De antemano agradecemos, aunque suene a protocolo, esta invitación que se nos ha hecho a los jóvenes para iluminar desde nuestra percepción este tema tan relevante como es el de la espiritualidad. Así como por permitirnos compartir con ustedes en torno a un tema tan hermoso como el de la espiritualidad. Ciertamente que si creemos de verdad que la voluntad de Dios se manifiesta a través de las personas, los acontecimientos de nuestra vida y los signos de los tiempos, se hace necesario caer en la cuenta de cuáles son esos signos a través de los cuales hoy hemos de saber leer el querer de Dios.
Como joven que pertenece a una asociación mariana y vicenciana (JMV), se me ocurre que la mejor aportación que puedo hacerles desde mi humilde experiencia en este tema de la espiritualidad es acercarles a la realidad del joven actual, tan diferente a la que yo misma viví, debido a los acelerados cambios que nos está tocando vivir, en la que denominan la era tecnológica.
Quiero confesarles también que he dudado si hablar de espiritualidad vicenciana; pero algo me decía que si hubieran querido que fuese así ustedes tienen expertos para ello, y me resultaba más natural para mí, y más útil quizá para ustedes, el que juntos intentemos analizar cuáles pueden ser las mayores carencias de los jóvenes de hoy y qué aportación podemos hacerles desde la espiritualidad vicenciana. Pues es cierto que quizá otros muchos ofrezcan oportunidades de trabajar para los demás, pero el aporte de una espiritualidad que sustente esa labor de entrega es una aportación que pocos en la Iglesia se atreven a ofrecer.
Aunque soy consciente de que mi análisis se va a ver influenciado por la realidad a la que pertenezco, es decir, mi enfoque se encuentra siempre determinado por mi mirada de joven europeo, también soy consciente de que la realidad que se nos impone es cada vez más uniforme y «globalizante», por lo que siento que puedo hacerme eco de algunas características comunes al mundo juvenil.
Una de las líneas prioritarias en nuestra asociación de la JMV es que los jóvenes seamos evangelizadores de los jóvenes. Para ello siento que es muy importante analizar cómo es y cómo podrá ser el mundo que les va a tocar a las futuras generaciones para poder adaptar lo mejor posible la esencia de la espiritualidad que pretendemos ofrecerles como regalo del Espíritu.
Si la espiritualidad laical vicenciana decimos que debe caracterizarse por un estar insertos en el mundo, con el pobre – pero en el ejercicio de las tares seculares – me van permitir que eche una mirada a este mundo que vive actualmente el joven de hoy, aunque al hacerlo parezca que toco dimensiones que poco tienen que ver con la espiritualidad.
1. Rasgos del joven de la era digital o sociedad del conocimiento
Leyendo la realidad actual y futura quisiera destacar:
- Hasta hace unos años, el conocimiento sólo nos llegaba por el medio familiar o escolar. Hoy está cada vez más al alcance de los jóvenes por otros medios tecnológicos (televisión, teléfono móvil, video, música, videojuegos, Internet…). Pero este exceso de información también genera confusión. Se empieza a hablar de que si en las décadas anteriores se trabajaba por erradicar el analfabetismo, hoy «el exceso de información» también produce, a fin de cuentas, ignorancia porque tanta información empacha y no resulta provechosa. Luego, hoy es importante organizar la esencia del mensaje que queremos transmitir a los jóvenes y dotar a los jóvenes de criterios de valor que les ayuden a discernir, también en clave de espiritualidad.
- Nunca como antes había estado en boca de todos palabras como ajetreo de vida, estrés… ¿tendrá cualquier espiritualidad alguna aportación que hacer al estilo de vida de hoy, donde se favorecen valores de productividad y de eficacia en detrimento de la interacción personal y social?
- Quizá merezca la pena que reflexionemos sobre qué peso vamos a dar en la estructura del mensaje que queremos transmitir en clave vicenciana al contenido teórico, y cuál a la experiencia, para permitir que los jóvenes experimenten en su propia piel aquello que intentamos que descubran. Ante el riesgo de hoy de saturación de información, ¿no habremos de intentar ser más creativos y vivenciales al presentar nosotros los contenidos del mensaje que pretendemos dar a conocer?
