Curso de formación sobre la encíclica "La Caridad en la Verdad"

Francisco Javier Fernández ChentoFormación CristianaLeave a Comment

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Autor: José-Román Flecha Andrés .
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Del 28 al 29 de diciembre tuvo lugar en la Casa Provincial de la Congregación de la Misión de Zaragoza un curso de formación para misioneros, impartido por José-Román Flecha Andrés, catedrático de Bioética de la Universidad Pontificia de Salamanca. A continuación ofrecemos los apuntes de dicho curso.

1. Globalización y desarrollo

Firmada el día 29 de junio y ampliamente esperada, el día 7 de julio se ha publicado la tercera carta encíclica del Papa Benedicto XVI. La primera estaba dedicada al amor y la segunda a la esperanza.

Esta tercera carta lleva por título «Caritas in veritate» por la frase con la que se abre: «La caridad en la verdad, de la que Jesucristo se ha hecho testigo con su vida terrenal y, sobre todo, con su muerte y resurrección, es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrolló de cada persona y de toda la humanidad» (CV 1).

La alusión al desarrollo nos recuerda que este amplio documento pretendía en principio conmemorar los 40 años de la encíclica «El Progreso de los pueblos» publicada por Pablo VI en 1967. En sintonía con ella, también este Papa insiste en la necesidad de promover un desarrollo integral y no solamente económico o tecnológico.

La crisis económica

Como ya había trascendido anteriormente, la nueva encíclica dedica una amplia atención al fenómeno de la crisis económica y financiera. Según el Papa, la crisis «nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo» (CV 21).

Benedicto XVI menciona repetidamente el fenómeno de la globalización de la pro­ducción, el mercado y la economía para afirmar que puede implicar aspectos positivos y negativos.

De todas formas, «la globalización ha de entenderse ciertamente como un proceso socioeconómico, pero no es ésta su única dimensión» (CV 42). En un mundo globalizado, todo nos invita a redescubrir los ideales de la gratuidad y la fraternidad.

Empresa y moralidad

Estando así las cosas, alude el Papa al nuevo papel de las empresas en esta época, y a los problemas que genera su deslocalización. Como se sabe, muchas grandes empresas, cambian de lugar y hasta de país, buscando mayores rendimientos, desgravaciones fiscales o leyes laborales más permisivas. En muchos casos hay personas que quedan sin trabajo y regiones que ven frustradas sus esperanzas de desarrollo.

La encíclica recuerda que el desarrollo económico ha estado aquejado por desvia­ciones y problemas que la crisis ha puesto de manifiesto. Entre ellos menciona «una acti­vidad financiera mal utilizada y en buena parte especulativa, los imponentes flujos migratorios, frecuentemente provocados y después no gestionados adecuadamente, o la explotación sin reglas de los recursos de la tierra» (CV 21).

Sabe el Papa que hoy se procura dar un estilo ético a la empresa, pero afirma que no es indiferente cualquier ética. Subraya las tasas aduaneras que se imponen a los países en vías de desarrollo y recuerda el problema del desempleo y las dificultades para mantener la seguridad social. Considera el papel de los sindicatos y espera que se desvinculen del ámbito político para acercarse más a la sociedad civil. Alude a los aten­tados contra la familia y la vida humana y la utilización de la religión como excusa para la violencia.

Aboga el Papa por un nuevo diálogo interdisciplinar, mientras propugna una socie­dad que redescubra la centralidad de la persona, abierta a la trascendencia y que pro­mueva un desarrollo genuinamente integral.

2. Amor, verdad y libertad

En el primer párrafo de su encíclica «Caridad en la verdad», firmada el 29 de junio de 2009, el Papa afirma que «la caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad» (CV 1). Esta afirmación requiere una sencilla observación. Según el Papa, «el amor —»caritas»— es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz». Ya se sabe que el amor desencadena enormes energías tanto en la persona que ama como en la que se siente amada.

Es cierto que el amor puede confundirse con falsas apariencias. Por eso requiere la garantía de la verdad, como la verdad, pide el calor y la dedicación que brotan del amor. La verdad se propone, no se impone. Y tal propuesta sólo es creíble cuando nace del amor: «Defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad». Estas experiencias fundamentales nunca se deberían olvidar. Obedecen a la naturaleza humana, que un creyente descubre como diseñada por Dios. «Todos los hombres perciben el impulso interior de amar de manera auténtica; amor y verdad nunca los abandonan completamente, porque son la vocación que Dios ha puesto en el corazón y en la mente de cada ser humano».

