4º Domingo de Pascua (reflexión de Tito Romero, C.M.)

Francisco Javier Fernández ChentoHomilías y reflexiones, Año ALeave a Comment

CRÉDITOS
Autor: .
Tiempo de lectura estimado:

Dejar la puerta abierta

El cuarto domingo de pascua de cada año es el Domingo del Buen Pastor. Ese día solemos leer en el evangelio aquella hermosa parábola en la que Jesús se autodenomina el Pastor de las ovejas, usando una imagen ya conocida desde la época del Antiguo Testamento: Dios es como un pastor y su pueblo es su rebaño (Cf. Ez 34). Todo el discurso sobre el Buen Pastor (Jn 10) está compuesto en forma de parábola, y como toda parábola contada por Jesús, hay que interpretarla para hallar el mensaje que quiere comunicar. Empeñémonos en eso.

La parábola del Buen Pastor está dividida en tres partes: en la primera, que corresponde a la lectura de este domingo, Jesús se compara con la puerta del corral de las ovejas; en la segunda parte, Jesús explica su figura de pastor; y en la parte final, se habla de las ovejas. Nos corresponde, entonces, reflexionar sobre la primera parte de la parábola, que corresponde a la lectura del evangelio del cuarto domingo de pascua del ciclo A, el ciclo en el que estamos.

Si leemos este texto desde unos versículos antes, nos damos cuenta de que el contexto en el que Jesús pronuncia la parábola del Buen Pastor es de controversia con los fariseos (en el capítulo anterior, Jesús está discutiendo con los fariseos a raíz de la curación del ciego de nacimiento, Jn 9). Es a ellos, entonces, a los que Jesús básicamente dirige esta comparación. Ya hemos dicho que en esta primera parte Jesús habla de la puerta del corral de las ovejas. Comienza diciendo que “el que no entra por la puerta en el corral de las ovejas, sino que salta por algún lado, ése es un ladrón y un salteador. El que entra por la puerta es el pastor de las ovejas” (Jn 10,1-2). Si tomamos en cuenta la manera de actuar de los fariseos, a los que se dirige Jesús, que solían prácticamente asaltar el corazón y la fe del pueblo con normas y amenazas para que éste cumpliera con sus preceptos religiosos, resulta claro que la alusión al ladrón que pretende entrar en el corral por un lugar falso, está referida a ellos. En efecto, la religión y la fe nacen por convencimiento, no por obligación, como pensaban los fariseos. No se puede amar a Dios por decreto ni al prójimo por obligación. Pretender obligar a una persona a cumplir con ciertos deberes religiosos para ser considerada “buena o religiosa” es casi un atentado contra la libertad; es como querer meter a Dios en el corazón de la gente por la fuerza. Dios no entra así. Él no nos fuerza a creer en él. La religión no se impone. Quien actúa de esa manera, es como un ladrón y salteador, un asaltante de la fe. Jesús desenmascara la manera de actuar de sus adversarios y a la vez se coloca como modelo. Él no entra por la puerta falsa al corazón de la gente, él entra por la puerta real, y de esta manera se autodefine como el pastor verídico de las ovejas. Jesús nunca obligó a nadie a creer en él (recordemos, por ejemplo, el caso del joven rico, Mt 19), más bien invitaba a la gente a seguirle, pero eran ellos los que debían decidir. Jesús proponía un proyecto y a la vez daba razones para que se confíe en él (sus discursos, sus milagros, su manera de vivir). Cuando una persona se convencía de que el proyecto de Jesús era real y beneficioso, gracias a las evidencias que él mismo mostraba, y se decidía a seguirle, entonces Jesús se convertía en su pastor, un pastor que entró en su corazón por donde debía, por el convencimiento, por la razón, por el cariño.

