DECRETO DE INTRODUCCIÓN DE LA CAUSA DE BEATIFICACIÓN Y CANONIZACIÓN DEL VENERABLE SIERVO DE DIOS jUSTINO DE JACOBIS OBISPO DE NILÓPOLIS, VICARIO APOSTÓLICO DE ABISINIA, DE LA CONGREGACIÓN DE LA MISIÓN DE SAN VICENTE DE PAÚL. CAUSA DE ABISINIA
(TRADUCCIÓN)
Al precepto que dio a sus discípulos de amarse los unos a los otros como Él les había amado, Nuestro Señor Jesucristo añadió este otro, por el cual enviaba a sus Apóstoles como Él había sido enviado por su Padre, ordenándoles que fuesen por todo el mundo a predicar y bautizar a todas las gentes, prometiéndoles con su perpetuo socorro la virtud del Paráclito, el Espíritu Santo. Desde los principios de la Iglesia hasta nuestros días, los Apóstoles y los hombres apostólicos han cumplido santamente esta función y han atestiguado constantemente por la propagación de la fe y la extensión de la Iglesia, que la unción que recibieron de Jesucristo era verdaderamente divina. Entre ellos debe ser contado Justino de Jacobis, de la Congregación de la Misión, Obispo de Nilópolis y Vicario apostólico de Abisinia, que siguiendo las huellas de otros varones apostólicos, brilló con tal resplandor de virtud y santidad, que mereció ser honrado por el ilustre testimonio del Cardenal de Massaia, (de feliz memoria), entonces Vicario apostólico de Galias, Este le había consagrado Obispo y le propuso como modelo y superior a sus misioneros.
El Siervo de Dios nació de padres piadosos y honrados, el 9 de Octubre de 180o, en San-Fele, diócesis de Muro, provincia de Lucania; al ser purificado por las aguas del santo bautismo recibió el nombre de Justino. Dotado de un natural vehemente, é inclinado a la virtud, fue admitido a participar de la sagrada comunión a los nueve años; hizo grandes progresos en la ciencia y en la piedad, de tal modo, que al llegar a los dieciocho años procuró con toda su alma abrazar un estado de vida más perfecto: dócil al llamamiento divino, ingresó en la Congregación de la Misión de San Vicente de Paúl, siendo admitido para emitir sus santos votos después de terminar su Seminario en Nápoles: ascendido gradualmente al sacerdocio, se aplicó con gran celo en procurar la salvación de las almas. Enviado muy pronto a Oria y a Monópoli, en donde edificó grandemente a sus compañeros, fue puesto al frente de la Casa de Lecce; director. del Seminario interno de Nápoles y superior de la casa llamada dei Virgini, desempeñando todos estos empleos de la manera más satisfactoria Austero consigo mismo, afable con los demás, unido a Dios por la oración, se granjeó gran reputación de predicador y confesor distinguido.
Como todas sus aspiraciones se dirigían hacia las misiones, aceptó con todo el afecto de su corazón el cargo de Prefecto Apostólico que se le confió en la Abisinia. En Adoua, capital del Tigre, en donde estableció como un centro de misión, pasó cerca de cuatro meses en una especie de retiro preparatorio, implorando el auxilio divino, ya para aprender las diversas lenguas, ya para conciliarse la benevolencia de los príncipes de aquellas regiones, de los grandes y hasta del mismo Rey Oubie.
Luego se dirigió a Roma para obtener otros compañeros. Era portador de cartas muy favorables del Rey Oubie, que había confiado al siervo de Dios una misión para el Cairo. Postrado a los pies del Soberano Pontífice, le entregó sus cartas y le presentó los Etíopes que habían venido con él. Terminados sus viajes de Roma y Jerusalén, volvió a Abisinia, soportando con valor, constancia y alegría toda suerte de peligros, intrigas y persecuciones de sus adversarios. Protegido con el auxilio de Dios y apoyado con la autoridad del Rey, edificó muchas iglesias, y a ruegos de los habitantes de aquellos lugares reconcilió otras muchas profanadas por la herejía, haciéndolas aptas para el culto católico; hizo grandes esfuerzos para levantar seminarios y colegios donde se educasen los clérigos y demás jóvenes. Para que no faltasen en adelante sacerdotes y pasto-. res a aquel rebaño siempre creciente, el Romano Pontífice elevó a la dignidad episcopal al Siervo de Dios Justino, quien por algún tiempo se resistió por su humildad, hasta que se determinó a obedecer a la divina voluntad manifestada por la Autoridad Apostólica. Consagrado Obispo de Nilópolis y poco después en 1847 nombrado Vicario Apostólico de Abisinia, colocado en la casa de Dios como sobre un candelero, brilló de tal manera que disipó las tinieblas del error y conquistó muchas almas al imperio de la verdad.
