Caridad política y espiritualidad vicenciana hoy

Francisco Javier Fernández ChentoFormación VicencianaLeave a Comment

CREDITS
Author: Charles Pan, C.M. · Translator: Félix Álvarez Sagredo, C.M.. · Year of first publication: 2008 · Source: Vincentiana, Julio-Agosto 2008.
Estimated Reading Time:

Introducción: la historia de mi vocación vicenciana

Antes de comenzar a exponer el tema, me gustaría compartir con ustedes algunas experiencias de mi vida. Ocurrió el último año de mi estancia en el instituto cuando llegué a conocer por primera vez algo sobre la Iglesia Católica. El P. Hermans (un sacerdote vicenciano holandés que trabajaba en Taiwan) fue el que me guió y me ayudó a conocer verdaderamente a Jesucristo. Por este Jesús crucificado yo me sentí atraído y necesitaba estar cerca del altar, conduciéndome inevitablemente a interesarme por el Sacerdocio.

A causa de mi relación con el P. Hermans, elegí entrar en los Vicencianos. Y durante mis años de preparación para el Sacerdocio, como seminarista, me hacía con frecuencia esta pregunta: «¿Por qué me ha llamado el Señor para el Sacerdocio como un Vicenciano?». Durante mucho tiempo, oraba sobre esto mientras continuaba mis estudios. Y aún así no era capaz francamente de encontrar el Cora­zón de Jesús. No fue hasta mi segundo año de Teología — durante el verano — cuando me enviaron a un hospital del lugar para parti­cipar en un programa CPE (Educación de Pastoral Clínica) — que comencé a ver la luz. En el hospital donde trabajaba, llegué a esta­blecer contacto con algunos de los más pobres de los pobres en Taiwan. Fue ante ellos donde yo perdí la seguridad de todos mis estu­dios. ¿Por qué? Porque ninguno de estos pobres, en esa situación, entendían nada sobre la teología que yo profesaba. Fue aquí donde yo perdí la seguridad de antaño y la firme identidad que anterior­mente poseía, porque en esa situación nadie sabía quien era yo. Fue aquí donde yo perdí mi propio sentido de la dignidad porque nadie me respetaba simplemente por el título que ostentaba. Finalmente, me veía a mi mismo como un gran fracaso, cuando me sentí recha­zado 12 veces por un paciente en aquel hospital. Y, cuando me senté en el pasillo enorme de aquel hospital «lamiendo mis propias heri­das» y sintiendo lástima de mi mismo, descubrí con sorpresa que encontrando a muchas personas sin hogar, durmiendo en el parque o en la calle, yo no era distinto a ellos. En esta situación experimenté verdaderamente por primera vez mi profunda pobreza. Esta especie de pobreza me hizo sentir muy molesto, intranquilo y desvalido. A pesar de que en mi propia argumentación percibía claramente que Jesús se había hecho uno de nosotros y se había encarnado en el más inútil y despreciable de los seres humanos, todavía resultaba difícil en mi corazón entender y comprender totalmente por qué se encar­naría el mismo Jesús en estas personas. Cada célula de mi cuerpo reaccionaba en contra de todo lo que Jesús hizo al aceptar las perso­nas más dignas de compasión. Ayudar y llegar hasta esta clase de personas es algo que fácilmente puedo hacer. Pero aceptar la reali­dad de que yo soy una de estas personas rechazadas, y el más pobre de los pobres, y que Jesús vino a salvar y mostrar compasión también por mí, era algo literalmente imposible que yo no conseguía aceptar y desentrañar. No obstante, Jesús había elegido este camino para mostrarme cómo llegar hasta los otros con amor.

La caridad política de Jesucristo

Como apóstol de la caridad, Jesucristo fue la norma de vida para San Vicente de Paúl, y lo consideró como el centro de su existencia y de toda su actividad. Jesucristo es el modelo de caridad perfecta.

