El estudio de San Vicente y el porvenir de sus Asociaciones de Caridad (II)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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«Cuanto más se examina con atención la historia del pasado ha dicho Macaulay —se ve mejor cómo se engañan aquellos que imaginan que nuestra época ha engen­drado nuevas miserias sociales. Lo cierto es que estas mi­serias son de siempre». Aquí está, pudiéramos decir, la primera y general razón de la supervivencia de las ins­tituciones vicencianas; San Vicente, en efecto, será un Santo de todos los siglos, porque conoció y alivió con sus geniales Obras los dos grandes males de su época, que lo serán de todas: el decaimiento de la fe y el enfriamien­to de la caridad. Es que este genio de la caridad «lleva en sus destinos, tal vez ocultos para él, la causa, no de una nación, sino una causa que interesa a toda la humanidad en lo más íntimo, en lo más delicado y temible de su ser…, la causa de los pobres»; por eso mismo «llega a ser Vi­cente la cabeza de toda obra de caridad del siglo XVII y fuente de las posteriores», en frase de Feuillet. Es que además las creaciones de San Vicente están funda­das sobre un maduro examen de detalles, con la calma y serenidad con que se levantan los edificios que han de durar siglos; al contraste de la experiencia y del talento práctico, y poco a poco, corno el árbol, que hunde sus raí­ces en el seno de la tierra antes de esparcir al aire su frondosa cabellera, que verdeará durante muchas gene­raciones: «No era Vicente de Paúl—ha escrito Ozanam un hombre que fundase sobre la arena movediza».

Por todas estas causas juntas, mientras miles de insti­tuciones han caído en el olvido por anticuadas, y otras tantas han tenido que cambiar de rumbo para no perecer, San Vicente y sus Obras todas permanecen firmes desa­fiando a los siglos. Aun más: «estas Obras, que han su­frido sin resentirse el embate de tres centurias, son hoy mismo—como ha dicho Bougaud        el tesoro más preciado de la caridad cristiana». «El astro de Vicente de Paúl que se levantó en el siglo XVII está llamado a no desaparecer jamás».

Valor religioso y social

«Las caridades vicencianas son, sin duda, uno de los medios más aptos para la solución pacífica de la magna crisis económico-religioso-social que trae interesadas a to­das las clases de la sociedad, al pobre y al rico, a la Igle­sia y al Estado. Mas como las causas principales de esta crisis son religiosas y morales, nunca se solucionará bien si no se restaura la religión y moral cristianas en el indivi­duo y en la familia. El primer oficio de la caridad y de la vicenciana en particular, es, en consecuencia, llevar a la fe por la caridad, según el sentir de León XIII, en una alocución que en su jubileo sacerdotal dirigió precisa­mente a los socios de las Conferencias de San Vicente:

«Por la caridad—dice- haréis revivir en el seno de las familias la vida cristiana, la práctica de los deberes reli­giosos, el amor a la Iglesia, la obediencia a sus leyes y el respeto a su autoridad; por ella renacerá en las almas la antorcha de la fe que la duda había extinguido y renace­rá la esperanza allí donde reinaba la desesperación y el desaliento».

Todos estos frutos consiguen a diario las Asociaciones vicencianas de caridad, porque este es el fin principal de ella, y por los admirables procedimientos que marcó San Vicente en sus reglamentos, los cuales frutos se con­seguirán mejor cuanto más influidas estén por el verda­dero espíritu de San Vicente, para lo que se supone el estudio del mismo por los directores.

La pacificación de la guerra social no ha de ser fruto exclusivo de la rígida justicia, ha de ser fruto principalmente de la caridad cristiana. «La paz dice Santo Tomás—es fruto indirecto de la justicia, a saber, en cuan­to remueve los obstáculos; pero es obra directa de la ca­ridad, porque de su misma esencia la caridad causa la paz. El amor, en efecto, es una fuerza intuitiva y la paz es la unión de las inclinaciones apetitivas». Este es, pues, el segundo oficio de la caridad proclamado por el inmortal León XIII: «La salud que se desea—dice-principalmente se ha de esperar de una grande efusión de caridad, es decir, de caridad cristiana»; y en la ci­tada alocución añadía: «Trabajad extendiendo la saluda­ble influencia de la caridad a todas las clases y aplicán­dola corno el más eficaz remedio a las necesidades so­ciales».

