Cuando después de cuatro siglos alguien se encuentra con la figura de Vicente de Paúl, corre el riesgo de fijarse más en sus obras en favor de los pobres que en sus convicciones profundas. Vicente de Paúl es un santo, no un activista. Sus acciones sólo se explican desde la fuerza de Dios que, una vez más, hizo obras grandes en favor de los humildes. Antes que por las obras, Dios actúa en las personas que serán los instrumentos para la construcción de su Reino entre los hombres.
Todo santo es un enamorado de Cristo, aunque ninguno tendrá la osadía ni la pretensión de encarnar totalmente al Inabarcable. Cada santo descubre en el Cristo del Evangelio uno o varios rasgos que moldearán y darán colorido propio a toda su vida y obra. Cada santo hace «su» propia lectura del Evangelio desde la historia personal y desde el entorno social en el que está inmerso. No hay santo fuera de su tiempo; es un testigo e instrumento de Dios en la historia cambiante de los hombres.
¿Cuáles son los rasgos de la persona de Cristo que más atraen la atención de Vicente de Paúl y que más decididamente influirán en su vida, en su espiritualidad y en sus obras? ¿Cuál es el «Cristo vicenciano»?
Cristo, adorador del Padre
Para Vicente de Paúl, el Cristo que inspira su contemplación y acción es el Verbo encarnado en la historia para realizar la voluntad del Padre. El Hijo de Dios se caracteriza por una maravillosa estima de la divinidad, por una actitud fundamental de adoración, de acatamiento, de caridad perfecta, de cumplimiento de la voluntad de Dios, voluntad que es amor servicial, compasivo y misericordioso hacia los hombres. Una expresión concisa de Vicente de Paúl sintetiza perfectamente este rasgo: «Jesucristo es religión en orden al Padre y caridad en relación con los hombres». Buscar la gloria de Dios, deseo de honrarle dignamente, andar constantemente al ritmo de su providencia, no tener sino el mismo querer del Padre, ésa es la religión del Hijo. Y como la voluntad del Padre —que es amor— es que ninguno de los más pequeños se pierda, sino que todos sean salvados, y
porque el amor de Dios es inseparable del amor al prójimo, Cristo es caridad hacia los hombres. En el Evangelio de San Juan es donde Vicente ha bebido la inspiración de este rasgo de Cristo. Para el evangelista Juan, la vida de Cristo, desde la encarnación hasta la muerte en la cruz, no es sino honrar al Padre y buscar su gloria; gloria que equivale a la manifestación de sus obras. En la voluntad del Padre están íntimamente unidas la proclamación del Reino de Dios y su justicia y la realización de la solidaridad humana con los pobres. De ahí lo inseparable del amor a Dios y al prójimo. En el lenguaje de Vicente de Paúl se traduce en «hacer efectivo el Evangelio», y «pasar del amor afectivo al efectivo» o vivir la caridad con todas sus exigencias.
Servidor del designio amoroso del Padre
San Pablo es el inspirador de este rasgo del «Cristo vicenciano». El designio amoroso del Padre se muestra en el vaciamiento del que, siendo Dios, se rebajó hasta tomar la condición de esclavo. Cristo es el Dios anonadado. Su vida de humillaciones, sufrimientos y trabajos es la prueba del amor del Padre revelado en su Hijo siervo. Para realizar ese plan salvador, oculto desde la eternidad en Dios, Cristo se encarna, se despoja de la divinidad y toma la condición de aquellos que iba a salvar; se hace servidor y pobre. «Jesucristo no sólo predicó a los pobres, sino que les sirvió». Vicente traduce así este rasgo del «Cristo paulino»: «Jesucristo es. fuente del amor humillado hasta venir a nosotros y hasta llegar a sufrir un suplicio infame». «Debemos despojarnos de todo aquello que no es Dios para unirnos al prójimo por caridad y así unirnos a Dios por Jesucristo». «Servir a los pobres es ir a Dios». «Consumirse por Dios, no tener bienes ni fuerzas, sino para consumirlos por Dios, es lo que hizo Cristo, que se consumió por amor a su Padre».
Evangelizador de los pobres
Un Mesías pobre, enviado a evangelizar a los pobres, buena noticia paralos que sufren toda dolencia y enfermedad, es la presentación que Lucas hace de Cristo (Lc 4, 18-19). Toda la vida de Cristo será una explicitación de ese pasaje. El Mesías tiene como primeros clientes y beneficiarios de su evangelio a los pobres. Para ellos es preferentemente, no exclusivamente, el Reino de Dios, El Cristo evangelizador de los pobres es el rasgo más totalizante y dinamizador de la vida, pensamiento y acción de Vicente de Paúl. Los demás son exigencias de éste. Por eso el fin de los Sacerdotes de la Misión y de las Hijas de la Caridad será «glorificar al Padre, continuando la misión de Cristo evangelizador de los pobres». Y repetirá insistentemente a sus seguidores —hijos e hijas— que su razón de ser en la Iglesia es evangelizar a los pobres, remediando sus necesidades espirituales y materiales, evangelizar de palabra y obra como hizo el mismo Cristo. Hay otro pasaje evangélico que también influyó decisivamente en la imagen vicenciana de Cristo: es el capítulo 25 de San Mateo. «El Hijo de Dios, que quiso ser pobre, nos es representado por los pobres», sintetiza Vicente de Paúl. Por eso el lugar preferencial para el encuentro con Cristo son los pobres, imágenes dolientes de quien no tenía figura humana.