Cristianos laicos y signos de los tiempos (2)

Francisco Javier Fernández ChentoFormación CristianaLeave a Comment

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Autor: Antonio Mª Calero, SDB · Año publicación original: 2006 · Fuente: XXXII Semana de Estudios Vicencianos (Salamanca).
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II. Hacia una definición o descripción de los «Signos de los tiempos»

El lenguaje de los «signos» en la cultura del icono

En nuestros días1 estamos ante un progresivo resurgir del inte­rés por lo simbólico, en una sociedad que, desde el punto de vista cultural, se define «icónica».

  • Existe una diferencia fundamental entre ‘síntomas’ y ‘signos de los tiempos’.
  • Símbolos y signos son «términos que se refieren al amplio terreno de los elementos sensibles en los que el hombre capta significados que trascienden la realidad concreta que tiene ante los ojos»2.
  • Lo más valioso del símbolo es precisamente «su posibilidad de acceder a dimensiones de lo real que no pueden expresarse mediante conceptos»3. El símbolo, en efecto, «se refiere a realidades inaccesibles, en sí mismas, pero capaces de ha­cerse parcialmente presentes a través de un significante»4.

Según esto, y como quiera que en los «signos de los tiempos» está ya presente (de alguna forma), lo significado (El Reino): por eso más que «signos» son propiamente «símbolos».

Todas estas circunstancias, sociales, políticas, psicológicas, ambientales, fueron propiciando, a lo largo de todo el siglo xx, un serio giro antropológico en la forma de hacer Teología hasta el punto de ser indispensable la clave antropológica para hacer hoy una verdadera teología5. Esta tendencia antropológica tomó cuerpo y recibió oficialidad en la Iglesia con la celebración del Concilio Vaticano II. En efecto, en todos los Documentos del Concilio pero especialmente en la Constitución Pastoral Gau­dium et spes, la instancia antropológica no solo estuvo presente sino que fue literalmente decisiva. Sin esa clave difícilmente sería entendible la doctrina conciliar. Es esa clave la que, a nues­tro entender, constituye de verdad el «espíritu» del Vaticano II6.

En el concepto de «signo» está implícita en primer lugar, de forma obligada y hasta esencial, la presencia del ‘lector del signo’: no hay, en efecto, signo alguno que, como tal signo, no deba ser percibido por un sujeto que no solo lo lee sino que lo interpreta. Como dice con toda razón L. González-Carvajal, «el ser del signo pertenece al orden de la relación. Es siempre un signo ‘de’ algo ‘para’ alguien»7. Por eso, sigue diciendo este autor, «la percepción de los signos excluye la postura del simple espectador y exige la participación del actor»8.

Esto quiere decir que entre ‘signo’ y lector-intérprete’ (persona o comunidad) del signo tiene que existir una verdadera adecuación; tienen que estar en una misma ‘longitud de onda’, a fin de que el signo signifique: es decir, pueda ser leído y correc­tamente interpretarlo. De tal forma que el signo, aunque objeti­vamente tenga un gran valor significante, pierde todo su valor y queda reducido en la práctica a un simple jeroglífico si el lector no tiene las claves para una correcta interpretación.

Si, por otra parte, cambia la psicología del lector-intérprete’ (personal o colectivo), es evidente que el signo cobra un sentido distinto. De forma que lo que, en un momento determinado, para una psicología, un mundo cultural o una espiritualidad determi­nada, era un signo de gran valor, cambiada la psicología, puede convertirse en un contrasigno, en un antisigno, o simplemente en un jeroglífico indescifrable.

Doble perspectiva de los «signos de los tiempos «.

Los «signos de los tiempos» pueden ser considerados desde una doble perspectiva9:

  • en un plano exclusivamente humano = histórico-socioló­gico: son señales para la conciencia del hombre de que algo importante está cambiando en la historia.
  • en un plano creyente = bíblico-teológico: son fenómenos que el creyente interpreta como signos de la presencia y del plan de Dios sobre la humanidad.

A). Entre ellos existen algunos puntos de convergencia:

  • Uno y fundamental es que son fenómenos causados por el propio hombre.
  • Además, el concepto y la realidad del Reino de Dios es el vínculo que hace posible que un «signo» de los tiempos (descubierto y entendido en el plano estrictamente socio­lógico), llegue a convertirse en verdadero «signo» de los tiempos entendido en el plano bíblico-teológico. Es en este sentido en el que el Concilio Vaticano II no dudó en afirmar que «aunque hay que distinguir cuidadosamente progreso temporal y crecimiento del reino de Cristo, sin embargo, el primero, en cuanto puede contribuir a orde­nar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios. Pues los bienes de la dignidad humana, la unión fraterna y la libertad, en una palabra, todos los frutos excelentes de la naturaleza y de nuestro esfuerzo, después de haberlos propagado por la tierra en el Espíritu del Señor y de acuerdo con su mandato, volveremos a encontrarlos limpios de toda mancha, iluminados y trans­figurados, cuando Cristo entregue al Padre el reino eterno y universal»10.