- El joven de hoy recibe un bombardeo de estímulos por parte de una sociedad capitalista empeñada en quererle demostrar que la felicidad reside en el tener, más que en el ser. Por si alguien ha dudado alguna vez de en qué medida el carisma vicenciano tiene una buena nueva que comunicar, ¿podemos nosotros transmitirles algún mensaje liberador desde la propuesta del Evangelio?
- Asistimos hoy también a modificaciones en la estructura familiar a raíz del hecho de que, cada vez más, los dos padres trabajan. Por otra parte, la media de hijos por familia desciende: en Europa, por ejemplo, es de 1,8 nacimientos. Muchos niños crecen solos, sin hermanos y con dificultades para la socialización. Desde nuestra experiencia fraterna y comunitaria, ¿podemos ofrecer a estas generaciones que se aproximan novedades aún por descubrir que les enriquezcan en su maduración personal y espiritual?
- En una sociedad que apuesta por la individualización, la competitividad, y en la que el aumento de las desigualdades entre países es cada vez mayor, ¿tendrá nuestra espiritualidad vicenciana aportaciones que hacer que inviten a no aislarnos del sufrimiento del otro? A través de estas líneas voy a intentar demostrar que sí.
- En una sociedad como ésta en la que viven nuestros jóvenes, donde todo trata de estandarizarse, y hasta en la cultura se busca una uniformidad cultural, ¿merecerá la pena que dentro del ámbito cristiano nos esforcemos por dar a conocer la riqueza de carismas con que el Espíritu se muestra en la Iglesia a través de los tiempos para que nuestros jóvenes sientan la alegría de las riquezas propias del carisma vicenciano?
- En una cultura televisiva, con contenidos de baja calidad educativa, caracterizados por programas «basura»; con normalización de la violencia y la falta de valores, ¿merecerá la pena que seamos valientes a la hora de darles a conocer mensajes altruistas, encarnados en hombres y mujeres de continua actualidad como lo fueron Vicente de Paúl y Luisa de Marillac?
Estas son las reflexiones que yo me he tenido que hacer antes de pensar qué aspectos de la espiritualidad serán necesarios destacar hoy para que resulten significativas a los jóvenes con los que nos encontraremos en los próximos años. Ahora quisiera nombrar algunos elementos que pienso que pueden favorecer nuestra tarea de ser transmisores de una herencia espiritual tan rica como la vicenciana.
2. «Preparar la tierra en tiempos de sequía»: un reto para el asesor de hoy
Quiero aludir de manera especial a la metáfora de la sed, que aparece tantas veces en la Biblia, para seguir recordándonos la sed de valores altruistas que hoy tienen los jóvenes, encubierta muchas veces en rasgos de apatía.
Al hablar de espiritualidad es conveniente caer en la cuenta de que la sociedad de hoy no facilita el abrirse a estas dimensiones porque el ritmo de vida ayuda a acompañar a las personas y la religiosidad es una dimensión muy poco cultivada en la mayoría de las familias. Cada vez es más reducido el número de familias que educan a sus hijos en la fe, con lo que también cada vez es mayor nuestra responsabilidad de acompañar en estos procesos.
Desde este punto de vista, sabemos que hay actitudes que dificultan el abrirse a estas dimensiones tales como la distorsión de la información, el exceso de ruidos, el ajetreo, el activismo, el materialismo, el hedonismo, etc. Pero que, en cambio, hay otras actitudes, como la sed de profundidad, que favorecen el que los jóvenes se abran a otras dimensiones y desde ellas puedan llegar a descubrir la voluntad de Dios en sus vidas.
