Queridos amigos
Estamos en el día más importante del año, Pascua de Resurrección. Y ¡aleluya!, palabra hebrea que significa Gloria a Dios, es el grito de júbilo que nos sale incesante del corazón, porque Jesús ha resucitado.
Alguien que estaba muerto -¡y qué muerte!- y enterrado de tres días, resucitó. Es la noticia más grande e impactante de la historia: un hombre, llamado Jesús, resucitó por sí mismo de entre los muertos…
Para nosotros, la Resurrección del Señor es lo que da sentido y validez a nuestra fe, pues seríamos los hombres más infelices si Cristo no hubiese resucitado, como observa S. Pablo (1 Cor 15, 19). Es también lo que anima y empuja nuestro empeño de hacer realidad en esta vida, aquí abajo y ahora, lo que esperamos obtener en el más allá (paz, felicidad, libertad, amor…). Lo lograremos en la medida de nuestro empeño y sacrificio, pues no hay resurrección sin muerte ni victoria sin lucha.
Por mi parte, al felicitarles a ustedes por la Resurrección del Señor, que es garantía y anticipo de la nuestra, les invito a vivir un vida renovada, llena de optimismo, con la mirada puesta en los valores del evangelio y “de arriba”, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios (Col 3,1-4), y con el compromiso de transformarnos y de transformar el mundo.







