Introducción
Al embarcarme en este nuevo tema vuelvo a aclarar que este final del encuentro tiene mucho que ver, está en íntima relación y dependencia con la charla inicial.
No obstante hay una diferencia clave; lo diré con palabras de san Pablo (2 Cor 4, 13): Teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: «Creí, por eso hablé», también nosotros creemos y por eso hablamos. Hasta ahora hemos estado comentando que hay que saber hacer. Ahora nos toca dar un paso, y a esto nos llama el Año de la Fe: Hay que cultivar el Ser.
Antes, dejadme decir que yo soy poco dado a las campañas generales dictadas desde arriba que pueden romper procesos que se vienen realizando con fruto «abajo». Pienso además que, como decía el primer día al citar la globalización desde abajo, grupos como nosotros que queremos vivir y anunciar la fe desde abajo son imprescindibles. Y por tanto, el Año de la Fe o lo tomamos como un camino a hacer desde nosotros y con quienes podamos éste año, al que viene y al otro y al otro, potenciando acciones que venimos realizando, o se quedará en una especie de campaña algo así como las campañas televisivas de la navidad.
Y una vez señalado mi escrúpulo, continúo. Y continúo haciendo referencia a la Palabra, concretamente a Hebreos 11, que es un texto en el que hemos basado toda una etapa de nuestro Catecumenado Vicenciano. En Heb. 11 se comienza diciendo: «La fe es la consistencia de lo que se espera, la prueba de lo que no se ve» Y luego repite: Por la Fe Abrahán, Moisés, otros hombres de Dios y los profetas… se arriesgaron, se comprometieron e hicieron todo lo que hicieron. Y aquí está señalado lo que yo entiendo debe ser el «pórtico«, la verdadera «puerta» del Año de la Fe. Porque los creyentes debemos evitar varios errores:
I. Posibles errores a evitar
- Confundir la fe («Se de quien me he fiado») con las creencias en tal o cual verdad de catecismo. Porque, «es posible -dice Martín Velasco- que nos consideremos creyentes porque admitimos, sin apenas preguntarnos por qué, todas las verdades que Dios, nuestro Señor, nos ha revelado y que la Santa Madre Iglesia nos enseña, pero que nuestra fe se reduzca a «creer lo que no vimos», a aceptar lo que no entendemos, sin que esa aceptación haya dado lugar a ninguna experiencia personal ni haya transformado más que superficialmente nuestra vida».
- Quedarse en el caparazón, en los nombres, las imágenes, los ritos, las representaciones, y las formas sociales… sin ir a lo hondo y personalizar todo lo que hacemos. Quizá en ese sentido podríamos recordar una frase extraña de un místico: «Dios mío, líbrame de mi Dios». O sea, del dios rebajado o falso que a veces nos fabricamos. [Algo de esto se promete el día del bautismo].
- Un tercer peligro y consecuencia del anterior sería: convertirnos en un gueto, en un grupo cerrado que se protege de los demás; entonces no seremos el rostro de Jesús, que acogía a todos e invitaba a sentarse y a comer con él a publicanos y prostitutas.
- En cuarto lugar estaría la tentación opuesta que consistiría en acomodarse a la sociedad y ser arrastrados al sumidero de la secularización. Podríamos decir — con timidez, pero no demasiado alto — que Jesús es, en cierto modo o sólo, algo bueno, en cuyo caso el cristianismo estaría llamado a desaparecer. Estamos en el mundo, ciertamente, pero sin ser del mundo.
Dicho esto, voy a insistir en algo ya hemos comentado.
II. Creer exige en nuestros días una actitud de resistencia cultural
Resulta difícil creer en nuestros días, porque exige una actitud de resistencia cultural, y eso cuesta mucho. (Pensad en los niños y en los jóvenes criticados por sus compañeros por manifestarse creyentes).
La sociología del conocimiento ha puesto de manifiesto que las opiniones de quienes nos rodean tienen frecuentemente una influencia decisiva sobre nuestras propias opiniones. Y hoy la increencia es una manera de vivir generalizada. [Es más fácil no practicar, divorciarse, ser un egoísta individualista, ser un abusador, etc… Es lo que se lleva].