Quizá, de entrada, nuestro reto a la hora de hacer comprender a los jóvenes el lenguaje sutil a través del cual Dios se manifiesta1 es hacerles caer en la cuenta de realidades tan obvias para nosotros como que existe algo más de lo que se encuentran en Internet o que la insatisfacción y la inquietud que sienten tiene una respuesta. En otras palabras, despertar la sed, antes de darles de beber. Ahora veamos cómo puede despertarse esa sed de la que habla el Evangelio.2
a. Cultivar la dimensión del silencio y de la escucha
¿Por qué doy tanta importancia a esta dimensión? Mi experiencia como maestra me ha permitido observar de año en año las dificultades que cada vez más manifiestan los alumnos para concentrarse y escuchar: ¿qué pensar de escuchar a otros niveles más sutiles de la persona, como cuando hablamos de escuchar la «voluntad de Dios»?
Comienzo por hablar de esta dimensión porque la mayoría de los jóvenes de hoy han nacido en una época de mucho activismo y encuentran grandes dificultades para descubrir dimensiones como el silencio porque, de entrada, les da la sensación de estar perdiendo el tiempo. Y es que les ha tocado una época de hiperestimulación, muy desarrollada a algunos niveles pero muy desorientada en otros, donde se hace necesario, cada vez más, enseñar a enfocar la atención también hacia el interior de la persona. Esto, que hace unas décadas podría interpretarse como egocentrismo, aparece hoy cada vez más con rasgos de necesidad.
Muchos jóvenes necesitan descubrir que necesitan menos cosas y más sosiego y quietud para que puedan apreciar los tesoros que todos llevamos dentro. ¿Cómo, si no podrán compartirlos con los demás? Generaciones anteriores tenían más contacto con la naturaleza. En las de ahora, cada vez es todo más artificial, incluso la comida; por eso es bueno que no demos cosas por sabidas. Doy por descontado que la soledad y el silencio nada tienen que ver con la fuga del mundo, con la soledad impuesta, con el aislamiento, con la incomunicación ya que existen muchos tipos de silencio. Nombramos aquí ése que pueden cultivar quienes desean cambiar activamente y auto-construirse si queremos que las opciones que hagan nuestros jóvenes sean de calidad y perduren.
No podemos olvidar, si queremos llevar a cabo una pastoral de calidad, que el trabajo a estos niveles con las personas requiere que acallemos las voces más fuertes: que aplaquemos tensiones, intereses apremiantes y actividades intensas, de modo que la atención no se disipe sino que pueda dirigirse al interior de la persona.
El silencio exterior es necesario pero no basta. Brota como condición previa para la oración, de la que debe brotar todo servicio: cierra la puerta y ora a tu padre, que está en lo secreto.3
Hay otro silencio, el interior, realidad mucho más elevada y difícil de conseguir. Es preciso que la capacidad de concentrarse supere la ansiedad, la necesidad afectiva en los jóvenes y el excesivo activismo. De ahí la importancia de retirarse de los lugares de costumbre para participar en encuentros, retiros o convivencias. No demos por hecho que los jóvenes descubrirán por ellos mismo estas verdades si nosotros no se las mostramos, porque estas verdades no se anuncian en la publicidad ordinaria con la que ellos se encuentran en su diario vivir.
Ojalá nuestros jóvenes encuentren la oportunidad de descubrir entre nosotros que el silencio no es simplemente la ausencia de palabras; que el silencio tiene su propia integridad y una fecundidad palpable. Entonces, la semilla del carisma vicenciano caerá en tierra buena que dará frutos abundantes a su debido tiempo. Para poder encontrarse con el otro y con sus necesidades hemos de saber abrirles un espacio en nuestro interior: para que pueda darse una escucha auténtica, para que tengan con nosotros mismos la experiencia de que estamos abiertos a descubrir otras realidades y para que perciban que nos mantenemos en continua disposición de aprendizaje y que generamos alternativas. Junto con esto: posibilitar espacios donde las personas puedan encontrarse, comunicarse en profundidad y analizar juntos la realidad que nos ha tocado vivir, con espíritu vicenciano de justicia y transformación.
b. Cultivar el discernimiento y el gusto de las cosas
Cada vez más las generaciones actuales se van a encontrar con dificultades para detenerse a pensar y para «degustar las cosas», en el sentido de llevar la atención hacia el interior de la persona y no hacia los estímulos exteriores.