B). Existen entre ellos también algunas diferencias esenciales:

  • en una clave sociológica son signos percibidos simplemen­te como situaciones o fenómenos que marcan un decisivo viraje en la marcha de la historia.
  • desde una clave teológica, por el contrario, son verdaderos signos del Reino de Dios entre los hombres. «El contenido y el alcance de los signos de los tiempos son, en la Escri­tura, estrictamente cristológicos y escatológicos: extender­los al desenvolvimiento humano, profano o eclesiástico del tiempo, es un abuso de vocabulario: no se puede pasar del Acontecimiento, absolutamente trascendente, incluso en sus signos, a los acontecimientos de la historia»11. Dicho con otras palabras, los «signos de los tiempos» para que puedan ser leídos y aceptados como paso de Dios por la historia del hombre, tienen que responder de forma clara e inequívoca a una perspectiva evangélica.

¿Definición o descripción de los «signos de los tiempos»?

A lo largo de los últimos 40 años —a raíz especialmente de la celebración del Concilio Vaticano II (1962-1965)—, la expresión «signos de los tiempos» ha sido no solo empleada, sino también hecha objeto de estudio y reflexión tanto en el campo de la socio­logía como de la misma Teología12. Dada la complejidad del contenido de esta expresión no resulta fácil dar una ‘definición’ propiamente dicha de la misma. La definición, en efecto, (toda definición) hace referencia al «ser» de la realidad definida, y, por consiguiente, tiene pretensión de globalidad ontológica. Por el contrario, la descripción, que puede quedarse ciertamente en el nivel de la pura fenomenología, pretende —al menos en nuestro caso— ir más allá de lo que puramente se ve o se percibe, para intentar ahondar en el significado del fenómeno. Por eso en un fenómeno tan complejo y por otra parte tan rico como son los lla­mados «signos de los tiempos», la descripción responde más a la objetividad de las cosas que no la definición propiamente dicha. Es lo que se intenta hacer a continuación:

En la expresión «signo de los tiempos» están implicados siempre dos términos que conviene precisar:

A). Los «signos de los tiempos», como concepto formal, se contraponen a los meros «signos naturales» e incluso y especial­mente, a los «signos convencionales», para «inscribirse en los hechos, en los acontecimientos que poseen, en virtud de su con­textura y de su contexto humano, una ‘significación’ que sobre­pasa y envuelve su materialidad»13. Se contraponen a los meros sucesos, acontecimientos y síntomas.

En el concepto de «signos de los tiempos» entra, además, como factor constitutivo la positividad de lo significado. De tal forma, que fenómenos radicalmente negativos como pueden ser las catástrofes, guerras, crisis económicas, opresión del hombre por el hombre, la esclavitud, el secularismo, la esclavitud, etc., no pueden ser llamados «signos de los tiempos». En todo caso se presentan ante el creyente como «antisignos». Pero aun en esos antisignos se puede descubrir, a nuestro juicio, la presencia y la voz de Dios precisamente para llegar a entender qué es lo que Dios no quiere. Como afirmó el obispo Hautbmann, «los hechos y el devenir humano forman, a su manera, un lugar teológico en el que el creyente tiene que buscar, por el derecho o por el revés, las llamadas y solicitaciones del Espíritu»14.

B). Es preciso, además, profundizar en el concepto cristiano de «tiempo», que se diferencia esencialmente del ‘tiempo’ enten­dido en clave griega o incluso veterotestamentaria15. No se trata, en todo caso, del tiempo «cronológico» (o sea, de la simple suce­sión de los momentos: krónos), sino del «tiempo de Dios» (kai­rós), es decir, de momentos importantes dentro del plan divino de salvación; son momentos especialmente salvíficos, en rela­ción con el Proyecto de Dios en la historia. Se trata, evidente­mente de un tiempo cualitativo y no meramente cuantitativo16: el «tiempo» en el que Dios va conduciendo a la humanidad a la formación de una única y gran Fraternidad.

Según esto, han sido calificados como ‘signos de los tiempos’ aquellos «acontecimientos históricos que crean un consenso uni­versal, por los que el creyente es confirmado en la verificación del obrar inmutable y dramático de Dios en la historia, y el no creyente se orienta hacia la individuación de opciones cada vez más verdaderas, coherentes y fundamentales a favor de una pro­moción global de la humanidad»17.

