Ángel Lezaun

Mitxel OlabuénagaBiografías de Misioneros PaúlesLeave a Comment

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Hno. Ángel Lezaun

03-05-91

Pamplona

Anales 1991 Jl 150

msoBD3E0El Hermano Angel Lezaun Zugasti nació en Grocín, Navarra, el 21 de marzo de 1926. Sus padres fueron Gabriel e Inés. Fue el tercero de nueve hermanos.

Seguramente que aquel primer día de primavera del año 26, cuando Angel abrió sus ojos por primera vez a la luz de este mundo, sus padres pen­saron que le esperaba una vida florida, venturosa y alegre. Humanamente hablando no iba a ser así. En septiembre de 1939, a los trece años, vino a esta casa de Pamplona, entonces Apostólica de la Milagrosa, y aquí hizo los cinco primeros años de Humanidades. Aquí estudio, aquí jugó, aquí trabajó, aquí pasó hambre -eran los años del racionamiento- y en esta iglesia rezó mucho. Todos los días oíamos misa y rezábamos el Rosario los ciento y pico de chavales que éramos. Esta Virgen Milagrosa sabe mucho de nuestros mie­dos y ansiedades en tiempos de exámenes; de nuestra alegría y regocijo al recibir las notas con aprobado, al menos; de nuestras peticiones y súplicas, unas veces por gratitud y no pocas en medio de nuestras dudas y aún arrepentimientos.

El 19 de septiembre de 1944 comenzó el Seminario Interno -Novicia­do- en Hortaleza, Madrid, y el 27 de septiembre, fiesta de San Vicente, de 1946, hizo los votos perpetuos. Al año siguiente, a mitad del año 1917, cursando segundo de Filosofía, se sintió mal y lo ingresaron en la clínica de la   Milagrosa en Madrid. Ya no volvió. Yo no sé exactamente qué tenía, ni qué sucedió. No estoy capacitado para emitir juicios médicos, pero lo cierto es que al poco tiempo quedó paralizado de cintura para abajo y solamente podía estar de pie con ayuda de muletas o acostado en el lecho. Y así ha sido su vida por cuarenta y cuatro años.

Aquel muchacho que en nuestra adolescencia era un excelente pelotari, buen futbolista y de una agilidad extraordinaria, vio restringida su activi­dad a un mínimo de movimiento. Los que lo hemos conocido de cerca sabemos de sus muchas penalidades y sufrimientos; pero, sobre todo, sabe­mos de su buen humor. Era capaz de hacer chistes de su misma incapaci­dad.

Agarrado a sus muletas fue profesor en la Apostólica de Salamanca, y aquí en Pamplona, a donde llegó el 27 de noviembre, día de la Milagrosa, de 1969, desplegó desde su cama, una tremenda actividad en el Apostola­do Misional del Sello Usado. El lo inició aquí en Pamplona, y aún sigue floreciente en Madrid. No ha sido su vida una primavera precisamente, como la entendemos los humanos; pero sí ha sido, como dice San Vicen­te: «un pararrayos de la humanidad». Su vida oculta y de sufrimiento le autorizaba a decir, como hace poco lo hacía: «Yo también soy misionero.» Quiso serlo en la India, en la Misión de Cuttack. Así lo manifestó a los superiores en sus años de Hortaleza antes de caer enfermo. Para ello, hasta empezó el aprendizaje del inglés. El Señor lo quería misionero, pero de otra manera.

De una excepcional ejemplaridad han sido sus hermanos y cuñados. Han estado junto a él durante toda su vida, hasta el último día. Solamente el y Dios saben el cariño, la atención y el consuelo que le han dado, sin tener en cuenta sus propias privaciones.

Con mi admiración quiero unirme, en nombre de toda la Familia Vicenciana, al dolor, la pena y gran ausencia que están experimentando. El recuerdo de Ángel les ha de ayudar en muchas ocasiones, y también a nosotros, los Paúles, a quienes tan gran ejemplo nos ha dado durante su vida. Nos dejado una gran lección de cómo aceptar, superar  y vivir la enfermedad. Estoy seguro de que el cielo va a ser para Ángel un verdadero cielo: Descanso, paz y felicidad, para siempre.  Que Dios lo tenga en su gloria! ¡Así sea!

Francisco Amézqueta

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