Lv 13, 1-2.44-46; Sal 32, 1-5; 1 Cor 10, 31—11, 1; Mc 1, 40-45
Tocó al leproso y le dijo: Quiero, queda limpio»
Me admiran estos dos transgresores: el leproso y Jesús. Los leprosos –según la Ley- debían vivir aislados, fuera de las poblaciones, de la casa y del templo. Eran impuros. Pero nuestro leproso, de este evangelio, se salta la ley y se presenta en la población Galilea donde estaba Jesús. Se postra y le suplica: «Si quieres, puedes limpiarme».
Jesús transgredió la Ley que prohibía tocar a estos enfermosy no tuvo en cuenta el riesgo de contagio.
«Lo tocó, y le dijo: Lo quiero, queda sano». Y le advirtió que no fuera contando lo sucedido. Pero el leproso-curado no pudo guardarlo para sí y se puso a proclamar el hecho.
¿Cómo supo de Jesús el aislado leproso? ¿Quién se atrevió a hablarle de él y a sembrarlo de esperanza? ¿A quienes les hablamos tú y yo de Jesús, de su persona y de su capacidad para sanarnos? Hay transgresiones de la ley que son hijas de la corrupción y el egoísmo; hay otras que son hijas de la justa libertad y del amor a la vida. ¿Qué sería de un cristiano que se hiciera sumiso de las leyes de los Estados que atentan contra la vida?
No somos sus resignados criados. No podemos agacharnos –como Jesús no se agachó- ante los casos donde la vida está en peligro. ¿Podemos?







