El 23 de septiembre de 1600, en la capilla privada de su palacio, donde la ocupación de Périgueux por los protestantes le había obligado a refugiarse, Monseñor Francois de Bourdeille recibía a un joven diácono, Vicente de Paúl, que se presentaba a él para recibir la ordenación sacerdotal.
Cuatro siglos después, la diócesis de Périgueux y la Familia Vicentina, no podían dejar de recordar este acontecimiento, dentro del gran Año Jubilar, en el mismo lugar donde aconteció y celebrar dignamente al «gran Santo del gran siglo».
En un clima de gozo, se reunieron más de 200 sacerdotes, hermanas y laicos, para estos dos días de fiesta. Estaban presentes nuestro Superior General, Padre Maloney, que llegó de los Estados Unidos, el Superior General de los Sulpicianos, Padre Terrien, Madre Juana Elizondo, Superiora General y su Consejo casi completo.
El coloquio comenzó el sábado por la tarde (16.09.2000) en Cháteau-l’Évéque, en el mismo lugar donde San Vicente de Paúl fue ordenado sacerdote hace justo cuatrocientos años.
Tres conferencias, dadas en este mismo lugar, permitieron a los participantes redescubrir el recorrido y la obra de aquel a quien el pueblo llamaría «Monsieur Vincent»:
San Vicente, de Cháteau-I’Évéque a París (panorama de su vida)
Para abrir este coloquio, Sor Elisabeth Charpy quiso hacernos entrar en el itinerario espiritual de San Vicente, recordándonos cómo el joven pedagogo landés, que vino a París, llegó a ser un sacerdote que se abrió totalmente a la gracia.
Para comprender el itinerario y la obra de Vicente de Paúl, es importante no sólo delimitar mejor el contexto social y eclesial del siglo en que vivió, sino entrar, en la medida de lo posible, en la actitud íntima que le permitió descubrir progresivamente la grandeza del sacerdocio que había recibido el día de su ordenación.
Su vida, su acción, pusieron en evidencia:
- una nueva manera de mirar a los excluidos,
- una nueva percepción del papel de las mujeres en la Iglesia,
- una nueva concepción de la vida consagrada.
Sacerdote en medio de un pueblo numeroso, Vicente de Paúl contribuyó en gran manera al crecimiento de la Iglesia, pero una Iglesia sierva y pobre, como lo diría tres siglos más tarde el Concilio Vaticano II.
San Vicente y el devenir del hombre (Caridad, justicia, misión…)
Con el Padre Raymond Facelina (cm), descubrimos cómo en la vida y el ministerio de San Vicente, son inseparables la caridad, la justicia y la misión.
Vicente tomó conciencia de que «evangelizar supone una preocupación real por las miserias materiales de que son víctimas los pobres».
En un segundo tiempo más doctrinal, el P. Facelina nos muestra que la caridad (virtud teologal) y la justicia (virtud cardinal) se complementan para contribuir a la transformación del hombre por Dios-Caridad, que «con la caridad se abre el camino de la co-creación».
Por último, nos invita a aprender de San Vicente las consecuencias que tiene para la misión el vínculo de la caridad con la justicia.
Nos describió la misión como un proceso del que nosotros somos los agentes en la Iglesia, siguiendo a Cristo, Evangelizador de los Pobres. Para llegar al Reino, las puertas de entrada no son ni la Fe, ni el culto, ni la moral, sino la caridad y la justicia con el Pobre.
El Amor no será «inventivo hasta lo infinito» si no es conjugando las tres dimensiones de la espiritualidad vicenciana.
San Vicente y el devenir de la Iglesia (Reforma en Perigord)
La intervención del historiador D. Guy Mandon (agregado de la universidad, profesor de historia en el Instituto San José de Périgueux y hoy director del Centro escolar «San Vicente de Paúl-San José») estuvo dedicada a la obra de Vicente de Paúl respecto a la reforma del clero y su repercusión en la región de Perigord.
