Alabanza y recomendaciones de los Romanos Pontífices

Francisco Javier Fernández ChentoSociedad de San Vicente de PaúlLeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: Desconocido · Año publicación original: 1983 · Fuente: Folleto "Ozanam y la Sociedad de San Vicente de Paúl".

Redacción del año 1983 (anterior a la beatificación de Federico Ozanam).


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Los Romanos Pontífices, desde Gregorio XVI (Papa cuando se fundó la Sociedad de San Vicente de Paúl), han alabado y recomendado las Conferencias de San Vicente de Paúl. Pío IX concedió a la Sociedad, Cardenal Protector, siéndolo, desde entonces (1851), generalmente, el Cardenal Secretario de Estado; y Pío XII, hasta su elevación al solio pontificio. Y le concedieron múltiples y especiales indulgencias por diferentes breves y rescriptos: Gregorio XVI, Pío IX, León XIII, Pío X, etc.

Pero, sobre todo, se han distinguido los Papas:

León XIII, quien, en su carta encíclica «Humanum Ge­nus» (20-IV-1884), dice: «No dejaremos de mencionar la Sociedad llamada de San Vicente de Paúl, tan benemérita de las clases pobres y tan insigne públicamente en su ejem­plaridad. Bien conocidas son su actuación y sus. aspiracio­nes; se emplea en adelantarse espontáneamente al auxilio de los menesterosos y de los que sufren, esto con admirable sagacidad y modestia, pues cuanto menos quiere mostrarse, tanto es mejor para ejercer la caridad cristiana y más opor­tuna para consuelo de las miserias«.

Y concedió, precisamente a petición del Consejo gene­ral de la Sociedad de San Vicente de Paúl, con motivo del cincuentenario de la fundación de ésta, a San Vicente de Paúl el título de Patrono universal de todas las obras de ca­ridad provenientes de él de cualquier modo.

Pío XII, en alocución al Consejo general de la Socie­dad, recibido en audiencia privada (27-IV-1952), proclamó lo que puede llamarse «Carta magna» de las Conferencias de San Vicente de Paúl: «Gran consuelo, en medio de tan­tas angustias, procuráis a nuestro corazón, amados hijos e hijas de las Conferencias de San Vicente de Paúl, reunidos en congreso en esta alma ciudad»… En el cuadro de la pre­visora adaptación a los tiempos, Nos vemos el surgir, el consolidarse y el prosperar de las Conferencias de San Vi­cente de Paúl, cuyo nombre resuena para gloria de toda la Iglesia. ¿Cuál fue el primer pensamiento que a los ocho es­tudiantes de París, les animó a fundarlas? Lo sabéis muy bien por las palabras mismas de aquel que con razón fue llamado su alma: el gran apóstol seglar del siglo XIX, Fede­rico Ozanam… «Fue entonces cuando nos dijimos —decía Ozanam—: ¡Manos a la obra! Socorramos a nuestro próji­mo, y coloquemos nuestra fe bajo la protección de la cari­dad». Así nacieron vuestras Conferencias, que, no obstante los años transcurridos, conservan cual signo propio de las obras queridas por Dios toda la lozanía primitiva, como si se les hubiese comunicado la juventud, sin ocaso, de sus fundadores…

«Puesto que habéis sido llamados por Dios a este parti­cular trabajo de su viña, nada mejor podríais hacer para cumplir en vosotros la divina voluntad, para contribuir al triunfo de la Iglesia, para cooperar a la salvación de las almas… Así es cómo las Conferencias de San Vicente de Paúl, con las frecuentes visitas a los pobres, con la asisten­cia a la infancia abandonada, con el proveer los medios fi­nancieros, haciéndose sus miembros en cierto modo madi-cantes por los pobres, pueden bastar como escuelas de san­tidad y como palestra de cristiana perfección, de la misma manera que lo fueron o lo son para otras almas el claustro, el desierto, la escuela, el apostolado directo, las misiones entre infieles…

«Bien sabéis que vuestras Conferencias nacieron con fi­nalidad apostólica. Muy pronto brillaron entre las más efi­caces formas de apostolado, que con tanto vigor se desarro­llan hoy en la Iglesia…

«Id, pues, a vuestros pobres como buenos sembradores, como amorosos padres y hermanos, apologistas frecuente­mente ignorados, pero siempre queridos de Dios. Si amáis a los pobres con la misma caridad de Cristo, E) pondrá en vuestros labios las palabras que iluminan, rinden y convier­ten, y nadie podrá resistir a la fuerza del amor.

