30º Domingo de Tiempo Ordinario (reflexión de Mario Yépez, C.M.)

Francisco Javier Fernández ChentoHomilías y reflexiones, Año BLeave a Comment

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Author: Mario Yépez, C.M. .
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Seguir a Jesús por el camino

El libro de Jeremías nos presenta en estos capítulos 30 y 31 dos oráculos de restauración y de esperanza en el contexto del exilio para el pueblo de Israel. Es muy difícil imaginarnos todas las connotaciones políticas, sociales y en especial religiosa que representó o significó esta terrible experiencia para Israel. Uno de los grandes problemas que se tejió mucho tiempo antes, fue de por sí la asimilación del reino de Norte cuando los asirios la destruyeron y tuvieron que migrar muchos de los sobrevivientes hacia el Reino del Sur e insertarse dentro de sus paradigmas y su propia concepción teológica. Esto se complica aún más, ante la terrible amenaza de Babilonia, y una vez la crisis de fe aparece pero con un sabor mucho más amargo y duro. En medio del dolor de perder la tierra, el Templo y la ciudad de Jerusalén y de considerarse abandonados por Dios que pareciera ser inferior en poder a los dioses extranjeros, Jeremía anuncia un tiempo de esperanza, de reivindicación de la bendición de Dios. ¿Pero son adecuadas estas palabras para este tiempo? Pues, sí, son las necesarias de escuchar en estos tiempos. Pero es un resto el que será congregado y en él que es preciso anteponer la unidad a la separación. Las barreras del pasado tienen que ser superadas; es un pueblo el llamado, el elegido. Judá, aunque manteniendo la tradición de ser cabeza de las naciones, debe alegrarse de que sus hermanos del norte estén a su lado. Juntos están volviendo a realizar la ruta del éxodo, están en las perores condiciones, pero volverán a ser una asamblea congregada que entre lloros y súplicas caminan conducidos por Dios a un futuro promisorio. Dios lo promete porque es el Padre que no puede dejar de pensar en todos sus hijos. Jeremías recurre a este ejemplo de la relación paternal con el primogénito para que Israel comprenda la coherencia de la elección de Dios en su historia salvífica. Aún cuando a los ojos de los hombres apunten hacia el privilegio del primogénito, Dios pone su atención hacia el más débil, hacia el menor (recordando la referencia de la elección de Efraím en relación a su hermano mayor Manasés – Gen 48,13s), pero no con afán de exclusión sino más bien de inclusión. El exilio tendrán que vivirlo como un pueblo unido para que el júbilo de la restauración y de la esperanza también lo vivan juntos.

Seguimos la lectura de la Carta a los Hebreos y entramos en la disertación más profunda de esta exhortación. Es el único lugar donde encontramos esta identificación de Jesús con el sacerdocio. Sin duda, fue toda una reflexión impactante para una comunidad cristiana que hasta la segunda generación y en transición a la tercera, practicaba un culto pero en el sentido más del memorial que de lo ritual y muy en contraste con la ritualidad judía. Definir a Jesús como el sumo sacerdote y utilizando comparaciones de la ritualidad judía significó un cambio de paradigma rotundo y muy influyente para la posteridad en la Iglesia. Pero el ideal de esta propuesta exhortativa de la carta a los Hebreos va más allá de querer institucionalizar un esquema ritual. Es una reflexión profunda del carácter salvífico de la misión de Jesús en clave sacerdotal. Los aspectos que retoma, son vinculados a la propia tradición sacerdotal bíblica: tomado de entre los hombres, capaz de ser indulgente porque también él participa de esa misma condición de trasgresor de la Ley; pero a pesar de ello es llamado para ejercer el servicio de santidad por él

mismo y por el pueblo. Este inicio sirve de comparación para la excelencia de la elección de Jesús por Dios constituyéndolo así como el sumo sacerdote y que reviste dos condiciones fundamentales: es Hijo, superando también la condición particular del «rey», llamado también «hijo de Dios» que reflejaría el Sal 2,7; y es sacerdote eternamente pero en la clase o el orden de Melquisedec por lo que posee una dignidad sacerdotal mucho más alta y que trasciende incluso la tradicional referencia a Aarón, remontándose hasta Melquisedec (Gen 14,18). Este tema lo irá desarrollando la carta a los Hebreos, pero hoy ante esta lectura, podemos visualizar la intención del autor de querer hacer comprender desde la óptica sacerdotal o ritual, la acción salvífica de Dios por medio de su Enviado, que es su Hijo y su Sumo Sacerdote: mediador de salvación.

