Aproximación a san Vicente de Paúl (III)

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COMO UN PEDAGOGO

Como una referencia particular, en esta Semana Vicenciana, quiero destacar que entre los muchos aspectos que podríamos ana­lizar del genio de Vicente de Paúl hay uno que tiene particular reso­nancia. Yo diría que Vicente de Paúl fue un gran pedagogo. No sólo formaba a los candidatos de los grupos instituidos por él, sino que se preocupaba de proporcionarles instrumentos para que ellos, a su vez, educasen a aquéllos que se les confiaban. Quiero detenerme en el primer aspecto: la formación de los formadores. El segundo, lo que podríamos llamar su proyecto educativo, es objeto de otra inter­vención en esta Semana.

Vicente parte de un convencimiento. Enseña, con sus palabras y su vida, a vivir una responsabilidad en el servicio de los pobres.

En la base de esa responsabilidad hay un único principio: «Todo le pertenece a ellos»: el tiempo, la vida espiritual, las actividades… Es una actitud verdaderamente radical la que plantea, hasta el punto de que la dedicación a los pobres del campo debe llevar a sus misio­neros a no predicar en las ciudades, renunciar a ocuparse de la aten­ción espiritual de las religiosas, no escribir libros, despreocuparse de la atención de parroquias ricas, aceptar fundaciones que pudie­sen atarles a un servicio concreto, etc.

Con una dinámica

Pero no se contenta con plantear una responsabilidad. Es un gran animador. Lleva tras de sí a todo el que entra en su esfera y se deja ganar por su causa. Es la causa de Jesús, y hay que conseguir que todos se enrolen en ella. Nunca se deja arrastrar él solo por su pro­pia obra. Si se trata de las misiones populares, cuenta con todos los que le puedan ayudar, sacerdotes diocesanos o religiosos.

Si hay que remediar las necesidades de los indigentes o las con­secuencias de las guerras, acude a todos los que pueden proporcio­nar medios, y así en todas sus obras.

De modo especial cuenta con los miembros consagrados de su familia espiritual, Paules e Hijas de la Caridad, y con los laicos, a los que es capaz de entusiasmar en el servicio de los pobres; esto es notable en una época en que la vida espiritual estaba en gran parte centrada en una espiritualidad mas bien alienante, marginada de la vida. Así, sitúa a la mujer en un protagonismo que entronca con la más pura tradición cristiana; «Hace unos 800 años que la mujer no tiene ninguna función pública en la Iglesia… y he aquí que la Providencia se dirige a vosotras para suplir lo que faltaba en el servicio de los pobres»‘. «Desde el tiempo de las mujeres que servían al Hijo de Dios y a los apóstoles, no se ha hecho en la Igle­sia de Dios ninguna fundación para este fin». Y esto en un siglo en el que la mujer no representaba nada, hasta el punto de que en una tesis defendida en la Facultad de Medicina de la Sorbona, en 1620, se pregunta si la mujer no será una obra imperfecta de la naturaleza».

Escuchándole, o viéndole actuar, se aprecian enseguida sus métodos pedagógicos». Su lenguaje jamás fuerza, es insinuante, despierta la ilusión y el ansia de vivir según los parámetros que él considera fundamentales para vivir el ideal. Los llama «virtudes propias». Son las que considera imprescindibles para vivir en el ser­vicio o en la instrucción de los pobres. Sin ellas, todo lo demás, carece de sentido. Cuando las expone no habla con tópicos. Son sus convencimientos, los grandes hallazgos que él hizo en su acon­tecer, que por eso mismo, acaban siendo atractivos gracias a su pro­pia vibración.

El lenguaje no lo utiliza sólo para comunicar algo. Mas bien crea ámbitos de vida. Su persuasión se emplea en exaltar en sus segui­dores el sentimiento de la grandeza incomparable de la obra a la que son invitados. Son reiteradas las llamadas a sentirse felices por vivir su vocación. Y la respuesta es siempre el entusiasmo. Así, después de haber exaltado la grandeza del servicio de los pobres, una Hermana exclama: «Si yo tuviera fuerzas para ello, ¡cuánto me gustaría servir a los pobres hasta el fin de mi vida y hasta el fin del mundo, para servir así a Dios!» La respuesta de Vicente vino a subrayar lo dicho: «¡Qué hermoso es todo esto! ¡Qué buena Herma­na! ¡Que Dios le bendiga!». Vicente de Paúl le había contagiado perfectamente sus propios sentimientos. La Hermana había enten­dido muy bien la explicación. Le faltó tiempo a Vicente para subra­yarlo delante de las demás, como una gran lección a grabar.

