Comunidades de bienes

Francisco Javier Fernández ChentoEspiritualidad vicencianaLeave a Comment

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Author: Flores-Orcajo · Year of first publication: 1985 · Source: CEME.
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«En el grupo de los creyen­tes todos pensaban y sentían lo mismo: poseían todo en común y nadie consideraba suyo nada de lo que tenía. Los apóstoles daban testimo­nio de la Resurrección del Señor con mucha eficacia; todos ellos eran bien mira­dos porque entre ellos nin­guno pasaba necesidad, ya que los que poseían tierras o casas las vendían, llevaban el dinero y lo ponían a dis­posición de los apóstoles; luego se distribuía según las necesidades de cada uno». (Hch 4,33-35).

asdLa pobreza-comunión es otro de los aspectos impor­tantes de la pobreza evangélica. La fraternidad exige la pobreza-comunión: ¿Cómo puede darse verdadera fra­ternidad, ser ésta creíble, convincente, sin la comuni­cación de bienes? ¿Cómo puede conservarse la fraterni­dad, madurar, progresar sin la mutua donación de lo que uno es, posee y adquiere? ¿Cómo la pobreza puede ser evangélica si no conduce al amor mutuo?

1. «Entre nosotros, todas las cosas serán comunes».

San Vicente fundamenta la pobreza de la Congrega­ción en la pobreza de Jesús, en la pobreza de la comu­nidad apostólica y en la de la comunidad de los prime­ros cristianos. En las Reglas Comunes establece una se­rie de normas encaminadas a que la comunidad de bienes sea visible y viable. Insiste en un aspecto importante de la pobreza: en la dependencia del Superior. (RC III 3-9).

«Hemos de saber que entre nosotros, en la Congre­gación, todas las cosas serán comunes, a ejemplo de los primeros cristianos. El Superior las distribuirá a cada uno según sus necesidades, cosas tales como la comida, el vestido, los libros, los muebles, etc. Y para que nada se haga contra la pobreza que hemos adoptado, ningu­no dispondrá de los bienes de la Congregación o dará nada de ellos sin permiso del Superior». (RC III 3).

2. «Para ayudarnos mutuamente».

La comunidad de bienes en la Congregación intenta explícitamente, como se dice en el texto, la mutua ayu­da fraterna. Pablo VI nos ofrece unas buenas conside­raciones:

«La necesidad, tan categóricamente afirmada hoy, de compartir fraternalmente lo que se tiene, debe con­servar su valor evangélico. Según la expresión de la Didaché, «si dividís entre vosotros los bienes eternos, con mayor razón debéis dividir los bienes que perecen». La pobreza, vivida en verdad, poniendo en común los bie­nes, aun el salario, será un signo testimonial de la co­munión espiritual que os une. Será una interpelación viva a todos los ricos y será también ayuda a vuestros hermanos y hermanas que padecen necesidad. El deseo legítimo de practicar una responsabilidad personal no se manifiesta tanto en el goce de los propios bienes como participando fraternalmente en la consecución del bien común». (ET 21).

3. «Nos enriqueció con su pobreza».

La pobreza de Cristo encierra en sí misma una infi­nita riqueza: «Siendo rico se hizo pobre para enrique­cernos» dice el Apóstol (2 Cor 8,93). La pobreza-comunión también enriquece a los hermanos porque está vi­vificada por la pobreza de Cristo.

«Es verdad, dice Juan Pablo II en la Exhortación Redemptionis Donum, que «por su pobreza somos ri­cos». Es el maestro y portavoz de la pobreza quien en­riquece. Precisamente por esto dice al joven en los Evan­gelios sinópticos: «Vende cuanto tienes… dalo… y ten­drás un tesoro en los cielos». Se da en estas palabras una llamada para enriquecer a los demás a través de la propia pobreza; pero en el interior de esta llamada está escondido el testimonio de la infinita riqueza de Dios que, transferida al alma humana mediante el misterio de la gracia, crea en el mismo hombre, precisamente a través de la pobreza, un manantial para enriquecer a los demás no comparable con cualquier otra clase de bienes materiales: un manantial para enriquecer a los demás a semejanza de Dios mismo. Esta dádiva se da en el ámbito del misterio de Cristo `que nos ha hecho ricos con su pobreza». (RD 12).

  • ¿Soy fiel en cumplir lo que se ha determinado en la Provincia o quizás en la comunidad local para que no haya fallo alguno en la comunica­ción de los bienes?
  • ¿Me atengo solamente al mínimo establecido?
  • ¿Cuál es mi participación en la comunión de los demás bienes que Dios me ha concedido, espi­rituales, naturales, ?

Oración:

«Dios Padre todopoderoso, todo lo que soy y tengo me lo habéis concedido por pura bondad. Haced que no guarde y goce egoísticamente estos bienes que me habéis dado, sino que los comparta generosamente con mis hermanos y con los pobres. Haced, Padre de bondad, que la práctica de la pobreza esté motivada también por el amor a mis compañeros, con quienes me une el empeño de vivir evangélicamente. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén».

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