Aquella actuación a la que recientemente hemos exhor­tado a los fieles para la salvación del mundo, para el triunfo de la justicia y de la paz, para superar la dura crisis del tiempo presente, podéis vosotros conducirla con éxito, pre­cisamente ejercitando la caridad en el seno de vuestras Conferencias.

«Contemplad una vez más a vuestro abanderado Federi­co Ozanam. ¡Qué multiplicidad de obras en su vida consa­grada a la Iglesia! Fue escritor, orador, profesor erudito, y hasta hombre político. ¡Cuán grande actividad en cuarenta años de existencia! Y, sin embargo, ¿cuál es la obra que más le hace célebre, sino las Conferencias por él fundadas?

«Pero existe otro campo de acción, en el cual la activi­dad de las Conferencias puede aportar una directa cooperación a los fines que Nos tan frecuentemente hemos enuncia­do: el campo de la asistencia social, en el que podéis traba­jar, aun continuando estrechamente adheridos a vuestra ins­titución, la cual, como bien sabéis, tiende a estimular toda obra atenta a la realización de la justicia social y la eleva­ción de las clases más humildes. Y así no os sean extrañas obras como los patronatos de obreros, las escuelas popula­res, las oficinas de colocación, la provisión de casas, las co­lonias veraniegas y las demás formas de asistencia social, que el espíritu juvenil de las Conferencias os sugerirá…

La divina Providencia ha sido generosa con vosotros, al inspiraras abrazar las Conferencias de San Vicente de Paúl, pues en ellas os ofrece un medio incomparable de santificación, de apostolado y de acción social. Sed, igual­mente generosos en corresponder, seguros de obtener frutos maravillosos para vosotros mismos y para la Iglesia. Seña­lad a otros vuestro programa, a los jóvenes, que quizá bus­can en vano un noble ideal para la vida, y a aquellos que, desilusionados de otros ideales, sienten un inmenso vacío en torno a sí y en sí mismos. Estrechaos fieles y concordes bajo las banderas de la caridad cristiana; trabajad con entu­siasmo y con humildad; penetrad con la dulzura de Cristo en los tugurios de la miseria y de la desventura, para llevar­les aquel Jesús que pasó por la tierra haciendo bien y sa­nando. El calor de aquel Corazón divino, acogido primero en el vuestro, será irradiado al mundo del egoísmo y de la frialdad, para salvación de muchos.»

Juan XXIII: En su primera carta al presidente general de la Sociedad (1959-VI; «Boletín» 1.076): Después de elo­giar «los progresos de la acción perseverante del Consejo general para adaptar la labor de las Conferencias a las ne­cesidades actuales, permaneciendo siempre fiel al espíritu que Federico Ozanam y sus compañeros infundieron a la Sociedad», recomendó: «Preservad el alma profunda de la Sociedad, insistiendo sobre la formación cristiana de sus miembros y exhortando a éstos a cimentar en la oración y en la recepción de los sacramentos el ejercicio de una au­téntica caridad, fervorosa y activa, la que debe distinguiros; caridad sobrenatural con respecto a los pobres. Al lado de tantas obras sociales o filantrópicas buenas en sí mismas, la Sociedad de San Vicente de Paúl ha querido sobre todo, desde sus orígenes, llevar a los desafortunados un testimo­nio concreto del amor de Jesucristo y revelarles el verdade­ro rostro maternal de la Iglesia. Tal labor de asistencia es­piritual y material es ahora más útil que nunca».