¿Y no es precisamente ésta la excelsa misión de las Asociaciones de caridad fundadas por aquel hombre ad­mirable que, pasando de la humilde casa de un labrador a la obscura mazmorra. del esclavo y al infame banquillo, del galeote, vio todas las miserias que padecen los hom­bres; y que, subiendo después a los palacios señoriales, y hasta las gradas del trono, contempló la despreocupa­da opulencia el altivo desdén hacia el desgraciado? ¿No es una obra eminentemente social la de aquel genio que al ver estas llagas, lleno de compasión y amor, toma so­bre su magnánimo corazón al rico y al desheredado, y en un arranque de sublime y divina caridad, les conduce a estrecharse en fraternal abrazo al pie de la cruz redentora de Cristo Jesús? Sí, el amor del rico al pobre y la unión de ambos es el pensamiento fundamental de las Asociaciones de Vicente; esto es lo que resplandece en sus reglamentos, tan sabiamente escritos; el amor de los pobres por Dios hasta llamarles «nuestros señores y due­ños», y hasta llegar a decir que «hay que tratarlos con devoción, porque representan la persona de Jesús», es el objeto preferente de sus conferencias a las Hijas y a las Señoras de la Caridad.

Estos valores religioso-sociales han sido reconocidos por los últimos Sumos Pontífices, en particular por León XIII en muchas ocasiones, y sobre todo al decla­rarle en 1885 «Patrón de todas las Asociaciones de cari­dad existentes en todo el orbe y que de algún modo ema­nen de él, para… excitar en todos el amor caritativo hacia el prójimo», ante la súplica que en este sentido le hizo el Cardenal Laurenci, cuando decía: «La caridad cristiana, practicada según el espíritu de San Vicente, establece un provechoso contacto entre las clases acomodadas y las po­bres, entre la indigencia y la riqueza». Con los Papas están de acuerdo multitud de sabios de todas religiones, países y categorías, que sería prolijo enumerar.

Dos especies de estudios

Expuestas estas razones de intensificación del estudio de San Vicente, es lógico tratar ahora de por qué el es­tudio y la divulgación entre sus hijos y patrocinados de la doctrina espiritual del Santo es fuente y principio de una vida más exuberante y fecunda de sus Asociaciones, y después del modo de hacerlo.

Distingamos antes dos especies de estudio: el ascético, directo al perfeccionamiento de los asociados, y el histó­rico-científico, indirecto a este objeto. El primero se en­camina a un conocimiento profundo de la doctrina del Santo para suministrarla a sus hijos y patrocinados en la dirección de sus Asociaciones de caridad y de todos los modos posibles. El segundo se dirige al conocimiento y vulgarización de los múltiples aspectos de la vida y ac­tuación de San Vicente y de las relaciones que él, sus Obras y aun sus escritos, tienen con la Historia, con las ciencias sociológico-morales, etc. El estudio ascético hace más a nuestro propósito.

Base de ambos estudios es la monumental edición crí­tica de las cartas, conferencias y documentos de San Vi­cente, publicada y anotada por el P. Coste; consta de 14 tomos, cada tomo de un promedio de 600 páginas; los ocho primeros contienen 3.323 cartas del Santo (algunas dirigidas a él); el 9 y el 10, las conferencias a las Hijas. de la Caridad; el 11 y el 12, las dirigidas a los Misione­ros; el 13 tiene documentos relativos a San Vicente, a la Congregación de la Misión y los reglamentos y confe­rencias de las «Caridades» y Señoras de la Caridad; el 14 es un copioso índice de materias. Los méritos princi­pales de esta edición son; haber restablecido el texto pri­mitivo de las interpoladas cartas y conferencias (especial­mente las de las Hijas de la Caridad) y el haberla acomo­dado a las actuales exigencias en la publicación de ma­nuscritos.