Jesucristo es el sacramento de Dios Padre. La unión filial de Jesús con el Padre se expresa en el amor perfecto que Él ha propuedsto también como mandato principal del Evangelio: «Amarás al Se­ñor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento» (Mt 22,37-38). Como ya sabemos, a este mandamiento Jesús agregó un segundo mandato, «como el primero», el del amor al prójimo (cf. Mt 22,39). Se propone él mismo como modelo de este amor: «Un mandato nuevo os doy, que os améis los unos a otros, como yo os he amado» (Jn 13,34). Enseñó y dio a sus seguidores un amor modelado en su propio ejemplo.1

Jesús no vivió para su propio nombre, sino para que el mundo pueda ser salvado y el Reino de Dios pueda llegar. Él dijo: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). Cristo Jesús, «que siendo de condición divina no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de si mismo, tomando condi­ción de siervo, haciéndose semejante a los hombres, se humilló a si mismo, obedeciendo hasta la muerte, y una muerte de cruz». Él fue ciertamente el siervo de Dios, pero al mismo tiempo siervo de sus hermanos y hermanas, para darles la vida y realizar plenamente el reino de Dios entre ellos, revelándoles el amor de Dios.

En un texto fundacional del evangelio de San Lucas (4,16-21), vemos a Jesús un sábado en su pueblo natal de Nazaret. Como hacía habitualmente, Jesús entró en la sinagoga para el culto y fue invitado a hacer la lectura. Tomó el rollo del profeta Isaías, y encontró su texto fuerte de misión (61,1-2) y proclamó: «El Espíritu del Señor está sobre mi, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la libertad a los cautivos, la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Entonces, después de una pausa dramá­tica, Jesús hizo el anuncio sorprendente: «Esta escritura, que acabáis de oír, se ha cumplido hoy» (Lc 4,18-21).

Como Superior General, el P. Gregorio Gay comenta acerca de este texto: «Aquí tenemos un texto apasionado de justicia social, que Jesús eligió deliberadamente para comenzar su ministerio. Tal era la pasión que Jesús sentía por la justicia y el Reino de Dios, que quería que la cosecha celestial comenzara ya aquí en la tierra, por él y a través de él». El Reino de Dios es lo que sería la vida en la tierra si Dios fuese el encargado. Es el sueño de Dios, la pasión de Dios. Jesús estaba tan comprometido para realizar el sueño de Dios que vivió y murió por esa causa. Es el sueño por este mundo de Vicente de Paúl y el nuestro.

Apóstol de caridad: el camino de Vicente de Paúl

1. El comienzo:2

Antes de la fundación de la Congregación de la Misión en 1625 y, hasta entonces, a pesar del maravilloso viaje interior y su fructuoso trabajo, la vida de Vicente se define por su relación con Bérulle, la familia Gondi y los nombramientos temporales, consecuencia de sus relaciones, tales como su posición como capellán y limosnero de la primera mujer de Enrique IV, la Reina Margarita de Valois; sus ser­vicios en las parroquias de Clichy, Folleville, y Châtillon-les-Dombes; y su puesto como Capellán General de las galeras y misiones en los territorios de los Gondi. Su última iniciativa permanente, anterior a la fundación de la Misión, fue el establecimiento de las Cofradías de Caridad, comenzando por Châtillon en 1617. Con la fundación de la Misión y el cuidado de las Cofradías de Caridad encontró su lugar propio, el trabajo de su vida.

2. La fundación de la Congregación de la Misión:3

Una vez que Vicente consigue la ayuda de los Gondi para fundar la Congregación de la Misión, todos sus esfuerzos se dirigen a obte­ner su reconocimiento. El arzobispo de París reconoció la nueva comunidad el 24 de abril de 1626. Siete años más tarde, después de muchas negociaciones y varias dificultades, la Congregación de la Misión recibió la aprobación papal. La congregación creció lenta­mente al principio. En los primeros años de la congregación tenían que contar con los vecinos para guardar su residencia, el Colegio de Bon Enfants. En 1632 siete sacerdotes formaban la congregación y se trasladaron a una vivienda más amplia, el gran priorato de San Lázaro.

3. Respuesta a la nueva situación:4

Durante estos años, el desarrollo de las Cofradías de Caridad ocupó un lugar primordial juntamente con el desarrollo de la misión. Desde sus comienzos en Châtillon, las caridades se organizaban a nivel local y, por consiguiente, tenían la flexibilidad necesaria para responder a la nueva situación que podía surgir. Además de cuidar a los pobres enfermos, pues habían sido fundadas para eso, comenza­ron a responder a las necesidades de los mendigos, así como a los presos y convictos de las galeras, y eventualmente a los jóvenes matrimonios indigentes y las víctimas del hambre y de la guerra.

