Domingo, día del Señor, paso de la muerte a la vida, sello de la Nueva Alianza, día de la resurrección. Domingo, día del Señor resucitado, día en que Cristo se hace presente en medio de sus discípulos, comunidad de fe, germen de la Iglesia naciente, Iglesia que empieza a caminar. Domingo, día del Señor vivo y presente, día en que derrama su espíritu sobre los apóstoles y, entregándoles el poder que Él recibió del Padre, los envía para que continúen su misión hasta la consumación de los tiempos.
Domingo, día de la comunidad pascual que testifica, con su palabra y sus obras, la presencia del Señor resucitado en medio de ella. Domingo, día en que la comunidad cristiana reafirma su fe en Cristo, acepta los valores del evangelio, se compromete a vivir las exigencias del amor y a trabajar por la construcción del Reino entre sus hermanos. Domingo, día en que, recordando y actualizando los misterios de nuestra salvación, nos reunimos alrededor de la Mesa eucarística para ofrecernos con Cristo al Padre. Domingo, día de la primera resurrección, la de Jesús; día de la comunidad peregrinante hacia el Gran Domingo de la Resurrección en que todos debemos encontrarnos, gloriosos y triunfantes, en la Casa del Padre. Día de partida en la aceptación del Cristo vivo en nuestras vidas. Día de llegada en la participación plena de la vida y el amor del Padre en el Reino de los cielos.
Domingo, día de alegría y gozo, día de amor compartido, porque Cristo ha resucitado, y, al resucitar, nos ofrece la salvación. Sólo así el Domingo será, no sólo el recuerdo de la resurrección de Cristo, sino el Domingo de nuestra resurrección y el mundo, al vernos, comprenderá y aceptará que la verdadera y única vida nos viene de Jesús Resucitado, vivo y presente en medio de nosotros.