BIOGRAFÍA DEL SR. D. RAMÓN ARANA Y ECHEVERRÍA (II)

Mitxel OlabuénagaBiografías de Seglares vicencianosLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: IMS · Año publicación original: 1903 · Fuente: Anales Madrid.
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índiceEs destinado a las Misiones.—Celo con que trabajaba en ellas.—Misiones en Teruel, Toledo, Madrid y en varias otras Diócesis.—Hace mucho rento y deja por doquier fama de Misionero virtuoso y santo.
Después de este para él feliz acontecimiento, no tardó ser trasladado a Madrid, una vez que las cosas se iban apaciguando, y las desastrosas guerras civiles cesaron con la proclamación de Alfonso XII y su advenimiento al trono, so que permitió a los Misioneros instalarse del mejor do posible en el barrio de Chamberí y volver a ocuparse tranquilamente en las obras y ministerios propios de vocación; y como las Misiones sean el principal objeto nuestro Instituto, a ellas con preferencia se dedicaron sujetos idóneos que reanudaran esta santa obra, tantos años interrumpida por los trastornos nacionales.
Necesitaba por aquel entonces nuestra Casa de Teruel excelentes y verdaderos Misioneros que fuesen a reconocer pueblos de aquella Diócesis aragonesa y recoger los óptimos frutos y abundante cosecha con que siempre han sido, y son al presente, allí recompensados sus afanes y tareas; y al momento los Superiores echaron mano de nuestro amado Sr. Arana, para que, en compañía de otro joven Misionero, fuesen con la bendición del Señor a socorrer aquella urgente necesidad. Grandes fueron las bendiciones que el Señor derramó sobre los trabajos llevados a cabo por estos jóvenes Misioneros, debidas en parte a su constancia y virtudes por ellos practicadas. Extrañábanse las gentes al verlos tan jovencitos, y pueblo hubo que desconfiaba del feliz éxito de la Misión; mas cuando vieron por experiencia y palparon por sí mismos los conocimientos de que estaban adornados, cambiaron completamente de opinión. Que nuestro estimado Sr. Arana se esforzó grandemente en estas Misiones y contribuyó por su parte al buen resultado de ellas, puede verse por el siguiente testimonio, dado por uno de sus compañeros que más en aquella ocasión le trataron: «De los años que estuvo conmigo en Teruel, sólo le diré que trabajó muchísimo para predicar los sermones en castellano, cuando apenas lo sabía él hablar; y tenía la humildad de hacerlo presente al auditorio el primer día, para que no se extrañaran si oían alguna concordancia vizcaína.
«Otra circunstancia notable era que predicaba con tanto entusiasmo el sermón del perdón de los enemigos, que, sin darse cuenta, al mandar abrazarse los unos a los otros en prueba de amistad, se bajaba él del púlpito y empezaban a abrazarle unos y otros, y cuando, lo echaba de ver se encontraba ya cinco, ocho y diez varas lejos del púlpito, y se habían pasado quince, veinte y hasta treinta minutos; y entonces subía a concluir su sermón, Diré que era buen compañero, muy observante y muy sencillo.
Siempre Dios nuestro Señor tiene en cuenta sus fieles servidores, enviándoles trabajos y tribulaciones, a fin de ejercitar su paciencia y darles ocasión de adquirir subidos méritos de gloria eterna; y tampoco faltó esto al Sr. Arana, porque, entre las muchas y grandes aflicciones y penas con que le probó el Señor, una fue, y que le duró por toda la vida, el suceso acaecido en el pueblo de Visiedo, Diócesis de Teruel. Hallábase dando Misiones en este pueblo, cuando un día, estando sentado en el Presbiterio oyendo el sermón que uno de sus compañeros predicaba, de repente, y al frente de donde él se encontraba, despréndese una de las estatuas de yeso que en lo más alto de la cúpula interior adornaban aquella iglesia, produciendo tal impresión en su corazón y organismo, nervioso por sí, aquel espectáculo, con la gritería y desgracias consiguientes que ya desde entonces quedó herido de muerte y fue causa de la debilidad tan terrible que vino padeciendo hasta los últimos días de su vida.
Llamado otra vez por sus Superiores a la Casa Central, se le destinó a las Misiones de esta Diócesis de Madrid, por entonces unida a la de Toledo. Comprenderáse fácilmente lo mucho que tuvo que sufrir y trabajar para desempeñar con acierto tan noble cargo, si se atiende a la corrupción de costumbres, efecto de las guerras y discordias que tantos años llevaban imperando, y a la indiferencia en materia de religión tan espantosa que reinaba en tan extensa y vasta Diócesis. Mas con la gracia del Señor y su cooperación, sus trabajos fueron recompensados, y los frutos que de ellos recogió fueron copiosos y abundantes. ¡Cómo aprovechaba este celoso Misionero los más pequeños espacios de tiempo que le quedaban libres copiando sus pláticas, doctrinas y sermones, a fin de ser útil a sus prójimos y hermanos!
Pasados algunos años se le puso al frente de la Misión de esta Diócesis de Madrid, cargo que desempeñó a satisfacción de sus Superiores y con gran provecho de los pueblos hasta el de 1890, en que se le encargó la dirección del Seminario interno. Si como súbdito en las Misiones no dejaba que desear, no se portó de distinto modo como Director de las mismas, sabiéndose captar la benevolencia y cariño de sus amados compañeros, y atendiendo él a ,sus necesidades cual tierno y cariñoso padre, a pesar de no poder verificarlo muchas veces cual él lo deseaba por razón de las circunstancias. Grande sin comparación es el aprecio y estima que de su persona, trabajos y virtudes en las Misio-nes practicadas han manifestado los pueblos por él recorridos, y no poblaciones como quiera, sino muchas de ellas indiferentes, divididas en bandos y parcialidades, entregadas a mil preocupaciones y profesando doctrinas perversas.
No há mucho que propietarios y honrados vecinos de la cristiana y piadosa villa de Sonseca, en Toledo, se lamentaban de su fallecimiento y hablaban de él como de un hombre santo; y estos mismos sentimientos han manifestado los de muchas otras partes, expresando al mismo tiempo su reconocimiento y gratitud hacia este venerable Misionero por la eficacia con que cooperó a su bien espiritual y temporal. Sería muy larga tarea el referir todo lo bueno obrado por este santo Sacerdote en los catorce o dieciséis años que estuvo dedicado al ejercicio santo de las Misiones, no limitándose su celo a las Diócesis que ya llevamos mencionadas, sino que también las de Zaragoza, Astorga y algunas otras fueron teatro de sus apostólicos trabajos, los cuales bendijo el Señor admirablemente, y fueron innumerables las almas que sacó del horrible estado de la culpa, reduciéndolas a mejor estado de vida y al exacto cumplimiento de los deberes de sus respectivos estados, llenándole de mil bendiciones y alabando a Dios en su siervo. Y cuando ya en estos últimos años no podía ejercitarse en ellas, ¡con qué santa envidia se despedía de los Misioneros de esta Casa Central al partir para ir a ocuparse en tan noble empresa! ¡Cómo les manifestaba los grandes deseos y las vivas ansias que tenía de ir a acompañarles, si le fuera posible! ¡Qué oraciones tan fervorosas dirigía al Cielo, y encargaba esto mismo a los jóvenes seminaristas, a fin de obtener el feliz resultado de las Misiones! ¡Con qué gloria tan grande le habrá premiado el Señor!

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