El estudio de San Vicente y el porvenir de sus Asociaciones de Caridad (I)

Mitxel OlabuénagaFormación VicencianaLeave a Comment

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Ocasión de estas cuartillas.

La celebración de un centenario, tan frecuente en nuestros días, para que sea útil ha de constar de un re­cuento y de un programa: recuento de lo que se ha he­cho en el pasado para memoria y estímulo, programa de lo que se ha de hacer en adelante para guía y sostén. Celebrando la Congregación de la Misión en estos cinco años (1925-1930) centenarios tan señalados como los de su fundación (1925), establecimiento en Madrid (1928), beatificación de su fundador (1929), aparición de la Me­dalla Milagrosa y traslación de las Reliquias de San Vi­cente (1930), parécenos ocasión oportuna para exponer un número de ese programa entre las nubes de incien­so y el aleteo de oraciones de gratitud al Dios de las bon­dades: tal es el estudio de San Vicente de Paúl como medio eficaz para el florecimiento de sus asociaciones de caridad.

Antes de pasar adelante dejemos consignado como ba­se de este razonamiento

Un principio de grandeza

Es indudable que la familia o nación que deja caer en el olvido las ideas luminosas y los hechos gloriosos de sus mayores es miserable y camina sin rumbo fijo y glorioso; pero también es cierto que el principio de la grandeza de una familia o nación es el estudio intenso de las ideas nobles y la imitación constante de las haza­ñas gloriosas de sus antepasados. Y si esta aserción es verdadera tratándose de familias o pueblos, no lo es me­nos cuando se trata de Congregaciones o Asociaciones piadosas. ¡Cómo bien estudiados e imitados los grandes  modelos y modelos acabados son los Fundadores santos nos han de traer días de gloria y esplendor!

¿Olvidado?

No obstante, hemos de afirmar con el P. Verdier que «San Vicente es generalmente más alabado que conoci­do». Quizá podamos aplicar al Santo lo que él escri­bía de un misionero difunto: «Teníamos un tesoro que no conocíamos bastante bien». Cierto que es muy co­mún tejer una corona de llores en loor del genio organi­zador de San Vicente, por ejemplo, al contemplar la Hi­ja de la Caridad que él fundara. Cierto que muchos de sus innumerables hijos conocen los rasgos más salientes de su vida; pero de ahí a conocer al Santo, como nos conviene, dista mucho. El conocimiento cabal de San Vi­cente supone haber estudiado bien las múltiples facetas de su vida, haber oído y meditado sus cartas y confe­rencias, llenas de doctrina espiritual, haber reflexionado intensamente sobre el valor e importancia religiosa y so­cial de sus fundaciones, y como fruto de este conoci­miento amar e imitar más al Santo; y dado que es evi­dente que tal conocimiento no puede ser inmediato para todos sus hijos, darle a conocer a los demás en las campañas del púlpito, de la pluma y en la dirección de las Asociaciones vicencianas.

La bibliografía vicenciana en España manifiesta el grado de conocimiento que del Santo tene­mos. Al recorrerla se advierte que aún no contamos con la traducción de las tres clásicas vidas de San Vicente:

  • la de Abelly o mejor del P. Fournier y del Hermano
  • Ducournau , edificante y llena de unción e intimidad;
  • la del P. Collet, detalladísima, y la de Maynard, crítica y abundante. No tenemos en castellano la vida popular más apreciada, la de Manuel de Broglie; ni existe una ver­sión completa de las cartas, conferencias y documentos del Santo. Es verdad que tenemos traducciones buenas e interesantes, como la de Bougaud, por el P. Nieto; la de Arturo Loth, por Feliú, y algunas otras de menor importancia; pero no son suficientes para un conocimiento per­fecto y detallado de San Vicente.

Lo escrito originalmente en castellano sobre el Santo es de escaso valor: Fray Juan del Santísimo Sacramen­to quizá no es más que un traductor del italiano Acami I. Antonio Fajarnés, sobre escribir de un punto di­fícil de la vida del Santo, confiesa que lo hizo «contando con la erudición ajena a falta de la propia»; no se le puede asignar otro mérito que el «de haber recogido los elementos dispersos para que no perezcan tradiciones tan venerandas, según dice él mismo. A esto pueden añadirse algunas pequeñas vidas, v. g.: las de Fray Eusebio del Santísimo Sacramento, P. Sanz, P. Vilanova, etcétera. Realmente parece esta bibliografía algo incom­pleta para conocer a fondo un Santo tan grande y de tan­ta actividad.