Como contrapartida, en contraste con la sociedad de la abundancia, los Vicencianos tenemos la suerte de haber descubierto valores como la «humildad», «sencillez», la «austeridad», que suponen una contrapartida al engaño de la sociedad mercantilista.
Intuyo que, cada vez más, hay que poner el acento no tanto en la moral exterior, que siempre suena a un poco impositiva, como en la propia experiencia y en la convicción de que lo que contamos son realidades que hemos descubierto: evitando los miedos, valorando realmente a los jóvenes, atreviéndonos a hablar de nuestra propia experiencia y de cómo tuvimos que pasar por momentos de desconcierto y confrontación, para que el propio joven encuentre recursos para las muchas crisis de valores que se le avecinarán a lo largo de la vida.
Sólo en la medida en que inculquemos en los jóvenes el espíritu crítico y posibilitemos experiencias que les ayuden descubrir por ellos mismos el poco peso que tienen los valores del mundo y el mucho peso de los valores evangélicos, podrán ellos comprender el valor y la riqueza de la espiritualidad que intentamos transmitirles. Pero, a menudo, tememos que si les hablamos de estas realidades vamos a parecerles lejanos, y la realidad es que, por aparentar «ser cercanos a ellos», muchas veces no manifestamos lo más auténtico que hay en nosotros, y muy en el fondo «les decepcionamos».
Si queremos que las verdades que intentamos transmitir no se quedan en ideas bonitas o pura ideología, cada vez más necesitaremos que las verdades sean gustadas y saboreadas interiormente, porque los jóvenes tiene una gran apertura al mundo afectivo, y sólo en la medida en la que sean tocados sus corazones movilizarán sus manos. Igual que aprendemos a gozar la presencia de un amigo, hemos de aspirar a que la relación de los jóvenes con Dios les toque todas las fibras de su persona. Queremos que realmente Él esté presente en todos los aspectos de su vida secular. Aquí sólo he intentado apuntar a la necesidad que se van constatando cada vez más de ganar en profundidad, dadas las características de sociedad que nos ha tocado vivir en esta época.
c. Conectar con el sufrimiento de los demás
Hemos de atrevernos a destapar a los jóvenes los datos de la cruda realidad para que abran los ojos y comprendan que queda mucho por hacer, y que para mantenerse en fidelidad a ciertos valores van a necesitar cada vez más fundamentarse en una fuerte vida interior.
Los Vicentinos tenemos la suerte de vivir en relación y en un mundo con sed también de solidaridad. Éste es un mensaje que los jóvenes de corazón abierto saben captar. En todos nosotros está esa sana preocupación por acercar al joven a la realidad del otro, sólo que a veces no sabemos si acertamos con el lenguaje que usamos y con la forma de hacer la invitación. Porque a veces – y digo, sólo a veces – estamos reprochando porque no se hace más, antes de que el joven desde su libertad haya podido optar por hacer ese servicio. Por lo que sé, San Vicente confiaba profundamente en la Providencia. Quizá sea también un valor a recuperar en estos tiempos donde sólo se espera el rendimiento.4
La juventud es una edad en la que la «identidad» del yo necesita asentarse. Pero esta realidad quedará incompleta si olvidamos que somos interdependientes unos de otros. Por eso, es una edad privilegiada para que el joven perciba la posibilidad de esta exquisita conexión con los demás y de que somos responsables unos de otros. Por ejemplo, la conexión que ofrece la gratificante oportunidad de ofrecer atención a una persona necesitada.