Las Hermanas acogen con gran docilidad las sugerencias que se les hacen. Vicente no pierde ocasión para animarlas a la fidelidad en todo lo que constituye su vida, aún en las tareas más arduas, convirtiendo el servicio en algo fácil, como si fuese cuestión de tocarlas con una varita mágica. Es célebre su conferencia del 14 de junio de 1643:

«Os digo pues, hermanas mías, que la práctica de vuestra mane­ra de vida es muy fácil. No hay nada tan fácil y agradable como levantarse a las cuatro, ofrecer los primeros pensamientos a Dios, ponerse de rodillas para adorarlo y ofrecerse a él. ¿No es esto muy fácil?

Para hacer la oración, esto es, para hablar con Dios, una media hora; ¡qué facilidad y qué dicha! Ordinariamente nos sentimos muy felices de poder hablar con un rey; y carecen de razón aquellos que encuentran difícil hablar media hora con Dios.

Llevar las medicinas a los enfermos y oír la santa misa al regre­so, tampoco es difícil…

Antes de comer, hacer el examen particular, decir el Benedicite y dar gracias. ¿Qué dificultad encontráis en ello? Después de comer, tener cuidado de recoger las prescripciones del médico, y preparar y llevar los remedios a los enfermos. Esto es muy fácil.

Después de esto, tomar algún tiempo para leer algún capítulo de algún libro de devoción. Hijas mías, no hay que faltar en esto; se trata de algo muy fácil y es además muy necesario porque, por la mañana, habláis con Dios en la oración, y por la lectura Dios os habla a voso­tras. Si queréis que Dios os escuche en vuestras oraciones, escuchad a Dios en la lectura. No es menos provechoso y agradable escuchar a Dios que hablarle. Por eso, os recomiendo mucho, tanto como sea posible, que no faltéis a esto, y si puede ser, que hagáis un poco de oración después.

Hacer luego el examen particular después de cenar, resulta tam­bién muy fácil.

Hacer también antes de acostarse el examen general; acostarse a las nueve y dormirse con algún buen pensamiento. ¿No es todo muy fácil? ¿Y qué razones podríais tener para no hacerlo?».

No resulta muy difícil imaginarse a las Hermanas haciendo todas las cosas, al día siguiente, con el convencimiento de que era verdad, que resultaba muy fácil actuar así. Desde la primera hora del día, las Hermanas no tenían otra cosa que hacer mas que recor­dar lo que Vicente les había dicho de un modo tan vivo. Y así, las cosas siempre iban bien.

Medios de su pedagogía

No nos resultaría muy difícil saber cómo era su diálogo con la gente y en particular con los suyos, en la conversación, o en la direc­ción espiritual. Se nos han conservado textos suficientes, que pode­mos extraer de sus conferencias y charlas, donde él intenta mante­ner el mismo tono coloquial de su hablar ordinario. Lógicamente no conservamos sus conversaciones, fuera de algunas actas de las reu­niones del Consejo, donde se percibe la espontaneidad y viveza de su expresión. Por eso nos tenemos que fijar en los textos de sus escritos, cartas y conferencias.

En el diálogo, su pregunta es simple y directa. La respuesta está siempre en la misma línea. Como un gran maestro socrático, poco a poco llega a la enseñanza que le interesa subrayar a través de las interpelaciones y respuestas. Al final, siempre alcanza la unanimi­dad. Sus interlocutores no pierden ripio. Mantienen la atención. En cualquier momento pueden ser interrogados. Pero es que además se percibe que se sienten a gusto escuchando y dialogando con tal maestro.

Cuando el tema es complejo, el diálogo, al final, viene a afian­zar las enseñanzas. Suele ser un diálogo conciso, y en el ir y venir de preguntas y respuestas, se hace una recapitulación global que simplifica todo lo expuesto.

Al final, sus interlocutores podrán conservar cómodamente en la memoria el contenido y podrán construir una actitud ante la vida. A veces el diálogo se convierte en monólogo. Él mismo se plantea las preguntas y da las respuestas, sobre todo cuando éstas no admiten lugar a la duda.

