¡No está aquí. Ha resucitado!
Nuestra fe en la resurrección se basa en el testimonio de los que se encontraron con Jesús vivo. En el plan cíclico de tres años, en que están dispuestas las lecturas para la Eucaristía, no corresponde a este año, en el día mismo de Pascua ni en su Vigilia, la narración de ninguno de estos encuentros con el Resucitado. Tanto la lectura del evangelio de la Vigilia, como la del evangelio del día de Pascua, nos hablan de cosas previas que sucedieron antes del encuentro con el resucitado. Son cosas importantes a las que haremos bien atender, porque nos pueden disponer para a confesar nuestra fe en la resurrección de Jesucristo, hecho fundamental de nuestra fe cristiana.
En el evangelio según san Marcos, que se lee en la Vigilia Pascual, se habla de unas mujeres que acudieron al sepulcro en la mañana de Pascua y habiendo entrado en él, encontraron un joven vestido de blanco que les dijo: No os asustéis. Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Ellas salieron corriendo del sepulcro, temblando de espanto.
En el evangelio según san Juan, señalado para el día de Pascua, es la Magdalena la que se acercó sola al sepulcro, a primeras horas de la mañana del Domingo. Al ver retirada la losa que cerraba el sepulcro, volvió corriendo a decírselo a Pedro y a Juan. Los dos apóstoles emprendieron una carrera hasta el sepulcro. Juan llegó antes, se asomó y viendo las vendas por el suelo, espero fuera la llegada de Pedro. Llegó Pedro y entrando encontró el mismo panorama de vendas y sudario que había visto Juan; entonces también Juan entró, vio y creyó. Hasta ahora, ningún encuentro con el Resucitado.
Una cosa es clara: Jesús el crucificado, no está en el sepulcro; allí sólo quedan las vendas y el sudario ¿Dónde está él? El sepulcro vacío no ha hecho creer en la resurrección ni a las mujeres, ni a Pedro; solo de Juan se afirma que al entrar en el sepulcro vacío creyó. Más bien el sepulcro vacío ha creado miedo, estupor, sobresalto, extrañeza, ignorancia. La Magdalena se ha quedado fuera llorando para ver si se aclaraban las cosas y es ahí, en la angustia de la búsqueda, donde encuentra a Jesús que le llama por su nombre y le envía a anunciar a los Hermanos: He visto al Señor y me ha dicho esto. Pedro y Juan se han vuelto a casa y allí, superados los primeros sobresaltos sobre el testimonio de las mujeres, que dicen haber visto un ángel, pero a él no lo vieron (Lc.2424), escuchan el testimonio de la Magdalena y el relato de los dos de Emaús que han reconocido a Jesús en la fracción del pan (Lc.24,35) y que vueltos a casa, han encontrado a la comunidad proclamando: Era verdad ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón (Lc.24,34).
Todo parece indicar que los evangelistas han querido hacernos ver que hay todo un proceso que va desde la incredulidad hasta la fe en la resurrección. La misma fe que se atribuye a Juan al entrar en el sepulcro vacío, parece que no se entiende sino en relación con la Escritura. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos (Jn.20,10). Cuando en la Iglesia confesamos que al tercer día resucitó según las escrituras, no estamos diciendo que el sepulcro estaba vacío porque se habían llevado el cadáver o porque éste hubiera vuelto de nuevo a la vida, como le sucedió a Lázaro (Jn.11,44) o al joven hijo de la viuda de Naín (Lc.7,12). Como dice el Papa en su libro sobre Jesucristo, la resurrección de Jesucristo supone un salto radical de cualidad, un paso a una nueva vida, de la que no tenemos experiencia, pero que es real. Los encuentros con Jesús vivo, no son encuentros con un fantasma, con algo irreal, puramente imaginario, sino con alguien real que habla, que conoce, que comparte con nosotros, que mantiene su identidad anterior de crucificado, de la que se pueden comprobar sus señales. Trae tu mano y métela en mi costado y no seas incrédulo sino creyente (Jn.20,27). Solo la fe llega a la comprensión de esta nueva vida. Los acontecimientos que rodean aquel hecho misterioso que nadie presenció, nos pueden servir de apoyo, pero solo la fe en la Escritura confiesa que Jesús ha resucitado. No nos detengamos en los detalles. Ahondemos en el testimonio que nos dan quienes han visto a Jesús vivo. Él vive y nos espera.