Dicho esto, es bueno que hagamos un alto a la reflexión bíblica para analizar nuestra fe. ¿En qué se basa nuestra vida religiosa? Responder a esta pregunta es importante, porque es casi como determinar qué clase de ovejas somos o quién es en realidad nuestro pastor. Ya sabemos que el verdadero pastor, Jesús, entra al corazón por el convencimiento y no por obligación ni la amenaza. Si tenemos una fe basada en el cumplimiento obligatorio de normas y preceptos, entonces quizá Jesús no sea nuestro verdadero pastor, sino la propia ley. Y cuando las leyes, incluso las religiosas, determinan nuestra manera de vivir, entonces ya no somos libres, nos han robado esa libertad que Dios nos dio, nos han asaltado. No es religiosa la persona que cumpla más preceptos: ayunos, limosnas, rosarios, misas, jaculatorias, etc. Todas estas prácticas no tienen sentido si se hacen por obligación o por un apetito de figuración. Pero si nuestra fe se basa en el cariño y confianza a Jesús, a su persona y a su proyecto, entonces él sí es nuestro pastor. Jesús es el que debe guiar nuestra vida con sus palabras, sus mensajes, su manera de pensar y entender el mundo. Él debe ser “el pastor que camina delante de las ovejas y las ovejas le siguen porque conocen su voz”, como dice la misma lectura (Cf. Jn 10,4). Una persona verdaderamente religiosa es la que tiene a Jesús en el primer lugar de su vida, no a los preceptos. Más bien, quien tiene a Jesús como su pastor, como el guía de su vida, entonces lo escucha, le tiene confianza y le ama; y ese amor lo lleva a vivir como él, a obedecerle, no por obligación, sino por convencimiento, como una prueba de amor. Solo de esta forma tienen sentido los preceptos religiosos. El cumplimiento de las prácticas religiosas solo se explica como una demostración del cariño y confianza que le tenemos a Jesús, nuestro pastor, al que escuchamos, queremos y confiamos.

Volvamos al texto bíblico. Una vez que Jesús hizo esta comparación, se dio cuenta de que sus interlocutores no la habían entendido (Cf. Jn 10,6), por eso se vio en la obligación de profundizar más en ella. Ahora da un paso más en la alegoría de la puerta: “Yo soy la puerta de las ovejas… El que entre por mí estará a salvo; entrará y saldrá y tendrá alimento” (Jn 10,7.9). Ya no se trata solo de que entrar en el corazón de la gente por el convencimiento; ahora Jesús afirma que le puede dar al ser humano que lo elija (es decir, que se haya convencido de que vale la pena tenerlo como pastor), lo que otras realidades y otras personas nunca podrán: seguridad (“el que entre por mí estará a salvo”), libertad (“entrará y saldrá”) y además nunca le faltará nada (“y tendrá alimento”). Es cierto, solo con Jesús el ser humano puede llegar a su plenitud. La persona solo es persona cuando tiene a Jesús como su pastor, porque solo él puede colmar nuestras necesidades, tanto materiales como espirituales: necesidad de seguridad, de felicidad, de libertad, de cariño, que son precisamente las realidades que nos definen como personas. Quien se ha convencido de que vale la pena seguir a Jesús en vez de tener como norma de su vida a las cosas materiales, a los preceptos y a otras personas, entonces puede decir junto con el salmista de este domingo: “Si el Señor es mi pastor, entonces ya nada me falta” (Sal 21); si tengo a Jesús, entonces ya no necesito más.

Queridos amigos: Jesús debería ser a la vez el pastor de nuestra vida y nuestra puerta de acceso a la plenitud. Pero él no invade nuestra vida, más bien pide permiso para entrar. Jesús toca la puerta de nuestro corazón para que lo dejemos entrar. Si sabemos que al entrar en nuestra vida, puede satisfacer todas nuestras necesidades, entonces debemos dejarle la puerta de nuestro corazón siempre abierta. ¡Pasa Jesús, la puerta de mi corazón está abierta! ¡Entra en mi vida, y siéntete como en tu casa!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *