Cristo, encarnado en la Historia

Francisco Javier Fernández ChentoEn tiempos de Vicente de Paúl, Vicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Varios Autores · Año publicación original: 1985.

Número monográfico dedicado a san Vicente de Paúl. Preparado por los padres paúles José María Ibáñez Burgos, Fernando Quintano y Celestino Fernández


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San Vicente de Paúl

San Vicente de Paúl

Cuando después de cua­tro siglos alguien se encuentra con la figura de Vicente de Paúl, corre el riesgo de fijarse más en sus obras en favor de los pobres que en sus convicciones profun­das. Vicente de Paúl es un santo, no un activista. Sus acciones sólo se explican desde la fuerza de Dios que, una vez más, hizo obras grandes en favor de los hu­mildes. Antes que por las obras, Dios actúa en las personas que serán los instrumentos para la construcción de su Reino entre los hombres.

Todo santo es un enamorado de Cristo, aunque ninguno tendrá la osadía ni la pretensión de en­carnar totalmente al Inabarca­ble. Cada santo descubre en el Cristo del Evangelio uno o varios rasgos que moldearán y darán colorido propio a toda su vida y obra. Cada santo hace «su» pro­pia lectura del Evangelio desde la historia personal y desde el entorno social en el que está in­merso. No hay santo fuera de su tiempo; es un testigo e instru­mento de Dios en la historia cambiante de los hombres.

¿Cuáles son los rasgos de la per­sona de Cristo que más atraen la atención de Vicente de Paúl y que más decididamente influirán en su vida, en su espiritualidad y en sus obras? ¿Cuál es el «Cristo vicenciano»?

Cristo, adorador del Padre

Para Vicente de Paúl, el Cristo que inspira su contemplación y acción es el Verbo encarnado en la historia para realizar la volun­tad del Padre. El Hijo de Dios se caracteriza por una maravillo­sa estima de la divinidad, por una actitud fundamental de ado­ración, de acatamiento, de cari­dad perfecta, de cumplimiento de la voluntad de Dios, voluntad que es amor servicial, compasi­vo y misericordioso hacia los hombres. Una expresión conci­sa de Vicente de Paúl sintetiza perfectamente este rasgo: «Jesu­cristo es religión en orden al Pa­dre y caridad en relación con los hombres». Buscar la gloria de Dios, deseo de honrarle digna­mente, andar constantemente al ritmo de su providencia, no te­ner sino el mismo querer del Pa­dre, ésa es la religión del Hijo. Y como la voluntad del Padre —que es amor— es que ninguno de los más pequeños se pierda, sino que todos sean salvados, y

porque el amor de Dios es inse­parable del amor al prójimo, Cristo es caridad hacia los hom­bres. En el Evangelio de San Juan es donde Vicente ha bebido la inspiración de este rasgo de Cristo. Para el evangelista Juan, la vida de Cristo, desde la encar­nación hasta la muerte en la cruz, no es sino honrar al Padre y buscar su gloria; gloria que equivale a la manifestación de sus obras. En la voluntad del Pa­dre están íntimamente unidas la proclamación del Reino de Dios y su justicia y la realización de la solidaridad humana con los po­bres. De ahí lo inseparable del amor a Dios y al prójimo. En el lenguaje de Vicente de Paúl se traduce en «hacer efectivo el Evangelio», y «pasar del amor afectivo al efectivo» o vivir la ca­ridad con todas sus exigencias.

Servidor del designio amoroso del Padre

San Pablo es el inspirador de este rasgo del «Cristo vicencia­no». El designio amoroso del Pa­dre se muestra en el vaciamiento del que, siendo Dios, se rebajó hasta tomar la condición de esclavo. Cristo es el Dios anonada­do. Su vida de humillaciones, sufrimientos y trabajos es la prueba del amor del Padre reve­lado en su Hijo siervo. Para rea­lizar ese plan salvador, oculto desde la eternidad en Dios, Cris­to se encarna, se despoja de la di­vinidad y toma la condición de aquellos que iba a salvar; se hace servidor y pobre. «Jesucristo no sólo predicó a los pobres, sino que les sirvió». Vicente traduce así este rasgo del «Cristo pauli­no»: «Jesucristo es. fuente del amor humillado hasta venir a no­sotros y hasta llegar a sufrir un suplicio infame». «Debemos despojarnos de todo aquello que no es Dios para unirnos al próji­mo por caridad y así unirnos a Dios por Jesucristo». «Servir a los pobres es ir a Dios». «Consu­mirse por Dios, no tener bienes ni fuerzas, sino para consumirlos por Dios, es lo que hizo Cristo, que se consumió por amor a su Padre».

Evangelizador de los pobres

Un Mesías pobre, enviado a evangelizar a los pobres, buena noticia paralos que sufren toda dolencia y enfermedad, es la presentación que Lucas hace de Cristo (Lc 4, 18-19). Toda la vida de Cristo será una explicita­ción de ese pasaje. El Mesías tie­ne como primeros clientes y be­neficiarios de su evangelio a los pobres. Para ellos es preferente­mente, no exclusivamente, el Reino de Dios, El Cristo evange­lizador de los pobres es el rasgo más totalizante y dinamizador de la vida, pensamiento y acción de Vicente de Paúl. Los demás son exigencias de éste. Por eso el fin de los Sacerdotes de la Mi­sión y de las Hijas de la Caridad será «glorificar al Padre, conti­nuando la misión de Cristo evangelizador de los pobres». Y repetirá insistentemente a sus seguidores —hijos e hijas— que su razón de ser en la Iglesia es evangelizar a los pobres, reme­diando sus necesidades espiri­tuales y materiales, evangelizar de palabra y obra como hizo el mismo Cristo. Hay otro pasaje evangélico que también influyó decisivamente en la imagen vi­cenciana de Cristo: es el capítulo 25 de San Mateo. «El Hijo de Dios, que quiso ser pobre, nos es representado por los pobres», sintetiza Vicente de Paúl. Por eso el lugar preferencial para el encuentro con Cristo son los po­bres, imágenes dolientes de quien no tenía figura humana.

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