La institución de la Congregación de las Hijas de la Caridad se debe al celo extraordinario del esclarecido San Vicente de Paúl, en el año 1633.
El objeto de tan benéfico Instituto es el servicio de enfermos en los hospitales, el cuidado de los huérfanos y niños expósitos, y la enseñanza a las niñas de la doctrina cristiana y labores propios de su edad y sexo. Al fundar dicha Congregación, no parece otra cosa sino que el Apóstol grande de la caridad quiso hermanar todas las obras’ de misericordia, tanto espirituales como corporales, con que los hombres puedan ser útiles a sus semejantes. Las Hijas de la Caridad no son religiosas, pues no se ligan con votos solemnes y perpetuos. Concluido su noviciado hacen tan sólo por un año el voto de obediencia, pobreza y castidad, así como el de servir a los pobres; pasado cuyo tiempo, si su voluntad es el perseverar, tienen que renovarlo anualmente.
Con tan sabias como prudentes disposiciones quiso precaver sin duda el santo Fundador los graves inconvenientes que pudieran seguirse si viviendo fuera de clausura, entre los peligros del mundo y en ministerios tan delicados y penosos, decayesen de su buen espíritu y santo propósito, en que sólo la vocación y el amor de Dios y del prójimo pueden mantenerlas, contribuyendo a ello también las estudiadas reglas que para santificarse en tal género de vida les dio, siendo entre otras las de oración mental diaria, Ejercicios espirituales de diez días todos los años, frecuencia de sacramentos, vida común, y el retiro y abstracción siempre que la obediencia lo permita.
Con medios tan poderosos conservan en todas partes la buena lama de la honestidad, y se granjean el aprecio de todos por la exactitud en el cumplimiento de sus penosos y delicados deberes. Fue tal el rápido progreso que hizo la Congregación de las Hijas de la Caridad en Francia, Saboya, Polonia y Alemania, que, según el autor de la Vida de San Vicente de Tila, contaba ya por el año 1730 más de trescientas casas. Sin embargo de esto, en España tan sólo era conocida en este tiempo por el relato que los viajeros hacían de los importantes servicios prestados por las hijas de la Caridad en aquellas naciones. Mas llegó por fin la época en que nuestra católica España se vio favorecida con tan benéfico Instituto, cabiendo la dicha de ser el primero en procurar su realización al virtuoso Canónigo de Barbastro D. Antonio Jiménez, quien en 1783 dejó todos sus bienes para la fundación en dicha ciudad de una Casa-Colegio de Hijas de la Caridad, a cuyo cargo habría de estar la enseñanza de las niñas.
Mientras se obtenía la licencia Real y se practicaban las diligencias necesarias para la dicha fundación, los Sacerdotes de la Misión, establecidos en Barbastro, y que deseaban ardientemente ver introducidas en España a sus Hermanas las Hijas de la Caridad, enviaron a París seis doncellas, cuatro catalanas y dos aragonesas, naturales estas últimas, María Blanc, de Barbastro, y Manuela Lecina, de Besians, (lugar de la diócesis), a fin de que teniendo allí el noviciado, y bien instruidas en sus prácticas y método de vida, pasaran después, unas a Barbastro, otras al hospital de Barcelona, para donde habían sido pedidas a un mismo tiempo.
Regresadas las seis en el 1790, fueron admitidas por de pronto en el citado Hospital; pero no conformándose con las de su Instituto las reglas que trataron de imponerles los administradores del establecimiento, lo abandonaron al poco tiempo. Las dos aragonesas se retiraron al monasterio de Sigena, donde bien recibidas y hospedadas permanecieron durante el curso de las diligencias para fundar en Barbastro. Obtenida por fin la licencia Real en 1792, tuvo lugar la fundación en dicha ciudad, así como a la vez en Lérida y Reus, conseguidas las tres por medio del Excelentísimo Sr. Conde de Aranda, Ministro interino, quien durante su cargo de embajador en París se había penetrado bien de las grandes ventajas y utilidades que reportan los pueblos en que residen las Hijas de la Caridad. No siendo suficientes los bienes que dejó el señor Canónigo Jiménez para mantener las maestras, ni su casa destinada para el Colegio bastante capaz para la habitación y escuelas, ni proporcionada para la concurrencia de las niñas, por estar en un extremo de la población, hubo necesidad de acudir por parte de la población al Supremo Consejo de Castilla, quien accediendo a la súplica que se le hizo, señaló de los propios de aquélla la cantidad de cuarenta mil reales para la compra de una casa que reuniese las condiciones apetecidas, y cuatro mil cuarenta y siente reales cada año del sobrante de dichos propios para la manutención de seis maestras. En virtud de estas concesiones se hizo la escritura de capitulación, con expresión de los pactos y obligaciones por ambas partes, la que aprobó el Consejo Real, recibiendo la Casa de Hijas de la Caridad de Barbastro bajo su inmediata protección, según decreto dado en Madrid a 9 de Agosto de 1799.
En el siguiente año salieron de Barbastro para fundar en la Inclusa de esta Corte y cuidar de los expósitos cinco Hermanas, y entre ellas Sor Manuela Lecina, Superiora de la Casa de Barbastro, con el mismo cargo para dicho punto. Posteriormente, según el Rvdo. Padre Ramón de Huesca, han ido de Barbastro a Madrid en dos veces ocho Hermanas, y con el mismo destino, distinguiéndose notablemente por su esmerado cuidado para con los expósitos. También en 1805 salieron tres Hijas de la Caridad. dos de la Casa de Lérida y una de la de Barbastro, para fundar en Pamplona, habiéndolo verificada después en otras diferentes partes.
El número de Hijas de la Caridad que por lo regular cuenta el Colegio de Barbastro es el de seis, a cuyo cargo se halla la educación y enseñanza, así de las alumnas internas como de las externas. Las primeras han de contar, para ser admitidas, de siete a dieciséis años. Aparte de la instrucción religiosa, reciben la de lectura y escritura, y la contabilidad por los sistemas antiguo y moderno, gramática castellana y elementos de historia y urbanidad. Se las enseña toda clase de costura, planchado y bordado sobre tela con hilo, algodón, seda, felpillas, plata y oro; y en el trabajo de abalorio varias obras de utilidad y agrado; a voluntad de los interesados se las instruye también en música y dibujo.
Las colegialas están del todo separadas de las clases de niñas externas, y únicamente bajo la inmediata inspección de sus particulares maestras, que son las directoras, quienes, en unión con la Superiora del Colegio, procuran fomentar su educación moral y política, sin perder jamás de vista cuanto conduce a formar una joven social, amable y virtuosa. La Escuela de niñas externas, que por lo regular se compone de más de trescientas alumnas, se halla dividida en tres clases, y éstas en cuatro secciones, abrazando todos los ramos de enseñanza, desde el punto de media al bordado de todo género, con más la lectura, escritura y cuentas.
Tales son los importantes servicios que a la sociedad prestan las Hijas de la Caridad, debiéndoles muchos padres de familia la religiosidad y esmerada educación de sus hijas, y muchos maridos la bondad, buen gobierno y virtudes de sus esposas. Todo sin perjuicio de estar dispuestas a socorrer y cuidar a los enfermos si se las llama, y bien sabido es el esmerado celo de aquéllas, que con justicia han llegado a apellidarse