El amor viene de Dios

Junto a la explicación racional, la encíclica presenta una explicación religiosa que puede ser compartida por los creyentes en un Dios personal. De hecho, la fuerza del amor «tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta». En el verso con el que Dante concluye la Divina Comedia confiesa que su amor y su querer se vieron al fin mo­vidos por el Amor que mueve al sol y las estrellas.

La verdad no es un invento de la persona, sino que obedece al designio de Dios. En la identidad del querer de la persona con el proyecto último de Dios consiste la verdadera libertad: «Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, acep­tando esta verdad, se hace libre». Algunos han dicho que «la libertad nos hace verdaderos».

Esa afirmación tiene el mérito de repudia la falsedad de toda dictadura. Pero al decir que «La verdad os hará libres», Jesús nos enseña que aceptar la realidad última del ser humano, como ha sido querido por Dios, es la fuente de la auténtica libertad.

Jesucristo en el centro

Finalmente, la encíclica incluye una tercera referencia específicamente cristiana: «Jesucristo purifica y libera de nuestras limitaciones humanas la búsqueda del amor y la verdad, y nos desvela plenamente la iniciativa de amor y el proyecto de vida verdadera que Dios ha preparado para nosotros».

La fe cristiana afirma que Jesús revela la verdad sobre Dios y la verdad última so­bre el ser humano. «En Cristo, la caridad en la verdad se convierte en el Rostro de su Persona, en una vocación a amar a hermanos en la verdad de su proyecto. En efecto, Él mismo es la Verdad».

Así pues, la encíclica se sitúa en primer lugar en un plano racional, común a creyentes y no creyentes, apela después a la fe en Dios que comparten muchas personas que profesan diferentes religiones; y termina haciendo una explicita confesión cristiana.

3. Desarrollo y vocación

En la encíclica «La caridad en la verdad» de Benedicto XVI retorna de nuevo la cuestión del desarrollo, a la que ya Pablo VI había dedicado una larga atención en 1967. La palabra «desarrollo» aparece ya en el n. 4, con una frase que puede parecer provocadora: «En el contexto social y cultural actual, en el que está difundida la tendencia a relativizar lo verdadero, vivir la caridad en la verdad lleva a comprender que la adhesión a los valores del cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano integral» (CV 4). La clave para entender esta afirmación se encuentra en esas últimas palabras. ¿Pero qué es un verda­dero desarrollo humano integral? En realidad nos cuesta trabajo entender lo que es y los que no es.

Lo que no es el desarrollo

Para comenzar, el desarrollo no puede reducirse a la acumulación de tecnología. Podemos contar con grandes y poderosos instrumentos y, sin embargo, no avanzar en el conocimiento de nosotros mismos ni en el entendimiento con los demás. El movimiento ecologista nos ha ayudado a comprender que no basta perfeccionar la técnica, sino que es preciso apelar a la ética para mantener un crecimiento sostenible.

Por otra parte, el desarrollo tampoco puede ser egoísta. Es ya un tópico afirmar que no seremos libres mientras siga habiendo esclavos a nuestro alrededor. De forma seme­jante, se puede también afirmar que no habrá desarrollo humano integral, mientras se permita o se provoque el subdesarrollo de los demás, sean individuos o pueblos enteros. Por eso la encíclica afirma que «la verdad originaria del amor de Dios, que se nos ha dado gratuitamente, es lo que abre nuestra vida al don y hace posible esperar en un desarrollo de todo el hombre y de todos los hombres» (CV 8).

Finalmente, el desarrollo tampoco puede ser parcial. El crecimiento parcial de un órgano genera una monstruosidad. También el desarrollo social tiene que ser integral. La integridad del desarrollo ha de incluir el cuerpo y el espíritu, la horizontalidad y la vertica­lidad de las relaciones, el tener y el ser, el individuo y el grupo, la humanidad y el ambiente creado.

