La caridad, el amor es el alma de la Misión. La caridad en el cristianismo tiene un significado especial; no es un mero eslogan ni una cuestión de sentimientos, sino una realidad concreta que transforma y da sentido a la vida de cada persona. El amor al que nos referimos es al amor que Dios nos tiene, un amor ofrecido desde la gratuidad del dar sin pedir nada, sin fecha de caducidad; un amor fecundo y creador. Este amor es el principio del cristianismo, el criterio último de nuestra relación con Dios: «Dios ama… tal es la esencia de Dios, que aparece en la revelación de su nombre. Dios ama. Ama como sólo El puede amar… su amor es un ser en el tiempo y en la eternidad. Dios es quiere decir Dios ama» (K. Barth). Sólo cuando acogemos el amor que Dios nos tiene, cuando vivimos en relación con Él, sólo entonces descubrimos verdaderamente lo que estamos llamados a ser. El problema para nosotros es reconocer en la cruz el amor que Dios nos tiene, descubrir en el amor crucificado la cercanía del Dios fiel.
Dimensiones de la caridad
La caridad tiene una dimensión vertical que exige tomar conciencia de que nuestro amor nace de un Amor que nos precede, del Amor de aquel Dios «que nos ha amado primero» y sigue amándonos primero. Aceptar este amor implica la expropiación del corazón, un desplazamiento interno de nuestro yo, hasta descubrir que el amor que Dios nos tiene nos abre necesariamente a los demás. El reconocimiento del otro en toda su amplitud, en su dignidad como imagen de Dios, corresponde con el sentido horizontal de la caridad: la determinación firme y perseverante de amar, la fe que se hace efectiva en el amor.
Vocación al amor del cristiano
La existencia del cristiano consiste en acoger y en participar de este amor de Dios; es más, la existencia del cristiano solo se comprende como una realización del amor. Esta vocación al amor es un proceso, una tarea abierta e inacabada que necesita educar y orientar el corazón para poder amar como ama Cristo. La formación de corazón consiste en interiorizar a Cristo hasta ser capaces de reconocerle en el otro convirtiéndonos en servidores de la vida.
Sólo aquel que es capaz de renunciar a uno mismo es capaz de vivir la entrega; «El amor es éxtasis, pero como camino» (Encíclica «Dios es amor», nº 6). Un camino a recorrer hasta conseguir la comunión de personas, buscando la reciprocidad y que el otro se adhiera al propio don de amor. Amar no consiste en darlo todo sino en permitir que Cristo lo sea todo, hasta amar como ama Cristo.
El amor de los misioneros
Este amor acogido como don y ofrecido como don es lo que los misioneros hacen visible en la misión. El amor acogido y el amor ofrecido por los misioneros expresa la cercanía, la proximidad de un Dios que sale al encuentro del hombre, que mira con compasión a una humanidad perdida y explotada. Esta misma actitud de cercanía y proximidad es la que viven y experimentan los misioneros en la Misión. La misión que el Padre confía a Jesús se prolonga en la misión que Jesús encarga a sus discípulos.
Evangelizar es dar testimonio de lo que se proclama, testimoniar lo vivido, lo visto, lo oído, lo palpado con las propias manos.
El amor hace creíble la misión
La caridad, alma de la misión, se expresa y se hace visible en la comunidad. La comunión es expresión de la caridad. Solamente las palabras no evangelizan. Si el mensaje sobre el amor y la justicia no se hace visible en la comunidad, no será creíble. La comunidad cristiana se revela como una comunidad de amor, que da testimonio cuando todo lo que hace y vive, lo hace y vive desde la caridad. La Iglesia pone en práctica el amor para mostrar el amor que Dios tiene para con los pobres. «La caridad de la Iglesia es expresión del amor trinitario. Dios en Cristo nos ama sin media y con la fuerza del Espíritu nos hace capaces de amar» («Dios es amor», nº 19).
Los misioneros testigos del amor que Dios nos tiene
Todos tenemos un mismo objetivo: trabajar por el bien del hombre, apostar por el verdadero humanismo que reconozca en el hombre la imagen de Dios. Para ser testigos necesitamos adentrarnos en la dinámica pascual, volver al Padre, vivir de cara a El, vivir convencidos de que lo importante es la obediencia de amor. Vivir en la lógica pascual nos permite percibir la victoria de la vida allí donde aparece el fracaso; implica estar dispuesto a vivir un amor radical que no pone condiciones ni medidas asumiendo el riesgo de la entrega: «El amor compromete terriblemente, siempre trastoca, siempre es peligroso poner a otro en nuestra vida. Y esto, que es verdad del amor humano, lo es más aún cuando ese otro es Dios». (J. Daniélou).
Los misioneros hacen creíble el anuncio de la Palabra, anunciando la Buena Nueva de la caridad de Dios, anunciando al mundo el mensaje liberador de Dios «amó tanto al mundo que le dio a su Hijo unigénito» (Evangelio de S. Juan, 3,16). Los misioneros son testigos porque su corazón ha sido conquistado por el amor de Cristo, que les ha despertado al amor al prójimo. El camino de la misión es un camino de caridad, un camino hacia la cruz, un camino de ascenso al Padre descendiendo al hermano. La caridad es la señal distintiva del cristiano y la identidad de la misión. Viendo la cruz tenemos certeza de la eficacia del amor.






