5º Domingo de Pascua (reflexión de Alfonso Berrade, C.M.)

Francisco Javier Fernández ChentoHomilías y reflexiones, Año BLeave a Comment

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Author: Alfonso Berrade, C.M. .
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Los campesinos sí le entienden

Cuando yo empecé a leer los evangelios al entrar en el colegio, me parecía que Jesús había vivido toda su vida en mi pueblo. Captaba bien lo del buen pastor, las ramas del árbol que dan fruto, entendía lo de la poda, el sembrador que echa la semilla en diferentes tipos de tierra, que la cizaña invade los campos de trigo, la semilla pequeña que origina un gran arbusto y muchos otras expresiones y ejemplos que usó Jesús. ¡Nada, que Jesús había vivido en Jaurrieta, no en Nazareth,  y mi padre le había enseñado cómo cuidar las ovejas y trabajar la tierra! Por eso mi padre era un cristiano sencillo y trasparente, a quien Dios le había revelado todas esa cosas. “Te doy gracias, Padre, porque has ocultado a estas coas  a los soberbios y las has revelado a los sencillos y humildes”.

La parábola de la vid y los sarmientos expresa dos cosas: Una, que apartados nosotros de  Cristo  no podemos dar fruto. Que aún declarándonos unidos a Cristo, no damos el fruto que podríamos dar porque tenemos algunos elementos  que reducen la cosecha. Lo primero, que apartados de la fuente de la vida, no vivimos para dar vida. Nos volvemos insoportables, condenadores, todo lo que vemos está mal hecho. Confesamos que nos bastamos a nosotros mismos, que Dios, si existe, está de sobra en nuestra vida. La comprensión no existe, la solidaridad es fantasía, el disfrute egoísta de todos los placeres es ley de vida. Uno vive para sí y nada más. A final es una rama sin frutos, se seca y aparta. Es que la vida cristiana es amor, fe  y solidaridad.

Lo segundo, que sí, estamos unidos a Cristo pero no arrastramos, no impactamos en los demás. No somos atrayentes con nuestra vida porque algo hay en nuestro hacer y vivir que opaca la luz y el fruto de la vida. Somos de Cristo, pero tenemos actitudes  que ocultan esa presencia viva de Jesús. Bien sea que tenemos un vicio, bien sea que somos presumidos y soberbios, o que nos cansamos pronto de luchar. El hecho real es que damos fruto pero tenemos la gran tarea de animarnos a dar mucho más de nosotros mismos. Que para esto no hay jubilación ni vejez o juventud. Es Dios quien da el fruto.

Por otro lado a la persona se le prueba en la dificultad. ¿Cómo reaccionamos cuando nos cae encima la enfermedad, el fracaso, el ser víctima de calumnias y sinsabores? Si nos damos cuenta que perdemos la paciencia, si nos deprimimos y el alma está poseída por la tristeza, quiere decir que necesitamos poda, quitar apariencias y  hacer aflorar en nosotros ese proyecto de Dios para el que nos ha traído al mundo.  Esa obra de arte que debemos sacar de nuestra existencia. Leonardo Da Vinci solía decir que la escultura es el único arte que se realiza quitando. Hay que quitar piedra o mármol o madera de un bloque para que vaya apareciendo la figura que está en la mente del escultor. Así somos nosotros en el campo de la fe, debemos ir quitando lo que tapa la presencia de Dios en nuestro corazón hasta que aparezca la obra que Dios quiere hacer de nosotros.

Podar es centrar la vida en lo que importa y no desperdigarse por mil caminos y  senderos que nos distraen del proyecto de Dios. Tenemos que ser podadores de nuestros propios desvíos y meras apariencias. ¡Gracias, Señor por tan cercana lección!

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