4. La expansión del trabajo:5

En 1628, el obispo de Bauvais decidió tener unos cuantos días de retiro para preparar los candidatos al sacerdocio para la ordenación. Llegó a esta decisión después de hablar con Vicente, al que pidió res­ponsabilizarse del retiro. Esto supuso una gran innovación en aquel momento. En 1633, en colaboración con algunos sacerdotes de París, Vicente establece las Conferencias de los Martes. Vicente participa en los encuentros, y después de un tiempo de oración, los sacerdotes comparten sus pensamientos y convicciones sobre lo que significa ser sacerdote. Su interacción les animaba mutuamente; al salir de estos encuentros, todos se sentían agraciados por un celo renovado. Las Conferencias de los Martes dieron mucho fruto al promocionar los nobles ideales del sacerdocio y fomentar la ayuda mutua entre los sacerdotes. Muchos futuros obispos asistieron a las Conferencias, que dieron a Vicente una oportunidad para familiarizarse directamente con ellos, y a ellos una oportunidad para profundizar y purificar sus compromisos sacerdotales.

5. La Fundación de las Hijas de la Caridad:6

La obra de caridad que se necesitaba era un corazón, un alma, y una fidelidad incondicional. Como respuesta a esta necesidad, Luisa de Marillac descubrió su misión y, finalmente, con Vicente, fundó las Hijas de la Caridad. Vicente y Luisa llegaron a ser como el padre y la madre de las Hijas de la Caridad.

6. El nuevo y Urgente trabajo:7

En 1638, Vicente asumió el cuidado de los niños abandonados. Al comienzo, Vicente confió algunos niños a Luisa, mucho antes de que Vicente y Luisa aceptaran todo el trabajo. Se destinó a una docena de Hijas de la Caridad para hacer este trabajo y se constru­yeron trece casas para recibir a los niños.

7. La primera gran cruzada de caridad:8

Al comienzo de 1639, Vicente se enteró de la miseria extrema de la provincia de Lorena, destruida por la guerra, el hambre y la peste. Hizo un llamamiento a las Damas de la Caridad, y durante los diez años siguientes no cesó de enviarles ayudas. Se establecieron y se financiaron centros de asistencia para proporcionar comida y refugio para los hambrientos y sin hogar, y para cuidar los enfermos. Desde S. Lázaro, Vicente exhortaba, consolaba, aconsejaba, y suplicaba a todos tener paciencia. Organizó misiones para los refugiados, acogió a mujeres jóvenes en peligro y movilizó la asistencia para la nobleza empobrecida de Lorena. También aprovechó sus contactos con el pri­mer ministro, Cardinal Richelieu, y otras personas influyentes para rogar por la paz.

8. La influencia significativa sobre la Iglesia y la familia real:9

En 1643, Vicente asumió una serie completamente nueva de res­ponsabilidades. Después de la muerte de su marido, Luis XIII, y durante la minoría de edad de Luis XIV, La Reina Ana de Austria constituyó el Consejo de Asuntos Eclesiásticos, para el que nombró inmediatamente a Vicente. En estos encuentros Vicente ejerció una influencia importante en la elección de obispos buenos y dignos, vigiló la renovación de la vida monástica, trató con el Jansenismo, y fue capaz de seguir la situación del pueblo y de los pobres ante el gobierno de Francia.

Después de seguir las huellas del camino caritativo de Vicente de Paúl, sabemos que Vicente hizo un gran trabajo caritativo en favor de los pobres. Uno podría afirmar que toda la base del espíritu de Vicente fue reconocer en el pobre el rostro de Cristo, y servir en el pobre a nuestro Señor Jesucristo. Pero con frecuencia descuidamos otro aspecto de su legado. San Vicente, no obstante, nos ha dejado en concreto un regalo hermoso. Esto es, su creatividad que le condujo a una metodología adaptada a los tiempos que el vivió y que todavía permanece relevante en nuestros días.

El celo de Vicente por el servicio de los pobres fue tal que valoró la necesidad de crear medios sostenibles para servir a los pobres. Para realizar esto, tenía que pedir humildemente la colaboración de otros. Tenía que motivarlos a través de su espiritualidad y provocar en ellos su propia creatividad y talento para el servicio de los pobres.

No solamente esto, reunió todos los recursos disponibles para el servicio de los pobres, mayores y jóvenes, hombres y mujeres, cléri­gos y laicos, la familia real y los campesinos, ricos y pobres, etc. Todos estaban movilizados para este cometido.

Vicente conoce tanto el potencial del laicado como el de las muje­res y su papel a la hora de crear un mundo más justo. Este es un nuevo concepto que emerge en él, cuando existían pocas expectativas del laicado, y las mujeres tenían un lugar secundario en la sociedad.

Vicente plantó una semilla a través de estos medios. Durante su vida esta semilla se hizo un pequeño arbusto. Él mismo tuvo mucha influencia. Hoy esa planta es un árbol maduro. Existen 260 comuni­dades religiosas y organizaciones laicales que llevan su huella. De hecho, se puede constatar que mucho del servicio contemporáneo de los pobres en la Iglesia está fuertemente influenciado por este santo francés del siglo XVII.

En el pobre, Vicente vio y trató de consolar al mismo Cristo. El mensaje de Vicente tiene una fuente, una fuerza, y un punto incon­fundible de atención que es específicamente teologal: nace en Cristo, se alimenta por la sed de Cristo, tiende hacia Cristo. Unión con Jesu­cristo: esta es la meta de la búsqueda incansable e insaciable, vista en la trayectoria existencial de Vicente de Paúl. Vicente es un hombre que siempre busca la voluntad de Dios y le presta atención, y vive una vocación centrada en Cristo y en el Espíritu Santo.

Plenamente actual hoy

Vicente de Paúl hace que la oportunidad perenne del evangelio permanezca viva. Cada uno es como una parábola viviente de aquella frase de la carta a los Hebreos: «Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre» (Heb 13,8). Hoy, como hace dos mil años en los caminos de Palestina, Cristo sigue caminando a nuestro lado y sigue llamándo­nos: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme» (Mt 19,21). Hoy como entonces, todos y cada uno podemos apoyar nuestra cabeza en el costado de Jesús para escuchar los latidos del amor que Dios siente por sus criaturas (cf. Jn 13,25). Veamos ahora un ejemplo concreto: el Hogar de Santa Ana que mantiene vivo el espíritu de la caridad política.

El P. G. Beunen, C.M., vino a Taiwan desde Holanda en 1951. Ocu­pó el puesto de Jefe del Departamento de Comunicaciones de la Em­bajada Vaticana en Taiwan y Director de la Misión Vicenciana holan­desa en Taiwan. Estableció la parroquia católica de Shipai en 1962 y desarrolló activamente trabajo pastoral en el Hospital de los Vetera­nos. Cuando predicaba en Taiwan, vio muchos niños minusválidos que vivían sin una atención adecuada. La idea de establecer un hogar surgió inesperadamente en su mente. No obstante, no había suficien­te apoyo financiero en Taiwan. Por consiguiente, el P. Beunen regresó a Holanda para obtener más fondos. Finalmente, con más aportacio­nes de las iglesias y personas generosas de Holanda, el P. Beunen construyó fielmente el Hogar Santa Ana en Taiwan en 1972.

A lo largo de esas décadas, aumentó el número de niños que reci­bían ayuda. El Hogar Santa Ana continúa afrontando el problema de insuficiencia de recursos humanos y financieros. Para reunir más recursos de nuestra sociedad, el Hogar Santa Ana se registró oficial­mente el mes de marzo de 1998.

El Supervisor actual del Hogar Santa Ana, P. Van Aert, ha here­dado el espíritu del P. Beunen que insistía en las palabras de Jesús: «Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mi me lo hicisteis». Continua ofreciendo un Hogar cariñoso, donde los niños con serios problemas de retraso están bien cuidados, donde los niños comparten el calor de una familia. Para ser más útiles a los Minusválidos, hemos establecido la Fundación Beunen.

De hecho, el Hogar Santa Ana se estableció en Taiwan en los años setenta precisamente porque la población local y el gobierno descui­daban la situación lamentable de los minusválidos en la sociedad taiwanesa. Con la presencia del Hogar Santa Ana, existe un signo claro de presencia del Reino de Dios. A través del Hogar Santa Ana, que ha llegado a ser como una especie de maestro y conciencia para el gobierno y la comunidad local, se recuerda constantemente tanto al gobierno como a la sociedad el bienestar y las necesidades de los minusválidos en Taiwan.

