estu­dio y la difusión de la doctrina de San Vicente, por sus inapreciables cualidades, es medio eficaz para fomentar la perfección interior de sus hijos todos, y por ende la exterior de sus Asociaciones.

Objeciones

Quizá se diga que la doctrina de San Vicente no es pro­pia más que para los Misioneros e Hijas de la Caridad. Pero no, San Vicente tiene otros muchos hijos a quie­nes alcanza su espíritu estereotipado en sus palabras y escritos; por lo tanto, muy bien sirven para todos.

Se dirá también que la doctrina del Santo es muy or­dinaria. Aparte de lo que dijimos sobre esto al tratar de la originalidad de ella, diremos aquí que es precisamen­te el modo de tratar las materias lo que presta valor a los maestros de ascética; y que hay temas, v. g.: la ora­ción, la confianza en Dios, la compasión y alivio del pobre (de capital importancia para todos sus hijos), en que es verdaderamente original. Semejante a ésta hay otra objeción que dice: Lo que San Vicente expone está mejor en los libros, más metodizado y ordenado. A esto diremos con el Hermano Ducournau: «Para la. perfecta alimentación de los hijos, la leche de la madre propia es la me­jor, y las amorosas enseñanzas de los padres impresio­nan más que las de los maestros». Añádase a esto que es difícil encontrar en los libros doctrina tan adaptada al espíritu propio y a las necesidades y obligaciones pecu­liares de los asociados de San Vicente.

Se alegará que San Vicente es árido en el modo de ex­presarse, en su estilo, fundándose tal vez en algunas tra­ducciones pobres; pero no es cierto : en sus cartas es muy variado v no cansa, por tanto; las conferencias a las Hi­jas Je la Caridad están llenas de gracia y encanto, las comparaciones e imágenes bellas y bellamente expuestas abundan en ellas, y el tono en general es vivo y co­lorido; no es tan movido en las de los Misioneros; un tono más serio, pero nunca pesado ni árido, sino lleno de interés, reina en todas ellas.

La difusión

Resueltas a la ligera estas objeciones más frecuentes, indiquemos someramente el modo de difundir la doctrina vicenciana, dejando la mayor parte al talento y pruden­cia junto con las circunstancias de tiempos y personas. Esta difusión supone una sólida base de ciencia ascética que ha de ir unida a un estudio serio, continuo, profun­do y comprensivo de la doctrina de San Vicente en sus mismas fuentes, que son la palabra y los escritos del San­to. Al difundirla es preciso hacerla fácilmente asimilable por el atractivo y la amenidad, evitando el escollo de la aridez que no supieron sortear algunos autores, como Maynard y otros.

La difusión puede ser oral o’ escrita; la oral, en la di­rección de las Asociaciones vicencianas, por medio de con­ferencias y ejercicios espirituales ; pero no es posible que nuestra palabra alcance a tantos asociados; por tanto, la palabra escrita puede ser otro transmisor de la doctrina de San Vicente, primero para los eclesiásticos que diri­gen en muchas partes las Asociaciones de caridad, para que lo hagan según el espíritu propio de ellas; y después para que sirva de lectura espiritual, en la que suelen te­ner las Cofradías de la Caridad en sus reuniones; no hay otra más propia. Y como uno de los hermosos ideales de la simpática revista La Caridad en el Mundo (publicados en su primer número, 1928), el sexto, consiste en «Ha­blar (o escribir) a las Asociaciones de la Caridad como San Vicente lo hacía, ella puede ser muy bien portavoz de esta doctrina en interesantes series de artículos ascético-vicencianos, explotando así poco a poco el venero in­agotable de las cartas y conferencias del Santo.

El estudio histórico-científico

Para terminar diré cuatro palabras nada más sobre el estudio histórico-científico de San Vicente, pues no per­tenece éste directamente al tema que desarrollo, ya que la influencia del estudio y divulgación de San Vicente en este sentido es solamente mediata en la perfección in­terior y exterior de sus Asociaciones; y lo es en cuanto que el conocimiento más perfecto de San Vicente, de su fecunda vida, de su eminente personalidad y de su ac­tuación universal, le harán ser más admirado, amado e imitado ‘de sus hijos.

Muy extenso es este campo de estudios, porque la vida de San Vicente es rica en aspectos y sus fundaciones muy interesantes. Puédese, por tanto, desentrañar la historia gloriosa del Santo y de sus Asociaciones, las relaciones que tienen con la Historia Eclesiástica y profana, con la historia de la caridad, con las ciencias sociológico-mora­les, etc., etc., pues que estas indicaciones no son otra cosa que el principio de un largo programa que se podía des­arrollar en artículos variados de fondo y atrayentes de forma en La Caridad en el Mundo (o en otras publica­ciones), en la cual caben muy bien, aunque no sea más que a título de constituir uno de los más interesantes capítu­los de la historia de la caridad, consiguiendo además con esto extender el conocimiento y estima de San Vicente, primeramente entre sus hijos todos y después en la Es­paña intelectual, y atraer así más soldados a la cruzada vicenciana de caridad.

Concluyamos afirmando una vez más que el estudio y difusión de San Vicente y su doctrina es útil y conve­niente, porque conocer y ensalzar a San Vicente es en­salzar a la caridad, y Dios es caridad; y porque infiltran­do el espíritu vicenciano en sus hijos todos será más imi­tado en nuestras obras y traeremos días de gloria y esplendor a la Congregación y a todas las Asociaciones vicencianas, y unidas todas, animadas del espíritu propio, darán óptimos frutos a la Iglesia y a la sociedad.

  1. P. (C. M.).

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