Así pues, junto con esta necesidad de identidad del yo, la juventud es una edad en la que tenemos el anhelo de relacionarnos en profundidad con los demás y de tener experiencias de comunidad con otras personas. Jesús decía que cualquier cosa que una persona haga a otro – cuando lo viste, lo ayuda, lo hiere o lo sana – es a Él a quien se hace.5 Cuando somos capaces de distinguir ese mismo espíritu en nosotros mismos y en los demás nos hacemos más flexibles y comienza a ampliarse de forma natural la experiencia del «nosotros». Tenemos tesoros tan valiosos para ofrecer a los jóvenes como la experiencia de la reciprocidad: ¿hay algo más vicenciano?
3. «Labrar la tierra buena»: la audaz tarea del asesor
La principal tarea del asesor vicenciano sería la de hacer que cale en el interior de la juventud la profunda espiritualidad que brota del carisma de San Vicente. Esta propuesta toma un matiz especial en las asociaciones marianas, nacidas por el expreso deseo de la Virgen, como es el caso de la JMV, que toma de María, además de la imitación de sus virtudes (modestia, humildad, silencio, transparencia…), su preocupación por los pobres, tal como aparece en el Magníficat, la visita a Isabel o las bodas de Caná.
Desde la JMV, damos especial valor a las siguientes tareas dentro del proceso catecumenal:
a. Brindar – ofrecer acompañamiento personal y discernimiento
Más que nunca, se hace necesario para un trabajo personal que desemboque en opciones maduras, una confrontación con alguien que aconseje y ayude. Esta labor puede hacerse a través del diálogo persona a persona, o permitiendo que los debates afloren durante el acompañamiento de los grupos.
El joven de hoy puede encontrar en el asesor – esa persona dotada de experiencia, de sanos criterios y disponible – uno que le ayuda a seguir creciendo en su proceso de maduración de la fe. Los jóvenes de hoy son sensibles a la búsqueda de personas objetivas y desinteresadas, sin prejuicios, que puedan seguirlos y orientarlos sin que decidan por ellos.
Conviene dedicar el tiempo oportuno a «revisar». En la JMV esto lo concretamos en la elaboración y revisión del proyecto de vida del joven, porque pensamos que el crecimiento interior no está ligado a la cantidad de contenidos recibidos o desarrollados, sino a la profundidad y asimilación de los mismos. Tan malo puede ser que olviden la necesidad de entrar en sí mismos, como que caigan en una introspección excesiva. De ahí deriva la importancia de un asesor que «toque en el hombro», como hacen los maestros Zen, para que recuerde a los jóvenes que ha llegado el momento de pasar a la acción y al compromiso.
Ante el exceso de propuestas y de datos que les va a llegar a las futuras generaciones, se hace cada vez más necesario enseñar a «reflexionar», porque sólo con esa actitud de fondo pueden hacer nuevas visiones de sí; decisiones o construcciones de la propia existencia.
b. La oración y la vida se corresponden
Para los Vicencianos, el «quehacer contemplativo» y el «quehacer activo», lejos de oponerse se complementan; son dos aspectos inseparables, como dos caras de la misma moneda, porque el joven comprometido necesita de ambos a fin de que sus relaciones con Dios, con los demás y con el mundo sean personalmente armoniosas, espiritual y apostólicamente eficaces, eclesial y socialmente convincentes. Por lo tanto, hay que hacer comprender al joven que «cuando se habla de espiritualidad activa o de acción, lo que se quiere indicar es que la acción es el punto de referencia a la hora de indicar las fuentes inspiradoras de las que beber, las metas que se pretenden lograr y las motivaciones más convincentes que hay que asumir».6
Es evidente que la transformación de nuestra vida sólo nos puede venir de Dios (no nos engañemos), de la experiencia del Espíritu, de despojarnos de nuestro hombre viejo, nuestro yo superficial y de abrirnos a nuestro ser esencial y a Dios en nosotros. De ahí, del agua y del Espíritu,7 nacerá el hombre nuevo, vivificado por el Espíritu de Dios. ¿Dónde enseñaremos al joven esta transformación interior si no es enseñándole a orar? A ello aludía San Vicente con su famosa frase: dadme un hombre de oración y será capaz de todo.8
Yo soy de las comparto estas palabras de Karl Rahner, porque entiendo que el seglar, o toma en serio estas cuestiones o tiene más riesgo que nadie de acabar engullido por la mentalidad del mundo:
Ya se ha dicho que el cristiano del futuro será místico o dejará de ser cristiano. Esta frase es correcta y su verdad y su peso se harán más patentes en la espiritualidad futura, cuando por místico no sean entendidos fenómenos parapsicólogos, sino una auténtica experiencia de Dios que emana del centro de la existencia. La tenencia del Espíritu no es alguna cosa cuya circunstancia nos será indoctrinada sólo desde fuera, de una manera didáctica, como realidad que está más allá de nuestra conciencia existencial… sino que será experimentada desde el interior.9
Pero para que nuestros jóvenes lleguen a vivir este nivel de espiritualidad, necesitan comenzar por desarrollar, paso a paso, una pedagogía de la oración, e insertarla en su vida diaria como natural. La oración es un tiempo pasado con Dios a la escucha. Esto es algo que los jóvenes tienen que descubrir personalmente. A ello se debe unir un desarrollo en los grupos de una sabia pedagogía de la oración.