Por eso repite la encíclica que el desarrollo no puede ser considerado antihumano. Este mundo secularizado no puede ni debe acusar a los cristianos de ser enemigos del progreso, siempre que se entienda liberado de esas tres tentaciones de tecnologismo, egoísmo y parcialidad.

La fe y el progreso

Es preciso insistir. Se equivocan los que piensan que la fe es enemiga del progreso. Según el Papa, «la idea de un mundo sin desarrollo expresa desconfianza en el hombre y en Dios» (CV 14). Dios no es un freno para el desarrollo humano. Pero tampoco se puede promover el desarrollo humano de espalda o en contra del proyecto divino sobre el hombre y sobre el mundo. De ahí que el desarrollo humano integral haya de ser entendido como una vocación, es decir, como la respuesta humana y humanizadora al proyecto de Dios (CV 11.16). Es verdad que ese proyecto puede ser descubierto por la razón, pero también es verdad que el creyente sepa que la razón no es negada sino ayudada y purificada por la fe.

Los valores y los ideales propios de la fe cristiana no son un obstáculo, sino un estímulo para un desarrollo integral, que se basa necesariamente en la caridad y en la verdad. Cuesta trabajo hacerlo entender a algunos, pero no estamos llamados a imponer nuestra fe, sino a proponerla con humildad y respeto.

4. Laicismo, razón y Fe

Además de apuntar a los problemas sociales de hoy, la encíclica «Caridad en la ver­dad», de Benedicto XVI ha evocado el mayor tabú de nuestro tiempo: el que considera la fe como el mayor obstáculo para la realización humana. Nuestra sociedad secularizada ignora y desprecia la fuerza y la riqueza de la fe. Ya al comienzo de la encíclica dice el Papa que «la verdad es luz que da sentido y valor a la caridad. Esta luz es simultánea­mente la de la razón y la de la fe, por medio de la cual la inteligencia llega a la verdad natural y sobrenatural de la caridad, percibiendo su significado de entrega, acogida y comunión» (CV 3). Como si necesitara legitimar los pronunciamientos de la doctrina social de la Iglesia, recuerda el Papa que ésta no es otra cosa que la caridad en la verdad que se aplica a los asuntos sociales. Esa doctrina es servicio de la caridad, pero en la verdad. «Es al mismo tiempo verdad de la fe y de la razón, en la distinción y la sinergia a la vez de los dos ámbitos cognitivos» (CV 5).

Dos tentaciones

Cuando la fe ignora la razón puede caer en el fundamentalismo. Cuando la razón desprecia la fe cae en el laicismo. Ambas posturas son reductivas y excluyentes. Aunque se miren con recelo, ambas nacen del mismo error antropológico. Las dos privan al ser humano de algo que le es propio: su ser racional y su ser creyente.

El mundo de hoy piensa que esas posturas son antagónicas. Pero es una sorpresa descubrir que nacen de la misma raíz. «En el laicismo y en el fundamentalismo se pierde la posibilidad de un diálogo fecundo y de una provechosa colaboración entre la razón y la fe religiosa. La razón necesita siempre ser purificada por la fe, y esto vale también para la razón política, que no debe creerse omnipotente. A su vez, la religión tiene siempre necesidad de ser purificada por la razón para mostrar su auténtico rostro humano. La ruptura de este diálogo comporta un coste muy gravoso para el desarrollo de la humani­dad» (CV 56). Es bueno subrayar esa necesaria relación que ha de existir entre la fe y la razón. Ambas se enriquecen y se purifican en el encuentro. Ambas pierden cuando se excluyen la una a la otra.

Investigación y bioética

Si esa mutua excomunión daña el ámbito político, falsea también el campo de la investigación, como se ve hoy día en la discusión bioética. En ella parece imponerse la elección entre dos tipos de razón: una razón abierta a la trascendencia o una razón en­cerrada en la inmanencia. Es una alternativa decisiva que, al final se vuelve contra el sentido último del hombre y de lo humano. La fe y la razón descubren al ser humano el camino de la salvación.

