«Si hay un estímulo en el Mesías y un aliento en el amor mutuo, si existe una solidaridad de espíritu y un cariño entrañable, hacedme feliz del todo y andad de acuerdo, teniendo un amor recíproco y un interés unánime por la unidad». (Flp 2,1-2).
«Para realizar nuestra misión nos empeñaremos en lograr la concordia, ofreciéndonos ayuda mutua, especialmente en la adversidad y compartiendo la alegría con sencillez de corazón». (C 24,1).
El pensamiento de San Vicente sobre la uniformidad lo trasladamos hoy a la unidad y a la concordia, términos bíblico-teológicos mucho más ricos espiritualmente que el primero. La concordia implica participación en los mismos sentimientos de los otros y conduce a la unanimidad y caridad. San Vicente se inspiró en los consejos de San Pablo para exhortar a los Misioneros a la solidaridad de espíritu y el amor mutuo.
1. «El ejemplo del Hijo de Dios».
Como de ordinario, San Vicente nos propone también en este caso el ejemplo de Jesucristo, que se hizo semejante a nosotros:
«El Hijo de Dios, al hacerse hombre, quiso llevar una vida en común para conformarse a los hombres. Para mejor acercarse a nosotros, se hizo semejante a nosotros; y como la semejanza engendra amor, quiso parecer y obrar como nosotros, para hacerse amar; quiso injertarse en nuestra naturaleza para unirnos a El; se hizo hombre para hacernos ver, por su forma de vivir, cómo hemos de vivir nosotros. Era la imagen del Padre, pero, como si esto no bastase, quiso unir a esta imagen adorable su uniformidad con los hombres, para ganarlos a todos». (XI 543-544).
2. «Engendra la unión en la Compañía».
El logro de la concordia implica una lucha tenaz contra la envidia y el deseo de singulizarse, vicios de los que no están exentos los Misioneros. Se nos recomienda la concordia y el amor recíproco porque:
«Engendran la unión en la Compañía, que es el cemento que nos aúna, la belleza que nos hace amables y nos permite arrastrar a los demás. Y ese amor recíproco es el que hace que procuremos tener las mismas maneras de entender, las mismas cosas que querer y los mismos proyectos que perseguir. Por el contrario, si quitáis de entre vosotros esa uniformidad que produce la semejanza, quitáis de allí el amor; no seríamos ya más que un cuerpo desfigurado y una desolación total. Donde hay espíritus que se singularizan, allí hay almas divididas». (XI 544).
Como a San Pablo, la concordia entre los Misione-los colmaban también plenamente la dicha de San Vicente:
«No sé que haya en la tierra más paraíso que el que existe entre los que se acomodan unos a otros para ser todos iguales; no sé que haya nada en el mundo que pueda colmar nuestra dicha más que la uniformidad entre nosotros, que nos hace semejantes a nuestro Señor y nos une con Dios». (X 547).
3. «Nosotros debemos ofrecer a los fieles la imagen de hombres adultos en la fe».
A fin de evitar el peligro contra la unidad en la evangelización, a la que está ordenada la vida comunitaria, tengamos esto presente:
«La fuerza de la evangelización quedará muy debilitada si los que anuncian el Evangelio están divididos enter sí por tantas clases de rupturas. ¿No estará quizá ahí uno de los más grandes males de la evangelización? En efecto, si el Evangelio que proclamamos aparece desgarrado por querellas doctrinales, por polarizaciones ideológicas o por condenas recíprocas entre cristianos, al antojo de sus diferentes teorías sobre Cristo y sobre la Iglesia, e incluso a causa de sus distintas concepciones de la sociedad y de las instituciones humanas, ¿cómo pretender que aquellos a los que se dirige nuestra predicación no se muestren perturbados, desorientados, si no escandalizados? El testamento espiritual del Señor nos dice que la unidad entre sus seguidores no es solamente la prueba de que somos suyos, sino también la prueba de que El es el enviado del Padre, prueba de credibilidad de los cristianos y del mismo Cristo. Evangelizadores: nosotros debemos ofrecer a los fieles de Cristo, no la imagen de hombres divididos y separados por las luchas que no sirven para construir nada, sino la de hombres adultos en la fe, capaces de encontrarse más allá de las tensiones reales gracias a la búsqueda común, sincera y desinteresada de la verdad». (EN 77).
- ¿Fomento la armonía y concordia entre los hermanos de comunidad?
- ¿Reduzco la virtud de la concordia a decir simplemente sí a todo, o, por el contrario, me esfuerzo en hacer partícipes a los demás de mis sentimientos con sencillez de corazón?
Oración:
«Te pedimos, Dios nuestro, que nos hagas a todos, lo mismo que a los primeros cristianos, un solo corazón y una sola alma. Concédenos la gracia de que no tengamos dos corazones ni dos almas, sino un solo corazón y una sola alma, que informen y uniformen a toda la comunidad; quítanos nuestros corazones particulares y nuestras almas particulares que se apartan de la unidad; quítanos nuestro obrar particular, cuando no esté en conformidad con el obrar común». (XI 543).