Nos vamos a ver con un santo moderno, un seglar de categoría, un profesor eminente, el Beato Contardo Ferrini. Muerto, sus restos fueron a parar definitivamente a la capilla de la Universidad Católica de Milán, donde estudiantes y profesores se arrodillan ante quien fue una gloria de la ciencia y de la santidad cristiana.
Nacido en Milán, recibe en su familia una educación cristiana y amorosa, pero muy seria también. Un día el papá, rectísimo, le propinó una fuerte bofetada:
-¿Así respondes a tu padre?
Se marcha el niño llorando, pero reconocerá de mayor:
-¡Quién sabe cuál hubiera sido mi paradero definitivo, de ser otra mi familia y mi educación!
Y el papá dirá, ante la fama de sabio y santo que se ha ganado su hijo:
-¡Qué alegría la que me da este hijo! ¡Cuánta bondad, cuánta virtud la suya!…
Apenas hace la Primera Comunión, siente un ansia insaciable de la Eucaristía. Cuando comulga su hermanita, le escribe lo que él mismo había hecho:
-El día de la Primera Comunión es el día de las grandes e inquebrantables promesas, de las resoluciones que habrán de durar por toda la vida. Salgo fiador del resto de toda tu vida con tal que te acerques a la mesa eucarística con las debidas disposiciones.
Estudiante, Contardo Ferrini es la estampa del pundonor, la responsabilidad y la integridad moral. Llega al internado habiéndose aprendido y dominando las lenguas clásicas y las orientales antiguas. Es un talento privilegiado, y es el primerísimo en una aplicación que lo mata. A la mamá le enorgullecen las cosas que le dicen de su hijo:
-Señora, su hijo es un santo a carta cabal.
Pero ella responde un poco preocupada:
-Sí, y estudia tanto que se suicida.
Una noche la mamá entra en la habitación donde Contardo está sobre los libros, y, sin decirle palabra, de un manotazo le deja sin luz. El hijo comprende, obedece, pero seguirá con la aplicación empedernida.
En su conducta moral es un muchacho íntegro, a pesar de tanto escollo en la universidad. Fiel a su lema: O héroe o réprobo, no declinará un milímetro en la línea que se ha trazado. Su conducta es siempre inmaculada.
Criticado por condiscípulos desaprensivos o incrédulos, él se mantiene firme en sus convicciones. Se le tacha de falta de respeto a la universidad porque ha llevado el cirio en la procesión del Santísimo Sacramento. Y Contardo, muy tranquilo:
-Lejos de denigrarse, más justo será decir que la universidad, por mí representada, si ustedes así lo quieren, se inclina reverente ante su Dios.
Se gradúa con las calificaciones más brillantes, y su tesis doctoral en Derecho le acarrea los máximos honores. Preguntado por su secreto, saca del bolsillo el Crucifijo y lo enseña con modestia:
-Toda la gloria es de Éste.
No le faltaba razón. Sólo sacrificándose tanto con la cruz del estudio, y con la luz del Cielo por tanta oración, se podía conseguir un éxito semejante.
Ya profesor en varias universidades, pasa por todas ellas como un meteoro, dejando en sus cielos regueros de luz. Publica unos doscientos trabajos de mérito indiscutible. Su prestigio aumenta de día en día. Pero, sobre todo, crece sin medida la fama de su virtud cristiana. Para sus alumnos es un amigo con el que cuentan siempre, porque los ayuda con amor inigualable.
Su espíritu es de una delicadeza de sentimientos exquisita. Se embelesa con las obras de arte. Es un deportista activo, sobre todo en el montañismo por los encumbrados Alpes. Sabe conjugar como nadie el estudio, la enseñanza y la piedad.
Sobre su mesa, y entre los libros, siempre le rosario de la Virgen, a la que ama con el candor de un niño, y a la que se confía siempre y en todo:
-¿Que si quiero a la Virgen María? Ella es la fuerza en las tentaciones, el consejo en las dudas, la santidad para toda nuestra vida.
Le apasiona la devoción a la Eucaristía. No deja la Misa por nada del mundo. Y se absorbe ante el Sagrario, porque no resiste la soledad del Señor. No se le cae de los labios una exclamación muy suya: ¡Jesús abandonado!
Hombre de oración, escribe:
-Yo no entiendo un despertarse por la mañana sin descubrir la sonrisa de Dios; ni un dormirse por la noche en otro lugar que el costado de Jesucristo.
Contardo morirá joven, a los cuarenta y tres años nada más. No ha habido manera de que se busque novia. Su corazón se lo ha entregado en exclusiva a Dios, y renuncia a casarse para darse sin preocupaciones a la oración, combinada con una febril actividad en el estudio y en el profesorado.
Ante la figura de Contardo Ferrini, hombre de chaqueta en los altares y con un paquete de libros bajo el brazo, se adivina lo fácil que le resulta a Dios, cuando se le es fiel, hacer de un seglar simpático un santo de mucha categoría…