Lo podía haber dicho el primer día como una actitud a cultivar, pero me ha parecido mejor apuntarlo ahora. Nos toca vivir, o mejor, recuperar la actitud del grano de mostaza. Nos hace falta creer en la fuerza transformadora y renovadora del Evangelio.
Venimos de una sociedad en la que éramos mayoría, en la que a toque de campana se convocaba a los creyentes y estos acudían; de una época de prestigio para la fe llamada época de «cristiandad» y pasar a una situación de minoría cultural puede ser tan difícil para muchos o más que vivir estos momentos de «crisis económica». Y sin embargo debemos hacernos fuertes en la fe, como eran fuertes, los cristianos perseguidos de los primeros momentos del cristianismo. Permitidme un recuerdo histórico.
¿Un momento histórico especial?
«Con el siglo IV entramos en una etapa decisiva de la historia del creyente. En diez o veinte años asistiremos a dos acontecimientos dramáticos: [1] con la persecución de Diocleciano (303-4 y sig.) el imperio pagano intenta por última vez, y con una violencia jamás igualada hasta entonces, aniquilar la religión cristiana; [2] la progresiva ascensión de Constantino (306-312-324), que al fin se hará dueño absoluto del Imperio romano, origina pronto un cambio completo de situación jurídica para el cristianismo. En lugar de ser perseguido, se convierte en una religión oficial, privilegiada, que acabará luego en religión de Estado; en lugar de verse enquistada en el organismo social como un cuerpo extraño mal soportado, se convierte en un principio director, en un fuego que anima al Imperio cristianizado con la conversión de su soberano» (Nueva historia de la Iglesia I, 261).
He querido traer aquí esta cita histórica y, en consecuencia, hacer una llamada al compromiso valiente. Porque, una de las notas del cristianismo primero del que podemos aprender mucho son la tenacidad, la valentía, el amor hasta las últimas consecuencias, el esfuerzo de la esperanza, el compromiso creyente… Es el ejemplo histórico que podemos imitar.
Pero, vamos aún más lejos; vamos a los orígenes, a Jesús para fundamentar esta actitud. ¿Lo recordáis? Ante Jesús quienes le observan con buena o con mala intención, todos se encuentran con un misterio: ¿Quién es este? ¿No es el hijo de José? –se preguntan sus paisanos de Nazaret-; ¿de donde eres tú? –se pregunta Pilatos-. ¿Quién dice la gente que soy yo? Y vosotros, ¿quién decís que soy?… La conclusión: No es uno como nosotros… (¿Recordáis la cita de la EN?). Y nosotros, si queremos evangelizar, ¿dónde, a quiénes producimos (si producimos) esta impresión? Porque yo he comprobado que cuando la producimos no dejamos indiferentes ni a los indiferentes.
No nos corresponde ahora hacer un análisis histórico de los avatares de la Fe. Pero creo que es sabio y positivo que en unos momentos de «invierno eclesial» (así le llama el famoso teólogo Rahner a nuestro momento histórico) no olvidemos que la fe ha pasado por muchos momentos duros semejantes a los que nos ha tocado vivir hoy.
En el primer momento del peregrinaje histórico del cristianismo las dificultades son varias y de todo tipo (como y más que hoy, pues aún no hemos llegado al derramamiento de sangre). Hay persecuciones externas y ataques furibundos desde las ideas reinantes (como hoy); hay divisiones internas y de grupo, problemas ideológicos, debidos a concepciones diferentes o a acomodos normales de tipo humano –me refiero a lo que el NT llama (como hoy)
Pero en medio de este mundo complejo hay algo, vuelvo a repetir, que hace vivo y fuerte el cristianismo: (Aunque también se dan las deserciones, como se dan hoy), la fidelidad, el permanecer en la fe y el testimonio valiente de palabra y de hechos, por encima de persecuciones, incomprensiones y martirios son hechos que nos importa revivir.