De temperamento bilioso, según la expresión de sus contemporá­neos, resultaba fuerte cuando trataba de corregir, sobre todo cuando estaba en juego el bien de los pobres y la fidelidad de aquéllos y aqué­llas que se comprometieron a servirles con verdadera entrega. Pero la virtud le constituyó en dueño de él mismo y de todas sus expresiones, y por eso, de ordinario resulta delicado y manso en el trato, y hasta, a veces, ingenioso o gracioso en sus expresiones. Son muy gráficas las comparaciones de que se vale. No menos expresivos son los retratos que a veces hace de las personas con defectos. Todo lo pone al ser­vicio de la tarea que él se propuso de crear el gran ejército de los sier­vos y las siervas de Jesucristo en los pobres, y unos y otras saben cap­tar muy bien sus orientaciones y consejos. De vez en cuando se lo confirman con las noticias que le llegan de lejos acerca de su compor­tamiento. Entonces no duda en mostrarlo con sano orgullo ante los demás. Al final de una conferencia a las Hermanas les da noticias de las tres que había enviado a Polonia. Después de su llegada, la reina les dio a conocer sus intenciones: dos tenían que ir a Cracovia para servir allí a los pobres; la tercera cuidaría de su persona real. Sor Marga­rita, la elegida, le responde con decisión: ««Señora, ¿qué es lo que decís? Las tres estamos para servir a los pobres, pero en vuestro reino tenéis otras muchas personas más capaces que nosotras para servir a Vuestra Majestad. Permítanos, señora, que hagamos aquí lo que Dios quiere de nosotras y lo que hacemos en otras partes». «Entonces, her­mana, ¿es que no me quiere usted servir?». «Perdonadme, señora, ¡pero Dios nos ha llamado para servir a los pobres»!. He aquí la refle­xión de Vicente, y su enseñanza: «¿Verdad que es muy hermoso todo esto, hermanas mías? ¡Salvador de mi alma! Dios ha permitido este ejemplo para animaros a vosotras. Hermanas mías, ¡pisotear la reale­za! ¡Cuánta virtud se necesita, hermanas mías! ¿No es preciso para esto tener verdaderamente el espíritu que Dios ha dado a la Compa­ñía? ¡Qué felices sois por haber sido llamadas a ella!».

De estos trazos de belleza están llenos los anales de sus institu­ciones. El amor a los pobres alcanzaba a veces tal intensidad que una Hermana, en su lecho de muerte, hacía esta declaración: «No tengo ninguna pena ni remordimiento, si no es el de haber gozado mucho en el servicio de esas buenas gentes; volaba entonces, tal era la alegría que sentía’. Su vida y su muerte eran siempre un testi­monio que hablaba por sí solo. No perdía ocasión de recordar a los que se iban muriendo, resaltando las grandes virtudes que habían vivido, sobre todo en el servicio a los pobres.

Sus escritos

Son la fuente de que nos valemos para conocer su pensamiento, sus obras y su modo de proceder en la formación de los suyos.

Hay que decir que él no escribió nada para ser publicado. Sin embargo hoy tenemos trece gruesos volúmenes, de unas 700-800 páginas cada uno, en los que se encuentran lo que podríamos llamar sus «obras». En realidad se trata de algunos textos de sus conferen­cias, recogidas por los que le escuchaban, una serie de documentos relacionados con él o con sus obras, y algunas de sus cartas. Todas las semanas hablaba varias veces tanto en la casa de la Misión, como a las Hijas de la Caridad, así como frecuentemente a las Damas. Se conservan algunos de esos textos, no muchos respecto a los que él pronunció, aunque significativos. Su correspondencia realmente fue prolífica. Si se hubiese conservado toda, tendríamos hoy unos ochenta volúmenes».

Los textos conservados, tanto de sus conferencias como de sus cartas, corresponden en su mayoría a los treinta y cinco últimos años de su vida.

En general, estos documentos nos permiten descubrir bastante bien la influencia que san Vicente ejerció sobre sus contemporáne­os, y, por supuesto, es la base sobre la que han edificado su segui­miento sus continuadores a través de los últimos tres siglos y medio que casi han transcurrido desde su muerte.

Ya hemos dicho que Vicente de Paúl no es un escritor, ni lo intenta. Habla de lo que lleva dentro, y basta. Expresa vivamente su mundo interior, despertado ante las circunstancias que le rode­an, especialmente por la urgencia de los problemas que detecta en su entorno. Los pobres, y la formación de aquéllos y aquéllas que les van a servir espiritual y materialmente, ocupan la mayor parte de sus reflexiones. Con frecuencia, en su expresión resuena, explí­cita o implícitamente, un texto reconocido. Un hombre de Dios vive de la Palabra del mismo Dios. Por eso no resulta extraño des­cubrir la riqueza con que la refleja en sus propias palabras. En otras ocasiones son los autores, teólogos o espirituales de su tiempo, con los que él conversa, o que él lee con interés o escucha en las lectu­ras que se hacen en la comunidad, los que aparecen como padres de su pensamiento.