Impulsos nuevos

Mas ya hace algún tiempo que se inició una corriente de estudio y amor hacia las Asociaciones y doctrina de San Vicente en esta Provincia, la cual se extenderá, sin duda, a todos los hijos y patrocinados del Santo por me­dio de la dirección de esas Asociaciones y de nuestras revistas. Pruebas fehacientes de estos impulsos nuevos son: la fundación de La Caridad en el mundo, revista genuinamente vicenciana, y el mayor incremento que se está dando a las instituciones vicencianas de caridad con verdadero entusiasmo. Cada día se graban más profunda­mente en la frente y en el corazón del misionero los no­bles y santos ideales de la Congregación: reanimar la vida de la fe y avivar el fuego de la caridad; a este fin se procura dar más vigor a dos preciosos instrumentos de estos ideales, esto es, las misiones y las asociaciones de caridad. Las misiones, unidas a la acción en el clero, para reanimar la fe que decae sensiblemente en los pueblos, restableciendo la religión y la vida cristiana en el individuo y en la familia; ayudados eficazmente por la pode­rosa atracción que ejerce la Virgen de la Medalla en las almas. Las asociaciones de caridad para socorrer espiri­tual y corporalmente al pobre.

Por cuanto estas asociaciones constituyen el fin prin­cipal de estas cuartillas, diremos brevemente cuáles son. Jan Vicente, habiendo organizado las múltiples institu­ciones de reforma popular y eclesiástica, crea simultánea­mente otras admirables para encender la caridad y ali­viar al pobre. busca una fuerza, un apoyo para realizar su plan, y lo halla en la ternura natural de la mujer acre­centada por la fe; le infunde valor y perseverancia con su persuasiva palabra, y hace que la mujer noble como la plebeya vayan al lecho del dolor y a la morada de la miseria, al hospital y a la cárcel, llevando el bálsamo del amor y del consuelo, de la religión y de la limosna: he aquí las originales instituciones de las Damas e Hijas de la Caridad. No satisfecho con esta ayuda, busca en el corazón del hombre las brasas escondidas de amor y ternura; le dice que la fe se conserva y aviva por la cari­dad, y entonces es cuando funda una de sus asociaciones más geniales, «Las Caridades de hombres», por más que se crea que nacieron en el siglo XIX; lo contrario lo prue­ban los biógrafos del Santo, los reglamentos que para ellas redacto él, y, sobre todo, la confesión de Bailly, redactor del reglamento de la Sociedad de San Vicen­te. No es lo mismo restauración que nacimiento.

Nacidas estas asociaciones bajo la tutela de la Con­gregación de la Misión, parece lógico y conveniente que continúen bajo su bandera, porque de este modo «las tres instituciones (Misioneros, Hijas de la Caridad y Co­fradías), según ha dicho Esteban Lamy, nacidas de un mismo Padre, unidas fraternalmente, tendrán una sola vida y multiplicarán sus esfuerzos, sostenidas las dos últimas por la savia netamente vicenciana que las comunique la Congregación en su dirección» más o menos directa, pues que las Cofradías (le Señores son in­dependientes en su forma actual. Tratemos, en conse­cuencia, de señalar los acicates que más nos estimulen a vigorizarlas, en especial a «las Caridades», por medio de abundantes dosis de espíritu vicenciano sacadas de un estudio profundo del Santo.

Una muy poderosa razón para estudiar con amor la ascética vicenciana es precisamente la obligación de fun­dar, visitar y dirigir las Cofradías de la Caridad, por­que para fundarlas y dirigirlas según su espíritu es pre­ciso conocerle a fondo, lo que no se puede obtener sin un estudio serio de las fuentes de donde mana.

Esta obligación consta, en primer término, por la Bula de erección, de nuestra Congregación, «Salvatoris nostri», del 12 de enero de 1633; en ella dice el Papa Urba­no VIII: «Confraternitates quas vocant Charitatis, Ordi-narii auctaritate, institui procurent ut pa.uperibus el aegrotis subveniatur». Además, las Reglas Comunes, en el capítulo I, núm. 2, dicen: «Ecclesiasticortn munus est… confraternitatem charitatis instituere»; y en el ca­pítulo VI, núm. 1, después ele enumerar los obsequios que hemos de prestar a los enfermos, tanto nuestros como extel nos, ariPfle San Vicente: «…praeterea singulrrem curam adhibendo in confraternitate charitatis erigenda ac visitanda». En lo que se ve claramente los dos oficios de fundarlas y visitarlas, que equivale a dirigirlas; si bien, por regla general, mediatamente; ya que su dirección in­mediata suele estar a cargo de los eclesiásticos del lugar Por disposición reglamentaria de San Vicente. De las circulares de los Superiores Generales no citaré más que un párrafo de la que el Sr. Bonnet dirigió con motivo de la beatificación de San Vicente, el 3 de septiembre de 1729; su testimonio es indirecto, pero muy expresivo: Dice así: «Emprendamos, como nuestro Santo Fundador, el alivio corporal y espiritual de todos los desgraciados; sea nuestra gloria principal ser los sacerdotes del pobre. Aliviemos sus miserias y procurémosle por medio de per­sonas acomodadas y caritativas los remedios que nosotros no podamos prestarle». Finalmente, la Asamblea Ge­neral de 1902 aprueba un decreto del tenor siguiente: Censet conventos, confraternitates charitatis omnibus mediis possibilibus esse promovendas». No quiero añadir los testimonios de los Directorios de Misiones, de Semi­narios mayores y menores y de las parroquias por no re­petir y porque creo son suficientes los alegados para probar esta obligación.