El contexto es el de una región arruinada por la guerra de los cien años, las guerras de religión, la ocupación de Périgueux por los protestantes, la Fronda y los movimientos campesinos dirigidos por los llamados «croquants». Vicente de Paúl y Alain de Solminihac utilizarán su influencia para hacer nombrar a obispos importantes para Périgueux. Con equipos de calidad se comprometerán en vastos movimientos de reforma y abrirán Seminarios que dirigirán los Sacerdotes de la Congregación de la Misión.
Por la tarde (16.09.2000), unas 250 personas asistían, en la biblioteca de Périgueux, a la conferencia de D. Gérard Gorcy, presidente emérito de la Sociedad de San Vicente de Paúl, que abordó la actualidad de su obra:
En el umbral del nuevo milenio, San Vicente ha trazado para la Familia Vicenciana «un camino hacia los pobres», y le pide que responda a algunos desafíos importantes:
- El círculo de la pobreza se va ampliando: el número de pobres crece continuamente con nuevos rostros (emigrantes, refugiados, personas desplazadas, víctimas del desempleo y de la exclusión) y el foso entre ricos y pobres cada día es mayor. Por tanto, por lo que a la Familia Vicenciana se refiere, se trata de promover la justicia y la paz.
- Dios parece ser ignorado en algunos horizontes culturales, invadidos principalmente por la secularización y la invasión de las sectas. Al mismo tiempo, muchos miembros de la Familia Vicenciana tienen una sensibilidad en favor de los derechos humanos, de la promoción de la vida, de la dignidad de la mujer, de la ecología. Hay que proseguir todo esto.
- La Iglesia trabaja en una nueva evangelización de la juventud, en una nueva relación con el mundo en colaboración con otras confesiones cristianas. Al aproximarse el tercer milenio, la Familia Vicenciana está convencida de su responsabilidad misionera al servicio del Reino y de la vitalidad dinamizante del carisma vicenciano.
«Hombre de ayer y de hoy», decía de San Vicente de Paúl el Papa, Juan Pablo II, mejor, «hombre de eterno futuro» concluyó el Sr. Gorcy.
Domingo por la mañana (17.09.2000), el Padre Robert Maloney y Madre Juana Elizondo presidieron la reunión de vicencianos en la iglesia parroquial de Cháteau-l’Évéque. Los dos evocaron los retos que nos lanza hoy el mundo tal como es.
Dios no actúa sin nosotros, recordaba nuestra Madre. Él nos lanza desafíos a través de los acontecimientos:
- Ser conscientes de nuestro carisma y de nuestra identidad es uno de los más fuertes desafíos y, en este tiempo en que hay un gran sincretismo en todos los campos, tratar de tener conciencia clara de todos los elementos de nuestra identidad y vivirla de una manera radical.
- Prestar atención a los signos que Dios lanza cada día a la Compañía a través del grito de los Pobres que reclaman nuestro don total, nuestras respuestas audaces, a veces a pesar de nuestra pobreza.
- Oír la llamada a una mayor colaboración entre nosotros, a través de:
- Ø un mayor conocimiento del carisma que compartimos,
- Ø un mejor conocimiento de nuestras identidades específicas,
- Ø una mayor colaboración en el servicio real y concreto a los Pobres.
El Padre Maloney nos invitaba a responder a los seis desafíos que enumeramos a continuación:
- Invitar a los jóvenes a compartir el maravilloso carisma de San Vicente de Paúl.
- Incrementar en todo nuestro ser la espiritualidad de San Vicente de Paúl.
- Estar en contacto con los miembros de la Familia internacional, tener unas miras a nivel mundial.
- Ayudarse mutuamente en la formación, especialmente respecto a los jóvenes.
- Ir a los más pobres de los pobres, dondequiera que se encuentren, aquí en Francia o fuera de ella.
- Dejar que el Evangelio tome posesión de todo nuestro ser.
Después de la intervención de nuestros Superiores Generales, los diferentes componentes de la gran Familia, los numerosos laicos que trabajan a través de la Sociedad de San Vicente de Paúl, la AIC y las Juventudes Marianas pudieron intercambiar sus experiencias y presentar sus testimonios.
Domingo por la tarde (17.09.2000), bajo las bóvedas de la Catedral SaintFront, llena para el acontecimiento, un joven colombiano de 29 años, Carlos Alberto, fue ordenado diácono por Monseñor Poulain, Obispo de Périgueux y de Sarlat, en presencia de Monseñor Patria, su predecesor, del Sr. Obispo de Bayona, Monseñor Moléres y del de Dax, Monseñor Sarrabére.
La ceremonia comenzó con la lectura del mensaje papal, mediante el cual, el Santo Padre Juan Pablo II se asociaba al Jubileo de San Vicente de Paúl. Recordaba su obra, la que emprendió con los laicos, hombres y mujeres, y su cometido en la formación de los sacerdotes y la reforma del clero después del Concilio de Trento.
«Deseo vivamente que la celebración del aniversario de la ordenación sacerdotal de San Vicente de Paúl sea para los sacerdotes y los fieles de la diócesis de Périgueux, así como para todos los miembros de la Familia Vicentina, ocasión de renovación espiritual y misionera, y estímulo al servicio apostólico.
San Vicente de Paúl, hombre del encuentro con Dios y con nuestros hermanos, hombre de la disponibilidad a la acción del Espíritu Santo, nos invita a dirigir una mirada renovada a la misión en el mundo actual… Que constituyamos comunidades vivas, abiertas a todos, y particularmente a los más necesitados y a las personas más alejadas, testimoniando a cada uno del Amor que Dios tiene por él personalmente».
Después de la lectura del Evangelio, la homilía del Cardenal Eyt, Arzobispo de Burdeos, recordaba que San Vicente pertenece a todos:
«El rostro de caridad de Vicente tiene de especial algo que nos convence, y que nos toca buscar a nuestra vez: ser corazones, brazos, inteligencias y rostros de caridad. La caridad que irradia el rostro de San Vicente es más fuerte que el tiempo. Va más allá de los límites del tiempo. Aun cuando todo en el mundo está marcado por el tiempo y aun cuando todo está llamado a ser enterrado, la caridad, por el contrario, escapa al tiempo.
De una ordenación sacerdotal de hace cuatrocientos años en un pueblo del Perigord, nadie debería acordarse ya. ¿Por qué nos acordamos de ésta? Porque, con este rito, miles de veces repetido, Dios quiso hacer, en este lugar, en aquel día, para aquel hombre, el punto de partida de un gran viento de caridad que va más allá del tiempo y del espacio.
No nos extrañemos, pues, de que el dinamismo de la caridad sea tal que pueda también inscribirse para siempre, en lo más pasajero, más momentáneo, más transitorio: en una acción, una palabra, una sonrisa, una mirada, un rostro, una inclinación de cabeza, en unos ojos para comprender y animar, en unos labios para pronunciar palabras de paz, en un tono de voz para garantizar la verdad de esas palabras.
Dios ha querido que el ministerio de este hombre despierte a millares y millares de personas mediante el don que atraviesa los siglos y que llega hasta nosotros para que lo transmitamos indefinidamente a los demás».
A continuación comenzaba el rito de ordenación de Carlos Alberto y seguía la Celebración Eucarística y el ágape fraterno en el claustro de la Catedral.
La historia no dice si San Vicente tuvo alguna vez en su vida la ocasión de pisar de nuevo el suelo del Perigord. Los acontecimientos, sin embargo, permitieron que volviera allí, mucho tiempo después de su muerte y al lugar mismo de su ordenación sacerdotal. Efectivamente, en 1940, se trasladó a Cháteau-l’Évéque lo que queda de su cuerpo, para salvarlo de las vicisitudes de la guerra. Descansó durante más de cuatro años, detrás del altar mayor de la capilla de las Hijas de la Caridad, a poca distancia de la iglesia parroquial que conserva todavía el presbiterio de la capilla episcopal en la que fue ordenado.
Gracias a todos los que vinieron a celebrar con nosotros este 4002 aniversario y, ante todo, a las Hijas e Hijos de San Vicente que, en torno a Sor Juana Elizondo y al Padre Robert Maloney, han estrechado los lazos que, a través del mundo, unen a la gran Familia Vicenciana. Después de haber tratado de aprender, durante esos dos días, las lecciones que nos enseña San Vicente, regresamos a nuestra misión más fervientes, dispuestos «a llevar el fuego por toda la tierra».