Por este tiempo se desencadenaron el odio y la envidia de los herejes contra los misioneros católicos, especialmente contra Justino, a quien no cesaron de perseguir con injusticias, calumnias y amenazas de todo género.
Por instigación del Obispo hereje, y de orden de Theodoros, que había quedado vencedor en una guerra contra el Rey Oubie, fue cargado de cadenas y arrojado en prisión juntamente con sus discípulos. Por espacio de cinco meses hubo de sufrir Justino muchos y dolorosos tormentos en la ciudad de Gondar; no le faltó el deseo de consumar el martirio, sino que al tirano le faltó el valor para decretar la sentencia capital. Efectivamente, temiendo atraerse el odio del pueblo por su crueldad con el Siervo de Dios, a quien todos miraban como hombre justo y santo, redujo su injusta sentencia a decretar solamente contra él la pena de destierro.
Libre de sus cadenas y salido de la prisión, volvió otra vez a Abisinia, fijando su residencia en la ciudad de Halai. Allí, como un viajero fatigado del camino y de sus trabajos, tomó un poco de descanso, después de veintiún años de apostolado, llenos de buenas obras y cargados de frutos para sí mismo y para su Misión. Se acercaba, sin embargo, ya el día en que este hombre, adornado con tantos y tan grandes méritos y digno de la recompensa celestial, debía entrar en el eterno descanso y en la santa ciudad de Dios.
El Siervo de Dios fue atacado de fiebre, y juzgando que un aire más saludable sería favorable a su salud, tomó la resolución de trasladarse a otra región. Mas apenas se puso en camino, se le agravó la enfermedad y le obligó a detenerse. Llegado al fin de su carrera, dio a sus discípulos los últimos consejos, recibió con gran piedad los últimos sacramentos de la Iglesia, y durmió piadosamente en el Señor el 31 de Julio 186o, a la edad de sesenta años. El cuerpo de Justino de Jacobis, que todos, católicos, herejes y mahometanos pretendían conservar, fue trasladado a la grande población de Ebo y expuesto en la Iglesia, en donde se celebraron solemnes funerales. Su sepulcro fue muy pronto visitado por multitud de peregrinos y extranjeros que venían a implorar el auxilio divino por intercesión del Siervo de Dios. La reconocida fama de santidad que había conseguido en vida, fue aumentándose más y más de día en día después de su muerte.
Terminadas para este santo fin las informaciones ordinarias, se transmitieron a la Sagrada Congregación de Ritos los documentos del proceso procedentes de Nápoles, de Lecce y de Abisinia. Terminado el examen de sus escritos y obtenida la dispensa de la intervención y voto de los consultores, nada impedía que se continuase el proceso. Entonces a instancias del Sr. Agustín Veneziani, postulador general de la Congregación de la Misión, y vistas las postulaciones de algunos Eminentísimos Cardenales de la Iglesia Romana, de muchos obispos y otros personajes distinguidos por su situación eclesiástica o civil, el Eminentísimo Cardenal Domingo Ferrata, ponente o relator de esta causa, en la junta ordinaria de la Sagrada Congregación de Ritos celebrada en el Vaticano en el día abajo indicado, propuso la duda siguiente: Conviene aprobar la comisión para la Introducción de la Causa y para el fin de que se trata? Los Eminentísimos y Reverendísimos Prelados defensores de los Sagrados Ritos, oída la relación del Cardenal Ponente y la lectura del informe del R. P. Alejandro Verde, Promotor de la Fe, bien considerado todo, convinieron en responder: Afirmativamente: es decir, que la Comisión debe ser aprobada si era del beneplácito del Padre Santo.-12 Julio 1904.
Hecha relación de todo a nuestro Padre Santo Pío X por el Eminentísimo y Reverendísimo Cardenal Luis Tripepi, Pro-Prefecto de la Sagrada Congregación de Ritos, Su Santidad aprobó y confirmó el rescripto de la misma Congregación, y se dignó firmar con su propia mano la aprobación de la Comisión de la Introducción de la Causa del Venerable Siervo de Dios Justino de Jacobis, Obispo de Nilópolis y Vicario Apostólico de Abisinia, de la Congregación de la Misión de San Vicente de Paúl, el día 13 del mismo mes y año.
SERAFIN, Card. CRETONI,
Prefect. de la S. C. de Ritos.
DIOMEDES PANICI, Arzob. de Laodicea,
Secret. de la S. C. de Ritos.
Ya está dado el primer paso para llegar prontamente a la beatificación del ilustrísimo Sr. Jacobis; desde ahora ya tiene derecho al título de Venerable. A todos pertenece, pero de modo más particular a sus compatriotas de Italia y a los fieles del país que él evangelizó, de la Abisinia, acelerar con sus fervientes oraciones y obtener por su fe los milagros necesarios para que se pueda colocar sobre los altares al siervo de Dios.
ANALES 1905