Desde un punto de vista sociológico el P. Chenu hizo suya la descripción que hizo en su día el obispo McGrath, presidente de la subcomisión especial que preparó la Introducción de la Cons­titución pastoral Gaudium et spes señalando que los «signos de los tiempos» son «los fenómenos que, a causa de su generaliza­ción y gran frecuencia, caracterizan a una época, y a través de los cuales se expresan las necesidades y las aspiraciones comunes de la humanidad presente»18. Los presenta también como «los sig­nos que emanan de las realidades de la historia»19.

Otras instancias —desde claves más específicamente teológi­cas—, los presentan como «acontecimientos de vida que marcan una determinada época de la historia y a través de los cuales el cristiano se siente interpelado por Dios y llamado a dar una res­puesta evangélica. Los signos de los tiempos son, así, ráfagas de luz presentes en la noche oscura de nuestras vidas y de nuestros pueblos, faros generadores de esperanza. Quien no lee los signos de los tiempos corre el peligro de instalarse, de repetirse, de anu­lar los sueños más profundos, de perder poco a poco la alegría contagiosa de la fe. Saber interpretarlos es para el cristiano una exigencia evangélica: ‘Si sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente?’ (Lc 12,56). El Señor nos invita a escuchar su voz en los aconteci­mientos de la historia, a detectar su presencia siempre actuante, para anunciar con la palabra y con la vida lo que hayamos visto y oído (cfr. 1Jn 1,1). Los signos requieren, pues, reconocimiento, lectura, interpretación y juicio a nivel personal y en el seno de la fraternidad»20.

De forma sintética, los «signos de los tiempos» se pueden describir diciendo que son aquellos fenómenos o conjunto de fenómenos que caracterizan de forma significativa, decisiva e irreversible, una determinada época histórica, y que, gracias a su homogeneidad con el Proyecto de Dios en la historia, se convierten en locución de Dios para la Iglesia, a fin de que ésta anuncie el Mensaje salvador de Cristo de forma adecua­da al hombre de cada generación. En una palabra, son fenóme­nos que marcan un serio viraje y sin vuelta atrás en la historia de los hombres en orden a realizar el Proyecto de Dios sobre la humanidad.

Una conclusión se impone de lo dicho hasta aquí: es necesa­rio y hasta «urgente que la expresión ‘signo de los tiempos’ entre a partir de ahora en la contextura de la teología, si es que la teología es decididamente algo distinto de una superestructura ide­ológica del dato revelado, de una ‘ciencia de conclusiones’ que se extrae en las escuelas»21.