Causas de la influencia

Es un principio comúnmente admitido aun por el mis­mo San Vicente que la Divina Providencia se sirve de los mismos medios para la conservada de sus obras que para su nacimiento; es cierto también que cuando Dios escoge a un hombre para una obra le da las cualida­des necesarias para realizarla. Que Vicente de Paúl fue el instrumento elegido para fundar las Asociaciones de ca­ridad, que recibió cualidades inmejorables para ser Padre y Director de estas instituciones, y que él con sus. ejemplos y su doctrina ordenó y sostuvo estas obras, lo prueban de consuno sus biógrafos y la gloriosa historia de sus Asociaciones. De lo que podemos concluir que los, ejemplos y la doctrina del Santo son el principio y la fuente del vigor y de la fecundidad de sus Obras.

Explanemos brevemente estos conceptos. San Vicente, en verdad, fue el centro de aquel movimiento admirable de caridad en el siglo XVII y guía de sus Asociaciones; y lo fue con sus ejemplos, con su palabra, con su nume­rosa correspondencia y con el profundo conocimiento que poseía de los resortes del corazón humano: él llama al co­razón de las Hijas de la Caridad de modo tan suave, lla­no y atrayente, con un cariño y persuasión tales en sus ‘cartas y conferencias, que ya no extraña el heroísmo de aquellas mujeres. Lo mismo podernos decir de las alocu­ciones a las Señoras de la Caridad (aunque, por desgracia, nos quedan muy pocas, y en esquema la mayor parte); cuántas veces, agobiadas por lo insoportable de las mise­rias, la palabra cálida de Vicente les obligaba a hacer verdaderos prodigios económicos y non-ales. Pruebas de este poder son: el discurso por el que salvó un día a los niños expósitos en el corazón de las Damas; que, en fra­se de Esteban Lamy, «es uno de los más sublimes gritos que han Brotado del genio de la caridad»; y el hecho de que habiéndose cerrado los tesoros y resfriado la ca­ridad hacia el año 1655 en las Señoras de París, San Vicente las hizo continuar, enardeciéndolas con sus pala­bras en todas las ocasiones.

Pues bien: si sus ejemplos, y sus palabras, y sus es­critos, sirvieron entonces para sostener y fecundar estas Asociaciones, según el primer aserto arriba enunciado, que nadie negará, lo mismo servirán ahora para el flore­cimiento v esplendor de las mismas, porque, en efecto, aquellas sobresalientes cualidades de que fue dotado por Dios para esta obra están colocadas en sus cartas y con­ferencias; en ellas se retrata el espíritu del Santo mejor que en ninguna parte; en ellas están estereotipados aque­llos generosos sentimientos que llenaban su corazón, aquellos sublimes ideales que brillaban en su frente y aquellos sabios procedimientos que tan rotundos triunfos le alcanzaron en su actuación caritativa por Medio de sus Asociaciones; en ellas «se pinta sin pretenderlo y nos re­trata su prodigiosa actividad”, modelo de la nuestra en todas las circunstancias, y particularmente en nuestras. funciones caritativas; en ellas, finalmente, se encuentra el verdadero espíritu que él marcó a sus fundaciones, y que las debe informar siempre. De aquí que el medio más apto para la dirección de las instituciones vicencianas de caridad y el principio de su vigor sea el estudio y difusión entre sus hijos todos de la doctrina de esas car­tas llenas de sabios consejos y orientaciones y de esas; conferencias rebosantes de fervor y ascética propia para todos los miembros de las huestes vicencianas. Ya pre­sentía el valor de las palabras de San Vicente el Herma­no Ducournau cuando en la Memoria antes citada decía: «Si las Obras que él (San Vicente) ha fundado son de Dios, como parece, es preciso que Dios le haya dado su espíritu para fundarlas y mantenerlas; y en consecuen­cia, los avisos y las enseñanzas dadas a este fin deben ser tenidas como de Dios y recogidas como maná celestial cuyos variados gustos han atraído a tantas personas de ambos sexos y de toda condición que se han asociado de distintos modos a tantas obras buenas emprendidas por él i sostenidas por su dirección» .

De todo lo anteriormente escrito se deduce que la dirección genuinamente vicenciana y la perfección de la vida interior de todos sus hijos según el espíritu y las en­señanzas del Santo es para las Asociaciones de él, fuen­te de grandeza y principio de una vida exterior fecunda

vigorosa, ya que el espíritu es el que da forma y acti­vidad a las operaciones externas, y que un cuerpo sin es­píritu es un cadáver informe que se pudre como una ins­titución sin el propio y genuino.

  1. P. (C. M.).

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