Y tras esta reflexión histórica vendrían unas preguntas: ¿Es significativa la diferencia con nuestro momento actual? Fieles al evangelio, ¿estamos convencidos de que siempre la fe y el trabajo por que reine Dios y su justicia es además de grano de mostaza y levadura, tesoro, perla preciosa? ¿Qué herencia deberíamos ofrecer a nuestro mundo y a quienes nos sigan? ¿Somos conscientes de que el reino de los cielos se consigue con violencia?
¿Cuál va a ser nuestra postura frente a tantos anti-valores: resistencia, sumisión, violencia pasiva…? Son actitudes estas promocionadas ya en el ambiente culturar de hace bien poco, por cristianos en contacto con las locuras hitlerianas y por cristianos del mundo de la liberación.
En realidad, todos los tiempos han sido difíciles para la fe. «Si las civilizaciones industriales son naturalmente ateas —decía Henri de Lubac—, las civilizaciones agrícolas son naturalmente paganas. La fe en el verdadero Dios es siempre una victoria».
Creo que lleva razón. Ni siquiera a los contemporáneos de Jesús —y quizás a ellos menos que a nadie— les resultó fácil creer, porque humanamente parece imposible que Dios se manifieste en la humillación de la cruz. Comentando 1 Cor 1,18 («la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden«), escribe Tomás de Aquino: «La predicación de la cruz de Cristo contiene tantas cosas que a la luz de la sabiduría humana parecen imposibles… Por ejemplo, el hecho de que un Dios muera y el omnipotente perezca a manos de los violentos. La misma predicación, además, presenta algunos elementos que parecen contrarios a la sabiduría humana; por ejemplo: que alguien, pudiendo hacerlo, no huya de las humillaciones».
Ni siquiera los cristianos acabamos de tener claro que la cruz es signo e instrumento de Amor.
III. Permanecer en la fe y el testimonio valiente de palabra y de hechos
Sigo con otra cita pienso que estimulante: «Nadie en su sano juicio puede creer que el estilo cultural de este momento es eterno. El vuelco social y político de nuestros días es desconcertante, pero nada justifica que lo creamos definitivo. En consecuencia, es hora de resistir y, entre sus muchos aspectos, es hora de resistirnos a la misma aversión a conocer. Repetir unas cifras de paro, de pobreza, de riqueza y de ganancias, cuando no de hambre y de muerte, suena a cantinela. Y esto es muy grave. Y lo es, principalmente, porque denota nuestro peor cansancio: la apatía moral, la insensibilidad moral. Es lo que José Luis Aranguren denominaba, en todos los sentidos de la palabra, «un pueblo con la moral baja» (J. I. Calleja, 1992).
En estas circunstancias viene la llamada más que a vivir, a promocionar el año de la fe con una permanencia activa y gozosa [La oración de Pablo VI].
IV. ¿Qué puede ser el Año de la Fe?
He observado dos tendencias. [1] La que se apoya en el Catecismo de la Iglesia. [2] La que pretende una toma de postura nueva ante los retos del mundo actual. (Y esta vez leo la palabra mundo en el sentido en el que lo emplea el evangelio de Juan: vosotros no sois del mundo).
A] Vivir la fe en comunidad
La primera exigencia es vivir la fe en comunidad. Es la gran necesidad por lo dicho anteriormente. La experiencia dice que a todo creyente le llegan momentos de crisis, y en esos momentos solo la compañía de los hermanos nos permitirá mantenernos en pie, porque su fe robustece la nuestra.
Al igual que el ambiente de increencia influye sobre nosotros, puede influir positivamente la fe de los demás sobre la nuestra.
Y en comunidad hay que celebrar la fe. Para eso necesitamos que la celebración sea «acción litúrgica» en la que se ve comprometido todo el ser humano, no solamente «ejercicio intelectual». Dos testimonios:
El comentario de Léopold Sédar Senghor, que fue presidente del Senegal: «Cuando voy a misa en Francia, estoy distraído desde el principio hasta el final, porque es terriblemente aburrida. En cambio, en África —ya canten en latín y en gregoriano, o a varias voces, con lengua y música negro-africana— la misa es una celebración, una fiesta. Y se llega incluso a marcar el ritmo con los hombros, si es que no se danza. Cuando hice la primera comunión a los diez arios, pensaba que en el cielo la mayor felicidad era cantar danzando».