«La racionalidad del quehacer técnico centrada sólo en sí misma se revela ‘como irracional, porque comporta un rechazo firme del sentido y del valor. Por ello, la cerrazón a la trascendencia tropieza con la dificultad de pensar cómo es posible que de la nada haya surgido el ser y de la casualidad la inteligencia. Ante estos problemas tan dramáti­cos, razón y fe se ayudan mutuamente. Sólo juntas salvarán al hombre. Atraída por el puro quehacer técnico, la razón sin la fe se ve avocada a perderse en la ilusión de su propia omnipotencia. La fe sin la razón corre el riesgo de alejarse de la vida concreta de las personas» (CV 74).

Nuestra sociedad no debería tener miedo de la fe. Tampoco debe abdicar de la razón para caer en la telaraña del espontaneísmo, del mero sentimiento o del pragmatismo. No nos ayuda a ser personas la irracionalidad del gusto o del placer, pero tampoco la búsqueda exclusiva de la utilidad y los buenos resultados.

«Dios revela el hombre al hombre; la razón y la fe colaboran a la hora de mostrarle el bien, con tal que lo quiera ver; la ley natural, en la que brilla la Razón creadora, indica la grandeza del hombre, pero también su miseria, cuando desconoce el reclamo de la verdad moral» (CV 75).

5. Cuatro problemas de hoy

La encíclica «Caridad en la verdad» no pretende ser un muestrario de calamidades. Es una profunda reflexión sobre el ser humano y sus últimas aspiraciones, sobre sus energías y posibilidades, sobre todo si se mantiene unido a la fuente divina del amor y de la gracia. Sin embargo, el Papa Benedicto XVI no se mueve en el ámbito de la pura abstracción. De hecho, nos invita a mirar con atención el panorama que hoy presenta nuestra sociedad. En ella descubre algunos fenómenos que requieren una mayor responsabilidad moral. Baste recordar cuatro de ellos.

Colaboración y educación

En primer lugar aparece la dimensión mundial de la crisis económica. De una u otra forma nos afecta a todos y revela la crisis de los valores morales que padecemos. Con todo, «la ayuda al desarrollo de los países pobres debe considerarse un verdadero instru­mentos de creación de riqueza para todos».

Ante la crisis mundial se impone más que nunca la apelación a los principios de solidaridad y de subsidiariedad. Los países más desarrollados pueden y deben eliminar derroches, rentas abusivas y gastos burocráticos y destinar mayores porcentajes de su producto interior bruto para ayudas al desarrollo (CV 60).

En segundo lugar, el Papa menciona la educación. No se trata sólo de la instruc­ción o de la formación profesional, Entendida como formación completa de la persona, la educación es una condición esencial para la eficacia de la colaboración internacional. En consecuencia, la solidaridad internacional ha de facilitar a los países en vías de desarrollo un mayor y mejor acceso a la educación (CV 61).

Las migraciones y el trabajo

En tercer lugar, se presenta hoy el fenómeno de las migraciones. Siempre han exis­tido, pero hoy nos asombran, por habernos tomado por sorpresa y por algo más. El fenó­meno es impresionante «por sus dimensiones, por los problemas sociales, económicos, políticos, culturales y religiosos que suscita, y por los dramáticos desafíos que plantea a las comunidades nacionales y a la comunidad internacional». Según el Papa, es preciso prestar atención a las exigencias y los derechos de las personas y las familias que emigran, pero también a las de las sociedades de destino. Es hora de ver a los trabajadores extranjeros no sólo como fuente de dificultades, sino también de desarrollo económico para el país de origen y el país de destino (CV 62).

Finalmente, en la encíclica se alude a la necesidad que toda persona experimenta de tener un trabajo «decente». Pero ¿Qué significa en este caso la decencia?.

El Papa anota siete exigencias para que el trabajo sea «decente». Que el trabajo sea expresión de la dignidad esencial de toda persona: un trabajo libremente elegido, que asocie a los trabajadores al desarrollo de su comunidad; un trabajo que haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satis­facer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación» (CV 63). He ahí un buen examen de conciencia tanto para los individuos, como para las empresas, para los políticos y para las adminis­traciones públicas.