La Madre Teresa de Calcuta decía respecto de la oración: cuanto más recibimos en oración silenciosa, más podemos dar en nuestra vida activa. Necesitamos silencio para poder llegar a las almas.
Verán que utilizo citas de otras personas, de fuentes extra-vicencianas, porque otra característica es que los jóvenes también valoran mucho esta apertura para aprender de todo lo que nos ayude a entender el Evangelio.
Es cierto que el mismo San Vicente hablaba de dejar a Dios por Dios, pero es obvio que se trataba de otras situaciones, en un ambiente donde parecía excesivo abandonar la plegaria por la caridad. Desde mi experiencia, hoy los jóvenes necesitan «reencontrar a Dios, para poder servir», recuperar y descubrir esos espacios de encuentro con Dios, para que su servicio no se quede en un mero activismo.
Hay jóvenes que dicen que les va muy bien en la vida pero que en la oración no se centran, se aburren, no saben qué hacer. ¿Será verdad que a un joven pueda irle muy mal en la oración y muy bien en la vida? Habría que preguntar a esa persona si cuando lee, trabaja, conduce… está centrada en lo que está haciendo o está pensando en otro asunto. Es muy probable que en el ajetreo de la vida diaria esa persona, al no pararse, no acierte a caer en la cuenta de las tensiones; de que está dispersa, distraída… En realidad, es el mismo problema el que se vive cuando se ora que cuando se trabaja o se sirve a los demás, porque la persona es la misma. Una persona superficial vive y ora superficialmente. Una persona profunda vive y ora maduramente. Creo que, especialmente los Vicencianos, debemos insertar la oración como parte esencial de nuestra vida.
c. Los asesores: maestros de vida interior
Mucho de lo expuesto anteriormente, reconocemos honradamente, no se adquiere leyendo un libro. El arte, la disciplina, se adquieren a través de una escuela y bajo la dirección de maestros conocedores de las tradiciones. De ahí que, por muchos medios tecnológicos que lleguen, nada podrá mermar en nuestras asociaciones vicencianas la necesidad de asesores que nos introduzcan en los fundamentos de la espiritualidad y que expliciten la manera de hacer que los jóvenes los vayan asimilando.
Completando los dos puntos anteriores, son muchas las aportaciones que podríamos ir agregando, adaptándolas a la realidad a la que después nos quisiéramos dirigir. Brevemente se me ocurre enumerar otros aspectos que pueden guiar la labor de la asesoría:
- Creación de un espíritu crítico, propiciador de un cristianismo maduro;
- Búsqueda de la coherencia de vida;
- Apuesta clara por la vivencia de los valores vicencianos que se desprenden del Evangelio y del carisma de San Vicente;
- Vivencia de esos valores como resultado de una opción personal, discernida, crítica, libre y con visión humanista;
- Creatividad litúrgica, exenta de ritos incomprensibles para el hombre actual y, a la vez, abierta a la diversidad de culturas;
- Comprensión de los fundamentos de nuestra espiritualidad vicenciana y adaptación de sus contenidos al hombre de hoy, con concreciones que puedan ser llevadas a la práctica.
Las personas espiritualmente desarrolladas no son necesariamente gente que haga mucho, que cae en «activismos», sino más bien personas al rededor de las cuales se hacen cosas interesantes porque han acertado a ser dinamizadoras del potencial de los otros, encaminándolos al bien común y a la justicia social.
4. «Esperar pacientemente los frutos»: a modo de conclusión
Para finalizar, quiero recordar uno de eso hechos que lo marcan a uno de por vida, aunque cuando lo estamos presenciando no acertamos a comprender el alcance que tendrá para nosotros. Me viene a la memoria el ejemplo evangélico de una callada Hija de la Caridad que conocí hace unos años en Cuba. Ella servía, como tantas otras, a los pobres de un hospital psiquiátrico de La Habana Vieja, llamado «La Edad de Oro». Observando las condiciones en las que trabajaba esa mujer y el trato que dispensaba a aquellos enfermos, comprendí la fuerza que tendría que tener en su vida la oración y el Evangelio. Yo sólo la acompañé durante unos minutos, apenas cruzamos palabras. Tampoco las necesité, porque toda ella era testimonio, era una con el pobre. Ella, por su parte, nunca conocerá el alcance que en manos del Espíritu tuvo su fidelidad al servicio, ni la fuerza que un gesto así puede llegar a tener.
Estoy convencida de que las personas en las que verdaderamente ha calado una espiritualidad, son portadores de ella como una segunda piel y no necesitan hablar mucho para hacerse entender.
Para terminar, les invito a quedarnos con una cita del P. Miguel Pérez Flores, C.M., que expresa cómo la espiritualidad laical vicenciana:
es una espiritualidad cristiana de vida y acción, inspirada en Cristo, evangelizador y servidor de los pobres; en sintonía con la Iglesia, centrada en la práctica de la caridad como valor supremo del evangelio, preferentemente por los pobres; actual y testimonial, animada por las virtudes de sencillez, de humildad y del celo, atenta a los signos de los tiempos, a las llamadas de la Iglesia y al clamor de los pobres.10
San Vicente tuvo el don de la creatividad, de la adaptación y de la actualización. Estoy segura de que también ustedes lo han heredado. Prueba de ello es que están hoy aquí, provenientes de muy diferentes realidades pero unidos por un mismo celo apostólico. Pidamos al Espíritu en estos días que encienda en nosotros el mismo fuego que encendió en el corazón de San Vicente, para que, como asesores de las asociaciones vicencianas, sintamos de verdad que: «hemos sido escogidos por Dios como instrumentos de su caridad inmensa y paternal».11
- Cf. 1 Re 19, 9a. 11-16.
- Jn 4,11-15.
- Mt 6, 6.
- A propósito, decía San Vicente: El verdadero misionero no tiene que preocuparse de los bienes de este mundo, sino poner toda su confianza en la providencia del Señor, seguro de que mientras permanezca en la caridad y se apoye en esta confianza, estará siempre bajo la protección de Dios; por consiguiente, no le sucederá nada malo ni le faltará bien alguno. (SV XII, 143 / ES XI, 732).
- Cf. Mt 25,40.
- PEREZ FLORES Miguel, «Introducción a la espiritualidad vicenciana laical» en Avivar la caridad. Nº 1. CEME, Salamanca, 1997, p. 77.
- Cf. Jn 3, 5.
- SV XI , 83 / ES XI, 778.
- K. Rahner, citado por W. Jager, Encontrar a Dios hoy a través de la contemplación. Narcea, Madrid 1991, pp. 57-58.
- PEREZ FLORES Miguel, «Introducción a la espiritualidad vicenciana laical». Op. cit, p. 87.
- SV XII, 262 / ES XI, 552.