Conclusión

En su exhortación apostólica Post-Sinodal, el Papa Benedicto XVI nos anima a repetir en cada Misa: «Danos hoy nuestro pan de cada día», «hacer todo lo posible, en colaboración con instituciones priva­das, internacionales y estatales para eliminar o al menos reducir el escándalo del hambre y de la malnutrición que afecta a millones de personas en nuestro mundo, especialmente en los países en vías de desarrollo. De modo particular, el laicado cristiano, formado en la escuela de la Eucaristía, está llamado a asumir sus responsabilidades sociales y políticas específicas. Para hacer esto, es necesario estar adecuadamente preparado por medio de una formación práctica en la caridad y en la justicia».10

Más aún, Benedicto XVI se dirigió a la quinta Conferencia de Obispos de América Latina y el Caribe en Aparecida, Brasil, el 13 de mayo, «La Iglesia es el defensor de la justicia y de los pobres, preci­samente porque no se identifica con los políticos ni tampoco con intereses partidistas. Sólo permaneciendo independiente, la Iglesia puede enseñar los grandes principios y los valores inalienables, guiar las conciencias y ofrecer una elección de vida que va más allá de la esfera política. Formar la conciencia, ser defensora de la justicia y de la verdad, educar en las virtudes individuales y políticas: esa es la vocación fundamental de la Iglesia en ese campo.

Como Vicencianos, estamos convencidos de que el desprecio que algunos tienen hacia los desconfiados locales, aquellos que no son capaces de hacer frente a la situación, también está presente hoy a escala global. Desprecio por los innumerables pobres en China continental, muchas personas y familias en los sucesos recientes del Tsunami en Asia, enfermos de sida en todas las partes del mundo y muchos otros millones de personas. Alguien tiene que hablar por ellos, en nombre de Cristo, y esto forma parte de nuestra vocación. Es necesario que alguien sea un contrasigno para el modelo de pen­samiento actual que dice «Si no son útiles, si no producen nada, ellos no cuentan.» No conseguimos ver cómo puede seguir siendo esto un extra opcional a nuestra proclamación del Evangelio; cualquier evan­gelio que prediquemos que no exprese de alguna forma este grito por la justicia, será imperfecto, defectuoso.

«Aborreced el mal, amad el bien, que reine la justicia en la puerta de la ciudad». (Amós 5,15)

«Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo». (Lc 6,36)

Estas invitaciones del Señor siempre provocan en los Vicencianos un gran desafío y les ayudan a imitar a Jesucristo como San Juan Gabriel Perboyre rogaba:

Divino Salvador mío
transfórmame en tu imagen.
Que mis manos sean las manos de Jesús.
Que mis palabra sean las palabras de Jesús.

Concédeme que cada facultad de mi cuerpo
sirva sólo para glorificarte.

Sobre todo,
transforma mi alma y todas sus potencias
para que mi memoria, voluntad e inclinaciones
sean la memoria, voluntad e inclinaciones
de Jesús.

Te ruego
que destruyas en mí
todo lo que no sea tuyo.

Concédeme que pueda vivir
sólo en Ti, por Ti y para Ti,
de tal forma que pueda decir con San Pablo:
«Ahora vivo yo, pero no soy yo,
sino que es Cristo quien vive en mi».

  1. Cf. JUAN PABLO II, Jesucristo es un Modelo de Amor Perfecto, Audiencia General, 31 de agosto de 1988.
  2. H.F. O’DONNELL, Vincent de Paul: His Life and Way, in F. RAYN – J.E. RYBOLT, ed., Vincent de Paul and Louise de Marillac: Rules, Conferences, and Writings, New York: Paulist Press, 1995, pp. 24-25.
  3. Ibid., p. 25.
  4. H.F. O’DONNELL, Vincent de Paul: His life and Way, in F. RAYN – J.E. RYBOLT, ed., Vincent de Paul and Louise de Marillac: Rules, Conferences, and Writings, New York: Paulist Press, 1995, p. 26.
  5. Ibid., pp. 25-26.
  6. Ibid., p. 26.
  7. H.F. O’DONNELL, Vincent de Paul: His Life and Way, in R. RAYN – J.E. RYBOLT, ed., Vincent de Paul and Louise de Marillac: Rules, Conferences, and Writings, New York: Paulist Press, 1995, p. 27.
  8. Ibid.
  9. Ibid., p. 28.
  10. BENEDICTO XVI, Sacramentum caritatis, Post-Synodal Apostolic Exhorta­tion, Città del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 2007, no. 91.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *