«Trabajemos humilde y respetuosamente […] Si no, Dios no bendecirá nuestro trabajo. Alejaremos a las pobres gentes de nosotros. Creerán que ha habido vanidad en nuestra conducta, y no creerán en nosotros. No se le cree a un hombre porque sea muy sabio, sino porque lo juzgamos bueno y lo apreciamos. El diablo es muy sabio, pero no creemos en nada de cuanto él nos dice, porque no lo estimamos» (SAN VICENTE DE PAÚL, Obras Completas, I, Ed. Sígueme, Salamanca 1972, 320.)
Nuestra vocación cristiana debe estar configurada por tres elementos: El llamado, el seguimiento y la vida “junto a Jesús”. Los discípulos marchan detrás de Él, bien porque descubriesen a través del Profeta Juan, o bien porque reciben el llamado directo e inaplazable de parte de Jesús.
La vocación o llamado al servicio de Dios, no es exclusivo de sacerdotes, como el joven Samuel o de profetas como el inigualable Juan Bautista. La vocación es el cimiento sobre el cual se funda la fe de todo creyente. El cristianismo es una vocación. Ser cristiano es descubrir el llamado que Jesús nos hace para continuar su misión: anunciar la llegada del Reino de Dios. Seguir a Jesús y proseguir su Misión, se convierten en el estandarte tras del cual marcha todo el pueblo creyente.
Esta conciencia vocacional que caracteriza al cristianismo se puede diluir y perder por varias causas. La principal es la de confundir las devociones personales con la respuesta personal al llamado de Jesús. Los actos de piedad son expresiones de convicciones y creencias y, en general, refuerzan las enseñanzas básicas de todo cristiano. Con el Santo Rosario, por ejemplo, los creyentes hacen un repaso de la vida de Jesús desde sus primeros pasos y descubren en la vocación de María el auténtico modelo del discipulado. El Viacrucis es una manera singular de abordar la pasión de Jesús y de comprender el significado de su muerte y resurrección. Y así, podríamos repasar todas las devociones populares cristianas, para descubrir en ellas un camino práctico y efectivo de hacer una lectura creyente y comunitaria de la Escritura, que nos acerca más a Jesús. Con todo, el cristiano no puede abandonar en ningún momento la lectura creyente de la Escritura, para escuchar en ella la enseñanza de Jesús y discernir con Él, cuál es su voluntad.
La siguiente amenaza a la comprensión vocacional de cristianismo es la de confundir la vocación cristiana con una de sus manifestaciones. Mucha gente cree que la vocación es un problema exclusivo de un seminarista, fraile, monja o curas. De este modo confunde el ministerio, el carisma o la vinculación a una institución o estado religioso con la vocación cristiana a la que todos estamos llamados. Si alguien se reconoce cristiano debe, al mismo tiempo, descubrir y responder a su propio llamado.
El seguimiento de Jesús no es auténtico cuando es fruto de la emoción, de un arrebato pasajero, de una explosión no auténtica. Para seguir a Jesús como Dios manda ha que tener la mirada fija en el cielo, pero los pies bien firmes sobre la tierra.
Hay qué saber “donde vive Jesús”, conocer su Palabra, su pensamiento, sus sentimientos, para hacernos semejantes a Él, para “quedarnos con Él” todos los días de nuestras vidas.
Ojalá que como cristianos y como vicentinos, hayamos descubierto que Dios vive en los más necesitados, porque allí es donde principalmente vive, y que conociendo su Palabra: “… cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40) y reconociendo sus sentimientos hacia los más pobres, nos quedemos sirviéndoles todos los días de nuestras vidas, como miembros de una Conferencia de San Vicente.
«Fue preciso que Nuestro Señor previniese con su amor a los que quiso que creyeran en Él. Hagamos lo que hagamos nunca creerán en nosotros, si no mostramos amor y compasión hacia los que queremos que crean en nosotros [ … ] Si obran ustedes así, Dios bendecirá sus trabajos; si no, no harán más que ruido y fanfarrias, pero poco fruto». (SAN VICENTE DE PAÚL, Obras Completas, I, Ed. Sígueme, Salamanca 1972, 320.)