  1. J. M. CASTILLO, Símbolos de libertad, Salamanca 1981, pp. 165-189; J. SPLETT, Símbolo, en K. Rahner (da.), Sacramentum mundi 6, Barcelona 1986, cols. 354-359; L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, Los signos de los tiempos, Santander 1987, pp. 52-56; J. J. Sánchez, Símbolo, en C. Floristán-J. J. Tamayo (eds.), Conceptos fundamentales del cristianismo, Madrid 1993, pp. 1296-1308; J. M. MARDONES, La vida del símbolo. La dimensión simbólica de la religión, San­tander 2003.
  2. L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, o.c., p. 49.
  3. L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, o.c., p. 52.
  4. L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, 0.C., p. 53.
  5. Pablo VI, Discurso al concluir la IV Sesión conciliar, en Documentos conciliares, en BAC, Madrid, 1993, pp. 1175-1180; Juan Pablo II, Encíclica Redemptor hominis 13.14.21 (Roma 4 marzo 1979); H. VORGRIMMLER-R.VAN­DER GUCHT, La Teología en el siglo xx, I-III, Madrid, 1973-74; R. WINGLING, La Teología del siglo xx, Salamanca, 1987; E.VILANOVA, Historia de la Teolo­gía cristiana III, Herder, Barcelona, 1987; M. Andrés Martín (ed.), Historia de la Teología Española II, Madrid, 1987; R. GIBELLINI, La Teología del siglo xx, Santander, 1998; R. GIBELLINI, Itinerarios de la Teología africana, Estella, 2001; M. GESTEIRA G., La Teología en la España del siglo xx, DDB, Bilbao, 2004, pp. 49-150.
  6. Cfr. Pablo VI, Discurso de Clausura de la IV° sesión conciliar (7 diciem­bre 1965), en Vaticano II. Enciclopedia Conciliar, Ed. Regina, Barcelona, 1967, pp. 1293-1297.
  7. L. GONZÁLEZ-CARVAJAL, 0.C., p. 88.
  8. Ibídem.
  9. G. Marcel, El misterio del ser, Buenos Aires, 1953; H. U. VON BALTASAR, Relación inmediata del hombre con Dios, en «Concilium» 29 (1967), pp. 411­427; J. MOLLEA, Mediación, en H. Fries (dir.), Conceptos Fundamentales de Teología (CFT) I, Madrid, 19792, pp. 992-996; F. J. SCHIERSE, Mediador, en H. Fries (dir.), CFT I, Madrid, 19792, pp. 996-999; E. MOUNIER, El Personalismo, en Id., Obras completas III, Sígueme, Salamanca, 1990; A. M. SÁNCHEZ LÓPEZ, Cuerpo, en M. Moreno Villa (dir.), Diccionario de Pensamiento contemporáneo, San Pablo, Madrid, 1997, pp. 284-289.
  10. GS 39. Por eso, no estaríamos del todo de acuerdo con L. González-Car­vajal cuando aboga por ‘reservar’ de forma exclusiva el concepto de «signo de los tiempos» a aquellos rasgos característicos de una época «en los que se manifiesta la salvación» (o. c., p. 231; cfr. pp. 27-29). A nuestro juicio, no todos, pero no pocos de los fenómenos históricos que se desarrollan en un plano meramente sociológico, manifiestan y llevan en sí una teleología, un finalismo, que apunta claramente a valores que constituyen las notas constitu­tivas del Reino de Dios según el Vaticano II (cfr. GS 39.45.57; LG 5.44).
  11. M-D. CHENU, Los signos de los tiempos, en Y-M.Congar y M.Peuch­maurd (dirs.), La Iglesia en el mundo de hoy II, Taurus, Madrid, 1970, p. 272.
  12. Es cierto que no ha sido estudiada y profundizada en la medida que de­biera, dada la trascendencia que, tomados completamente en serio los «signos de los tiempos» deberían tener en la Iglesia. Cfr. L.GONZÁLEZ-CARVAJAL, 0.C., p. 23.
  13. M-D. CHENU, a.c., p. 259.
  14. Citado por M-D. CHENU, en a.c., p. 257.
  15. Cf. A. MARANGON, Tiempo, en P. Rossano y otros (dirs.), Nuevo Diccio­nario de Teología Bíblica, Paulinas, Madrid, 1990, pp. 1850-1866.
  16. Siguiendo a este autor (Marangon) afirmamos que el cristianismo primiti­vo, en lugar de mantener la concepción lineal que le había marcado el Antiguo Testamento con su teología mesiánica y que aseguró Cristo de forma plena y definitiva con su Resurrección, estuvo siempre tentado de volver hacía una concepción cíclica del tiempo. De la misma forma estuvo tentado de «condicio­nar las ‘inserciones’ del tiempo de Dios, dentro del de los hombres» (p. 1864). Debió superar, por tanto, distintas formas de tentaciones. Estaba, por una parte, el gnosticismo para el que la salvación cristiana no era un hecho histórico real, es decir, realizado en el tiempo e integrante de la historia de la salvación; lo mis­mo que, por otra parte, enseñaba una neta y absoluta distinción entre tiempos sagrados y tiempos profanos, supervalorando los primeros y relativizando los segundos hasta el desprecio. Superando estas tendencias y tentaciones, el cris­tianismo se reafirmó en estas posiciones: la) «El encuentro entre Dios y el hombre ocurre en el tiempo del hombre». 2º) «Historia humana e historia de la salvación, no se oponen, ni la una marcha separada de la otra; pero tampoco hay que considerarlas identificadas o superpuestas entre sí». 3′) «Cristo ha revelado con mayor claridad y con nuevos acentos la tendencia última del tiempo de los hombres; la recuperabilidad de la historia presente dentro de la divina de la salvación (escatología); la vocación de todo hombre a ver trans­formada su existencia en el tiempo dentro de la ‘vida eterna’, gracias a la resu­rrección de Cristo (antropología cristiana): A. Marangon, a.c., pp. 1864-1865.
  17. R. FISICHELLA, Signos de los tiempos, en R. Latourelle y otros (dirs.), Diccionario de Teología Fundamental, San Pablo, Madrid, 1992, p. 1365.
  18. Cfr. M-D. CHENU, a.c., p. 257. Esta descripción está tomada al pie de la letra de la que presentaron a la Comisión conciliar el 17 de noviembre de 1964, los Secretarios de la misma Philippe Delhaye y François Houtart: «Fenómenos que, a causa de su generalización y gran frecuencia, caracterizan una época y a través de los cuales se expresan las necesidades y las aspiraciones de la humanidad presente».
  19. M-D. CHENU, a.c., p. 259.
  20. OFM, El Señor os dé la paz, en «Capitulum Generale», Assisi, 2003, p. 11.
  21. M-D. CHENU, a.c., p. 254.

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