En una época de discursos y escritos eruditos, no cae en este recurso. Sus textos respiran la frescura del que habla de vivencias propias y no trata de demostrar ningún saber. Le preocupa animar, formar, sostener, alentar y todo para el bien de los pobres, en el espí­ritu de sus instituciones y al servicio de la Iglesia.

Sus conferencias

Todos los viernes del año reunía a sus misioneros para tener una conferencia con ellos. Se calcula en más de tres mil las que pro­nunciaría desde 1625 hasta la fecha de su muerte, aunque sólo con­servamos ciento ochenta». Además conservamos textos de sus repeticiones de oración y de las exhortaciones en los capítulos de faltas.

Todos los temas que son importantes para la formación de los servidores y evangelizadores de los pobres están en los labios del inspirador de tal tarea. Habla con sencillez, la misma que él desea como patrimonio para el que misiona a los sencillos. Esa sencillez no le impide utilizar el énfasis, para que se grabe lo que quiere transmitir. El H. Ducournau, que con el H. Robineau fueron los amanuenses que nos dejaron estos textos, dirá:

«Aunque el padre Vicente hable de un tema común, todos sabe­mos que lo hace con una fuerza poco común, pues su elocuencia y la gracia que lo anima le hacen tratar las materias más vulgares con tanta devoción que impresiona a todos sus oyentes e imprime en sus almas mucho aprecio y reverencia por todo lo referente a Dios y gran afecto a las reglas y prácticas de la casa. Por eso están todos muy atentos cuando habla y como arrebatados al oírle, mientras que los ausentes preguntan muchas veces por lo que ha dicho y se sienten muy apenados de no haber podido asistir…

Quizás diga alguno que el padre Vicente no dice nada que pueda verse en los libros.

Respondo que quizás sea verdad. Pero sabemos que, para ali­mentar bien a los niños, lo mejor es la leche de su propia madre y que las cariñosas enseñanzas de su padre hacen más impresión en sus almas que las de los maestros, debido al cariño y al afecto natural que Dios ha impreso en toda clase de personas hacia aquellos que los engendraron. Además, es difícil encontrar en los libros las hermosas ideas y los buenos sentimientos que recibimos de las charlas de este caritativo padre, ya que nos las da según nuestras necesidades y nues­tras obligaciones, que son muy diferentes de las de otras compañías, que han escrito lo que les corresponde a ellas. Por otro lado, se trata de conocer al árbol por sus hojas, esto es al padre Vicente por sus palabras, lo mismo que por sus frutos, como ya he dicho, para edifi­cación de la posteridad que, si lo viera revivir sólo por sus acciones, podría decirle lo que un filósofo dijo en cierta ocasión a otro: «Habla, si quieres que te conozca».

La formación de las Hijas de la Caridad fue una tarea conjunta con Luisa de Marillac. De las muchas conferencias pronunciadas por san Vicente conservamos hoy ciento veinte. La más antigua, del 3 I de julio de 1634, aunque ya es la tercera que les da. El diálogo con aquellas mujeres sencillas, que aún respiran la frescura de los campos de donde proceden, y el tono familiar, distendido y hasta cariñoso, tal vez sean las notas distintivas del método que sigue en estas conferencias. Es admirable descubrir la destreza del buen maestro que con gran habilidad va llevando la conversación al fin que él se ha propuesto, y que al final resulta evidente para aquellas mujeres que le escuchan con cariño y atención. Son jóvenes llenas de entusiasmo en ese servicio que realizan como auténticas criadas de los pobres, con la conciencia de que están sirviendo a Jesucristo, y a las que es necesario formar para que puedan servir no sólo en las tareas humanitarias o de la salud, sino también en el servicio espiritual al que tantas veces les invita el fundador. Su preparación humana es muy pobre; algunas no saben leer ni escribir, aunque ten­gan un corazón de oro.