Llegamos a la conclusión de esta instrucción de Jesús a sus discípulos que nos ha presentado estos domingos el evangelista Marcos. No puede ser para nosotros ajeno que el personaje que entra en escena tenga mucho que ver con todo este camino de instrucción en busca de alguien que pueda comprender lo que Jesús estuvo manifestando y que, como hemos comprobado, no la halló, más que en aquella respuesta fugaz de Pedro en Cesarea de Filipo (Mc 8,33). La ceguera de los discípulos, representada plásticamente en el episodio de Betsaida con la curación un poco complicada para Jesús (Gen 8,22ss) es traída en comparación, evidentemente por la mano del evangelista, en esta otra curación también de un ciego. Jericó es una ciudad ícono de la zona de Judea, próxima a Jerusalén, y es para Marcos el último tramo de camino que se señala hacia el monte Sión (10,46). Pero hay alguien que está todavía ajeno a ese caminar, un mendigo ciego, muy bien identificado por Marcos. Bartimeo, sentado cerca del camino escucha que es Jesús quien va pasando por aquel camino en el que no estaba sino tan sólo cerca. Es posible suponer que en su grito proclamaba su necesidad de ser curado aunque esto le llevó serias complicaciones. Nuevamente aparece el verbo «reprender» (10,48), pero esta vez no servirá de mucho, ya que nadie podrá callar aquel grito de reconocimiento del Mesías. Bartimeo quería tener un encuentro con este Mesías pero desde su propia realidad de necesidad. Estaba deseando que sea el Mesías para él, sin ninguna connotación política o social. Es aquí donde se rompe todos los esquemas convencionales de una narración de este tipo: Jesús se detiene, lo llama, le animan a levantarse (que cambio tan rápido de actitud de esos «muchos» que lo reprendían) y ¡es Bartimeo, ciego, quien deja el manto, da un salto, y se acerca a Jesús! Nadie le echa una mano ni le ayuda a acercarse. Es Bartimeo y su fe la que le invita a creer que es posible que recupere la vista. Y es Jesús quien se lo confirma. La cosa no acaba tan así como esperábamos. Marcos quiere resaltar que este Bartimeo se convierte en el ejemplo que los discípulos deben seguir y que no habían caído en la cuenta hasta entonces. Es verdad que sus discípulos están confundidos pero siguen a Jesús. Bartimeo, es un punto de orientación en el seguir a Jesús. Bartimeo se ha encontrado directamente con Jesús, se lo ha confrontado en su propia realidad de ceguera, algo que todavía no hacen sus discípulos (lo tendrán que hacer cuando tengan que reconocer al crucificado), ha creído en él y sobre todo, termina por seguirlo en el camino.

Cambiar un paradigma de fe es una tarea complicada, pero necesaria para todo creyente. No es vivir en la indecisión de creer o no creer, sino es saber ubicarse delante de Dios como creyente. Para Israel en el exilio fue fundamental cambiar su paradigma de fe y las circunstancias vividas le obligó a replantear mejor su confianza en Dios desde la óptica de la esperanza que les invitaba a abrir sus horizontes al menos en la perspectiva del profetismo. La Carta a los Hebreos intenta hacer lo mismo con una comparación desde el sacerdocio poco aceptado por la primera comunidad cristiana en sus comienzos y que resultó ser importante y necesaria para comprender el sentido sagrado de la acción salvífica de Dios en Jesús. Jesús pide en el evangelio que comprendan que el camino hay que hacerlo pero no con las condiciones que pongan cada uno sino con las que propone el Maestro. La clave es el encuentro con él en el camino, no solamente seguirlo sin más. Por eso al final, tendrán que levantar la mirada y mirar al crucificado donde todo creyente deberá reconocerlo y confirmar su confianza en él. Termino solo citando al salmista que creo que encierra toda esta reflexión: «Al ir, iba llorando llevando la semilla. Al volver, vuelve cantando trayendo sus gavillas»

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