A este deber unamos el ejemplo que en este ministerio nos dieron San Vicente y los Misioneros de todos los tiempos. El Santo Fundador, después de ver los felices resultados de sus Asociaciones, se dedicó con entusiasmo a extender esta benéfica institución; «a este fin en todas las misiones que daba por sí o por los suyos procuraba es­tablecer esta Cofradía», como asegura Abelly y el mismo Santo lo confirma en la súplica a Urbano VIII para la aprobación de su compañía de Misioneros. Es­tas conferencias, algunas las dirigía inmediatamente el Santo o sus Misioneros, y a casi todas las visitaba él, sus Misioneros o la Beata Luisa de Marillac.

Según la práctica establecida por el Fundador, conti­nuaron los Misioneros fundando y visitando «Caridades» en los pueblos que misionaban; y lo propio hacían las Hijas de la Caridad. en sus establecimientos, llenando de este modo muchas regiones del mundo de estas beneméri­tas Asociaciones; pero la impía Revolución francesa y sus. engendros en otros países troncharon este hermoso árbol, y fue precio que el E. Etienne, ayudado de la Vizcondesa de Vavasseur, las restituyera hacia ‘los años de 1840 al 1842.

En esta labor de fundar y dirigir «Las Caridades» me­recen especial mención nuestros Padres españoles del si­glo pasado, que establecieron bastantes, sobre todo en Mé­jico, de las más florecientes aun hoy, y dieron varios años los ejercicios a los señores de las Conferencias de San Vicente.

Puesto que de modelos tratamos, pongamos de nuevo ante nuestra vista los ejemplos de nuestros mayores en el conocimiento y amor que tenían a la doctrina de San Vicente; al frente de todos al ,inteligente e infatigable Hermano Ducournau, de quien dice el P. Coste, y con ra­zón: «Si no por él, lo que sabríamos del Santo sería muy reducido»; él presentó al Consejo de San Lázaro una bien razonada Memoria para que se copiasen las Con­ferencias del Santo, ya que él no las escribía, y el mismo Hermano lo cumplió con verdadero acierto y com­petencia. Lo mismo hicieron con las Conferencias que el Santo dirigía a las Hermanas: ellas mismas lo llevaron a cabo con exquisito cuidado.

Sumo interés tuvieron todos los Superiores Generales en conservar e difundir la doctrina de San Vicente, en especial el P. Etienne, quien después de leer cinco años consecutivos los escritos del Santo, los difundió en sus circulares y comenzó a editarlos; y el P. Fiat, en cuyo tiempo, y a instancias suyas, publicó el P. Pemartín las cartas y conferencias del Santo, usando ambos Generales la tal doctrina como reactivo saludable al decaimiento debido a los trastornos revolucionarios.

Los Misioneros españoles también comprendieron al­gún tanto el valor de la doctrina de San Vicente, porque, no satisfechos con inculcar la devoción a San Vicente, usaban con alguna frecuencia de ella en sus pláticas y sermones. Prueba fehaciente de esto son los preciosos libri­tos del P. Ferrer; basta hojearlos para ver cómo va ci­tando las palabras del Santo en cada materia ascética que trata. Ante estos ejemplos de nuestros antepasados, he­mos de decir con la Sagrada Escritura : «Nunc ergo, o memento te operum patrum quae fecerunt in gene-rationibus suis et accipietis gloriam magnam et nomen aeternuin».

Veamos ahora otras poderosas razones para estudiar la doctrina de San Vicente; son la actualidad de sus Aso­ciaciones y el valor religioso y social de las mismas : para vigorizar esa vida y aumentar ese valor.

  1. P. (C. M.).

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