Una de sus principales tareas, ya entonces, es la enseñanza». No hay grandes colegios, ni en el estilo de la época, ni en el actual. Son pequeñas escuelitas para las que Luisa llegará a escribir un Regla­mento, y para las que Vicente les muestra la actitud de espíritu con el que hay que acoger a las pobres niñas que hasta allí llegan.

No cabe duda que el método de formación utilizado por san Vicente con las primeras Hijas de la Caridad, de modo especial el diálogo, marcó en mucho el espíritu y el estilo de la Compañía y, por tanto, su método pedagógico, ya sea en el contacto con los pobres, como en la tarea específica de la enseñanza o la catequesis.

Sus cartas

Otro de los grandes medios de que se sirve Vicente de Paúl para formar a los suyos fue la correspondencia. Vicente no escribía car­tas por escribir. Siempre responden a un fin práctico: a través de ellas vive la preocupación por los pobres y por toda la obra empren­dida: orienta, anima, corrige, plantea reflexiones, marca líneas de conducta. En ellas destaca siempre ese juicio dispuesto a alcanzar un objetivo, en el bien de los pobres y de las instituciones creadas para su servicio, por eso son siempre una llamada a mirar más allá de las apariencias y problemas desde una delicadeza de corazón y nobleza de sentimientos.

En su estilo va directo siempre al objetivo. No en vano son la expresión de alguien que se había propuesto la sencillez «como su propio evangelio». Junto a esta virtud, sobresale la caridad, la humildad y la sensibilidad de alguien a quien no se le pasa nada que pueda afectar al bien de los demás o del Reino de Dios.

Sus cartas sirven aún hoy de alimento espiritual. Al leerlas uno se siente mejor. Puede ocurrir que cuando nos aproximamos a los ocho gruesos volúmenes de su correspondencia, nos parezca demasiado, y uno se contente con la curiosidad de encontrar «algo» que pueda resultar interesante o importante para conocer el personaje o algún tema relacionado con él. Le parece a uno exce­sivo tanta carta. Pero, introducirse en ellas, es sentir la necesidad, y el placer, de no perderse nada de lo que ahí está escrito. Se leen con satisfacción; se va siguiendo paso a paso la consecución de algún objetivo o la evolución de algún protagonista. O bien se acompaña a su autor en lo que él va viviendo y experimentando en el contacto epistolar con los suyos. Al leerlas, se reconstruye la viveza del diálogo entre los personajes, se percibe la inquietud que los asuntos suscitan en el corazón del que escribe y que trata de orientar o aconsejar. Es como si se tratase de un auténtico diario, en el que Vicente deja constancia de su visión de las personas y de las cosas.

De las instituciones creadas por él, solamente las Hijas de la Caridad asumen como tarea la enseñanza en estos primeros tiem­pos. El servicio de los pobres enfermos y de las niñas en las escue­las van unidos desde el principio. Las Hermanas, bajo la dirección de Luisa de Marillac, alentada por Vicente de Paúl, se preparaban para dedicarse a la enseñanza. Bien se puede decir que la casa de Luisa, además de un centro para formarse en la vocación, era casi una Escuela Normal. Cierto que la preparación, en algunos casos comenzaba por enseñar a leer y escribir a las futuras maestras. La preparación era intensiva y llevada hacia delante por el amor a las niñas pobres y el ansia de poder serles útiles cuanto antes. Y hasta se llegó a elaborar unas «Reglas particulares para la maestra de escuela».

En el espíritu de la época, la educación que se daba en las escue­litas iba dirigida sobre todo a la formación de la conciencia median­te instrucciones catequéticas y prácticas piadosas. Sus destinata­rios eran las niñas. La educación de los niños estaba reservada a maestros o a los clérigos. Y aunque en las clases altas la educación era exquisita hasta formar a las jóvenes para un conocimiento de las lenguas clásicas como el latín y el griego, en las clases pobres bas­taba con que supiesen leer. A veces se llegaba a enseñarles a escri­bir y a contar. Por eso la educación de las niñas siempre fue en retra­so respecto a los muchachos hasta finales del siglo XIX.Los Paúles no experimentaron entonces la educación como tarea especí­fica; pero no fue necesario dar un paso muy grande. La preparación que Vicente les proporciona como evangelizadores, junto a la voca­ción de un servicio a los pobres en la catequesis, les llevó a asumir posteriormente tareas educativas, No hubo colegios paúles en tiem­po del fundador, fuera de los Seminarios. Vinieron después, y fue­ron aceptados como tarea de evangelización preferentemente a los pobres.

Enrique Rivas. CEME.

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