Lección de agronomía en el Evangelio
Desde niño he visto las cosas que hacen los hombres del campo. También Jesús vivió en el campo y le eran familiares las acciones de sus coetáneos. Vio sembrar y cosechar, vio limpiar los campos de malas hierbas y quemarlas, vio podar las viñas y vio brotar los pámpanos verdes en primavera, pámpanos que luego se llenarían de racimos. Con todos esos elementos agrícolas fue tejiendo las parábolas con las que hacer inteligibles temas como: Providencia de Dios, amor, Reino de Dios, perdón y reconciliación, ternura y compasión….Jesús se fijó en que el corazón del hombre campesino vive a caballo entre la alegría de su esfuerzo y el agradecimiento del regalo que Dios le da en sus cosechas. ¡Eso es vivir en Dios! ¡Qué bien nos lo expresó San Vicente: «Entre la sencilla gente del campo se vive la verdadera religión»!
Hoy habrá que mirar la vida como productora de bien, de servicios y de amor. Hay una manera maravillosa de hacer pronto el bien. Es injertarse. En agricultura se suelen tomar árboles ya crecidos y en sus ramas se injertan esquejes de otros árboles. Esos injertos dan fruto muy pronto porque son parte del árbol desarrollado. Pero la rama injertada produce el fruto de su propia clase, no de la clase del árbol. Si nos injertamos en Cristo, no perdemos nuestra propia naturaleza, nuestra propia personalidad, daremos frutos humanos según lo que somos. Pero quien nos alimenta es Cristo, el tronco, el árbol. Ya nos decía el Papa al hablar en Aparecida: «No tengan miedo a unirse con Cristo, Él no te quita nada, nada, nada. Él te da todo». Así como el árbol alimenta al injerto para que sea él mismo y dé fruto según es él, Cristo nos alimenta para que seamos lo que Dios ha hecho de nosotros: Creaturas a su imagen y semejanza.
Vivir como cristiano es tener el corazón contento y saber admirarnos de tanta bondad y tanta acción gratuita de Dios (gracia). Me gustaría saber de dónde sacan miedos a Dios todas esas personas que rechazan a Cristo, a Dios y a la Iglesia porque, dicen, no les dejan vivir con libertad. ¡Si conocieran el don de Dios, correrían a conocerlo y vivir siempre unidos a Él! Pero habrá que meditar a ver si nosotros, que nos llamamos cristianos, estamos trasmitiendo una imagen de Dios que provoque acogerlo y conocerlo. Un cristiano que no valore la vida, un cristiano que viva en miedo y tristeza, un cristiano sin coraje y con pánico a amar y hablar con todos los seres del mundo… ¿Qué Dios trasmite a los demás?
Necesitamos reflexionar mucho y tomar decisiones sobre la alegría, sobre el buen ánimo, sobre la belleza que existe en el mundo, sobre el trabajo y los frutos del mismo, sobre el amor y la ternura, sobre las capacidades nuestras y las de los demás. Si vamos caminando así, no tendremos tiempo para aburrirnos. Si se viviera así, no serían nuestros noticieros de televisión una exposición monocorde de asaltos, muertes, robos, violaciones. Habrá que cerrar los noticieros cuando veamos que sólo se fijan en la maldad y porquería del mundo y nunca hablan de lo bueno. El propagar la maldad genera más maldad. Propagar los maravillosos ejemplos producirá más ejemplos maravillosos. Entonces el tronco fuerte de Jesús alimentará nuestras ramas y daremos fruto para la vida.







