Jesús hablaba con autoridad
Hemos desvirtuado tanto la palabra que hoy muy poco creen en ella. No creemos en las palabras de nuestros padres, de nuestros hijos, de nuestros gobernantes, de nuestras autoridades políticas y religiosas. No creemos, muchas veces, en nuestras propias palabras. Miles de palabras llegan a nuestros oídos o salen de nuestros labios pero no cambian nuestras vidas. Hemos perdido la fe en la palabra, sobre todo, del otro. Muchas veces escuchamos discursos aprendidos, lecciones estudiadas, grabadoras manipuladas sin vida. Seguimos escuchando promesas nunca cumplidas, paraísos nunca logrados, ofrecimientos de prosperidad, de bienestar, de justicia y de libertad nunca recibidos. En medio de esta realidad se eleva la palabra de Jesús. ¿Otra palabra más? No. Él es la Palabra Verdadera.
En Jesús la palabra se hace vida y la vida testifica la verdad de su palabra. Jesús no sólo nos dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, sino que se convierte en “Camino, Verdad y Vida” para nuestras vidas. Jesús no sólo nos dice: “el que acepte mi palabra y la cumpla poseerá la vida eterna” sino que con su vida, su muerte y su resurrección se convierte en garantía de vida eterna. Jesús no sólo dice: “Yo soy el pan de vida” sino que se nos entrega como alimento para la vida. Jesús no sólo predica el Reino de Dios y anuncia su presencia en medio de la humanidad sino que Él se convierte en su principal constructor. Jesús no sólo dice al espíritu del mal “sal de ese hombre” sino que el mismo espíritu le obedece. Y es que en Jesús, la autoridad de la palabra que pronuncia tiene el valor de la vida que ofrece.
Por eso Cristo es la Palabra que no defrauda, que no engaña ni miente, es la palabra que anuncia y realiza, es la Palabra que promete y cumple, es la Palabra que ofrece y da. Por eso, Cristo es la Palabra que brota de la vida, es la vida que responde a la Palabra. La verdad de su vida siempre fue el certificado de verdad de sus palabras.
Y esto es el gran ejemplo para nosotros. Que nuestras palabras sean carne de nuestras vidas, que nuestras vidas sean respuestas fieles a nuestras palabras, para que así podamos “hablar con autoridad” y el mundo nos escuche y crea en nosotros.