También, y en ocasión relevante (21-11-1960), Juan XXIII declaró: «El 17 de diciembre del año pasado, en el Consistorio Público, nos alegramos de aceptar la introduc­ción de la causa de beatificación de Federico Ozanam. ¡Qué enseñanzas se desprenden aún hoy de este apóstol de la ca­ridad de los tiempos modernos?… Que este ejemplo de de­ber, vivido con generosidad y fervor hasta la muerte, sea para vosotros un estímulo para hacer el bien, para dedica-ros incansablemente a mitigar las necesidades espirituales y materiales de los hermanos. De hecho, entre todo lo grande y laudatorio que se puede hacer en el mundo, la caridad practicada y vivida es la única que permanece y brilla con luz purísima hasta la eternidad» («Boletín» 1.085, 1960).

Pablo VI: Manifestó al Consejo General de la Sociedad, en audiencia privada (5-11-1975), que: «Había sido desde los doce años, y continuaba siendo, hermano vicentino, pero que los deberes de su cargo le impedía prácticamente continuar, en el momento actual, lamentándolo mucho». El presidente general escribió sobre esta visita al Romano Pontífice: «El Papa ha subrayado que los hermanos vicenti­nos deben ser un ejemplo de espiritualidad en su vida personal. El Santo Padre ha insistido fuertemente acerca del esfuerzo de humanización y de verdadera caridad, que de­ben desarrollar los hermanos vicentinos frente a una orga­nización social demasiado impersonal. A este respecto ha subrayado el interés por detectar las capacidades ocultas que permite el encuentro de persona a persona».

En nombre del Papa escribió al presidente general, se­ñor Rouast, el Cardenal Villot, secretario de Estado: «Ya conocéis los sentimientos del Santo Padre respecto de vues­tra Sociedad. Él se regocija siempre con vuestro amor por la Iglesia y con vuestra devoción filial respecto de aquellos que han sido constituidos Pastores. El aprecia vuestras múltiples iniciativas de seglares para hacer más ampliamen­te presente y eficaz el testimonio de caridad de los cristia­nos. El os estimula a promover por doquiera la dignidad de las personas con una atención especial a las múltiples for­mas de pobreza y hacer a los hombres, ricos y pobres, artí­fices de la solidaridad del compartir y de la ayuda en un mundo que tanto la necesita».

En audiencia privada (8-X1-1964) al Consejo General de la Sociedad y séquito, Pablo VI pronunció un discurso, semejante en importancia al de Pío XII (27-IV-1952), di­ciendo: «Saludamos, pues, y bendecimos afectuosamente a toda esa variada y numerosa familia de hermanos, a los que os une vuestro propósito de caridad fraterna. La amistad con nuestros semejantes necesitados es, precisamente, una característica que podríamos llamar obligación, instancia, virtud, estilo, confirmación del oficio pastoral, y al verla asumida en vosotros como propósito y programa de vida, nos proporciona un inmenso placer, y esto os acerca, a cuantos sois fieles al espíritu vicentino, en corazón y en obras, a nuestro oficio apostólico, a nuestra persona, y os insertáis magníficamente en la circulación vital de la Santa Madre Iglesia.

«La pobreza evangélica es humildad, paz y también re­nuncia… no debilita el trabajo y su prodigiosa organización, sino que le humaniza y le infunde esa sabiduría que nos hace posible la inserción de las virtudes morales en el juego de los intereses materiales, sin paralizarlo; antes bien, ha­ciéndolo más funcional y beneficioso.

«El discípulo de Cristo descubre en su severa escuela de pobreza una relación maravillosa entre la pobreza y la cari­dad; se podría decir de complementariedad… porque quien ama está a la búsqueda de quien pueda recibir los signos externos de su amor; es decir, la caridad necesita la pobre­za para desarrollar la energía de bien que le es propia.

«Instauráis, vicentinos, una pedagogía de primer orden: la educación de apertura a la escena social… en la solidari­dad con quien sufre y está falto de muchas cosas… del ejer­cicio personal, directo, no delegado del hacer el bien; en el sacrificio del bolsillo, del tiempo, de los gustos, para dar expresión, en forma concreta y eficaz, a los sentimientos y a las personas.

Instauráis, vicentinos, en una palabra, la educación ver­daderamente cristiana. Este es un método pedagógico de vuestra actividad, que si no tuviera otro, la justificaría y la ennoblecería, y nos haría sin más desear que se conserve y extienda especialmente en nuestras escuelas, en nuestras asociaciones, en las filas, en fin, de nuestra juventud.

«Este método fue la vanguardia y el estímulo para el de­sarrollo de los programas modernos asistenciales y que con­serva su valor original de primer orden… El ejercicio del amor al prójimo, realizado con las formas y el espíritu de las Conferencias de San Vicente de Paúl, es todavía un ar­gumento convincente de la verdad del Evangelio, actuada en el catolicismo…»

Juan Pablo II: Siente gran estima hacia las Conferen­cias de San Vicente de Paúl, desde que las conoció en su Diócesis y comprobó su buen espíritu y la eficacia de su apostolado cristiano, según resaltó Radio Vaticano, en emi­sión especial (13-V11-1979) sobre la actualidad de la Socie­dad de San Vicente de Paúl, extendida por 113 países, con 30.000 Conferencias, 750.000 socios.

En carta-respuesta (31-1-1981), en nombre del Papa, el Cardenal secretario de Estado (Cardenal Casaroli) dice: «El Santo Padre se siente siempre complacido al conocer la ex­pansión de la Sociedad de San Vicente de Paúl en los dis­tintos continentes y en los diferentes medios. El alienta vi­vamente a todos estos laicos cristianos, de quienes sabe que están animados de una fe profunda y que cuidan grande­mente su fidelidad a la Iglesia, de hacerse servidores de la caridad, correspondiendo a las múltiples necesidades de los pobres de nuestro tiempo. Esto forma parte del testimonio, magnífico y exigente, de la Iglesia, cuyos hijos están todos invitados a mostrarse como testigos y artesanos de la mise­ricordia inagotable de Cristo y de su Padre, según la re­ciente encíclica. El año del cuarto centenario del nacimiento de San Vicente de Paúl es particularmente propicio para re­cordarlo, lo mismo que el ejemplo de vuestro querido fun­dador, Federico Ozanam…» («Vincenpaul», número 173).

En audiencia concedida (30-V-1979) al presidente gene­ral de la Sociedad, quien le entregó los tres tomos de las «Cartas de Federico Ozanam», le dijo el Papa: «Agradezco vuestro apostolado. El apostolado y la caridad marchan jun­tos…» («Vincepaul», 153). Juan Pablo 11 manifestó (31-1-1981): «El ejemplo de vuestro querido fundador, Fe­derico Ozanam, es particularmente propicio para recordar­lo». Y refiriéndose a la audiencia privada que le concedió el Papa (31-111-1982), el nuevo presidente general de la So­ciedad, Amín de Tarrazi, dijo: «El Papa, muy impresionado de la presencia de la Sociedad de San Vicente de Paúl en todos los frentes de la pobreza, bendijo su acción caluro­samente y animó a todos para que permanezcan con valor y perseverancia al servicio de los pobres» («Vicenpaul», 186).

Con lo que, en cierto modo y resumidamente, queda patente la constante estima y consideración de los Roma­nos Pontífices hacia la Sociedad de San Vicente de Paúl, desde su nacimiento, otorgándole siempre su alabanza y re­comendación. Por lo que no es extraño que la Santa Sede diera en forma oficial la aprobación de alabanza y reco­mendación a la Sociedad, por rescripto: «Societatem Sancti Vincenti a Paulo», el 13 de noviembre de 1920.

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