Y el del Card. Martini: «Una de las impresiones que tuve en la visita a África fue que esas comunidades cristianas evidencian la alegría comunitaria hasta en las liturgias, que duran horas y horas, llenas de cantos, fiesta, sentido de exultación; y así se convierten en un punto de atracción para los que todavía no son cristianos y que van igualmente a Misa, porque los atrae este modo de vivir, esta experiencia diversa, esta atmósfera de serenidad que invade la vida e, instintivamente, preguntan por su significado».
Aquel viejo adagio latino lex orandi, lex credendi lo traduce así González Carvajal: «Dime cómo oras y celebras, y te diré cómo crees«.
B] El testimonio valiente e imaginativo
Se repite hasta la saciedad la necesidad del testimonio, pero a veces da la sensación que se cumple lo del refrán: «Dime de que presumes y te diré de qué careces». Y ¿no os suena a bla-bla-bla– cuando se habla del testimonio, de la iglesia de los pobres y de cosas por el estilo. Pues nos toca en vez de predicar tanto sin compromiso, tomar vela.
Lo he señalado al principio. Hemos de confesar públicamente la fe. Creí y por eso hablé (2Cor 4, 13). Y hoy en España, lo vemos en misiones, es «políticamente correcto» hablar de solidaridad y de justicia social, pero no de Dios ni de la fe. Una anécdota reciente:
Eso sí debemos tener claro que no depende de nosotros convertir a nadie. «El evangelizador —dice muy bien Pedro José Gómez Serrano— es alguien que dice a otra persona: «Tengo un amigo que me ha cambiado la vida. Si quieres, te lo presento».
C] Un cristianismo en interacción dinámica con la sociedad
Creo que el único modo de que prospere el cristianismo consiste en mantener viva una cultura cristiana vigorosa, segura de sí y llena de vida, pero en interacción dinámica con la cultura contemporánea. Rechazar la tentación de una fe acomplejada.
Pensemos en un árbol. El estado de un árbol es consecuencia de la interacción con su entorno. Sus hojas reciben la luz del sol y la convierten en hidratos de carbono; las raíces se hunden en la tierra buscando nutrientes y agua; la corteza es la piel que lo recubre. Ciertamente, el árbol existe por sí mismo, pero solo vive gracias a las múltiples interacciones con aquello que no es él mismo: el sol, la lluvia… ¡y los excrementos de las aves! Un árbol que estuviera herméticamente aislado del mundo estaría destinado a morir. El cristianismo también prosperará si se relaciona dinámicamente con nuestra cultura laica. El árbol está vivo en sus extremidades, así como en su copa y en su superficie. Está vivo en sus hojas, en la piel de su corteza y en las puntas de sus raíces. También el cristianismo tendrá que vivir en lugares donde se relacione con la cultura que le rodea.
[Cierto que, para vivir en mundos difíciles sin decaer hacen falta al menos tres cosas: oración, comunidad y criterios claros y seguros (formación)]
¿Me permitís insistir una vez más? En Jesús, en el Pedro que invitaba a dar razón de la esperanza a quien nos lo pidiera, en todos los grupos vicencianos y, no podía ser excepción en nuestro estilo misionero, hay una palabra clave: el diálogo (la visita y el encuentro cercano son modos de realizarlo). Pues bien, en esta llamada que ha sido el encuentro a evangelizar quiero volver a Jesús:
Nuestro Dios se hizo humano en un hombre que conversaba. Todo el Evangelio de Juan está formado por una serie de conversaciones: Jesús conversa con Nicodemo por la noche; con una mujer junto a un pozo, para escándalo de sus discípulos, que se preguntaban por qué hablaría con aquella mujer de mala reputación; con el hombre que había nacido ciego, cuando todos los demás solo hablaban sobre él. La escena de la última cena es toda ella una extensa conversación. Jesús conversa con Poncio Pilato hasta que este finaliza la conversación preguntando: «¿Qué es la verdad?». Y en la mañana de Pascua la conversación surge de entre los muertos, cuando el Resucitado se dirige a María Magdalena en el huerto diciéndole: «¡María!», y ella le responde: «¡Rabunni!».