6. Valores para una nueva sociedad

En la encíclica «La caridad en la verdad», el Papa Benedicto XVI ha observado los principales problemas sociales que pueden observarse hoy en nuestro mundo. Es evidente que en muchas ocasiones se trata de darles solución apelando a la gran abun­dancia medios técnicos que hoy están disponibles. Pero eso no basta. Para el Papa es evidente, por ejemplo, que la paz no es sólo producto de la técnica (CV 72). Requiere, diálogo y educación. Para promover la paz y la convivencia social hace falta un recurso a la ética, a los valores universales, al cambio del corazón humano. Teniendo en cuenta estas premisas, no es extraño que en la encíclica se encuentren mencionados algunos grandes ideales, como la gratuidad, la fraternidad, la conciencia y la virtud.

Gratuidad y fraternidad

En primer lugar, hay que afirmar que la gratuidad y la conciencia del don acompa­ñan a una recta comprensión del amor. «La caridad en la verdad pone al hombre ante la sorprendente experiencia del don» (CV 34). Nuestra sociedad del mercado ha pensado que era necesario promover la libertad en los negocios para crear riqueza. Las leyes podían asegurar la justicia. Una vez conseguida la justicia se podía pensar en la caridad y en la gratuidad. Una de las interpelaciones más llamativas de la encíclica es la de afirmar que la gratuidad no es un epílogo sino una condición de la misma justicia.

Por otra parte, sabemos que la revolución francesa proclamó los grandes ideales de la libertad, la igualdad y la fraternidad. El liberalismo occidental se ha quedado con una libertad sin igualdad. El comunismo más radical promovió una igualdad sin libertad, defendida con muros y alambradas.

Ninguna revolución parece propugnar una fraternidad que haría que la libertad fuera ). más igualitaria y la igualdad fuera más libre. Es más, la misma palabra «fraternidad» molesta a los que han prescindido de una Paternidad universal.

«La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más her­manos. La razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad. Ésta nace de una vocación trascendente de Dios Padre, el primero que nos ha amado, y que nos ha enseñado mediante el Hijo lo que es la caridad fraterna» (CV 19).

La ciencia y la conciencia

En tercer lugar, es necesario redescubrir el valor de la conciencia. En una cultura tan pragmática, «la conciencia está llamada únicamente a tomar nota de una mera posibilidad técnica» (CV 75). La conciencia moral queda oscurecida por la estadística o por las posi­bilidades abiertas a la investigación de todo tipo. «El riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hecho entre los hombres y los pueblos no se corresponda con la interacción ética de la conciencia y el intelecto, de la que pueda resultar un desarrollo realmente humano».

Sólo el amor vence al mal con el bien y «abre la conciencia del ser humano a rela­ciones recíprocas de libertad y de responsabilidad» (CV 9). No basta la ciencia si no está asistida por la conciencia. Finalmente, frente a una mentalidad del lucro, de la eficacia o de la ley, es preciso redescubrir la orientación de la virtud: la esperanza que sostiene a la razón y le da fuerza para orientar la voluntad; la fe, que la suscita y la caridad en la ver­dad, que se nutre de ella y, al mismo tiempo, la manifiesta (CV 34).

Junto a la herencia clásica de virtudes morales, como la prudencia, la justicia, la for­taleza y la templanza, esas tres virtudes teologales son la gran aportación cristiana a la humanidad.

7. Dios en el horizonte

La Iglesia es siempre un blanco fácil para todos los ataques. Cuando habla de Dios, es acusada de olvidar la suerte de los hombres. Cuando habla de los problemas de este mundo, se le pide que los deje a los gobernantes de la tierra y se limite a hablar del cielo. En su tercera encíclica «Caritas in veritate», el Papa Benedicto XVI ha dedicado una amplia atención a los graves aspectos que hoy presenta la cuestión social. Pero nunca ha olvi­dado la dimensión trascendente del ser humano. Al contrario, una y otra vez ha repetido que sin prestarle atención no es posible promover un desarrollo integral. Al final de la en­cíclica se ofrecen siete pensamientos tan «religiosos» como humanos.