Por tanto, se trata de una doctrina que solo podemos compartir con los demás mediante el diálogo.
V. Seguir evangelizando
El Papa ha dicho, que hoy vivimos una situación de anorexia en el terreno de la fe. Esto lo hemos comentado ya se da en muchos terrenos: se da en el terreno de la sociedad en general, del hombre de hoy; se da entre los creyentes y en muchas comunidades cristianas; se da incluso en terrenos como catequistas y misioneros que con frecuencia repetimos rutinariamente fórmulas más o menos estereotipadas; se da en el campo de la celebración; se da… Todos, creo, tenemos experiencia de situaciones humanas y campos necesitados de una fe viva en Cristo. Desde luego, como vicencianos, tendríamos que mirar al campo de los pobres.
Al final del Evangelio de Mateo dice Jesús: «Id a hacer discípulos entre todos los pueblos, bautizadlos consagrándolos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, y enseñadlos a cumplir cuanto os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo». En este texto encontramos tres elementos fundamentales que caracterizan nuestra misión cristiana: la comunidad, la doctrina y la moral. [Evitar parcialidades]
VI. Conclusión
Permitidme aquí una cita de Joseph Gebaert, profesor mío, belga (algunos me la habéis oído más veces): «Hace unos años V. Neckebrouck, estudioso de misionología y antropología religiosa, publicó un libro con un incisivo título que, traducido, reza como sigue: «Los demonios mudos. El síndrome antimisionero en la Iglesia occidental» (…) Hoy muchos cristianos y sacerdotes parecen sometidos a un demonio o espíritu mudo y ya no se comprometen a anunciar con coraje y convicción el Evangelio de Jesucristo a quienes no lo conocen. Muchos ni siquiera ven el problema o, peor aún, no ven la utilidad y el sentido que ello pueda tener. Una mentalidad bastante difundida (no de manera general, afortunadamente) entre los cristianos, sacerdotes y religiosos occidentales considera que la era misionera ha pasado a la historia».
¿También dialogando?
Permitidme terminar con una cita larga, pero sabrosa de T. Radcliffe (curiosamente «general» de la orden de «predicadores»): «No es casual que Santo Domingo fundara la Orden de Predicadores… ¡en un pub! Estuvo hablando toda la noche con el tabernero, y, como uno de mis hermanos decía, es imposible que pasara todo el tiempo diciéndole: «estás equivocado, estás equivocado…». La igualación de la predicación con el diálogo suscita un cierto nerviosismo. Inicialmente, en los Lineamenta del Sínodo de los Obispos sobre Asia, celebrado en Roma, se insistía en la necesidad de proclamar el evangelio, pues acentuar excesivamente el diálogo podría derivar en relativismo, es decir, en afirmar que una religión es tan válida como otra. Pero esta idea plantea una falsa dicotomía, puesto que el único medio para proclamar la buena noticia del Dios trinitario es el diálogo. «El medio es el mensaje», afirmaba Marshall McLuhan. De lo contrario, sería como dar palos a la gente para que se haga pacifista. El diálogo no es una alternativa a la predicación, sino que es el único modo de predicar. El papa Benedicto XVI lo entiende perfectamente cuando, en su última encíclica, Caritas in veritate, comenta: «En efecto, la verdad es el logos que crea el diálogos y, por tanto, la comunicación y la comunión».
Me he permitido esta cita como colofón de esta charla porque estoy convencido que, desde Chatillon, pasando por la visita de la SSVP de la que se nos habló, y fundamentándonos en la necesidad de dar razón de nuestra esperanza, el diálogo comprometido desde la Palabra y desde el hombre es hacer justicia al Dios que tomó carne humana y recorrió nuestros caminos.
Esto exige de nosotros unas prácticas: Aprender a dialogar (decir y escuchar) y prepararse para poder decir algo.