  1. «Sin Dios el hombre no sabe donde ir ni tampoco logra entender quién es» (CV 78). Le técnica le ayuda a aprender el cómo se ha de manejar el mundo, pero no le des­vela los últimos porqués. Y, sobre todo, no le revela la honda verdad de sí mismo.
  2. Sólo si pensamos que se nos ha llamado individualmente y como comunidad a formar parte de la familia de Dios como hijos suyos, seremos capaces de forjar un pen­samiento nuevo y sacar nuevas energías al servicio de un humanismo íntegro y verdade­ro» (CV 78). La conciencia de la paternidad de Dios nos ayudará a vivir como hijos y co­mo hermanos.
  3. «La disponibilidad para con Dios provoca la disponibilidad para con los hermanos y una vida entendida como una tarea solidaria y gozosa. Al contrario, la cerrazón ideoló­gica a Dios y el indiferentismo ateo, que olvida al Creador y corre el peligro de olvidar también los valores humanos, se presentan hoy como uno de los mayores obstáculos para el desarrollo. El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano» (CV 78). El prometeísmo de la cultura contemporánea no sólo ignora el verdadero rostro de Dios, sino que olvida la vocación solidaria del ser humano.
  4. «El amor de Dios nos invita a salir de lo que es limitado y no definitivo, nos da va­lor para trabajar y seguir en busca del bien de todos» (CV 78). Nuestras preocupaciones inmediatas son justas y legítimas, pero no pueden agotar la vocación final a la que hemos sido llamados. Las satisfacciones no equivalen a la felicidad.
  5. «Dios nos da la fuerza para luchar y sufrir por amor al bien común, porque Él es nuestro Todo, nuestra esperanza más grande» (CV 78). Dios no nos dispensa del esfuer­zo ni nos aleja de los hombres. Al contrario nos llama a vivir en paz y justicia en la familia humana.
  6. El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios en oración, cristianos conscientes de que el amor lleno de verdad, caritas in veritate, del que proce­de el auténtico desarrollo, no es el resultado de nuestro esfuerzo sino un don» (CV 79). Nuestro trabajo es precedido, acompañado y coronado por la gracia y la misericordia que trascienden nuestras fuerzas.
  7. «El anhelo del cristiano es que toda la familia humana pueda invocar a Dios como `Padre nuestro» (CV 79). La oración que Jesús nos enseñó no nos cierra en un intimismo narcisista, sino que nos abre al amor de Dios en el que se cifra el bien de toda la familia humana.

La Caridad en la Verdad

La tercera carta encíclica de Benedicto XVI

1) EL DESARROLLO

  • El desarrollo humano integral es vocación (CV 11.16)
  • El desarrollo no puede ser considerado antihumano (CV 14)
  • El desarrollo exige que se respete la verdad (CV 18)
  • El desarrollo comporta que su centro sea la caridad (CV 19)
  • Riqueza mundial y desigualdades (CV 22)
  • Diferencias culturales (CV 26)
  • La apertura a la vida y el auténtico desarrollo (CV 28)
  • Falta de respeto a la vida (CV 28)
  • Desarrollo y derecho a la libertad religiosa (CV 29)

2) ALGUNAS URGENCIAS CONCRETAS

  • Relación del hombre con el ambiente natural (CV 48)
  • La crisis económica actual (CV 60)
  • El acceso a la educación y el turismo internacional (CV 61) Las migraciones (CV 62)
  • Pobreza, desocupación y sindicatos (CV 63-64) El mundo de las finanzas (CV 65)
  • Asociaciones de consumidores (CV 66)

3)   EL MENSAJE DE LA FE

  • La fe y la razón en diálogo (CV 3.5.56.74)
  • La Trinidad de Dios (CV 5.54)
  • Ciudad del hombre y ciudad de Dios (CV 7)
  • La verdad nos hará libres (CV 9)

4)   LOS GRANDES IDEALES

  • La fraternidad (CV 19.34)
  • La gratuidad y el don (CV 8.18.34.37.68)
  • La conciencia y el intelecto (CV 9)
  • La fuerza de las virtudes (CV 34)

5)   EL DESARROLLO Y LA TECNICA

  • Ambigüedad de la globalización (CV 5.7.33.42)
  • Ambigüedad de la tecnología (CV 14.23.48.50)

6)   DIOS EN EL HORIZONTE

  • «Sin Dios el hombre no sabe dónde ir ni logra entender quién es» (CV 78)
  • «El amor de Dios nos invita a salir de lo que es limitado y no definitivo» (CV 78)
  • «El desarrollo necesita cristianos con los brazos levantados hacia Dios» (CV 79)

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